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(Arenisca)
Los cinco se pusieron tensos, mirando
alrededor. Había muchas zonas en sombra y muchos lugares para esconderse,
incluso para una bestia de las proporciones del hombre-lobo que habían visto.
Todos se dieron cuenta de que se habían
convertido de cazadores en presas.
- ¿Sabes dónde? – preguntó Susana Ayuso.
Lucas negó, alternando miradas entre la
pantalla y los alrededores.
- Lleváis aquí un rato y no ha aparecido
– comentó Gerardo Antúnez Faemino, con el arma entre las manos y mirando en
torno al grupo. – Luego hemos llegado nosotros y tampoco se ha dignado a
aparecer. ¿Por qué? ¿Por qué no ha aprovechado a atacar cuando estábamos despistados?
- Se ha vuelto cauteloso – dijo Lucas,
levantando la vista de la pantalla. – Imagino que es un hombre-lobo joven, que
éste es su primer ciclo de transformación. Las noches pasadas estaba
descubriendo su nueva condición, matando a placer, viendo que no tenía
enemigos. Hoy se ha encontrado con cinco....
- Además es su última noche.... – apuntó
Susana Ayuso. Lucas la miró y asintió, sonriendo ligeramente: por algo le caía
bien aquella agente.
- Eso es. Imagino que quería despedirse
a lo grande y se lo hemos estropeado....
- Por eso ahora se lo toma con calma –
terció el inspector, que también sabía del comportamiento de los criminales,
aunque los suyos fuesen un poco más terrenales. – Sabe que podemos herirle y
quiere acabar con nosotros.
- Porque quiere seguir disfrutando de su
noche....
- ¡Venga ya! – saltó Gerardo Antúnez. –
¡Sólo es un corpóreo! ¡Un monstruo!
- Lo es – dijo Lucas, sin mirarle y con
mucha tranquilidad. – Pero no caigas en el error de creer que no piensa. La
monstruosidad no está reñida con la inteligencia.
- Allí – señaló el inspector Amodeo,
hacia las Catedrales. – Esa vidriera está rota....
- ¿Y no estaba así antes? – preguntó
Susana Ayuso.
El inspector negó con la cabeza.
- Las Catedrales están en perfecto
estado, reformadas y rehabilitadas.
- ¿Cree que ha sido ahora? – preguntó
Patricia. – ¿Qué el lobo se ha metido dentro?
Santiago Amodeo se encogió de hombros.
- Podría ser. Y con eso debería valernos
– dijo Lucas, decidido y se dirigió a la moto de Víctor. De la otra alforja, la
derecha, sacó una escopeta de dos cañones recortados y un puñado de cartuchos,
de color rojo con un pedazo de cinta adhesiva de color amarillo, que los
rodeaba. Le tendió la escopeta a Patricia y ella se guardó los cartuchos en los
bolsillos del vaquero. – Vamos a entrar a comprobarlo.
Los dos agentes se pusieron en cabeza,
subiendo las pocas escaleras desde la zona ajardinada. Lucas se dirigió a sus
compañeros antes de seguirlos.
- ¿Está bien? ¿Puede seguir? – preguntó
al inspector.
- Claro, chaval. Duele, pero no es para
tanto....
La sonrisa confiada del policía se
contagió al detective. Después se volvió hacia su novia.
- Quiero que te quedes fuera.
- ¡¡¿Por qué?!! – se mosqueó Patricia.
Lucas nunca había sido machista y no le parecía bien que empezase justo ahora.
- Por dos razones muy importantes. Primera:
el hombre-lobo puede salir de la Catedral y escapar en no sabemos qué
dirección. Alguien debería estar aquí fuera para vigilar o para tratar de
detenerle si escapa.
Patricia aflojó su gesto molesto.
Aquella razón le había convencido. Pero no del todo: si era verdad que alguien
tenía que vigilar, podía hacerlo el inspector, que estaba herido.
- ¿Y la segunda? – preguntó, suspicaz,
arrugando la nariz.
- Éste es mi trabajo, no el tuyo – dijo
Lucas, con voz preocupada. – No sabes lo que agradezco que estés aquí, pero
déjame que trate de alejarte del peligro, siempre que pueda....
- ¿Eso no es algo que debería decidir
yo? – dijo Patricia, con dureza.
- Desde luego. Por eso no te lo he
ordenado, sólo te lo he pedido....
No era un truco. Era la verdad. Patricia
lo conocía de sobra y sabía que era así. Si ella le decía que quería entrar con
ellos, él no se opondría. Es más, no diría nada. Pero lo cierto era que
Patricia agradecía poder apartarse un poco de la acción, del peligro de la
cacería.
Aunque quedarse fuera no
le aseguraba librarse de eso.
- Está bien. Me quedo a vigilar.... –
aceptó.
Lucas asintió.
- Si le ves salir grítanos. ¡O mejor!
Toca el claxon de la moto: desde dentro lo oiremos bien. Los cartuchos de la
escopeta son de sal, nada de plata. Lo digo para que sepas que eso detendrá al
monstruo, pero también le enfurecerá. Le hará daño pero no le debilitará como
lo haría la plata....
- De acuerdo.
Lucas le dio un beso en los labios,
corto, pero ella le agarró del pecho del mono granate y le besó un poco más.
Después se separaron. Lucas se agachó al lado de la moto y de la alforja
derecha sacó un florete de esgrima, ligero y bañado en plata. Se lo colgó de
una presilla del mono y luego empezó a subir las escaleras al lado del
inspector.
- Es “las Catedrales”, no “la Catedral”
– dijo este último, con cierto tono de broma. – Se lo digo porque puede caer
frente a un salmantino menos tolerante que yo y meterse en un lío....
- Lo recordaré – rio Lucas.
Llegaron ante la puerta de Ramos, en la
que estaban esculpidos el astronauta y el dragón con un helado de tres bolas.
Allí les esperaban los dos agentes.
- Está cerrada, como era de esperar....
– dijo Susana.
- Con la iglesia hemos topado, ¿no es
eso? – dijo el inspector Amodeo, pasando delante. – No se preocupen, ya me las
arreglaré yo con el Obispado....
Apuntó con la pistola reglamentaria y
disparó tres veces al cerrojo de la puerta. Saltó por los aires, acompañado de
un buen trozo de madera. Después empujó una hoja de la puerta, mientras Gerardo
Antúnez hacía lo mismo con
la
del otro lado.
- ¿Le quedan balas de plata? – preguntó
Lucas, dejando pasar a los agentes primero. – Las va a necesitar ahí
dentro....
Amodeo sonrió, sopesando la pistola.
- Me quedan algunas....
Entraron con precaución en el templo,
que estaba a oscuras y en silencio. Era enorme, de gran altura. Algo de luz
entraba por los vanos de las ventanas, desde el exterior, pero la parte a ras
de suelo estaba muy oscura. Sus pasos sobre la piedra resonaban con eco por
toda la nave y les hacían estar en tensión. El miedo crecía a cada paso.
- Pues a lo mejor no ha sido buena idea
entrar aquí – bromeó Lucas, aunque su frase tenía cierta parte de razón.
- No te pongas nervioso. Mantén la
calma.
Los dos agentes iban por delante, a
bastante distancia. Se notaba su entrenamiento y su experiencia, porque caminaban
a la par y controlaban todo el vasto interior del edificio. Pero había muchos
lugares oscuros, lugares escondidos, que desde el suelo no se podían comprobar.
A Lucas le pareció que estaban haciendo
espeleología en una cueva consagrada a Dios.
Los agentes habían llegado al ábside de
las Catedrales y empezaron a dar la vuelta alrededor del altar. Lucas y el
inspector Amodeo seguían por detrás.
- ¡Oigan! ¡Esperen!
- Van a su rollo – dijo Lucas, con
cierto desdén. – Quieren apuntarse este tanto, atraparlo ellos.
- ¿No es más importante atraparlo que
ver quién lo atrapa? – se indignó el inspector y Lucas le dio la razón
asintiendo y con una mueca resignada en la cara.
Apretaron el paso, por la galería de la
izquierda, para alcanzarles, pero a medio camino, justo en el lugar donde se
podía ver la diferencia entre la Catedral Vieja y la Catedral Nueva, Lucas se
detuvo, como clavado en la piedra del suelo. El inspector Amodeo también se
paró, al ver a su amigo.
- ¿Qué pasa?
- Está ahí arriba.... – susurró.
El inspector Amodeo miró con precaución,
sin ver nada, a pesar de que el techo y las bóvedas de las Catedrales estaban
un poco iluminadas, virtud a la luz de las farolas del exterior que se colaba
por las ventanas en arco. Lucas a su lado negó con la cabeza.
- No se le ve. Pero yo sé que está ahí –
le dijo, en susurros, sin saber cómo explicarle al policía en aquel momento el
funcionamiento de su “anomalía”.
El policía volvió a mirar hacia arriba.
Y entonces lo vio.
Fue capaz de verlo porque el hombre-lobo
se movió, saltando de capitel en capitel, de una columna a otra, para pasar por
encima del muro trasero del altar y caer al otro lado. En el ábside.
- ¡¡Vamos!!
Los dos corrieron por la galería, para
llegar cuanto antes con los agentes, a los que no podían ver. Escucharon gritar
a Gerardo Antúnez un segundo antes de llegar a la curva y poder verles.
El hombre-lobo le había dado un zarpado
en el brazo izquierdo, destrozándole la chaqueta, la camisa y la piel, y el
agente estaba de rodillas en el suelo agarrándose el miembro herido. En el
momento en que llegaron a ver la escena Susana Ayuso disparaba al monstruo, muy
de cerca. Las balas dieron en el pecho de la bestia, que aulló de dolor y de
cólera: agarró a la agente por el cuello y la lanzó hacia adelante, haciendo que
golpeara contra las verjas que cerraban una de las capillas. La puerta de la
verja cedió y Susana Ayuso acabó cayendo dentro de la capilla, sobre los
barrotes de hierro.
Lucas y el inspector Amodeo dispararon
al monstruo, que les daba la espalda. Las balas de plata le abrieron muchas
heridas y la sangre saltó al aire, como impulsada por un ambientador.
El monstruo rugió de dolor, se olvidó de
Gerardo Antúnez y corrió hacia la otra galería, huyendo por ella. En lugar de
seguirle, el inspector Amodeo volvió atrás, por la galería por la que había
llegado con Lucas hasta la parte alta de la iglesia. Desde un lado al otro de
las Catedrales, de galería a galería con la nave central en medio, entre
columna y columna, disparó al monstruo, que corría a cuatro patas, recorriendo
la galería hacia la entrada de la fachada.
Lucas se acercó a Gerardo Antúnez, que
se había levantado y caminaba sujetándose el brazo herido hacia Susana Ayuso.
Le tomó el pulso agachándose sobre ella, con Lucas al lado.
- Está viva – dijo, aliviado. Después se
volvió a Lucas. – Ve a por ese cabrón. Ahora te alcanzo.
Lucas asintió y corrió por la galería
por la que había huido el monstruo. Éste ya había llegado a la puerta frontal y
salió por ella, reventándola desde dentro, con una doble patada.
- ¡¡Lucas!! ¡¡Vamos!!
El inspector Amodeo ya salía por la
puerta de Ramos,
por
la que habían entrado y Lucas cruzó la nave central para seguirle y salir por
el mismo sitio. En la plaza de Anaya les esperaba Patricia, montada en la moto,
con evidentes gestos de prisa.
- ¡¡Vamos!! ¡¡Se ha ido por allí!! –
dijo cuando les vio bajar las escaleras de la plaza hasta ella.
- En la moto no cabemos los tres – dijo
el inspector Amodeo, llevándose una mano al vientre herido. – Id los dos, yo
iré detrás.
- ¿Está seguro?
- Pues claro. ¿O acaso quieres que vaya
con tu novia y te dejemos atrás?
Lucas sonrió y se montó detrás de
Patricia que arrancó el vehículo, con un trueno.
- Salamanca no es tan grande, os
seguiré. Y si os pierdo os llamaré al móvil – dijo el inspector.
Lucas asintió mientras Patricia
aceleraba y salían los dos disparados sobre la moto. Dejaron atrás las
Catedrales y la plaza ajardinada y giraron hacia la derecha en dirección a la
Plaza Mayor.
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