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Justo sacó su móvil y una tarjeta del bolsillo interior de la gabardina.
Marcó el número de la tarjeta en el móvil y se llevó el aparato a la oreja.
- ¿Inspector Figuereo? Buenas noches, soy Justo Díaz, de la Jefatura
Central de Homicidios.... Sí, disculpe las horas, pero.... ya, ya, pero aún así
es tarde.... – se excusaba Justo. – Verá, le llamaba porque la agente Velasco y
yo hemos estado elaborando el informe, y hemos llegado a la conclusión de que
una transcripción completa de las palabras del asesino justo antes de cometer
el crimen sería adecuada – guardó silencio unos instantes. – Sí, eso es, aunque
resulte prácticamente incomprensible, pero eso también explicará la
situación.... Muy bien, me alegro.... ¿En el móvil? Mejor será que le dé el
número de la agente Velasco: su móvil es mucho mejor que el mío y podremos
recibirlo y verlo mejor. Muchas gracias, inspector. Ha sido de mucha ayuda.
Justo le dio el teléfono de su compañera, colgó y se volvió hacia atrás
en el asiento, mirando a Marta.
- El inspector Figuereo le mandará en breve un mensaje con el audio del
vídeo que vimos en su despacho. Me ha dicho que han aislado el sonido y que se
escucha con bastante nitidez, aunque no se entienda lo que decía el mendigo –
explicó. Marta asintió, a punto de quejarse porque su compañero le hubiese dado
su teléfono a otra persona, pero luego pensó que en realidad no era tan malo
que el inspector Figuereo tuviese su número de teléfono.... – Así podrá
escuchar lo que dijo el poseído antes de atacarle – explicó Justo, mirando al
padre Beltrán.
- ¿Los demás poseídos han hablado antes de atacar? – preguntó el
sacerdote, con su voz cavernosa. – ¿Todos han dicho lo mismo?
- No sabemos si todos han hablado – intercedió Marta, al notar el tono
de ambos hombres al hablarse. – Lo que sabemos es que en Toledo se grabó el
mensaje que recitó el poseído antes de atacar a su segunda víctima y a mí me ha
sonado muy parecido a lo que ha dicho el poseído de esta noche – explicó Marta.
– Admitiendo que no conozco la lengua en que ha hablado.
- Yo tampoco la he reconocido – reconoció el padre Beltrán, sereno y
frío – aunque he podido reconocer una palabra.
- ¿Esa tal “anaziak”? – inquirió Justo.
- No. Es Anäziak – corrigió
el padre Beltrán, tajante pero sin soberbia. – Es una tierra de la que es mejor
no oír hablar: esperaba no tener que saber nada de sus habitantes, pero me temo
que es a ellos a quienes nos enfrentamos....
- ¿De qué habla? – preguntó Justo, de malos modos.
- De algo que
poca gente sabe, y es mejor así – fue la desconcertante respuesta. – Se lo
explicaré, pero no es una historia para contar de noche. Mañana, a la luz del
Sol, les explicaré de qué va toda esta historia. Al menos les contaré la parte
que conozco....
Justo miró de
reojo a Marta y levantó una ceja, desconfiado. Marta se cuidó de opinar.
Su móvil pitó
en ese momento. La chica lo consultó y vio que había recibido un mensaje de un
número desconocido.
- Creo que ya
tenemos el archivo de audio del inspector Figuereo – comentó en voz alta,
mientras abría el mensaje y reproducía el archivo. La voz tortuosa de Ezequiel
“el Sucio” sonó dentro del todoterreno, sobrecogiéndoles.
- Prest, smrtnik tuzan. Atea Anäziak ireki.
Vatra i sjena biti zatim majstori tvoj pocetak od novi vrijeme. Du bederatzi
konkistatzeko ondoren zure munduko i zure arima. Ondoren, erre
– sonó la voz del mendigo,
inquietando a los ocupantes del coche. Todos prestaron atención, sin entender
nada. Salvo, quizá, el padre Beltrán. Una vez que acabó Marta volvió a
reproducirlo.
- ¿Ha
entendido algo? – preguntó Justo.
El padre
Beltrán asintió levemente, pero no añadió nada más. Justo se limitó a resoplar,
volviéndose a mirar hacia adelante.
Llegaron al
poco tiempo a San Esteban de Gormaz. Sole preguntó a una pareja de ancianos por
alguna pensión u hostal y éstos les indicaron la dirección. La soldado condujo
hasta allí y los cuatro reservaron dos habitaciones dobles (Justo no puso muy
buena cara cuando comprendió que tendría que compartir habitación con el
extraño sacerdote).
- ¿Confías en
ese tipo? – preguntó Sole, al entrar en la habitación desde el pasillo. La
mujer venía del baño comunitario, de darse una ducha, envuelta solamente en una
toalla. Ya en la habitación, la soldado se quitó la toalla y la dejó caer,
paseándose sin pudor por la estancia, totalmente desnuda. Marta no pudo menos
que asombrarse ante la musculatura y aún así la belleza de la soldado.
- ¿En quién? –
preguntó, despistada.
- En ese raro,
el cura.... – explicó Sole, poniéndose las bragas y una camiseta amplia para
dormir, que sacó de un pequeño petate. – Parece que sabe lo que se dice, pero a
mí me parece un chalado.... No sé si hacemos bien en fiarnos de él....
- Ese tipo me
salvó la vida – repuso Marta, firme. – No me hizo ningún daño. Incluso se
preocupó de que estuviese bien.
- Puede que no
sea malvado, pero es muy raro.... – opinó Sole. – Yo, por mi parte, no voy a
separarme de mi rifle.
- Por cierto –
se acordó Marta, – la pistola que me has
dado antes....
- Es tuya –
replicó la otra mujer, que ya se había metido en la cama. – Visto cómo van las
cosas, no te vendrá mal quedártela....
Marta no supo
qué responder.
- Oye.... Por
cierto, siento lo de tu compañero.... – dijo al fin, con cierta timidez. Sole
estuvo un rato en silencio, con cara seria, mientras comprobaba el rifle y lo
dejaba en el suelo al lado de la cama.
- Sí, bueno
gracias – dijo al final, sin mirar a Marta. – Esteban sabía que eso le podía
pasar....
Marta se quedó
un tanto perpleja por la frialdad de la soldado, al menos eso quería aparentar.
La técnico de la ACPEX estaba segura de que sólo era una fachada.
Por su parte,
Sole apagó la luz individual que había sobre su cama, se dio la vuelta, dando
la espalda a su compañera de habitación y se quedó dormida al poco rato sin
decir nada más.
Marta la
imitó, pero estuvo con los ojos abiertos hasta bien entrada la madrugada.
* * * * * *
Al día
siguiente, los tres agentes de la ACPEX se encontraron en la puerta del hostal,
dispuestos a buscar alguna cafetería para desayunar.
- ¿Y el padre
Beltrán? – preguntó Marta.
- No tengo ni
idea – dijo Justo, echando a andar. Sole le siguió, mientras daba largas
chupadas al primer cigarrillo del día. Marta fue detrás de ellos, echando
miradas hacia atrás, esperando ver aparecer al sacerdote por la puerta del
hostal. – Cuando me he levantado de la cama ya no estaba en la habitación. Su
cama ni siquiera estaba deshecha: dudo mucho que haya dormido algo....
Sole se giró y
miró a Marta, que iba detrás de ella. Las cejas alzadas de la soldado remitían
a la breve conversación que las dos habían tenido antes de dormir. Marta la
ignoró.
Los tres
desayunaron comentando los siguientes movimientos. Sole decidió seguir con
ellos, aunque informaría al general de la muerte de Esteban y de las demás novedades.
Marta seguía en sus trece de encontrar al padre Beltrán, así que al final
decidieron que Justo y Sole volverían a El Burgo de Osma a recoger el coche del
agente, mientras Marta se quedaba en San Esteban de Gormaz, buscando al
sacerdote de negro. Cuando los dos coches volviesen a recogerla se irían a
Palencia (lugar donde, según su teoría, el ideograma de los poseídos situaba el
siguiente evento), tanto si había encontrado al hombre de negro como si no.
La soldado y
el veterano agente viajaron en silencio: el viaje, que la noche anterior les
había parecido largo y desapacible, a la luz del día les pareció rápido y
vacío. Inofensivo, incluso.
Rodaron hasta
las instalaciones de la ITV, donde el viejo R-11 seguía aparcado. Sole detuvo
el todoterreno al lado del coche, para que Justo pudiese cogerlo nada más
bajar.
- ¿Qué va a
pasar ahora? – preguntó la mujer.
Justo se giró
para mirarla, ya en el suelo, con las llaves de su coche en la mano, dispuesto
a abrir la puerta.
- No la
entiendo....
- Con el caso.
¿Ese tipo raro es el que va a llevar la voz cantante?
- Ni de lejos
– repuso Justo. – El caso sigue siendo mío y de la agente Velasco. Incluso
usted tiene más autoridad que ese bicho raro....
- Es lo que
quería que quedara claro – dijo la soldado, con una media sonrisa. Sin embargo,
antes de añadir lo siguiente, la sonrisa de Sole despareció. – Aunque lo que sí
es verdad es que ese tipo parece que sabe de lo que habla.... Yo ni siquiera
había oído la palabra Anäziak hasta que no escuché el mensaje varias
veces en la habitación con Marta.
Justo estuvo a
punto de reconocer que a él también le había costado escucharla, pero se
contuvo. Eso sólo daría más credibilidad a aquel fantoche.
- Puede que
ese tal padre Beltrán esté tan loco como los pobres poseídos que perseguimos –
repuso Justo, meditando sus palabras. – Lo que está claro es que seguimos
siendo agentes de la ACPEX, y que debemos tener los ojos bien abiertos para
vigilar a ese tipo.
- Por mí no se
preocupe – dijo Sole, que había oído de labios de Justo lo que quería oír. – Lo
único que tengo claro es que esa clase de actividades forman parte de mi
trabajo como miembro de campo.
Justo sonrió a
su compañera mientras subía en el coche y Sole le imitó, mientras esperaba a
que saliese el primero a la carretera, para seguirle con el todoterreno.
* * * * * *
Marta recorrió
entero San Esteban de Gormaz (un pueblo que hasta entonces no conocía pero que
le estaba pareciendo bastante chulo) sin encontrar ni rastro del padre Beltrán.
Al final, cuando ya estaba a punto de darse por vencida (y de reconocerse que
el extraño personaje en quien había confiado había resultado ser un fraude), lo
vio delante de la ermita de Nuestra Señora del Rivero, contemplándola desde fuera,
frente a las escaleras de piedra que llevaban hasta la fachada y la galería
porticada.
Marta se
acercó a él, con cautela. No quería molestarle, si estaba meditando o rezando
delante de la iglesia. El sacerdote de negro estaba inmóvil, con los brazos a
ambos lados del cuerpo, colgantes. Parecía conmovido, deslumbrado, hipnotizado
por algo que él podía ver y los demás no. Marta esperó a su lado, un poco por
detrás de él.
- Hasta el
verano pasado pensé que nunca más podría entrar a una iglesia – fueron las
desconcertantes palabras del anciano sacerdote, que asombraron a Marta. –
Llevaba muchos años sin entrar en ninguna, por miedo.
- ¿Miedo? –
dijo Marta, sin entender nada. Era la primera vez que escuchaba a un cura decir
que tenía miedo de entrar en una iglesia.
- Estoy
maldito, y pensaba que entrar en un lugar sagrado podría matarme. Pero el
verano pasado descubrí que no había peligro.
- Dios le
perdonó sus faltas, ¿no? – comentó Marta, con tono ligero, queriendo
congraciarse con el anciano y calmarle.
El padre
Beltrán se volvió a mirarla, desde detrás de sus gafas de sol. Estaba muy serio
y tenía un aspecto terrible, como el de un dios caído que mantuviese todo su
odio y todo su poder.
- Dios no me
ha perdonado nada – replicó, con su voz de cuervo, no más tenso de lo normal. –
Tiene que entender que no estoy aquí para molestarle, ni a sus compañeros.
Puede que lo que les cuente suene raro, y que yo parezca loco, pero todo es
verdad. Estoy en la misma lucha que ustedes, sólo que voy unos pasos por
delante de ustedes – miró un instante a la chica, fijamente, con un rictus
severo en la boca. – Dios no me ha perdonado, lo que ocurre es que hay cosas
mucho más temibles y poderosas que él en este multiverso.... Cosas a las que
tenemos que enfrentarnos....
Volvió a mirar
la ermita, con recogimiento y, después de santiguarse, se dio la vuelta, con
paso lento, dejando que Marta lo alcanzase.
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