miércoles, 10 de mayo de 2017

Desmembramientos a la luz de la Luna - Capítulo 22

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(Arenisca)



Los cinco se pusieron tensos, mirando alrededor. Había muchas zonas en sombra y muchos lugares para esconderse, incluso para una bestia de las proporciones del hombre-lobo que habían visto.
Todos se dieron cuenta de que se habían convertido de cazadores en presas.
- ¿Sabes dónde? – preguntó Susana Ayuso.
Lucas negó, alternando miradas entre la pantalla y los alrededores.
- Lleváis aquí un rato y no ha aparecido – comentó Gerardo Antúnez Faemino, con el arma entre las manos y mirando en torno al grupo. – Luego hemos llegado nosotros y tampoco se ha dignado a aparecer. ¿Por qué? ¿Por qué no ha aprovechado a atacar cuando estábamos despistados?
- Se ha vuelto cauteloso – dijo Lucas, levantando la vista de la pantalla. – Imagino que es un hombre-lobo joven, que éste es su primer ciclo de transformación. Las noches pasadas estaba descubriendo su nueva condición, matando a placer, viendo que no tenía enemigos. Hoy se ha encontrado con cinco....
- Además es su última noche.... – apuntó Susana Ayuso. Lucas la miró y asintió, sonriendo ligeramente: por algo le caía bien aquella agente.
- Eso es. Imagino que quería despedirse a lo grande y se lo hemos estropeado....
- Por eso ahora se lo toma con calma – terció el inspector, que también sabía del comportamiento de los criminales, aunque los suyos fuesen un poco más terrenales. – Sabe que podemos herirle y quiere acabar con nosotros.
- Porque quiere seguir disfrutando de su noche....
- ¡Venga ya! – saltó Gerardo Antúnez. – ¡Sólo es un corpóreo! ¡Un monstruo!
- Lo es – dijo Lucas, sin mirarle y con mucha tranquilidad. – Pero no caigas en el error de creer que no piensa. La monstruosidad no está reñida con la inteligencia.
- Allí – señaló el inspector Amodeo, hacia las Catedrales. – Esa vidriera está rota....
- ¿Y no estaba así antes? – preguntó Susana Ayuso.
El inspector negó con la cabeza.
- Las Catedrales están en perfecto estado, reformadas y rehabilitadas.
- ¿Cree que ha sido ahora? – preguntó Patricia. – ¿Qué el lobo se ha metido dentro?
Santiago Amodeo se encogió de hombros.
- Podría ser. Y con eso debería valernos – dijo Lucas, decidido y se dirigió a la moto de Víctor. De la otra alforja, la derecha, sacó una escopeta de dos cañones recortados y un puñado de cartuchos, de color rojo con un pedazo de cinta adhesiva de color amarillo, que los rodeaba. Le tendió la escopeta a Patricia y ella se guardó los cartuchos en los bolsillos del vaquero. – Vamos a entrar a comprobarlo.
Los dos agentes se pusieron en cabeza, subiendo las pocas escaleras desde la zona ajardinada. Lucas se dirigió a sus compañeros antes de seguirlos.
- ¿Está bien? ¿Puede seguir? – preguntó al inspector.
- Claro, chaval. Duele, pero no es para tanto....
La sonrisa confiada del policía se contagió al detective. Después se volvió hacia su novia.
- Quiero que te quedes fuera.
- ¡¡¿Por qué?!! – se mosqueó Patricia. Lucas nunca había sido machista y no le parecía bien que empezase justo ahora.
- Por dos razones muy importantes. Primera: el hombre-lobo puede salir de la Catedral y escapar en no sabemos qué dirección. Alguien debería estar aquí fuera para vigilar o para tratar de detenerle si escapa.
Patricia aflojó su gesto molesto. Aquella razón le había convencido. Pero no del todo: si era verdad que alguien tenía que vigilar, podía hacerlo el inspector, que estaba herido.
- ¿Y la segunda? – preguntó, suspicaz, arrugando la nariz.
- Éste es mi trabajo, no el tuyo – dijo Lucas, con voz preocupada. – No sabes lo que agradezco que estés aquí, pero déjame que trate de alejarte del peligro, siempre que pueda....
- ¿Eso no es algo que debería decidir yo? – dijo Patricia, con dureza.
- Desde luego. Por eso no te lo he ordenado, sólo te lo he pedido....
No era un truco. Era la verdad. Patricia lo conocía de sobra y sabía que era así. Si ella le decía que quería entrar con ellos, él no se opondría. Es más, no diría nada. Pero lo cierto era que Patricia agradecía poder apartarse un poco de la acción, del peligro de la cacería.
Aunque quedarse fuera no le aseguraba librarse de eso.
- Está bien. Me quedo a vigilar.... – aceptó.
Lucas asintió.
- Si le ves salir grítanos. ¡O mejor! Toca el claxon de la moto: desde dentro lo oiremos bien. Los cartuchos de la escopeta son de sal, nada de plata. Lo digo para que sepas que eso detendrá al monstruo, pero también le enfurecerá. Le hará daño pero no le debilitará como lo haría la plata....
- De acuerdo.
Lucas le dio un beso en los labios, corto, pero ella le agarró del pecho del mono granate y le besó un poco más. Después se separaron. Lucas se agachó al lado de la moto y de la alforja derecha sacó un florete de esgrima, ligero y bañado en plata. Se lo colgó de una presilla del mono y luego empezó a subir las escaleras al lado del inspector.
- Es “las Catedrales”, no “la Catedral” – dijo este último, con cierto tono de broma. – Se lo digo porque puede caer frente a un salmantino menos tolerante que yo y meterse en un lío....
- Lo recordaré – rio Lucas.
Llegaron ante la puerta de Ramos, en la que estaban esculpidos el astronauta y el dragón con un helado de tres bolas. Allí les esperaban los dos agentes.
- Está cerrada, como era de esperar.... – dijo Susana.
- Con la iglesia hemos topado, ¿no es eso? – dijo el inspector Amodeo, pasando delante. – No se preocupen, ya me las arreglaré yo con el Obispado....
Apuntó con la pistola reglamentaria y disparó tres veces al cerrojo de la puerta. Saltó por los aires, acompañado de un buen trozo de madera. Después empujó una hoja de la puerta, mientras Gerardo Antúnez hacía lo mismo con
la del otro lado.
- ¿Le quedan balas de plata? – preguntó Lucas, dejando pasar a los agentes primero. – Las va a necesitar ahí dentro....
Amodeo sonrió, sopesando la pistola.
- Me quedan algunas....
Entraron con precaución en el templo, que estaba a oscuras y en silencio. Era enorme, de gran altura. Algo de luz entraba por los vanos de las ventanas, desde el exterior, pero la parte a ras de suelo estaba muy oscura. Sus pasos sobre la piedra resonaban con eco por toda la nave y les hacían estar en tensión. El miedo crecía a cada paso.
- Pues a lo mejor no ha sido buena idea entrar aquí – bromeó Lucas, aunque su frase tenía cierta parte de razón.
- No te pongas nervioso. Mantén la calma.
Los dos agentes iban por delante, a bastante distancia. Se notaba su entrenamiento y su experiencia, porque caminaban a la par y controlaban todo el vasto interior del edificio. Pero había muchos lugares oscuros, lugares escondidos, que desde el suelo no se podían comprobar.
A Lucas le pareció que estaban haciendo espeleología en una cueva consagrada a Dios.
Los agentes habían llegado al ábside de las Catedrales y empezaron a dar la vuelta alrededor del altar. Lucas y el inspector Amodeo seguían por detrás.
- ¡Oigan! ¡Esperen!
- Van a su rollo – dijo Lucas, con cierto desdén. – Quieren apuntarse este tanto, atraparlo ellos.
- ¿No es más importante atraparlo que ver quién lo atrapa? – se indignó el inspector y Lucas le dio la razón asintiendo y con una mueca resignada en la cara.
Apretaron el paso, por la galería de la izquierda, para alcanzarles, pero a medio camino, justo en el lugar donde se podía ver la diferencia entre la Catedral Vieja y la Catedral Nueva, Lucas se detuvo, como clavado en la piedra del suelo. El inspector Amodeo también se paró, al ver a su amigo.
- ¿Qué pasa?
- Está ahí arriba.... – susurró.
El inspector Amodeo miró con precaución, sin ver nada, a pesar de que el techo y las bóvedas de las Catedrales estaban un poco iluminadas, virtud a la luz de las farolas del exterior que se colaba por las ventanas en arco. Lucas a su lado negó con la cabeza.
- No se le ve. Pero yo sé que está ahí – le dijo, en susurros, sin saber cómo explicarle al policía en aquel momento el funcionamiento de su “anomalía”.
El policía volvió a mirar hacia arriba. Y entonces lo vio.
Fue capaz de verlo porque el hombre-lobo se movió, saltando de capitel en capitel, de una columna a otra, para pasar por encima del muro trasero del altar y caer al otro lado. En el ábside.
- ¡¡Vamos!!
Los dos corrieron por la galería, para llegar cuanto antes con los agentes, a los que no podían ver. Escucharon gritar a Gerardo Antúnez un segundo antes de llegar a la curva y poder verles.
El hombre-lobo le había dado un zarpado en el brazo izquierdo, destrozándole la chaqueta, la camisa y la piel, y el agente estaba de rodillas en el suelo agarrándose el miembro herido. En el momento en que llegaron a ver la escena Susana Ayuso disparaba al monstruo, muy de cerca. Las balas dieron en el pecho de la bestia, que aulló de dolor y de cólera: agarró a la agente por el cuello y la lanzó hacia adelante, haciendo que golpeara contra las verjas que cerraban una de las capillas. La puerta de la verja cedió y Susana Ayuso acabó cayendo dentro de la capilla, sobre los barrotes de hierro.
Lucas y el inspector Amodeo dispararon al monstruo, que les daba la espalda. Las balas de plata le abrieron muchas heridas y la sangre saltó al aire, como impulsada por un ambientador.
El monstruo rugió de dolor, se olvidó de Gerardo Antúnez y corrió hacia la otra galería, huyendo por ella. En lugar de seguirle, el inspector Amodeo volvió atrás, por la galería por la que había llegado con Lucas hasta la parte alta de la iglesia. Desde un lado al otro de las Catedrales, de galería a galería con la nave central en medio, entre columna y columna, disparó al monstruo, que corría a cuatro patas, recorriendo la galería hacia la entrada de la fachada.
Lucas se acercó a Gerardo Antúnez, que se había levantado y caminaba sujetándose el brazo herido hacia Susana Ayuso. Le tomó el pulso agachándose sobre ella, con Lucas al lado.
- Está viva – dijo, aliviado. Después se volvió a Lucas. – Ve a por ese cabrón. Ahora te alcanzo.
Lucas asintió y corrió por la galería por la que había huido el monstruo. Éste ya había llegado a la puerta frontal y salió por ella, reventándola desde dentro, con una doble patada.
- ¡¡Lucas!! ¡¡Vamos!!
El inspector Amodeo ya salía por la puerta de Ramos,
por la que habían entrado y Lucas cruzó la nave central para seguirle y salir por el mismo sitio. En la plaza de Anaya les esperaba Patricia, montada en la moto, con evidentes gestos de prisa.
- ¡¡Vamos!! ¡¡Se ha ido por allí!! – dijo cuando les vio bajar las escaleras de la plaza hasta ella.
- En la moto no cabemos los tres – dijo el inspector Amodeo, llevándose una mano al vientre herido. – Id los dos, yo iré detrás.
- ¿Está seguro?
- Pues claro. ¿O acaso quieres que vaya con tu novia y te dejemos atrás?
Lucas sonrió y se montó detrás de Patricia que arrancó el vehículo, con un trueno.
- Salamanca no es tan grande, os seguiré. Y si os pierdo os llamaré al móvil – dijo el inspector.
Lucas asintió mientras Patricia aceleraba y salían los dos disparados sobre la moto. Dejaron atrás las Catedrales y la plaza ajardinada y giraron hacia la derecha en dirección a la Plaza Mayor.

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