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- Disculpen mi
ignorancia, pero nunca había oído hablar de la Jefatura Central de Homicidios –
comentó el subinspector de policía que los acompañaba al depósito de cadáveres.
– Nunca había trabajado con ellos directamente....
Justo y Marta
se miraron y contuvieron una sonrisa.
- Somos una
división del cuerpo de la Policía Nacional – explicó Justo, con total
desfachatez. – Nos encargamos de elaborar perfiles psicológicos de los
asesinos, protocolos de actuación, historiales delictivos y de homicidios....
No somos una organización secreta, pero pasamos bastante desapercibidos.
- Ya veo,
ya.... – comentó el subinspector, precediéndoles dentro de la sala de
autopsias.
Justo y Marta
habían llegado a Segovia cerca de las doce de la noche, a bordo del R-11 del
primero (Marta nunca hubiese imaginado que aquella cafetera con ruedas pudiese aguantar tanto trote y tanto viaje por
las carreteras españolas). Habían cogido un par de habitaciones en una humilde
pensión y habían pasado allí la noche, cada uno acunado por sus propios
pensamientos. Marta no sabía si Justo había pasado una buena noche y había
dormido algo, pero ella por lo menos no había podido pegar ojo recordando el
vídeo del móvil que habían visto en Toledo.
El domingo por
la mañana habían desayunado un café rápido en una cafetería del centro y habían
visto el escenario de los asesinatos. Después se habían presentado en la
policía preguntando por el oficial al cargo del caso de las muertes del
acueducto.
Y allí estaban
ahora, después de que el subinspector Rosales les hubiese puesto al tanto.
Marta volvió a notar el olor de la sala de autopsias y se sintió mareada al
momento. Intentó seguir el consejo del inspector Figuereo de Toledo, pero fue
peor.
- Buenos días,
doctor – saludó el subinspector Rosales al médico-forense que estaba dentro de
la sala. Al forense se le veía molesto: los domingos los tenía libres y a causa de la
visita de aquellos forasteros estaba allí perdiendo el tiempo. – Estos son los
agentes que le he comentado antes por teléfono: pertenecen a una división de la
Policía Nacional, así que debemos ayudarles en todo lo que podamos....
- Ya veo.... –
comentó desdeñoso y lleno de sarcasmo el forense. Descruzó los brazos y se puso
unos guantes de látex. Justo lo imitó y lo siguió de cerca. – Los cadáveres son
de dos mujeres jóvenes, una de veintiocho y otra de veintinueve años. La más
joven murió de un traumatismo craneoencefálico, producido al caer desde una
gran altura. La otra murió a causa de numerosos golpes y patadas, que le
produjeron varios hematomas y hemorragias internas, además de un grave
traumatismo mandibular y otro craneoencefálico. La paliza la recibió de la
primera mujer.
Justo estaba
inclinado sobre el cuerpo de la más joven, que tenía la cabeza abierta sobre la
mesa de acero inoxidable. Marta solamente le dedicó un corto vistazo y ya se
sintió enferma.
- ¿Ésta golpeó
a su compañera hasta matarla? – preguntó el veterano agente de la ACPEX.
- Así es –
contestó el forense, señalando un montón de ropa ensangrentada metida dentro de
grandes bolsas de plástico para contener pruebas. – Tenía los playeros y el
bajo de los pantalones llenos de sangre de la víctima.
- Según la
declaración de algunos conocidos de las dos, eran buenas amigas – intervino el
subinspector Rosales. – Pero ya ven a qué extremos llega la amistad....
- ¿Ha
encontrado algo raro en este cuerpo? – preguntó Justo, señalando a la pálida
chica sobre la que estaba inclinado.
El forense le
miró durante un rato, con picardía y la ceja levantada. Justo le mantuvo la
mirada, sereno.
- Sí.... –
respondió el forense al cabo. – Cuando la trajeron tenía una extraña coloración
grisácea en la cara y el cuello, que fue desapareciendo paulatinamente....
- ¿Al lavar el
cadáver?
- No, no....
Fue al margen del lavado – contestó el forense. – Además, la esclerótica de
ambos ojos estaba completamente de color rojo. Y el iris era de un extraño
color dorado. Ambos rasgos extraños también están desapareciendo, como puede
comprobar.
Justo le abrió
el ojo a la chica muerta y Marta miró hacia otro lado, asqueada, lo que no
evitó que escuchase el chasquido húmedo que emitió el párpado al abrirse.
- Es
cierto....
- Ahora se ve
como una tonalidad rosada y el iris está de un amarillo apagado, pero he tomado
fotos, por supuesto – comentó el forense, entregándole un taco de polaroids a Justo.
Mientras las
miraba, el forense no quitó ojo del agente de la ACPEX, sonriendo con
superioridad, cruzándose de brazos otra vez.
- No es la
primera vez que ven algo así, ¿verdad? – preguntó, cínico.
- No,
desgraciadamente no.... – contestó Justo, sin levantar la vista de las fotografías.
Su voz había sonado agradable y sencilla, pero Marta detectó un leve tono de
orgullo: Justo quería dejar claro que en aquel caso ellos estaban muy por
encima de aquel doctorzucho
malhumorado y prepotente. Sólo por eso le cogió aún más simpatía al veterano
agente. – Hemos visto demasiada gente muerta este fin de semana. Puede que se
trate de un asesino en serie....
- Por cierto,
en cuanto al símbolo por el que me han preguntado antes – intervino el
subinspector Rosales, acercándose a una mesa de acero inoxidable, haciéndose
bastante evidente en su tono y en su actitud que estaba más por la labor de
ayudarles, – aquí tengo las fotos realizadas en el lugar del homicidio.
Sacó unas
fotos de la carpeta que había sobre la mesa y se las tendió a Marta. La chica
apartó las que mostraban a los cuerpos sobre el empedrado y las manchas de
sangre y se fijó en un par de ellas: el mismo dibujo que las otras veces,
dibujado con sangre sobre el adoquinado. A pesar de la superficie irregular, el
dibujo era exactamente igual que los anteriores, y tenía el mismo nivel de
detalle: Marta se fijó que cada rombo en realidad estaba formado por tres
figuras, todas concéntricas.
Marta miró a
Justo, que la estaba mirando muy concentrado y le tendió las fotografías,
asintiendo en silencio y con la cara seria. El hombre suspiró al cogerlas y las
ojeó.
- ¿Va a
realizar un análisis completo en busca de tóxicos? – preguntó Justo mientras
todavía miraba las fotografías.
- Por
supuesto. Pero lo haré mañana – respondió el forense, muy digno y molesto. –
Los resultados no estarán disponibles hasta el martes o el miércoles.
- Ya le
llamaremos para que nos cuente qué es lo que ha encontrado, si es que ha
encontrado algo....
- Algo
encontraré, delo por seguro – replicó el forense. – Si no, ¿cómo es capaz de
explicar la extraña coloración de los ojos y de la piel?
Justo lo miró
un momento y Marta creyó por un segundo que le iba a contestar la verdad. Pero,
por suerte, Justo era un gran profesional.
- Muchas
gracias por su ayuda, doctor. Estaremos en contacto.... – se despidió Justo,
quitándose los guantes de látex y arrojándolos en una papelera también de acero
inoxidable. No se molestó en estrecharle la mano al forense: mucho se temía que
no le iba a gustar lo que iba a recibir.
Cuando salían
por la puerta, Marta no pudo aguantar la pregunta que le había rondado por el
cerebro desde que el subinspector Rosales les había contado el caso en su
despacho de la comisaría.
- Doctor,
¿cómo es posible que la chica que atacó a la otra muriese de un golpe en la
cabeza por caer desde una gran altura en mitad de la plaza del Azoguejo? –
preguntó, sabiendo que el forense la respondería con una ordinariez.
Pero,
sorprendentemente, el forense la sonrió con cierta calidez de reptil, para
responder con retintín:
- ¿No se lo ha
contado el subinspector Rosales? La chica que mató a la otra a patadas, después
de dibujar el símbolo con la sangre de su amiga en el adoquinado, escaló por
los arcos del acueducto dejándose las uñas en la roca para tirarse de cabeza al
suelo de la plaza.
Marta contuvo
una exclamación de repugnancia y asombro, mientras el forense sonreía, sádico y
divertido.
* * * * * *
- Esto no
tiene ya ningún sentido – dijo Marta, con las manos en la frente y los codos
apoyados en la mesa, tirándose con fuerza de las cejas hacia arriba. – Si es
que en algún momento lo tuvo....
Estaban los
dos tomando una cerveza (Marta necesitaba desesperadamente una dosis de
alcohol y Justo la sorprendió proponiéndole tomar algo) en una terraza de la
plaza Mayor, a los pies de la catedral. Habían ido hasta allí evitando la plaza
del Azoguejo, el acueducto y la inevitable cinta amarilla policial.
- Empiezo a
pensar cada vez más seriamente que estaba usted en lo cierto desde el
principio, agente Velasco.... – murmuró Justo, antes de dar un breve sorbo a su
cerveza.
- A lo mejor
ya es hora de que me llame Marta – comentó la chica, quitándose las manos de la
cara y mirando a su compañero. – Es más cómodo.... y más lógico.
- Tiene usted
razón.... Marta – comentó el agente.
- Entiendo que
la mujer de Ávila se tirara por la ventana de su piso, que el hombre de
NeviComp saltara por el ventanal de la sala de reuniones e incluso que el
mendigo de Toledo se tirara al río, rompiéndose el cuello en la orilla....
¿pero que alguien trepe por una columna vertical hasta una altura suficiente
para lanzarse al vacío de cabeza y partirse el cuello? No me entra en la
cabeza.... – Marta también cogió su vaso y bebió, pero en su caso fue un gran
trago. – ¡¡Hay que estar loca para hacer una cosa así!!
- O
poseída.... – murmuró Justo, mirándola a los ojos. Marta le sostuvo la mirada
un instante y después volvió a beber de su cerveza. Otro gran trago.
- Antes esa
opción me parecía la más evidente y sencilla.... pero ahora me aterra.
- Y debe ser
así. Pediría que me cambiaran de compañera si la viese a usted loca de contenta
o eufórica por poder enfrentarse a un grupo de poseídos.... – comentó Justo, y
aunque sus palabras escondían cierto horror, se las arregló para que sonaran
ligeramente divertidas. Marta sonrió.
- ¿Ha tenido
algún caso con poseídos en su carrera? – preguntó, curiosa. Por primera vez se
dio cuenta de todo lo que podía aprender trabajando codo con codo con el famoso
Justo Díaz Prieto.
- Varios....
pero ninguno ha sido como éste, si es que al final resulta que nos estamos
enfrentando con poseídos – dijo Justo, y a Marta le pareció que su compañero ya
estaba convencido de que era así, y la explicación a tan curiosos asesinatos
eran una serie de fugaces posesiones. Pero Justo llevaba trabajando toda la
vida de una manera, y era basándose en las pruebas: al final de su carrera no
iba a cambiar. – La gente poseída se provocaba heridas, cortes, mordiscos....
cosas así. A veces hacían daño a sus seres cercanos, pero como consecuencia de
sus ataques descontrolados: una vez, una niña poseída le rompió el brazo a su
madre porque lanzó muebles por toda la habitación, usando su mente, como
consecuencia de un ataque. Pero aquí.... los asaltantes, si es que están
poseídos, buscan hacer daño. Buscan matar. Y de maneras sangrientas y
atroces....
Justo dio otro
sorbo a su cerveza y Marta le imitó, con otro trago. Pronto necesitaría una
nueva caña.
- Parece casi
como si quisiesen llamar la atención.... – comentó Marta.
- En todos los
casos de posesión, lo que busca el ente parásito es llamar la atención, y no
sólo la del huésped – explicó Justo, sin asomo de soberbia. – Eso es normal....
pero la publicidad de estas muertes es exagerada....
Los dos
estuvieron un buen rato en silencio.
- ¿Por qué
aceptó tener una compañera novata? – preguntó de repente Marta, con la mirada
perdida en un punto de la plaza. Justo la miró un instante en silencio, antes
de contestar.
- Bueno.... –
Justo pegó un sorbo a su cerveza, algo incómodo. – Nunca he tenido problemas a
la hora de trabajar con compañeros. Este trabajo es complicado, y tener a
alguien que te cubra las espaldas siempre es una tranquilidad.
- Ya, pero....
¿por qué una novata como yo? – preguntó Marta otra vez.
Justo la miró
y sonrió.
- Esto que voy
a contarla sólo lo saben el general y tres o cuatro directores de operaciones –
comentó, en una confesión. – Probablemente éste sea mi último caso.
Marta se quedó
sin palabras, asombrada. Justo la miró, divertido, sin dejar de sonreír.
- No he tenido
hijos, ni me he visto con ganas de tenerlos, pero cuando empecé a negociar con
la Dirección el momento de jubilarme, me sentí un poco.... solo.
Marta le
miraba muy seria, sabiendo que lo que estaba contándole su compañero era algo
importante, algo casi casi secreto.
- Todo lo que
había hecho durante mi carrera en la agencia había servido para el bien del
país.... pero no sentía que hubiese servido para nadie importante cercano a mí
– dijo Justo, hablando con serenidad pero emocionado: Marta podía notarlo. – La
gente habla de dejar algo a sus hijos, un legado, una forma de vivir o de
entender la vida.... Nunca lo había entendido hasta hace unos meses. Por eso,
cuando vi que tenía la oportunidad de trabajar con alguien nuevo, una novata
como usted dice.... quise aprovechar la oportunidad.
Dejó que el
tiempo pasara durante un momento, con las voces de la gente y las risas de los
niños de fondo. Marta seguía mirándolo, mientras que Justo tenía la mirada fija
en los cercos de humedad de los vasos en la mesa de la terraza.
- No me malinterprete:
no quería hacerme pasar por el agente experimentado que tiene algo que
enseñar.... pero sí que quería poder compartir una misión con alguien que
pudiese aprovechar y aprender algo de lo que yo hago, algo que a mí me ha
costado aprender durante años.
El hombre dio
otro sorbo a su cerveza y Marta apuró la suya, dejando el vaso en la mesa con
el interior cubierto de una capa delgada de espuma blanca.
- Intentaré
ayudarle – comentó Marta, sintiéndose casi obligada. – No puede fallar en su
última misión....
Justo sonrió,
con ternura, agradecido.
- Esto no va a
parar, ¿a que no? – preguntó Marta.
- No lo sé. Si
se trata de posesiones, lo normal es que el ente poseedor busque algo, que
quiera algo de nuestro mundo – explicó Justo. – Pero estas posesiones son muy
rápidas, sólo para matar. Parece que sirvan sólo para llamar la atención sobre
algo, como usted ha dicho antes....
- ¿Y sobre qué
van a querer llamar la atención? – preguntó Marta, no sólo para Justo. – No nos han dejado ninguna pista....
- Y si la han
dejado no la hemos sabido ver.... – comentó Justo, bebiendo de su cerveza. Marta
aprovechó para pedir otra a un camarero que pasaba.
- ¿Cree que la elección de las ciudades puede significar algo? – preguntó Marta, al cabo de un rato.
- Podría ser,
claro que sí – aceptó Justo. – Por lo pronto lo que sabemos es que todos los
eventos han ocurrido fuera de las nubes azules de influencia paranormal.
- Cuando el
general le llamó anoche para avisarle de los asesinatos ocurridos aquí, me
sorprendió cuando dijo que eran en Segovia – comentó Marta, recibiendo la nueva
cerveza del camarero. – Creí que, de haber más eventos relacionados, serían más
al sur.
- Explíqueme
eso – dijo Justo, frunciendo el ceño.
- A ver.... El
primer evento ocurrió en Ávila, el segundo en Madrid, el tercero en Toledo....
– dijo Marta, señalando las ciudades en el aire, en un mapa imaginario,
trazando una línea en zig-zag. – De
repente, un evento en Segovia es volver al norte, rompe con el patrón.
Justo la había
escuchado atentamente, y después de que ella terminara se quedó pensando,
reflexionando.
- Quizá – dijo
al cabo de un rato – el patrón no se ha roto: simplemente es así.
- Pues vaya
patrón más raro – dijo Marta, con soltura, dando un trago de su cerveza. –
Parece la contraseña de puntos de un Smartphone....
Marta se quedó
callada de repente. Justo la miró, esperanzado, creyendo que la mujer había
llegado a la misma conclusión que él.
- ¡Espere un
momento! – dijo Marta, ilusionada. Justo sólo pudo sonreír. – ¡El símbolo! ¿Es
posible que el símbolo que aparece dibujado en todos los asesinatos sea el
patrón donde van a ocurrir todos los eventos?
- Suena
descabellado, pero puede ser. ¿Por qué no? – comentó Justo.
- ¡Espere!
¡Déjeme su móvil! – dijo Marta, eufórica. Justo lo sacó del bolsillo y se lo
dio, sonriente. La mujer lo cogió y empezó a trastear con él al instante. –
Creo que sé cómo podemos comprobarlo.
Buscó la
fotografía del símbolo que Justo había sacado en Ávila mientras buscaba un
contacto en la agenda de su propio móvil y llamaba. Se puso su móvil en la
oreja mientras con la mano izquierda sostenía el de Justo y se disponía a
mandar la fotografía.
- ¿Mónica?
¡Hola, tía, soy yo! – dijo, alegre, cuando su amiga de la ACPEX contestó al
otro lado de la línea. – Todo va bien, pero se nos ha ocurrido algo que tenemos
que comprobar para poder seguir adelante con el caso. Necesitamos que nos
ayudes – dijo, mirando a Justo al terminar. Le guiñó un ojo, entusiasmada. –
Muy bien, tía, gracias. Mira, te voy a mandar una foto de un símbolo que hemos
encontrado: el teléfono es el de mi compañero, no te asustes al ver un número
desconocido. Es un dibujo con una trama de puntos y rayas. Queremos que lo
superpongas con un mapa político de España. Tienes que hacer coincidir los
cuatro puntos de la parte baja del dibujo con las ciudades de Toledo, Madrid,
Ávila y Segovia, en ese orden desde abajo hacia arriba. Necesitamos saber con
qué ciudad coincide el siguiente punto de la trama.... – estuvo un instante en
silencio. – En cuanto lo tengas. Mándamelo a mi móvil. ¡Gracias, Mónica!
Colgó su
teléfono y después consultó el número de su amiga, para poder mandarle la foto
del dibujo con el teléfono de Justo. Cuando acabó le devolvió el dispositivo a
su dueño.
- Ya está.
Mónica es técnico en la “Sala de Luces”, como yo – explicó a Justo, que había
asistido a la conversación telefónica con tranquilidad, esperando la
explicación cuando llegara. – Tiene un equipo informático muy bueno en casa y
lo que le hemos pedido no es nada complicado: con un editor de imágenes
mediocre se puede hacer.
- Lo que me
acaba de decir me ha sonado todo a chino – bromeó Justo, sólo a medias. – ¿Y si el dibujo coincide con las
ciudades del mapa?
- Seguiremos
las rayas para ver cuál es la siguiente ciudad en la que, probablemente, ocurrirá
otro evento como los anteriores.
El móvil de
Marta sonó con un pitido, al cabo de un par de minutos. Los dos se inclinaron
sobre él para ver cuál era (si su descabellada teoría era cierta) la siguiente
ciudad en la que se produciría una posesión.
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