sábado, 12 de abril de 2014

Anäziak (9) - Capítulo 4



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Justo Díaz Prieto bajó de su viejo coche, un R-11 inmaculado, limpio y muy bien cuidado. Pasó por debajo de la cinta amarilla, sujetándose el sombrero para que no se lo tirara, y enseñó su acreditación al policía que había en el portal. Era un chico joven, que apenas dedicó un vistazo a la tarjeta que le mostró. El resultado fue que le dejó pasar sin más vacilaciones.
Justo subió las escaleras, con paso tranquilo, hasta el tercer piso. La policía había desconectado el ascensor para que ningún vecino pudiese salir del bloque. Había policías en cada descansillo de las escaleras, vigilando con el mismo propósito.
Justo llegó hasta el tercer piso y vio que la puerta del A estaba abierta y varios policías pululaban por allí. Se dirigió hacia ella y volvió a sacar la cartera, abriéndola para mostrar su acreditación de nuevo.
- No puede pasar, señor – le dijo un policía que había en la puerta, bastante fornido y de mirada inteligente.
- Soy de la Jefatura Central de Homicidios – aseguró Justo Díaz Prieto, sin inmutarse: la falsa acreditación lo aseguraba así. – Me han enviado para hacer una valoración del suceso y ayudar a la policía local en lo posible....
El policía miró la acreditación con mirada incrédula (Justo estaba tranquilo: aunque fuese falsa estaba hecha por organismos oficiales) y lo dejó pasar al cabo de un instante. Justo le agradeció con un gesto de la cabeza.
El apartamento era un lío de hombres uniformados. Había también un par de personas (un hombre y una mujer) de la policía científica, tomando muestras y fotografiando las pruebas. Justo vio un cadáver en el suelo del salón, una mujer joven de pelo rizado, dispuesto alrededor de la cabeza como una corona. Tenía la cara amoratada y el cuello retorcido, con marcas rojas de dedos. Era evidente cómo había muerto.
Al fondo del salón había una ventana abierta, por la que se asomaba un policía. Justo se acercó allí, con paso tranquilo, con cuidado de no pisar el cadáver, ni las manchas de sangre ni otras posibles pruebas. Llegó hasta la ventana y sonrió ligeramente al agente que estaba allí. El hombre, de aspecto insignificante, se apartó para que el hombre mayor pudiese asomarse. Justo lo hizo y vio otro cadáver, en la calle, reventado en la acera. Había más cinta amarilla y agentes de la policía.
Estaba claro que aquello se salía de lo normal en la rutina habitual de la pequeña ciudad. La policía estaba volcada en ello.
Y, quizá, desconcertada.
- ¿Qué hace usted aquí? – preguntó una voz a su espalda.
Justo se giró, separándose de la ventana (el otro policía, el que antes estaba asomado, volvió a mirar hacia abajo: parecía que el horrible espectáculo le entretenía), mirando de frente al agente que le había hablado. Era un hombre de unos cuarenta y pocos años, bien parecido, vestido con traje y mirada seria y dura.
El agente de la ACPEX volvió a sacar su cartera y le mostró su acreditación falsa, acompañándola con una sonrisa conciliadora.
- Soy Justo Díaz, de la Jefatura Central de Homicidios. Me han enviado para hacer una valoración general y para echarles una mano, si lo necesitan....
- ¿La jefatura central de qué? – preguntó el policía (Justo pensó que era un subinspector), cogiendo la cartera y mirando la acreditación de cerca. – ¿De qué cojones me está hablando?
- Tenga mi tarjeta – dijo Justo, sin perder la calma, tendiéndole un rectángulo de cartulina. – El primer número es el mío personal. El segundo, el que aparece con la extensión, es el de la oficina. Puede preguntar por mi superior, don Alejandro Muriel Maíllo....
El policía de traje miró la tarjeta con ojos incrédulos, se la guardó en el bolsillo de la chaqueta y después volvió a mirar a Justo, con mirada poco amistosa.
- ¿Qué es lo que quiere? – preguntó, molesto.
- Le diré lo que no quiero: molestar. He venido a hacer mi informe, y a ayudar en la medida que lo necesiten o que pueda – sonrió, pero el subinspector no le devolvió la sonrisa. Dos o tres agentes de policía que había por allí le miraron también con desdén. – Si puede informarme de lo que ha ocurrido aquí....
El subinspector lo miró un instante más, sin hacer ningún gesto, para acabar suspirando y señalar a un agente que había allí cerca.
- Ramírez, venga aquí. Informe al señor.... – consultó la tarjeta que Justo le acababa de entregar –....Díaz del suceso. Pero que no moleste.
Justo reconoció al policía que estaba en la puerta del piso cuando él entró, el hombre fornido de mirada inteligente. El tal Ramírez se acercó y miró a Justo muy serio, pero le tendió la mano para que la estrechara. Justo lo hizo y recibió un apretón fuerte y firme.
Como a él le gustaba.
- Díaz, ¿no es así? – preguntó. Tenía el semblante serio, pero no parecía molesto ni cabreado. Simplemente aquella era su cara de serie, pensó Justo.
- Llámeme Justo, si no le importa.
- Muy bien – dijo el policía. Seguía serio, pero su voz era ligeramente amable. Justo no se había equivocado al ver inteligencia en sus ojos. – ¿Qué es lo que quiere saber?
Los dos hombres pasearon por la sala, acercándose al cadáver en el que todavía se atareaban los de la científica.
- Pues, por ejemplo, ¿quién era la víctima?
- Se llamaba Lorena Mazas Acebes. Ella no vivía aquí, la casa era de una amiga.
- ¿La otra víctima? – aventuró Justo. Había sacado un pequeño bloc y estaba tomando unas pocas notas.
- Sí – contestó Ramírez, mirando hacia la ventana. – Ella se llamaba María del Carmen noséqué. Ésta era su casa. La tal Lorena llamó a Urgencias pidiendo una ambulancia para una amiga suya que se encontraba mal. La llamada se realizó desde esta casa, así que suponemos que la enferma era la dueña del apartamento.
- ¿Saben qué ocurrió aquí?
Ramírez negó lentamente mientras miraba al suelo. Antes de hablar se volvió a Justo y lo miró a la cara.
- Hasta que los de la científica no recojan sus muestras y hagan su magia, no tendremos confirmación, aunque yo creo que la de la acera estranguló a su amiga y después se tiró por la ventana, quizá se arrepintió. A veces la gente hace barbaridades en un arranque de cólera y después se arrepiente, cuando les vuelve la cordura....
Justo asintió.
- ¿Hay testigos?
- Tres o cuatro peatones dicen haberla visto tirarse – dijo Ramírez, con voz nada convencida. – Para mí que ya la vieron en el suelo, pero la gente es muy morbosa. Hay una anciana que hasta asegura que gritó algo antes de lanzarse al vacío.
- ¿Qué dijo?
- La vieja no lo sabe – contestó Ramírez, despectivo. – No lo entendió: dice que hablaba en extranjero.
La sonrisa divertida de Ramírez se contagió a Justo, que anotó algo en el bloc y después levantó la vista hacia la pared.
- ¿Y eso? – dijo, señalando con el boli.
- Está pintado con rotulador: los de la científica lo han encontrado por el suelo. Hemos llamado a los de criptografía, a ver si reconocen el símbolo, pero no sabemos qué es.
Justo sacó el móvil del bolsillo de la gabardina (no le gustaban aquellos chismes, pero había acabado reconociéndose que eran bastante útiles a veces) y le hizo una foto al extraño símbolo que había dibujado con trazos fuertes sobre la pared pintada.
- Sólo espero que no se trate de la marca de un asesino en serie.... – comentó Ramírez. El tono de voz del policía fue lo que le puso la piel de gallina al agente de la ACPEX.



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