-
5 -
- Ponte un
poquito más a la derecha – dijo él, mirando por el objetivo. La imagen reducida
de ella compuso una mueca de fastidio, resoplando, pero se movió, divertida.
Volvió a posar y a sonreír. – ¡Ahí! Justo ahí.... ¡Estás estupenda!
El chico
apretó el disparador y la pesada cámara capturó la imagen, mostrándola en el
visor.
- Genial.
Sales guapísima.... – dijo él, con voz de enamorado, mirando la foto. Ella
trotó hasta él para verla. Él movió la cámara para que ella pudiese ver
la foto bien, esperando el veredicto.
- Bueno....
Fíjate qué cara.... – dijo ella, con voz disgustada.
- ¡Pero qué
dices! ¡Estás guapísima! – dijo él, sorprendido. No se acostumbraba a que ella
se viese fea en las fotos. – Además, fíjate qué bien se ve el puente y el río
por detrás de ti....
Ella acabó
sonriendo, porque en realidad sí que le había gustado la foto.
- Eso sólo es
porque el fotógrafo es estupendo.... – dijo, sonriendo, acercándose a él.
- Es fácil,
cuando la modelo es tan guapa.... – contestó él, también juguetón, apartando la
cámara y besándola a ella.
Damián García
Toquero y Ángela Martín Martín llevaban un par de días en Toledo, visitando la
magnífica ciudad. Habían estado antes en Guadalajara, Cuenca, Albacete y
Ciudad Real, y
por último visitaban
Toledo, antes de volver a Madrid.
- ¿Cómo estás?
¿Te sigue doliendo? – preguntó Damián García Toquero. – Si quieres volvemos al
hotel....
- No, no,
estoy bien.... – mintió Ángela Martín Martín, intentando poner buena cara.
Sabía que Damián quería seguir paseando y cruzar el puente de Alcántara
completo y visitar el castillo de San Servando, para volver luego a pasear por
las callejuelas de la ciudad, así que su dolor de cabeza no iba a
estropeárselo. En realidad no le dolía tanto como a primera hora de la mañana,
cuando pensaba que la cabeza le iba a estallar. Notaba una presión desde dentro
que la mataba. Incluso parecía que la ardía.
- ¿De verdad?
- Sí, de
verdad – contestó Ángela, sonriendo sin problema. – Ya casi no me duele. Puedo
seguir. Será el Sol, nada más....
Damián la
miró, no muy convencido, mientras ella sacaba del bolso la botella de agua y
bebía un buen trago. Había leído no sabía dónde que la mayoría de las veces que
dolía la cabeza se debía a una leve deshidratación, así que con beber agua se
pasaba el malestar. Quizá fuese eso lo que le pasaba a ella.
Como Damián
quería seguir paseando hizo como que se creía del todo que Ángela estaba bien,
sonrió, le pasó el brazo por los hombros y siguió caminando por el puente de
Alcántara.
Llevaban
juntos casi cinco años, viviendo en el mismo piso tres y prometidos desde hacía seis
meses. La boda iba a ser la próxima primavera y los dos estaban encantados
con la idea. Damián no podía imaginar
otra chica con la que estar y Ángela había encontrado en Damián todas las cosas
que siempre había deseado que fuera o tuviera el chico que podía ser su marido.
Como todas las parejas discutían y tenían sus enfados, pero también era verdad
(lo decía todo el mundo) que eran más felices estando juntos que por separado,
y que todos los problemas y dificultades que se encontraban (incluyendo las
discusiones) los superaban gracias a que trabajaban muy bien en equipo.
Al llegar al
final del puente vieron a un mendigo apoyado en uno de los costados del arco,
con una pequeña cajita de madera en el suelo frente a él. Damián se separó de
Ángela y se acercó al hombre, sacando veinte céntimos del bolsillo y
dejándoselos en la caja. Ángela sonrió con cariño al verlo y sacó el móvil del
bolso, para fotografiarle.
- ¿Qué haces?
– dijo, él, riendo, al verla. – Toma la cámara si quieres hacerme una foto....
- No, quiero
una en el móvil, para poder ponerla de fondo de pantalla.... – rogó ella,
poniendo la voz con la que conseguía que él hiciese cualquier cosa que ella le
pedía. Notó que el dolor de cabeza despertaba de nuevo, empujando ligeramente
desde dentro del cráneo. Hizo una mueca, pero logró que Damián no lo notase
bajando la cabeza y mirando hacia el móvil.
- Bueno, vale,
házmela aquí.... – dijo él, separándose del mendigo que los miraba a ambos con
cara seria. Damián se acercó al lado del arco, para que Ángela pudiese sacarle
a él con una vista de Toledo y del río al fondo.
Ángela buscó
la aplicación de la cámara de su teléfono y apuntó hacia su novio.
- Muy bien. A
ver, sonríe.... – dijo, alegre. En la pantalla del móvil Damián posó para la
foto y sonrió, con una cara divertida. Ángela también sonrió, ignorando su
dolor de cabeza.
Entonces,
entrando dentro del alcance del objetivo de la cámara, en el mismo instante que
Ángela hacía la foto, el mendigo que estaba sentado al lado del arco del puente
se lanzó sobre Damián, agarrándole por el pecho de la camiseta. Ángela dio un
grito, asustada, sin dejar de mirar la pantalla del móvil, que recogía toda la
escena.
Asustada, no
pudo evitar pulsar una y otra vez el botón del disparador que aparecía en la
pantalla, capturando la pelea fragmento a fragmento. No supo reaccionar de otra
forma, y golpeaba la pantalla de su móvil de forma tan compulsiva que acabó
poniendo en marcha la cámara de vídeo, registrando la pelea en movimiento.
Damián se
sorprendió mucho ante el ataque sorpresa, sin poder reaccionar al principio.
Cuando aquel hombre de piel oscura y olor nauseabundo le tuvo agarrado por la
pechera de la camiseta, el joven reaccionó, sujetándole por las muñecas y
manteniéndole alejado. Notó la piel del mendigo muy caliente, como si tuviera
fiebre.
Los dos
forcejearon, zarandeándose el uno al otro, al lado del murete que había en la
orilla del río. Damián estaba muy nervioso, sin saber qué hacía o qué pasaba.
Era demencial. El mendigo sólo jadeaba y farfullaba sonidos sin sentido. Ángela
seguía sosteniendo el móvil, llorando, sin poder reaccionar. El dolor de su
cabeza parecía haberse pasado.
Al fin,
después de un violento empujón del mendigo, Damián soltó las muñecas de su atacante,
por la inercia. El mendigo entonces aprovechó para tirar de él y golpearle
contra el pretil de piedra. Damián recibió el golpe en la espalda y se quedó
sin respiración durante un segundo. Ángela chilló, aterrada. Pero seguía
sujetando el móvil delante de ella.
El mendigo
agarró por el cuello a Damián, que se revolvió como pudo, sin respiración y
dolorido. Pero poco pudo hacer contra la fuerza sobrehumana de aquel hombre,
que le golpeó la cabeza contra la piedra del muro que protegía a los viandantes
de caer al río. La sangre salpicó pronto la piedra.
Ángela soltó
el móvil, gritando y llorando, asustadísima e histérica. El mendigo se volvió
a ella y la miró, con los ojos rojos y de iris dorados fijos en ella.
- Prest,
smrtnik tuzan. Atea Anäziak ireki. Vatra i sjena
biti zatim majstori tvoj pocetak od novi vrijeme. Du bederatzi konkistatzeko
ondoren zure munduko i zure arima. Ondoren, erre – murmuró, con voz malévola y arrastrada.
De dos
zancadas llegó hasta la chica, agarrándola de la cara, con manos como garfios.
Clavó los pulgares en los ojos de la chica y apretó, con fuerza, venciendo la
resistencia que ofrecieron los globos oculares.
Ángela gritó
de dolor y de pánico, antes de perder el conocimiento para siempre.
* * * * * *
Marta apuró el
cigarrillo y lo lanzó al suelo, pisándolo con cierto nerviosismo. Había dejado
de fumar hacía meses, pero había tenido que volver a empezar, dadas las
actuales
circunstancias.
Le habían
asignado el caso (en realidad a ella no, pero iba a trabajar en la calle, con
un investigador de la agencia), y aunque era lo que ella quería, tamaña
responsabilidad le abrumaba un poco. Además, estaba delante del depósito de
cadáveres, esperando a Justo para entrar, y lo de ver muertos en mesas de acero
inoxidable no le ayudaba a tranquilizarse.
Cuando ya
pensaba en sacar otro cigarrillo del paquete y encenderlo, un viejo R-11 llegó
al aparcamiento desde la avenida. Dio una vuelta y aparcó en batería al lado de
otros tres coches que había allí. El resto del aparcamiento estaba vacío: Marta
miró la hora en su reloj de pulsera y comprendió que a las tres de la tarde la
mayoría de la gente estaría comiendo.
Del R-11 se
bajó un hombre, con soltura. Marta no conocía a Justo Díaz Prieto, pero era una
especie de leyenda en la agencia: era uno de los agentes más veteranos, con
mayor número de misiones exitosas en su historial, al que el general y la
jefatura acudían cuando se enfrentaban a un caso complejo.
Marta se había
imaginado a otro tipo de hombre, muy diferente del que bajó del viejo Renault
(también se había imaginado otro tipo de coche): ella esperaba a un hombre
maduro, de cabello abundante y gris, quizá blanco en las sienes. Bien parecido,
atlético y en forma, vestido de forma elegante aunque cómoda. Incluso le
imaginaba bronceado, aunque no podía explicarse por qué.
El hombre que
bajó del R-11 (el verdadero Justo Díaz
Prieto, se dijo Marta) era un agente de unos sesenta años, delgado, de
rostro estirado y arrugado, con restos de barba blanquecina. Era alto, sí, pero
ni mucho menos fornido o atlético. Vestía como un oficinista mediocre, con un
traje barato y arrugado, cubierto todo por una gabardina color beige, a pesar del calor del verano.
Sobre la cabeza llevaba un pequeño sombrero de color gris oscuro.
La desilusión
de Marta se esfumó cuando aquel hombre (su compañero y su superior) se plantó
delante de ella y le miró a los ojos: unos ojos azules muy claros, astutos,
avispados e inteligentes. Los nervios de colegiala el primer día de clase
volvieron a inundarla.
- Imagino que
es usted Marta Velasco Iglesias, ¿no es así? – dijo el agente, tendiéndola la
mano. – El general me dijo que me esperaría usted aquí. Yo soy Justo Díaz
Prieto.
- Encantada –
dijo ella, estrechándole la mano de forma distraída. El apretón no fue todo lo
firme y seguro que a Justo le hubiese gustado, pero disimuló su mueca de
desilusión.
- ¿Entramos? –
preguntó, indicándole a Marta que iniciara ella la marcha.
- Sí, sí,
claro.... – Marta entró delante, seguida de cerca por Justo. – Viene usted de
Ávila, ¿no es así? ¿Qué ha encontrado en el lugar del primer evento, agente
Díaz? – preguntó, volviéndose a medias para mirarle.
- Llámeme
simplemente Justo.... – contestó él con una sonrisa agradable. Sin embargo,
Marta no podía dejar de pensar en él como un profesor de instituto que no iba a
dejar pasarle ni una. – Había dos muertos, dos mujeres jóvenes. Todo indicaba
que una de ellas había matado a la otra antes de suicidarse tirándose por la
ventana.
- ¿Algún resto de indicio paranormal? – preguntó Marta, sintiéndose extrañamente serena a pesar de estar hablando de gente muerta.
- A primera
vista ninguno – contestó Justo – pero un equipo de campo estuvo allí conmigo
tomando muestras y lecturas. Tendremos los resultados hoy mismo.
Los dos
llegaron a una garita en la que un conserje los miró llegar.
- Buenas tardes.
¿Son los agentes de la Jefatura Central de Homicidios? – preguntó, solícito.
- Somos
nosotros – contestó Justo, sonriente, mientras mostraba su acreditación falsa.
– El agente Díaz y la agente Velasco.
Marta sacó su
acreditación (recién hecha aquella mañana en las dependencias de la ACPEX) y se
la mostró al conserje, sintiéndose extrañamente orgullosa al oírse llamar
“agente”, aunque sabía que en realidad seguía siendo solamente una técnico.
- Llamaron a
media mañana de la Jefatura para avisarnos de que vendrían.... – comentó el
conserje, comprobando los nombres de los dos en una lista que tenía sobre una
tablilla en la mesa. – Pueden pasar. ¿Saben dónde tienen que ir?
- Sí, no es la
primera vez que venimos – dijo Justo, sin dejar de sonreír. Marta imaginó que
Justo iba allí a menudo, aunque verdaderamente ella era la primera vez que iba.
– Podemos ir solos.
- Muy bien.
Buenos días – se despidió el conserje.
Justo sonrió
aún más y le dedicó un cabeceo, empujando suavemente a Marta para que marchara
por el pasillo.
- ¿Así de
fácil? – preguntó, asombrada.
- Así de
fácil. La Jefatura Central de Homicidios es un departamento de la Policía Nacional que
no existe realmente, pero la ACPEX se encarga de que aparezca de vez en cuando
en los medios o en informes reales de casos verídicos de la policía o la
Guardia Civil. De esta forma mucha gente ha oído hablar de ella o le suena
vagamente. Así es fácil presentarse como agente de la Jefatura ante la policía
o ante otra gente....
- Ya veo....
- Bueno, ¿y
qué es lo que vamos a ver aquí? – preguntó Justo.
- Son los
cadáveres de siete personas. Todos hombres, miembros de la empresa NeviComp.
Murieron asesinados en la sala de reuniones de una de sus sedes aquí en Madrid
– explicó Marta. Se sabía el informe de
pe a pa: no quería cagarla. –
Estaban en el lugar donde registramos el segundo evento, ayer por la tarde.
Justo asintió.
- ¿En la
agencia creen que tiene que ver con lo que ha pasado en Ávila?
- No lo
sabemos, pero los dos eventos se registraron similares y con apenas tres horas
de diferencia.
Llegaron a la
sala de autopsias y Justo llamó al cristal que había en la puerta, a la altura
de la cabeza. Un forense que había dentro, en bata, les indicó que pasasen.
- Buenas
tardes, soy el agente Díaz, de la Jefatura Central de Homicidios. Ésta es la
agente Velasco. Veníamos por los siete cadáveres de la tarde de ayer....
El forense
miró la acreditación que le mostraba Justo y asintió, profesional.
- Sí, llevo
toda la mañana con ellos. Hacía tiempo que no teníamos algo así por aquí....
- ¿A qué se
refiere? – preguntó Justo, acompañando al forense. Marta se quedó un poco
atrás, aturdida por la situación y por el olor de la sala. Había seis cuerpos
destapados en sus mesas de acero inoxidable, a los que intentaba no mirar
directamente.
- Bueno....
para empezar siete cadáveres son muchos cadáveres, no sé si me entiende.... –
explicó el forense, que era un hombre joven, con cara redonda de niño y gafas
de montura estrecha. – Además, han sido asesinados de una forma muy bestia....
- Entonces ha
sido un asesinato.... – indagó Justo.
- Pues claro.
¿Qué pensaba que había sido, una muerte espontánea en grupo? Aquel de allí se
cargó a todos los demás antes de saltar por la ventana....
- ¿Sí, eh? –
murmuró Justo, volviéndose a mirar a Marta. La chica asintió. – ¿Está
completamente seguro?
- Es lo que me
dicen las pruebas – dijo el chico, acercándose a la mesa de acero en la que
descansaba el cuerpo que había señalado antes. Levantó un plástico negro que lo
cubría y dejó ver el cadáver, aunque Marta apartó la vista inmediatamente: sólo
llegó a ver una masa de carne roja y aplastada. – Mire cómo quedó éste. Lo
encontraron en la acera, ¡¡CHOF!!,
reventado como un tomate. La ventana de la sala de reuniones estaba rota, así
que imagino que fue él mismo el que se tiró, porque todos los demás asistentes
a la reunión estaban muertos en la sala.
- Ya veo.... –
dijo Justo, que había mirado el cuerpo y escuchado la explicación del forense
con toda tranquilidad. – ¿Cómo murieron los demás?
- Hay dos con
el cuello rajado con un cristal, uno de ellos con quemaduras en la cara además.
Los demás murieron por traumatismos en la cabeza. Se las golpearon como si
fuesen cocos y quisiesen abrirlos, ¡CLOC, CLOC! – el forense hizo un ruido desagradable con la lengua, mientras
movía las manos como si sostuviera un coco entre ellas. – Al parecer había
sangre en la mesa de juntas y en las paredes. Todo era de madera, así que el
asesino tuvo que darles bien fuerte para partirles el cráneo contra las superficies
de madera lisa de las paredes, por ejemplo.
Justo se puso
unos guantes de látex y se acercó a uno de los cuerpos, que tenía la mitad de
la cabeza aplastada. Se agachó para verle de cerca, sin inmutarse. Marta apenas
podía contener las arcadas, así que mucho menos se acercó a ninguno de los
cadáveres que estaban destapados. No entendía cómo Justo podía aguantar allí
con toda tranquilidad.
- ¿Y usted
cree que aquel hombre pudo hacer algo así? – preguntó Justo, señalando la masa
de carne y sangre cubierta por el plástico que les había enseñado hacía un
momento.
- No era un
tío fuerte, eso seguro. Era un ricachón fofo
– explicó el forense con poca delicadeza. – Pero en momentos de locura un
asesino puede sacar fuerzas suplementarias donde normalmente no las hay. Siempre
pueden comprobar las grabaciones que se hacían en la sala de reuniones con los
micrófonos de las mesas, según me han dicho los policías – dijo el forense y
Justo lo apuntó al vuelo en su pequeño bloc de notas. – Lo que está claro es
que nadie quedaba con vida en la sala para tirarle por la ventana, así que sigo
creyendo que él hizo todo esto y luego se lanzó al vacío. A lo mejor se
arrepintió.
A Justo le
resultó familiar aquella frase.
Justo y Marta
se miraron y la chica creyó que el veterano agente entendió que se encontraba
mal, porque le dedicó un asentimiento.
- Muy bien.
Creo que tenemos suficiente y nos vamos. Muchas gracias por atendernos.... – le
dijo al forense.
- ¿No quieren
ver las fotos que hizo la policía? – les dijo, acercándose a una mesa donde
había instrumental recién fregado. Cogió una carpeta de tapas marrones y se la
tendió a Justo. – Dieron mucha importancia a una fotografía de la pared....
Justo abrió la
carpeta y empezó a ojear las fotografías. Marta las miró a su lado, intentando
aguantar las arcadas al ver las fotos de los cadáveres de la sala. Entonces su
compañero se detuvo en una foto de la pared de madera de la sala, en la que
había dibujado un extraño símbolo.
- ¿Es esto? –
dijo Justo enseñando la foto al forense, que asintió al verla.
- Eso no era de
la sala de reuniones – explicó el forense. – Estaba dibujado con sangre, la
policía supone que con la de los propios cadáveres.
- Y no saben
lo que significa....
El forense
negó con la cabeza.
- Muchas
gracias. Ahora sí que nos vamos – dijo Justo, dedicándole un cabeceo al forense
y dirigiendo a Marta hacia la salida. – ¿Se encuentra bien?
Marta asintió,
cuando ya estaban fuera.
- Nunca había
estado en una sala de autopsias, ni había visto un cadáver....
- Y menos unos
tan sangrientos como éstos, ¿no? – preguntó Justo, sin intención de molestar.
Aún así, Marta asintió, conteniendo una arcada. – Bueno,
podemos asegurar que los dos eventos tienen
relación....
- Sí – Marta
logró contenerse, gracias a tener que pensar en otras cosas. – Los dos casos
parecen haber ocurrido de la misma forma: asesinatos en el edificio y suicidio
del presunto asesino lanzándose por la ventana....
- Además de
esto – dijo Justo, enseñando la foto del símbolo pintado con rotulador en la
pared del apartamento de Ávila en el que había estado la tarde anterior. – El
mismo símbolo en la pared en los dos escenarios.
- Es el mismo
– dijo Marta observando la fotografía. Salvo por el material utilizado para
dibujarlo, los dos dibujos eran idénticos. Parecían dibujados por la misma
mano, lo que era imposible. – ¿Sabe qué significa?
- No, pero ya
tenemos otra cosa que preguntar en la agencia – dijo Justo, cogiendo el móvil
de manos de Marta, con intención de llamar a la ACPEX. Pero en ese momento el
teléfono empezó a sonar. Justo lo cogió y se lo llevó a la oreja. – ¿Sí? –
preguntó. Miró a Marta y le dijo en voz baja – Es el general.... – después
volvió a ponerse el teléfono en la oreja y escuchó. Su cara se puso muy seria,
e incluso pareció oscurecerse. Marta compuso una mueca de consternación: eran
malas noticias. – Muy bien, señor. Sí señor, estoy aquí con ella. Ahora la
informo. Gracias, señor. Adiós, señor.
Justo se quitó
el móvil de la oreja y colgó, con gesto muy serio. Marta lo miró, preocupada.
- ¿Qué ha
pasado?
- Han
registrado otro evento parecido en Toledo, esta misma mañana – dijo Justo,
serio. – Ha habido tres muertos. Tenemos que ir ahora mismo.
Marta asintió,
profesional.
Pero no se sentía así interiormente.
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