martes, 16 de mayo de 2017

Desmembramientos a la luz de la Luna - Capítulo 23

- 23 -
(Arenisca)



El monstruo corrió para huir de los humanos. Estaba avergonzado por ello, pero necesitaba reponer energías. Le habían herido, estaba cansado y dolorido y le fallaban las fuerzas.
No se retiraba, sólo buscaba una pausa. Para reponerse y tomar un bocado.
Después volvería a la carga contra aquellos cazadores humanos y contra todos los habitantes de la ciudad que pudiera cazar.

* * * * * *

Patricia condujo la moto por la calle por la que había ido irse al monstruo. Era peatonal, pero podían circular muy bien por ella, porque aunque había habido mucha gente por la calle hasta hacía media hora, la aparición de un hombre-lobo por las calles había hecho cundir el pánico, y muy pocos valientes seguían por la zona vieja a aquellas horas.
Se cruzaron con gente, de todas formas, que los vieron pasar con un poco de susto y sorpresa. Lucas apenas los vio, como borrones en los lados de su campo de visión, más atento a las manchas de sangre que el lobo herido iba dejando en el adoquinado.
Llegaron a una especie de plaza triangular con una curiosa fuente, medio estanque. Estaba en el costado de la Casa de las Conchas.
- ¡Se ha metido allí!
Patricia frenó la moto, aunque no paró el motor.
- ¿Cómo dice, señor? – preguntó Lucas, dirigiéndose al anciano que les había hablado. Estaba pegado al lado derecho de la calle, medio escondido en el vano de un escaparate de una tienda.
- El perro ése se ha metido en la Casa de las Conchas – dijo el anciano, señalando con el bastón al otro lado de la plaza. – Ha agarrado a una chica y se ha metido ahí dentro...
Los dos miraron hacia la izquierda, al emblemático palacio de la ciudad, con las fachadas llenas de conchas esculpidas.
- ¿Tienes la escopeta?
- La he metido en la alforja.
- Bien. Cógela – se bajó de la moto, mirando al anciano. – Muchas gracias. Vamos a encargarnos de él....
- Ten cuidado, hijo.
- Oiga, ahí llega un hombre que es amigo nuestro – Lucas señaló calle abajo, donde veía venir trotando al fondo al inspector Amodeo. – ¿Puede decirle lo mismo que a nosotros cuando llegue?
El anciano miró al otro extremo de la calle y adivinó la figura que se acercaba. La miró con atención y después se volvió hacia Lucas, asintiendo.
- Claro, hijo, faltaba más....
- Muchas gracias, de verdad.
Después se dio la vuelta y siguió a Patricia, que ya se había puesto en marcha.
- ¿Sabías que el palacio lo mandó construir don Rodrigo Arias Maldonado en el siglo XV y que adornó las fachadas con una concha porque era el símbolo de la orden de Santiago a la que pertenecía y porque era un símbolo heráldico de su mujer? Eso es amor....
- ¿Cómo sabes tanto de esto?
- He estado leyendo esta mañana la página de turismo de Salamanca, mientras venía en el tren....
Lucas sonrió, dedicándole una caricia en la nuca.
Llegaron hasta las puertas de la Casa de las Conchas, frente a la iglesia de la Clerecía, y se las encontraron abiertas, reventadas de un golpe.
- Ya sabemos por dónde ha entrado....
- ¿Ahora no me dices que me quede fuera?
- ¿Y entrar ahí yo solo? Ni loco.... – bromeó.
- Eso sí que es romántico – dijo Patricia, sonriendo, con los ojos escondidos tras los pómulos pecosos, siguiendo a Lucas.
La Casa de las Conchas era de planta casi cuadrada y en su interior tenía un patio de la misma forma. Alrededor había una especie de claustro porticado y desde el primer piso podía verse el patio por una galería llena de arcos. Era un tesoro más de la ciudad, que mucha gente se perdía porque se quedaban sólo con la curiosa ornamentación de fuera.
Ni Lucas ni Patricia admiraron la belleza del interior del palacio. Estaban a otras cosas más urgentes y peligrosas.
En medio del patio Lucas encontró un pequeño charquito de sangre. Sin soltar las pistolas se agachó, apoyando una rodilla en el suelo, para observarlo más de cerca.
- Mierda....
- ¿Es del lobo?
Negó con la cabeza. No veía nada raro en aquella sangre. Tenía que ser de la chica que había raptado fuera, como les había dicho el anciano de la calle.
- Quizá sólo está herida – dijo Patricia, comprendiendo la situación. Lucas no estaba tan seguro. Creía que el lobo había sido muy rápido y ellos habían llegado tarde.
Escucharon ruido fuera de la casa y los dos retrocedieron, sin perder de vista el patio. Lucas llevaba las pistolas en ambas manos, con los brazos extendidos y apuntando hacia abajo. Patricia sujetaba la escopeta recortada con ambas manos, con los cañones hacia arriba. Con mucha cautela, sin descuidar el patio, se asomaron fuera.
El inspector Amodeo llegaba trotando hasta la puerta, jadeando por el esfuerzo de la carrera.
- ¿Qué hay? ¿Está dentro?
Lucas asintió.
- Tiene una chica. Creemos que está herida.... – explicó Patricia. El inspector miró a Lucas y éste le devolvió la mirada, serio, negando sutilmente con la cabeza.
- Ya veo.... Podemos entrar o esperar: el agente trajeado venía detrás de mí.
- Esperaremos. Cuantos más seamos, mejor – contestó Lucas, que no tenía ganas de pasar más tiempo con Gerardo Antúnez, pero sabía que lo necesitaban. Además, podría darle noticias de Susana. Esperaba que fueran buenas.
El agente llegó al cabo de un minuto, jadeando más que el inspector Amodeo, con el brazo izquierdo colgando al costado. La mano estaba teñida de sangre.
- ¿Qué pasa? ¿Qué hacéis aquí?
- Le estábamos esperando....
- ¿Cómo está Susana? – se interesó Lucas.
- ¿Qué le ha pasado? – preguntó Susana.
- Ha recibido un golpe muy fuerte, pero está bien. Está consciente, dolorida, pero mueve las piernas y los brazos, aunque la espalda le duele muchísimo. He llamado a las ambulancias....
Lucas asintió.
- Me alegro. Vamos dentro....
- ¿Está ahí? – preguntó Gerardo Antúnez Faemino, pero nadie le respondió así que entró detrás de todos, con la pistola en la mano sana.
Los cuatro se extendieron por el patio, apuntando en todas las esquinas y hacia arriba, hacia la galería del piso superior. Lucas mandó callar a todos con un gesto de la mano, poniendo el dedo índice cruzando los labios, y se detuvo. Los demás le imitaron. Aguzaron el oído.
Se escuchaban unos ruidos leves, ruidos húmedos, ruidos de salpicaduras, ruidos de masticación. No eran ruidos buenos ni bonitos.
Había que prestar mucha atención para escucharlos, pero una vez que los oías era evidente que venían del piso de arriba. Lucas señaló hacia arriba y después a las escaleras. Empezó a andar hacia allí, pero el inspector Amodeo le sujetó poniéndole la mano en el pecho.
- Es una estupidez que subamos todos. Quédate aquí con los demás, por si trata de huir por abajo – le susurró.
- ¿Y si va a por usted ahí arriba?
El inspector Amodeo se encogió de hombros.
- Tengo tres balas todavía para él – susurró, sonriendo. – Trataré de apuntar al corazón.
- Inspector, no.... – trató de detenerle, pero el policía se acercó a las escaleras y consiguió subirlas sin hacer ruido. Lucas temía por él, pero no había querido pararle por eso: no estaba de acuerdo en matar al monstruo.
Patricia, Gerardo y él se colocaron en el centro del patio, mirando hacia arriba. No podían ver al inspector en la galería del piso superior, así que supusieron que estaba pegado a las paredes, avanzando con cuidado.
Escucharon de repente gruñir al monstruo y los tres se volvieron en la dirección en la que venía el sonido. Después un rugido, tres disparos de bala y otro rugido más colérico.
- ¡¡Amodeo!!
Pero el inspector Amodeo no apareció: fue el hombre-lobo el que se asomó a la galería superior, con el ceño fruncido y enseñando los colmillos. Levantó sobre su cabeza un bulto y lo lanzó al patio, haciendo que los tres se desperdigaran, cada uno en una esquina. El monstruo había lanzado el cuerpo de la mujer raptada, al que le faltaban los brazos y la cabeza. Sonó como un fardo de paja húmedo al chocar contra el suelo. Lucas se sintió asqueado y Patricia sollozó, con una mano en la boca, entre horrorizada y disgustada. Gerardo Antúnez le disparó cuatro veces seguidas, sin acertar, y el monstruo saltó por la barandilla, directo a por él.
Le mordió el antebrazo izquierdo, ya herido, y lo retorció. Gerardo Antúnez chilló de dolor, con un grito que retorcía las entrañas a quien lo escuchase. Puso el cañón de la pistola en la cabeza de la bestia y apretó el gatillo, pero no disparó. Se había quedado sin balas de plata.
Patricia se rehízo y le disparó al lobo en la espalda,
con los cartuchos de sal. Los granos se introdujeron en la carne de la bestia, que tiró del brazo, sorprendida y dolorida a partes iguales. El antebrazo de Gerardo Antúnez se tronchó sin dificultad, a unos centímetros del codo. El agente chilló aún más fuerte.
- ¡Mierda! – Lucas corrió hacia él y le quitó con rapidez la corbata torcida del cuello, usándola para hacer un torniquete y que el agente no se desangrase allí mismo.
El lobo salió corriendo de la Casa de las Conchas y Patricia fue detrás, agarrada a la escopeta. Amodeo bajó entonces del piso de arriba y Lucas no pudo alegrarse más al verle.
- Rediós.... – dijo Amodeo, pasándose la mano por la mejilla barbada.
- Inspector, por favor, llame a las ambulancias.... Si no vienen rápido con una transfusión....
El inspector no dijo nada, sólo sacó el móvil del bolsillo y llamó con prisa al 112, alejándose unos pasos del agente herido. Lucas le tomaba el pulso, cada vez más débil, y le pasaba la mano por la cara, que estaba fría y gris. Gerardo Antúnez Faemino estaba inconsciente.
- Llegan en un momento: me acaban de decir que estaban en las Catedrales, haciéndose cargo de Susana....
- ¿Y Patricia? – preguntó entonces Lucas, una vez que la ayuda para el agente herido ya estaba en camino. Se levantó y miró alrededor, pero era evidente que Patricia no estaba en el patio.
- Cuando yo he bajado no estaba aquí....
Lucas fue hacia la puerta y cuando estuvo ante ella escuchó que lo llamaban desde fuera. Salió con el corazón en la boca y volvió hacia la plaza de la fuente-estanque. Allí estaba Patricia, al lado de la moto, señalando más adelante, hacia la Plaza Mayor. Lucas fue a su encuentro y se abrazó a ella, un poco más calmado.
Por un momento muy angustioso creyó que la había perdido.
- ¿Qué hacías aquí tú sola?
- Salí detrás del monstruo. Ha salido corriendo a la Plaza Mayor. Creo que ya no le interesamos demasiado y quiere hacer daño....
- Tenemos que ir a por él – se volvió a Amodeo que llegaba en ese momento. – La ambulancia ya llega y el lobo se ha ido en la otra dirección, a la Plaza Mayor.
- Joder, estará llena de gente.... – se alteró el inspector.
- Me da igual que no quepamos o que vaya más lenta, pero esta vez vamos los tres en la moto – dijo Lucas, con un tono de voz que impedía cualquier oposición.
Patricia condujo, con los hombres detrás de ella. La moto pudo con ellos, aunque los amortiguadores se apretaron más y el chasis fue más cerca del suelo.
Cuando salieron rodando hacia la Plaza Mayor, detrás de ellos la ambulancia llegaba a la plaza. El anciano atónito, que había estado presente en todo momento, indicó a los sanitarios dónde estaba el herido.

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