- 0 -
La luz naranja de las ambulancias bañaba
la arenisca de los monumentos, anaranjada ya por el tiempo y el aire. Lucas se
preguntó por qué se fijaba en una estupidez tan grande, y supo perfectamente el
motivo: estaba en shock.
El inspector Amodeo llegó hasta él, con
el brazo derecho en cabestrillo. Le puso la mano sana en los hombros y el
detective levantó la cabeza y la mirada, fijándose en él.
- No voy a preguntarte cómo estás – dijo
Santiago Amodeo. – Ya lo sé. Sólo quiero saber si estás herido o si te has
hecho daño....
Lucas negó con la cabeza. Santiago
asintió, mirando alrededor, distraído. Había mucho jaleo delante de la Casa de
las Muertes, igual que en otras partes de la ciudad, como por ejemplo el Patio
de las Escuelas Menores. Había ambulancias y policías por todas partes y el
juez Gutiérrez Alarcón tendría que pasar por muchos sitios aquella madrugada,
para que se pudiera empezar con el levantamiento de los cadáveres. Había unos
cuantos....
- Aun así sería bueno que te llevaran al
hospital, a hacerte un chequeo o una revisión completa.... nunca se sabe....
Lucas asintió.
- Con palabras, por favor.... – el
inspector temía que el detective cayera en un mutismo perenne a causa del
trauma.
- Está bien. Iré al hospital – Lucas
estaba muy cansado y la verdad era que quería que le miraran bien, no fuera
que tuviera algo roto. La brecha de la ceja no le sangraba, pero necesitaría
puntos con toda seguridad.
- Muy bien – dijo Santiago, más
tranquilo. Dudó si seguir hablando, porque sabía que Lucas estaba preocupado
por lo que para él era más importante, y quizá todo aquello no le interesara. –
Por lo que sé Susana Ayuso está bien y Gerardo Antúnez también: ha perdido el
brazo y está débil, pero bueno....
Lucas asintió. De verdad se alegraba de
lo de los agentes de la ACPEX, pero en aquellas circunstancias no podía mostrar
alegría. Era física y psicológicamente imposible.
Una sanitaria se acercó al policía.
- Inspector, tenemos que irnos al
hospital....
- Sí, sí, voy con vosotros.
- ¿Y él?
Santiago Amodeo se volvió a mirar a su
amigo y Lucas le miró también. Había mucho dolor y mucho desamparo en la mirada
del detective, pero también mucha fuerza, y el policía lo vio.
- Él también va, pero cuando él
quiera....
La sanitaria asintió, nada de acuerdo,
pero conocía al inspector desde hacía años y respetó su decisión. Se volvió a
la ambulancia con rapidez y Amodeo la siguió con más tranquilidad. Al cabo de
tres pasos se volvió a mirar a Lucas.
- Oye, Lucas, sé que quizá no sea la
persona con la que quieras estar ahora, pero si te quedas en Salamanca podemos
hablar de todo esto, podrías explicármelo todo bien.... o podíamos hablar de
cualquier otra cosa, de lo que necesites....
Lucas le sostuvo la mirada y no pudo
evitar sonreír. Emocionado y agradecido. Sólo era unos quince años mayor que
él, pero el inspector parecía una especie de tío que se preocupaba por él.
- Gracias, Santiago. No sé lo que haré,
pero lo tendré presente – contestó, sincero. No podía prometerle algo que no
sabía si iba a cumplir. Después se atrevió a añadir. – Y tú deberías salir del
armario. Te iría mucho mejor, estoy convencido....
Santiago Amodeo Córcovas se quedó
mirando a Lucas durante unos segundos, atónito, pero con cara de mus, sin saber
qué contestar. Al final contestó lo que debía.
- ¿Cómo lo has sabido?
Lucas se encogió de hombros.
- Mi “anomalía”. Lo he visto....
Santiago asintió, sonriente, pero
después arrugó el gesto.
- ¿Me estás diciendo que ser gay es ser
un monstruo?
- ¡¡No, no, no!! ¡Ni mucho menos! – se
sorprendió Lucas, que no había querido insinuar esa barbaridad. – Es
simplemente que yo puedo ver la verdadera naturaleza de la gente, ya sean
demonios camuflados de personas o policías gays que lo llevan en secreto.... –
bromeó y Santiago sonrió con él. – ¿No hay nadie en el cuerpo que le interese?
- Sí lo hay – admitió el policía. – Pero
es hetero....
- Una lástima – dijo Lucas, con una
mueca.
Santiago y Lucas se miraron durante un
instante más, como dos amigos recientes que se conocían mejor que mucha gente
después de varios años. El policía suspiró antes de volver a hablar: tenía que
decirlo, aunque doliese.
- Siento lo de Patricia, Lucas. De
verdad....
Lucas asintió, con la garganta apretada.
A él también le salieron lágrimas en los ojos.
- Gracias....
Santiago se acercó a él y lo abrazó con
un solo brazo, acariciándole el pelo. Lucas se dejó acunar y lloró con
tranquilidad. Al cabo de un minuto los dos hombres se separaron y se sonrieron
con confianza. Santiago se separó de Lucas y caminó cansado hacia la
ambulancia.
Lucas suspiró, mientras veía irse a su
amigo. Santiago Amodeo era lo único bueno que había sacado de todo aquello.
Por suerte había terminado. No sabía si
había terminado bien para alguien (quizá para Luis Miguel Tenencio Arias), o
simplemente había acabado. Tenía la sensación de que había cumplido con su
trabajo, pero con tantos muertos y heridos no parecía que lo hubiera hecho.
Se recostó contra la estatua de Miguel
de Unamuno, miró al cielo negro lleno de estrellas donde la Luna llena empezaba
a languidecer, pensó en Patricia y volvió a llorar.
* * * * * *
Con la llegada de las ambulancias y los
coches de la policía la gente había vuelto a salir a la calle o a congregarse
en las más céntricas y concurridas, precisamente en ésas en las que había
habido tanto revuelo durante toda la noche. Alrededor de las ambulancias había
muchos curiosos.
Entre esos curiosos
apareció un hombre con traje. Caminaba con los hombros encogidos, como un poco
encorvado, aunque mantenía una presencia imponente. Tenía brazos largos y manos
finas y huesudas y llevaba el cabello negrísimo recogido en una coleta. Su cara
era angulosa, con la nariz aguileña y los ojos de mirada intensa.
Nadie diría que todo aquello era un
“disfraz”. Un camuflaje.
Zardino miró el barullo y sonrió,
complacido. Notó el desconcierto y el cierto miedo que todavía aleteaba entre
la gente y se sintió mucho más satisfecho.
Después miró al joven con el mono rojo y
la ceja abierta y asintió, orgulloso.
Con la malévola cabeza llena de oscuros
planes, algunos de los cuales con aquel chico involucrado, se alejó de allí,
caminando tranquilamente.
* * * * * *
Ceferino Sánchez Pérez estaba ya en una
camilla, esperando que lo subieran en una ambulancia y lo llevaran al hospital.
Le habían vendado ya el brazo mordido y le habían asegurado que le harían
radiografías y un TAC, para comprobar que no tenía nada roto.
Sentado en la camilla, esperando a los
sanitarios, sujetándose el brazo mordido en el regazo, no paraba de mirar al
cielo.
En concreto a la Luna llena.
Sentía una sorprendente fascinación
creciente por ella....
No hay comentarios:
Publicar un comentario