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(Arenisca)
El monstruo corrió para huir de los
humanos. Estaba avergonzado por ello, pero necesitaba reponer energías. Le
habían herido, estaba cansado y dolorido y le fallaban las fuerzas.
No se retiraba, sólo buscaba una pausa.
Para reponerse y tomar un bocado.
Después volvería a la carga contra
aquellos cazadores humanos y contra todos los habitantes de la ciudad que
pudiera cazar.
* * * * * *
Patricia condujo la moto por la calle
por la que había ido irse al monstruo. Era peatonal, pero podían circular muy
bien por ella, porque aunque había habido mucha gente por la calle hasta hacía
media hora, la aparición de un hombre-lobo por las calles había hecho cundir el
pánico, y muy pocos valientes seguían por la zona vieja a aquellas horas.
Se cruzaron con gente, de todas formas,
que los vieron pasar con un poco de susto y sorpresa. Lucas apenas los vio,
como borrones en los lados de su campo de visión, más atento a las manchas de
sangre que el lobo herido iba dejando en el adoquinado.
Llegaron a una especie de plaza
triangular con una curiosa fuente, medio estanque. Estaba en el costado de la
Casa de las Conchas.
- ¡Se ha metido allí!
Patricia frenó la moto, aunque no paró
el motor.
- ¿Cómo dice, señor? – preguntó Lucas,
dirigiéndose al anciano que les había hablado. Estaba pegado al lado derecho de
la calle, medio escondido en el vano de un escaparate de una tienda.
- El perro ése se ha metido en la Casa
de las Conchas – dijo el anciano, señalando con el bastón al otro lado de la
plaza. – Ha agarrado a una chica y se ha metido ahí dentro...
Los dos miraron hacia la izquierda, al
emblemático palacio de la ciudad, con las fachadas llenas de conchas
esculpidas.
- ¿Tienes la escopeta?
- La he metido en la alforja.
- Bien. Cógela – se bajó de la moto,
mirando al anciano. – Muchas gracias. Vamos a encargarnos de él....
- Ten cuidado, hijo.
- Oiga, ahí llega un hombre que es amigo
nuestro – Lucas señaló calle abajo, donde veía venir trotando al fondo al
inspector Amodeo. – ¿Puede decirle lo mismo que a nosotros cuando llegue?
El anciano miró al otro extremo de la
calle y adivinó la figura que se acercaba. La miró con atención y después se
volvió hacia Lucas, asintiendo.
- Claro, hijo, faltaba más....
- Muchas gracias, de verdad.
Después se dio la vuelta y siguió a Patricia,
que ya se había puesto en marcha.
- ¿Sabías que el palacio lo mandó
construir don Rodrigo Arias Maldonado en el siglo XV y que adornó las fachadas
con una concha porque era el símbolo de la orden de Santiago a la que
pertenecía y porque era un símbolo heráldico de su mujer? Eso es amor....
- ¿Cómo sabes tanto de esto?
- He estado leyendo esta mañana la
página de turismo de Salamanca, mientras venía en el tren....
Lucas sonrió, dedicándole una caricia en
la nuca.
Llegaron hasta las puertas de la Casa de
las Conchas, frente a la iglesia de la Clerecía, y se las encontraron abiertas,
reventadas de un golpe.
- Ya sabemos por dónde ha entrado....
- ¿Ahora no me dices que me quede fuera?
- ¿Y entrar ahí yo solo? Ni loco.... –
bromeó.
- Eso sí que es romántico – dijo
Patricia, sonriendo, con los ojos escondidos tras los pómulos pecosos,
siguiendo a Lucas.
La Casa de las Conchas era de planta
casi cuadrada y en su interior tenía un patio de la misma forma. Alrededor
había una especie de claustro porticado y desde el primer piso podía verse el
patio por una galería llena de arcos. Era un tesoro más de la ciudad, que mucha
gente se perdía porque se quedaban sólo con la curiosa ornamentación de fuera.
Ni Lucas ni Patricia admiraron la
belleza del interior del palacio. Estaban a otras cosas más urgentes y
peligrosas.
En medio del patio Lucas encontró un
pequeño charquito de sangre. Sin soltar las pistolas se agachó, apoyando una
rodilla en el suelo, para observarlo más de cerca.
- Mierda....
- ¿Es del lobo?
Negó con la cabeza. No veía nada raro en
aquella sangre. Tenía que ser de la chica que había raptado fuera, como les
había dicho el anciano de la calle.
- Quizá sólo está herida – dijo
Patricia, comprendiendo la situación. Lucas no estaba tan seguro. Creía que el
lobo había sido muy rápido y ellos habían llegado tarde.
Escucharon ruido fuera de la casa y los
dos retrocedieron, sin perder de vista el patio. Lucas llevaba las pistolas en
ambas manos, con los brazos extendidos y apuntando hacia abajo. Patricia sujetaba
la escopeta recortada con ambas manos, con los cañones hacia arriba. Con mucha
cautela, sin descuidar el patio, se asomaron fuera.
El inspector Amodeo llegaba trotando
hasta la puerta, jadeando por el esfuerzo de la carrera.
- ¿Qué hay? ¿Está dentro?
Lucas asintió.
- Tiene una chica. Creemos que está
herida.... – explicó Patricia. El inspector miró a Lucas y éste le devolvió la
mirada, serio, negando sutilmente con la cabeza.
- Ya veo.... Podemos entrar o esperar:
el agente trajeado venía detrás de mí.
- Esperaremos. Cuantos más seamos, mejor
– contestó Lucas, que no tenía ganas de pasar más tiempo con Gerardo Antúnez,
pero sabía que lo necesitaban. Además, podría darle noticias de Susana.
Esperaba que fueran buenas.
El agente llegó al cabo de un minuto,
jadeando más que el inspector Amodeo, con el brazo izquierdo colgando al
costado. La mano estaba teñida de sangre.
- ¿Qué pasa? ¿Qué hacéis aquí?
- Le estábamos esperando....
- ¿Cómo está Susana? – se interesó
Lucas.
- ¿Qué le ha pasado? – preguntó Susana.
- Ha recibido un golpe muy fuerte, pero
está bien. Está consciente, dolorida, pero mueve las piernas y los brazos,
aunque la espalda le duele muchísimo. He llamado a las ambulancias....
Lucas asintió.
- Me alegro. Vamos dentro....
- ¿Está ahí? – preguntó Gerardo Antúnez
Faemino, pero nadie le respondió así que entró detrás de todos, con la pistola
en la mano sana.
Los cuatro se extendieron por el patio,
apuntando en todas las esquinas y hacia arriba, hacia la galería del piso
superior. Lucas mandó callar a todos con un gesto de la mano, poniendo el dedo
índice cruzando los labios, y se detuvo. Los demás le imitaron. Aguzaron el
oído.
Se escuchaban unos ruidos leves, ruidos
húmedos, ruidos de salpicaduras, ruidos de masticación. No eran ruidos buenos ni
bonitos.
Había que prestar mucha atención para
escucharlos, pero una vez que los oías era evidente que venían del piso de
arriba. Lucas señaló hacia arriba y después a las escaleras. Empezó a andar
hacia allí, pero el inspector Amodeo le sujetó poniéndole la mano en el pecho.
- Es una estupidez que subamos todos.
Quédate aquí con los demás, por si trata de huir por abajo – le susurró.
- ¿Y si va a por usted ahí arriba?
El inspector Amodeo se encogió de
hombros.
- Tengo tres balas todavía para él –
susurró, sonriendo. – Trataré de apuntar al corazón.
- Inspector, no.... – trató de
detenerle, pero el policía se acercó a las escaleras y consiguió subirlas sin
hacer ruido. Lucas temía por él, pero no había querido pararle por eso: no
estaba de acuerdo en matar al monstruo.
Patricia, Gerardo y él se colocaron en
el centro del patio, mirando hacia arriba. No podían ver al inspector en la
galería del piso superior, así que supusieron que estaba pegado a las paredes,
avanzando con cuidado.
Escucharon de repente gruñir al monstruo
y los tres se volvieron en la dirección en la que venía el sonido. Después un
rugido, tres disparos de bala y otro rugido más colérico.
- ¡¡Amodeo!!
Pero el inspector Amodeo no apareció:
fue el hombre-lobo el que se asomó a la galería superior, con el ceño fruncido
y enseñando los colmillos. Levantó sobre su cabeza un bulto y lo lanzó al
patio, haciendo que los tres se desperdigaran, cada uno en una esquina. El
monstruo había lanzado el cuerpo de la mujer raptada, al que le faltaban los brazos
y la cabeza. Sonó como un fardo de paja húmedo al chocar contra el suelo. Lucas
se sintió asqueado y Patricia sollozó, con una mano en la boca, entre
horrorizada y disgustada. Gerardo Antúnez le disparó cuatro veces seguidas,
sin acertar, y el monstruo saltó por la barandilla, directo a por él.
Le mordió el antebrazo izquierdo, ya
herido, y lo retorció. Gerardo Antúnez chilló de dolor, con un grito que
retorcía las entrañas a quien lo escuchase. Puso el cañón de la pistola en la
cabeza de la bestia y apretó el gatillo, pero no disparó. Se había quedado sin
balas de plata.
Patricia se rehízo y le disparó al lobo
en la espalda,
con
los cartuchos de sal. Los granos se introdujeron en la carne de la bestia, que
tiró del brazo, sorprendida y dolorida a partes iguales. El antebrazo de
Gerardo Antúnez se tronchó sin dificultad, a unos centímetros del codo. El
agente chilló aún más fuerte.
- ¡Mierda! – Lucas corrió hacia él y le
quitó con rapidez la corbata torcida del cuello, usándola para hacer un
torniquete y que el agente no se desangrase allí mismo.
El lobo salió corriendo de la Casa de
las Conchas y Patricia fue detrás, agarrada a la escopeta. Amodeo bajó entonces
del piso de arriba y Lucas no pudo alegrarse más al verle.
- Rediós.... – dijo Amodeo, pasándose la
mano por la mejilla barbada.
- Inspector, por favor, llame a las
ambulancias.... Si no vienen rápido con una transfusión....
El inspector no dijo nada, sólo sacó el
móvil del bolsillo y llamó con prisa al 112, alejándose unos pasos del agente
herido. Lucas le tomaba el pulso, cada vez más débil, y le pasaba la mano por
la cara, que estaba fría y gris. Gerardo Antúnez Faemino estaba inconsciente.
- Llegan en un momento: me acaban de
decir que estaban en las Catedrales, haciéndose cargo de Susana....
- ¿Y Patricia? – preguntó entonces
Lucas, una vez que la ayuda para el agente herido ya estaba en camino. Se
levantó y miró alrededor, pero era evidente que Patricia no estaba en el patio.
- Cuando yo he bajado no estaba aquí....
Lucas fue hacia la puerta y cuando
estuvo ante ella escuchó que lo llamaban desde fuera. Salió con el corazón en
la boca y volvió hacia la plaza de la fuente-estanque. Allí estaba Patricia, al
lado de la moto, señalando más adelante, hacia la Plaza Mayor. Lucas fue a su
encuentro y se abrazó a ella, un poco más calmado.
Por un momento muy angustioso creyó que
la había perdido.
- ¿Qué hacías aquí tú sola?
- Salí detrás del monstruo. Ha salido
corriendo a la Plaza Mayor. Creo que ya no le interesamos demasiado y quiere
hacer daño....
- Tenemos que ir a por él – se volvió a
Amodeo que llegaba en ese momento. – La ambulancia ya llega y el lobo se ha ido
en la otra dirección, a la Plaza Mayor.
- Joder, estará llena de gente.... – se
alteró el inspector.
- Me da igual que no quepamos o que vaya
más lenta, pero esta vez vamos los tres en la moto – dijo Lucas, con un tono de
voz que impedía cualquier oposición.
Patricia condujo, con los hombres detrás
de ella. La moto pudo con ellos, aunque los amortiguadores se apretaron más y
el chasis fue más cerca del suelo.
Cuando salieron rodando hacia la Plaza
Mayor, detrás de ellos la ambulancia llegaba a la plaza. El anciano atónito,
que había estado presente en todo momento, indicó a los sanitarios dónde estaba
el herido.
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