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El poseído se acercó a ella con deliberada lentitud, que seguía encogida
en el suelo, de cuclillas, abrazándose las rodillas y con la cara escondida
entre ellas, lanzando asustadas miradas a su agresor, que seguía acercándose.
Cuando el poseído estaba apenas a dos metros de ella, Marta notó que
alguien pasaba por su lado, a toda velocidad. La mujer sólo fue capaz de ver la
figura con el rabillo del ojo. Era una sombra, con aspecto de cuervo oscuro y
enorme. Pasó corriendo a su lado y después saltó hacia adelante, con una
especie de alas gigantes aleteando a su alrededor y por detrás de ella. La
sombra pasó al lado del poseído, llamando su atención e hiriéndole. Un brillo
plateado destelló en el encuentro.
El poseído se giró hacia la sombra, gruñendo. Un corte en su brazo
goteaba sangre hacia el suelo. Las dos figuras (a cuál más oscura) se miraron
detenidamente.
- Prest,
smrtnik tuzan. Atea Anäziak ireki. Vatra i sjena
biti zatim majstori tvoj pocetak od novi vrijeme. Du bederatzi konkistatzeko
ondoren zure munduko i zure arima. Ondoren, erre – murmuró el poseído, sin perder de vista a la otra sombra.
Después cargó contra ella.
La sombra que
parecía un cuervo enorme (y que Marta pudo identificar como un anciano vestido
con un largo abrigo de paño oscuro) giró sobre sí misma, pasando al lado del
poseído, que falló en su ataque. El hombre anciano llevaba una cuchilla plateada
en la mano, que usó para herir en el vientre al poseído, cuando giró y paso por
su lado.
El poseído se
detuvo, aullando de dolor, llevándose las manos a la barriga: lo que no habían
conseguido las balas del rifle de Esteban lo había logrado una pequeña cuchilla
plateada.
El hombre de
negro se puso en pie y se colocó a la espalda del ser poseído, levantando la
cuchilla con el brazo completamente estirado y deteniéndose allí un momento.
Marta escuchó una voz cascada que emitía unas palabras imposibles de
identificar y después el hombre de negro descargó el cuchillo sobre la espalda
del poseído, con un golpe seco y contundente. El poseído saltó hacia un lado,
rodando por el suelo, gruñendo como un animal, escapando del ataque mortal. Se
levantó de un salto, miró al hombre de negro y rugió, rabioso y vencido.
Entonces saltó hacia la pared, trepando por ella agarrado a un viejo canalón:
cuando llegó a unos siete metros de altura se lanzó al suelo. El hombre de
negro dio tres pasos hacia atrás, sin inmutarse, para alejarse del poseído, que
cayó de cabeza en los adoquines del suelo, matándose en el acto. De su cabeza
abierta empezó a manar sangre.
La bengala se apagó en ese momento y, para sorpresa de Marta, la
cuchilla en manos del hombre de negro seguía brillando en la oscuridad con un
leve tono plateado.
- ¿Está usted bien? – preguntó la sombra, con voz de cuervo. Marta
reconoció la voz de un hombre anciano.
- Sí.... – respondió, algo desorientada.
La sombra inclinó la cabeza y se dio la vuelta, para salir por el otro
extremo de la calle.
- ¡Espere! – dijo Marta, dando un paso hacia su salvador. El hombre de
negro se dio la vuelta, y en la oscuridad pareció el doble de amenazador. La
cuchilla seguía brillando, bella y mortífera. – ¿Quién es usted? Sólo quiero
darle las gracias por salvarme la vida....
El hombre de negro se quedó un instante mirándola, sin moverse. Marta no
pudo verle los ojos, aunque no supo si fue por la oscuridad o por algo más.
- No soy nadie.... – respondió el hombre. – Váyase de aquí.
- ¡¡Marta!! – se escuchó una voz desde detrás. La chica se giró a tiempo
de ver a Justo aparecer doblando la esquina, precedido por la luz de la
linterna que llevaba en la mano. Detrás venía Sole, empuñando el rifle,
vigilando cada rincón y cada sombra. – ¡Gracias a Dios! ¿Está bien?
Marta sonrió y asintió, con la luz de la linterna de Justo en el pecho.
El hombre no pudo evitar respirar tranquilo y posar una mano en el hombro de la
chica. Sole llegó hasta ellos y lo primero que vio fue el cuerpo muerto de Esteban,
que reposaba en un charco de su propia sangre. Después vio la espalda del
hombre de negro que se alejaba y levantó el rifle.
- ¡¡Usted!! ¡¡Alto!! – dijo, apuntando al extraño. Justo levantó la
linterna y alumbró al hombre de negro. – ¡¡Dese la vuelta muy despacio y vuelva
aquí!!
La sombra se detuvo, estuvo un instante inmóvil y después se giró,
lentamente. La cuchilla volvió a brillar en su mano.
- ¡¡Suelte eso o abriré fuego!!
- ¡¡No!! – dijo Marta, colocándose delante del rifle. – No es el
poseído. No sé quién es, pero me ha salvado la vida....
Marta señaló el cuerpo del poseído que descansaba boca abajo en el
suelo. Sole se acercó a él, acompañada por Justo. Mientras el hombre registraba
el cadáver la mujer no dejó de apuntar al hombre de negro. Justo dio la vuelta
al hombre muerto y alumbró la cara, dejando ver la gran herida de la frente y
una leve tonalidad negra en el resto de la cara (que ya empezaba a
desaparecer). Tenía los ojos rojos y dorados.
- Es verdad: éste era el poseído – dijo Justo, poniéndose en pie y
alumbrando al hombre de negro. Marta se colocó al lado de su compañero, sin
quitar la vista de su enigmático salvador.
Era un hombre anciano, alto, de largo pelo blanco, que le caía en una
melena salvaje por los hombros y la parte alta de la espalda. Iba vestido de
negro por completo, con abrigo largo de paño y un sombrero de ala ancha y
redonda, todo del mismo color. Debajo del abrigo abierto se podía ver una larga
sotana de sacerdote: el alzacuello era el único detalle que resaltaba en su
indumentaria negra. A pesar de ser de noche llevaba puestas unas gafas de sol,
redondas y pequeñas.
- ¿Quién es usted? ¡¡Responda!! – exigió Sole.
- No soy nadie.... – repitió el hombre, con su voz cascada, de cuervo.
Después observó detenidamente a los tres humanos, sin dejar ver nerviosismo o
preocupación, sin soltar la cuchilla. Su
mirada se detuvo en el pecho de Sole, donde llevaba bordada la insignia de la
agencia en el uniforme. – ¿Son ustedes agentes de la ACPEX?
- Sí – contestó Justo, después de intercambiar una mirada sorprendida
entre sus dos compañeras. – ¿Cómo lo sabe usted?
- Lo sé – contestó el otro, sencillo, con su voz cascada, de grajo. –
Denle recuerdos al general Muriel Maíllo.... – dijo a modo de despedida, y se
dio la vuelta para irse.
- ¡¡Quieto ahí!! – dijo Sole, haciendo que el rifle emitiera unos
espeluznantes chasquidos metálicos. – Usted no se mueve de aquí hasta que nos
haya explicado unas cuantas cosas....
- Este poseído no ha sido el primero ni será el último – dijo el desconocido,
con voz cascada, todavía de espaldas. – Tengo que darme prisa en descubrir
dónde será la próxima posesión para atajar la crisis. Me temo que esto es mucho
más serio de lo que ustedes creen. La agencia aquí no puede hacer gran cosa....
- ¡Nosotros sabemos dónde será la próxima posesión! – soltó Marta. –
Podemos ayudarnos mutuamente....
El hombre de negro se giró despacio y la miró valorativamente, desde
detrás de sus gafas de sol. A Marta le volvieron a recordar las gafas típicas
de John Lennon.
- ¿Me está diciendo de verdad que la agencia ha descubierto el patrón
de las posesiones y sabe dónde aparecerá el próximo poseído? – su voz cascada
sonó aún más cascada. – ¿Cómo lo han hecho?
- Comparamos el símbolo que dejan los poseídos en todos los asesinatos
con el mapa de España, con las ciudades en las que ya habían ocurrido
posesiones. El símbolo nos mostró los siguientes lugares en los que ocurrirán
los eventos – explicó Marta, desenvuelta. El hombre la miraba con crudeza.
El hombre de negro miró entonces al hombre mayor que acompañaba a la
chica y entornó los ojos. Parecía que lo había reconocido.
- ¿Usted no es ese agente tan famoso de la ACPEX? – preguntó, con la voz
en un susurro. – ¿Justo Díez noséqué?
- Justo Díaz Prieto – contestó el aludido. Después entrecerró los ojos
al mirar al hombre de negro. – Claro.... ¿Usted es ese santón tan famoso, cuya
leyenda aparece y desaparece cada poco tiempo? ¿Cómo se llamaba?
- Soy el padre Beltrán – respondió el hombre de negro, sin ninguna
entonación. – Es un honor conocerle al fin....
Aquella frase respetuosa descolocó por completo a los tres agentes de la
ACPEX. Sole, incluso, bajó el rifle y lo apuntó al suelo, aunque no lo soltó.
- Gracias.... – musitó Justo, sorprendido.
- A pesar de sus buenas intenciones, no necesito su ayuda – explicó el
anciano sacerdote, con su voz áspera de cuervo. – Nunca he trabajado con la
agencia, ni tengo intención de hacerlo. Puedo descubrir sin demasiada dificultad
cuál será el siguiente lugar en la lista de las nueve posesiones y descubrir
qué demonios está pasando para
intentar acabar con esta crisis. Solamente tengo que descifrar lo que ese maldito
demonio ha dicho antes de atacarme....
Les dedicó un cabeceo y después se giró, alejándose tranquilamente por
la calle oscura. Sole volvió a levantar el rifle, aunque con evidentes
intenciones de no disparar. Miró con el rabillo del ojo a Justo: hasta allí
llegaba su experiencia en los casos de la agencia. Lo de negociar y buscar
información era cosa de los investigadores de campo....
- Disculpe, padre Beltrán – tomó la iniciativa Justo: se había acabado
el tiempo de los soldados y tocaba actuar a los buenos agentes. El anciano de
negro se giró a medias para mirarlo. – Entiendo su postura de trabajar solo y
al margen de la agencia, aunque no la comparto. Sin embargo, déjeme que intente
convencerle: tenemos los medios para disponer del discurso que todos los
poseídos entonan antes de atacar a sus víctimas humanas. Quizá usted sepa cómo
descifrarlo. Uniéndonos podremos trabajar mejor y acabar con este misterio....
El padre Beltrán aún dudó un instante (y los tres agentes que lo
contemplaban no sabían que estaba recordando el verano anterior y la cuadrilla
de chicos a la que se unió para enfrentarse a su enemigo mortal, el trece, la primera vez que había trabajado en grupo en
lugar de hacerlo él solo) y después habló con su voz de grajo.
- ¿De verdad tienen acceso a ese salmo diabólico?
Justo asintió, sincero.
- Podemos conseguirlo ahora mismo, si hay problemas quizá mañana.... –
respondió el agente. – ¿Puede usted traducirlo?
El padre Beltrán habría sonreído si hubiese estado acostumbrado a
hacerlo.
- Claro que puedo. Y además puedo explicarles qué carajo está pasando
aquí, para que puedan hacerse cargo....
Justo y él se miraron intensamente. Marta descubrió un amago de
rivalidad entre aquellos dos hombres.
- Entonces, si estamos todos en el mismo barco, larguémonos de aquí –
intervino Sole, quizá contenta de poder volver a tener la iniciativa. Se acercó
a Esteban y cogió la pistola automática que llevaba en la pistolera de la
cadera. Sin dedicarle ningún miramiento más se levantó y se alejó de su
compañero muerto, tendiéndole la pistola a Marta. Como la chica dudó entre
coger la pistola o no, la soldado suspiró fuertemente y se la colocó en la
cinturilla del pantalón, en la espalda. – La policía pronto llegará aquí y será mejor que la situación se explique sola, sin estar nosotros de
por medio....
La soldado salió de la calle por la intersección con la calle Seminario
y marchando hacia la plaza San Pedro, donde tenían aparcado el todoterreno. Los
dos agentes la siguieron decididos y el extraño sacerdote fue el último, con
paso ligero pero no apresurado.
Montaron los cuatro en el todoterreno y Sole los sacó de allí,
mientras escuchaban las sirenas de la policía detrás de ellos, en el centro del
pueblo.
- ¿A dónde vamos? – preguntó la mujer, manejando el coche.
- Sal a la carretera nacional – le indicó Justo, en el asiento del
copiloto. – Hay un pueblo aquí cerca, San Esteban de Gormaz: a lo mejor allí
podemos encontrar dónde pasar la noche. Mañana saldremos hacia Palencia, donde
sucederá el siguiente evento.
Durante un rato, mientras Sole salía del pueblo y cogía la carretera
nacional, ninguno habló dentro del coche. Después, Justo se volvió en su
asiento para mirar al hombre de negro, que iba sentado en el asiento trasero,
detrás de la conductora.
- Bueno, ¿qué es lo que sabe sobre todo esto? – preguntó. Marta se
extrañó al descubrir un ligero tono soberbio e irónico en la voz de su
compañero: nunca antes se lo había escuchado.
El padre Beltrán pensó un instante la respuesta.
- Me temo que más que ustedes.... – empezó diciendo, lo que consiguió
que el rostro de Justo se pusiera más serio. – Esos demonios solamente quieren
matar. Solamente están preparando el terreno para algo peor....
- ¿Como qué? – preguntó Marta. Estaba preocupada, sin perder de vista al
nuevo recluta ni dejar de escuchar una sola de sus palabras. Eso a Justo no le
gustó, y cuando descubrió a Sole mirando por el retrovisor interior al
sacerdote, con ojos interesados, se incomodó aún más.
- No lo sé.... – respondió con voz de cuervo el sacerdote. – Pero sólo
puedo imaginar cosas horrendas.... Lo que sí sé es que esos demonios proceden
de Anäziak.
- ¿De dónde?
- Es demasiado pronto para explicárselo.... y está demasiado oscuro....
El padre Beltrán se volvió a mirar el paisaje por la ventanilla, que
pasaba veloz a su lado. Los tres agentes de la ACPEX le miraron, con
sentimientos tan variopintos como la admiración, el asombro, los celos, el
miedo y el desprecio.
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