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(Arenisca)
Lucas pasó corriendo al lado de la
Universidad y la dejó atrás, siguiendo la estela del hombre-lobo. No es que el
monstruo dejase huellas ni pistas tras de sí, pero había grupos de gente
asustada por la calle, a ambos lados, abrazados unos a otros, mirando en la
dirección que llevaba Lucas.
Unos metros más allá, calle abajo, se
encontró de bruces con Gerardo Antúnez Faemino y Susana Ayuso Gómez. Frenó
delante de ellos, que lo apuntaron con sus armas, asustados.
- ¡¡Tú!! – se sorprendió Gerardo.
- Yo también me alegro de verte, pendejo
– respondió, con desdén. Luego se volvió a mirar a la agente. – Hola, Susana.
Me habían dicho que andabas por aquí, me alegro de verte....
- Hola, Barrios, yo también.
- ¡¿Cómo te has escapado de la cárcel?!
– Gerardo Antúnez estaba fuera de sí.
- Otro día te lo cuento, ¡que ahora me
estoy ocupando de un caso! – Lucas siguió corriendo, dejando a los dos agentes
atrás, que se miraron antes de seguirle, calle abajo.
Lucas giró a la izquierda, siguió
corriendo y luego torció a la derecha para salir de la ciudad vieja, en la
cuesta del cruceiro, cerca de la Casa Lis. Desde allí, en posición elevada, vio
el Puente Romano, por donde huía el monstruo: había dos personas heridas,
tendidas en el suelo y sangrando, a lo largo del puente de piedra.
- ¡¡Eh!! – gritó Lucas, impotente.
Entonces se dio cuenta de que la moto de su amigo Víctor estaba aparcada allí
abajo, cerca del monumento al Lazarillo. Bajó corriendo la cuesta, cruzó la
carretera y puso en marcha la moto, atronando el aire nocturno de Salamanca.
Dio la vuelta a la moto haciendo chirriar la rueda trasera y salió a toda
velocidad, subiendo a la acera y recorriendo el Puente Romano en toda su
longitud, tras el hombre-lobo.
Éste llegó al final y giró a la
izquierda, corriendo a cuatro patas por el paseo al lado del río Tormes,
asustando a la gente que paseaba por allí, aprovechando la buena noche
veraniega. El monstruo disfrutó rugiendo y aullando, asustando a los
viandantes. Por suerte, pensó Lucas, no atacó a nadie.
Salió con la moto al otro lado y siguió
al lobo, acelerando por el paseo adoquinado. Los peatones ya estaban a ambos
lados del paseo, recuperando la normalidad tras sobresaltarse con el paso del
hombre-lobo, así que Lucas podía acelerar a tope por el centro del paseo, que
estaba despejado. El monstruo seguía por delante de él.
Lucas sacó la pistola de la cartuchera
izquierda y disparó con esa mano, tratando de alcanzar al lobo, sin
conseguirlo.
- ¡¡Mierda!! – se quejó, guardando la
pistola y acelerando más. Tenía que alcanzarle antes de que volviera a matar a
nadie más.
El hombre-lobo corrió entonces por un
carril-bici que seguía la ribera del río y cuando llegó al siguiente puente lo
empezó a cruzar. Lucas lo siguió por el carril-bici y después se incorporó al
puente Enrique Estevan, sin esperar a que el semáforo estuviera en verde, de
vuelta a la parte histórica de Salamanca.
Estaba más cerca del monstruo, pero
todavía los separaba una distancia importante. El lobo corría a cuatro patas y
saltó sobre el techo de un autobús urbano. Se irguió en el techo, recortado
contra la ciudad iluminada al fondo. Miraba hacia atrás, la mirada monstruosa
fija en Lucas.
- De fondo de pantalla – se dijo, un
poco acobardado.
A mitad del puente el hombre-lobo miró
por encima del hombro y saltó del autobús, aterrizando en el sentido contrario.
Esquivó un coche, que le tocó el claxon al rebasarle, esquivó otro por el otro
lado y se lanzó a por el tercero. Golpeó el costado con la garra mientras el
coche pasaba rápido por su lado, haciendo saltar por los aires el retrovisor y
los cristales y arañando y retorciendo el marco de las ventanillas.
El conductor se asustó al recibir el
golpe, al ver cómo se reventaban los cristales y al ver pasar, de refilón, una
figura monstruosa al lado de su coche. Clavó los frenos y su coche quedó
atravesado en su carril, con el morro encima de la línea del centro que
separaba ambos carriles. Los coches que venían detrás frenaron repentinamente
también, y algunos chocaron.
Lucas pasó con su moto al lado del
primer coche detenido y vio la hilera de coches detenidos, algunos muy pegados,
con golpes. Había alcanzado al autobús, pero con todo el carril contrario
ocupado con coches parados no podía adelantarle para seguir detrás del monstruo
y tratar de alcanzarle.
Lo vio más adelante, saliendo del
puente, agarrando con ambas garras a un motorista en Vespa por la cabeza, haciéndolo girar y lanzándolo por encima del
pretil. Conductor y motocicleta acabaron en las aguas del Tormes.
Lucas se cabreó del todo. No toleraba
ningún tipo de muerte, pero entendía que el lobo matara porque seguía su
instinto y cazaba para comer. Pero lo que acababa de hacer con el coche y con
el tipo de la moto no tenía ninguna justificación, sólo lo hacía para hacer
daño. Lucas pensó, incluso, que lo había hecho para retarle, después de mirarle
desafiante desde lo alto del autobús.
Quizá el monstruo se la tenía guardada,
después de los disparos de la noche anterior y del ataque de aquella noche, con
la pistola táser de Patricia.
- Siempre caigo bien.... – se dijo, con
sarcasmo.
Sonó su móvil, que guardaba en el
bolsillo del pecho del mono. Como iba detrás del autobús a un ritmo lento, lo
cogió y lo descolgó.
- ¡¡Cariño!! ¿Cómo va?
- ¡¡Patricia!! No puedo hablar, voy
conduciendo....
- ¿Dónde estás?
- Siguiendo al lobo, en un puente,
volviendo a la ciudad.... ¿Qué no has entendido de “no puedo hablar”?
- Queríamos saber dónde estabas.
Santiago está bien y queremos ayudarte....
Lucas vio muy por delante que el
monstruo volvía a correr a cuatro patas y que volvía a adentrarse en la ciudad,
subiendo por una bocacalle. Estaba claro que quería cazar o que tenía un
destino en mente, que ellos le habían impedido alcanzar.
O quizá solamente huía a ciegas.
- Id hacia las Catedrales, nos
encontraremos allí – dijo. – Intentaré no perderle, pero si desaparece decidiremos
entre todos qué hacer.
- Vale. Ten cuidado.
- Tú también....
Colgó y metió el móvil en el bolsillo,
sin cerrar la cremallera.
Al fin Lucas pudo adelantar al autobús y
torció hacia la izquierda, entrando de nuevo en la parte vieja, esperando
encontrar el rastro del monstruo. Su poder no le permitía ver rastros
ectoplásmicos o paranormales, como hacían los aparatos, pero sí que le daba
cierta intuición, cierta sensibilidad para lo paranormal, que le hacía tomar
decisiones aparentemente al azar, pero con una base sólida, difícilmente
explicable.
Aceleró con la moto, entrando por calles
peatonales. Estaba claro que el monstruo había pasado por allí y todavía estaba
tras su estela, porque se cruzó con algunas personas asustadas y con un par de
heridos, que se agarraban heridas y zarpazos para que no sangrasen.
El hombre-lobo no mataba, aparentemente,
pero seguía haciendo daño.
Lucas rodeó las Catedrales por el ábside
y desembocó en la plaza de Anaya. Allí detuvo la moto y apagó el motor. No
había ni rastro del monstruo, aunque había bastante gente que salía de allí
corriendo, dejando la plaza y los jardines casi desiertos.
Bajó de la moto y se alejó unos pasos,
mirando alrededor. No había ni rastro del monstruo, pero algo le decía que no
estaba lejos, que había vuelto a la ciudad pero no había llegado a su objetivo
final.
Desde la parte delantera de las
Catedrales aparecieron a paso rápido Patricia y el inspector Amodeo. Éste caminaba
un poco encogido, con la mano en el vientre arañado, pero no parecía maltrecho.
A Patricia se le iluminó la cara al ver a su novio.
- ¿Estáis bien?
- Bueno, lo mejor que podemos.... –
respondió el inspector de policía. Lucas se agachó delante de él y le miró las heridas:
eran superficiales, aunque sangraban bastante. Se había tapado con unos kleenex que muy probablemente le había
dado Patricia. Lucas los retiró y se volvió a la moto: de una de las alforjas
laterales, la izquierda, sacó un pequeño botiquín. Víctor, el mecánico, lo
llevaba allí siempre, para usarlo en caso de emergencias, igual que una pequeña
caja de herramientas. Lucas sacó un paquete de gasas, lo abrió y colocó los
apósitos sobre la herida, asegurándolos con varias vueltas de un rollo de
venda, que también sacó del botiquín. – Muchas gracias.
- Le necesito entero, inspector – bromeó
Lucas. Patricia ayudó al policía a abotonarse la rasgada camisa y después se
giró a mirar a Lucas, besándole en la boca.
- ¿Estás bien?
- Yo sí, pero ese monstruo ha herido a
muchas personas en el paseo que ha dado....
- ¿Ha vuelto aquí? – preguntó el
inspector. Lucas asintió. – No tiene sentido si quiere huir....
El rostro del policía mostraba lo mismo
que pensaba Lucas.
- No lo tiene. Creo que huyó asustado,
al verse acorralado, pero tiene un objetivo en la ciudad. Gente a la que cazar,
quizá....
- O algún sitio al que quiere ir, o
donde quiere estar – apuntó el inspector Amodeo.
Los dos agentes de la ACPEX llegaron a
la plaza de Anaya por el mismo lugar que el policía y Patricia hacía unos
segundos, rodeando la parte frontal de las Catedrales. Al ver al grupo se
acercaron: Susana Ayuso parecía serena, Gerardo Antúnez estaba furibundo.
- A ver qué quieren estos....
- ¡¡Fuera de aquí!! ¡¡Estáis
interfiriendo en una investigación gubernamental!! – gritó Gerardo Antúnez
Faemino, a unos metros de encontrarse con ellos.
- Tranquilo, amigo, que yo soy inspector
de policía – dijo Amodeo, encarándose con él, irguiéndose, aguantando el dolor
de las heridas. – Esto también es una investigación oficial.
- ¿Estáis heridos? – preguntó Susana
Ayuso, acercándose a Lucas, señalando al policía.
- Sí, pero no es nada. ¿Y vosotros?
Susana Ayuso negó, mientras su compañero
seguía gritando y el policía seguía contestándole con tranquilidad, pero sin
arrugarse. Aquello ponía más nervioso y enfadaba más a Gerardo Antúnez Faemino.
- ¿Es tu novia? – preguntó Susana Ayuso
Gómez, señalando a Patricia. Ésta estaba concentrada, mirando la pantalla que
había sacado de la mochila de Lucas, que seguía en el suelo. – Es muy guapa....
- Es genial.
Patricia miró a Lucas, levantando la
mirada de la pantalla. No lo hizo porque escuchase el comentario romántico de
su novio, sino porque había visto algo en la pantalla que la había aturdido.
Estaba preocupada, se le notaba en la cara.
- ¿Qué pasa?
- ¿Esto es lo que creo que es? – dijo
ella. Lucas se acercó y le pasó un brazo por los hombros. El inspector Amodeo
vio la cara de la chica y dejó de prestar atención a Gerardo Antúnez, que
siguió chillando durante un par de segundos más, pero después dejó de hacerlo y
miró a los demás.
Lucas observó con atención la pantalla
que seguía sosteniendo Patricia y su expresión también se puso muy seria.
- Sí, es lo que tú crees – comentó. Se
había puesto en guardia. – Ese bicho sigue aquí....
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