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- Vamos a ver
– dijo Sole, delante de sus tres compañeros, dos hombres y una mujer. –
Recapitulemos. Justo y Marta, los otros dos agentes de la ACPEX, están de
camino hacia aquí. Han descubierto información muy importante con respecto a
nuestro caso. Marta me ha llamado esta mañana y me ha pedido que os ponga al
día. De esta forma todos sabremos en qué punto nos encontramos y dónde tenemos
que llegar.
Se detuvo un
instante, mirando a su “público”. Esperaba explicarse bien, porque la historia
era rara de narices.
- Los poseídos
que hemos ido viendo hasta ahora y el que suponemos que surgirá aquí, son solo
avisos para lo que va a venir después. Sólo servían para avisar: por eso
soltaban la parrafada bien alto
siempre que podían – Sole se explicaba a su manera, pero diciendo lo mismo que
el padre Beltrán les había contado a Marta y Justo. – Ese discurso viene a decir
algo así como que el príncipe demonio de una dimensión infernal, con ocho
compañeros, van a conquistar nuestro universo. Al parecer necesitan a nueve
poseídos para abrir el portal entre su mundo y el nuestro. Con los poseídos que
llevamos y el que esperamos que surja aquí hacen siete. Habrá otros dos que
cogerán la fuerza vital, o algo así, de todos los demonios poseedores y abrirán
el portal en una pequeña comarca al norte del Bierzo, llamada Concejos de
Siena. Si consiguen abrir esa puerta, se colarán por ella los otros nueve
demonios, los malos de verdad. El.... digamos, asesor de Justo y Marta está
convencido de que esos nueve demonios pretenden conquistar nuestro mundo y
acabar con toda la vida de la Tierra. Así que no nos queda otra que pararlos.
Tenemos que evitar que el poseído de aquí muera, ¿está claro?
Las tres
personas que la escuchaban asintieron.
- Pues en
marcha. Daniel y Mónica, instalad los equipos. Tenemos que rastrear esta ciudad
palmo a palmo. Ese cabrón no se nos puede escapar otra vez.
Los dos
técnicos se pusieron a trabajar, sin hacer ninguna pregunta. A pesar de ser
nuevos en aquello, y de la descabellada historia que Sole les acababa de
contar, sabían que todo era cierto y que debían hacer bien su trabajo. Sin
embargo, el segundo hombre se acercó a Sole.
- ¿Todo eso
que has dicho es de verdad o estabas de cachondeo? – preguntó, con una mueca.
- ¿Tú te crees
que yo podría inventarme una cosa así? – respondió Sole, con cara divertida. –
Además, ¿para qué iba a inventármelo?
El guardia
civil aceptó la respuesta con un asentimiento y una mueca.
Su amiga tenía
razón.
Estaban en
Burgos, en el mirador circular de la carretera que subía hasta el castillo, era
martes por la mañana, y tenían poco tiempo. Sole sabía (se lo había dicho Marta
por teléfono, a quien se lo había asegurado el sacerdote de negro) que el
último poseído surgiría ese día. No más tarde.
Sole había
salido de Palencia con Daniel y Mónica la tarde anterior. Habían viajado a
Burgos y habían llegado de noche. Lo primero que habían hecho, antes de buscar
un hostal o cualquier otro sitio donde pasar la noche, fue llamar a su amigo Andrés
García Aragón, número de la Guardia Civil destinado en la provincia de Burgos.
Le había pedido ayuda y rápidamente se había desplazado hasta allí.
Sole había
pensado, después de lo de Palencia, que necesitaban ayuda para enfrentarse a
aquellos poseídos. Y ahora lo pensaba todavía más, después de que Marta la
hubiese llamado aquella mañana, contándole toda la historia y cambiándole los
planes. No sólo tenían que evitar que el poseído asesinase a más gente sino que
además tenían que evitar que se matase a sí mismo.
La ayuda de
Andrés García Aragón y de sus compañeros se hacía casi indispensable.
Sole estaba
contenta con Mónica y Daniel, eran buenos técnicos y se habían acostumbrado
rápidamente al trabajo de campo, sin quejarse ni dar problemas. Pero no eran
gente hecha para trabajar en un equipo de campo, sobre el terreno. Tener a
gente de armas a su lado tranquilizaba a Sole, sobre todo en las actuales
condiciones.
- Así que toda
la vida te has dedicado a esto, ¿no? – le preguntaba Andrés García en ese
momento. – Nada que ver con esa historia del equipo de asalto, trabajando para
la Jefatura Central, ni nada de eso.
- No –
contestó Sole, con una mueca culpable. – Lo siento.
- Lo entiendo,
lo entiendo.... – dijo Andrés, sinceramente. – Todo esto es alto secreto. ¿No
te meterás en un buen lío por habérmelo contado?
- Si todo sale
bien, mis superiores me felicitarán por el trabajo bien hecho y por haber
atajado la crisis. No creo que haya problemas.
- ¿Y si la
cosa sale mal? – preguntó Andrés, con una sonrisa.
Sole aspiró el
humo de su cigarrillo y se encogió de hombros.
- Entonces la
cosa será mucho más fácil – dijo, expulsando el humo con fuerza. – Estaremos
todos muertos y ya no me importarán las posibles represalias de mis superiores.
La sonrisa de
Andrés García Aragón se borró de sus labios.
* * * * * *
Una hora y
media después el R-11 de Justo llegó hasta ellos. Sole colgó el teléfono (había
estado hablando con Marta para indicarles dónde se encontraban) y se acercó con
paso firme al vehículo. Se encontró con Justo cuando salía por la puerta del
conductor.
- ¿Habéis
encontrado algo? – dijo el veterano agente a modo de saludo.
- Todavía
nada, pero seguimos alerta – respondió Sole. Le dedicó un saludo amistoso a
Marta cuando bajó del coche y una mirada desconfiada y extraña al padre
Beltrán, que se acercó a zancadas a los equipos que vigilaban Daniel y Mónica.
- ¿Quién es? –
preguntó Justo, señalando hacia Andrés García Aragón, que estaba separado de
todos, mirando con curiosidad al extraño sacerdote vestido de negro.
- Venid. Os
presentaré – Justo y Marta anduvieron con ella hacia Andrés, que les sonrió. –
Éste es Andrés García Aragón, número de la Guardia Civil. Es amigo mío y está
aquí para ayudarnos. Estos son Justo Díaz y Marta Velasco.
- Mucho gusto
– se presentó Andrés, estrechándoles las manos a ambos. Justo se sintió
tranquilo y satisfecho con el apretón que recibió.
- ¿Sabe lo que
nos traemos entre manos aquí? – preguntó. Andrés le asintió y el agente
veterano se volvió a mirar a Sole, con mirada censora.
- Sole me lo
ha contado todo, aunque sé que es alto secreto – salió en defensa de su amiga
el guardia civil. – Y agradezco que lo haya hecho, porque si no quizá no la
hubiese creído y no la hubiese ayudado. Ni a todos ustedes.
- Imagino que
sabe lo que puede ocurrirle si cuenta algo de todo esto.... – empezó a decir
Justo, con voz amable.
- Lo sé, lo
sé. No diré nada. Inventaré una historia para contarle a mis compañeros.
- ¿Con cuántos
agentes podemos contar? – preguntó Sole.
- Supongo que
con media docena, quizá ocho – respondió Andrés García. – He hablado con mi
amigo Gabriel y él es el que ha avisado a los otros. No sé exactamente cuántos
vendrán.
- ¿Y cuándo se
reunirán con nosotros? – preguntó Justo.
- Están
preparados para recibir nuestra llamada, cuando ese.... poseído aparezca y
vayamos por él.
- Discúlpenme – dijo Marta, alejándose
del grupo, dejando a Justo que arreglara los detalles
de la operación con Sole y con el guardia civil. A ella le interesaba más el
encuentro de sus dos amigos con el padre Beltrán. Mientras se acercaba a ellos
sonrió, divertida, al ver a Daniel asustado mientras miraba al sacerdote.
Mónica lo miraba interesada, pero a la vez indiferente: su amiga quería que
aquel hombre se quitase ya de en medio para poder seguir comprobando las
lecturas en todos los aparatos.
- ¡Hola,
chicos! – saludó, riendo contenta.
- ¡Marta! –
dijo Daniel, desentendiéndose del extraño personaje de negro y acercándose a su
amiga, para darle un fuerte abrazo. Mónica hizo lo mismo, sonriendo ligeramente.
- ¿Cómo ha ido
todo? – preguntó Marta, escuchando sólo por encima la explicación de Daniel,
quedándose con el cabeceo de Mónica y su explicación breve y concisa. – Dejad
que os presente a un nuevo amigo....
Se acercó con
ellos hasta donde el padre Beltrán observaba atentamente la pantalla del medidor
de ondas ectoplásmicas, el que iba dentro de la maleta metálica. Multitud de
parábolas y de hipérbolas de color verde y amarillo llenaban la pantalla
oscura.
- Padre
Beltrán, querría presentarle a mis amigos, dos miembros del equipo – presentó
Marta. – Son Mónica Argüelles Martín y Daniel Galván Alija. Son técnicos de la
agencia como yo y ésta es su primera misión como agentes en un equipo de campo.
El padre
Beltrán se giró hacia ellos y les dedicó unos cabeceos amistosos.
- Usted no
forma parte de la agencia, ¿verdad? – preguntó Mónica, con el ceño fruncido.
- No –
contestó el sacerdote, y Marta creyó que habría sonreído si hubiese estado
habituado a hacerlo.
- ¿Y qué hace
aquí? – preguntó Daniel, consiguiendo que la pregunta no sonase borde.
- Intentar
salvar nuestro universo, como todos – respondió el padre Beltrán, y su voz de
cuervo sonó amable. Después se volvió hacia la maleta metálica y el medidor que
albergaba en su interior. – ¿Para qué sirve este aparato?
- Es un
medidor de ondas ectoplásmicas – explicó Daniel, acercándose a él. – Registra
cualquier emisión ectoplásmica en un radio de varios kilómetros: ahora mismo
está calibrado a cuatro, pero se puede ampliar hasta doce. Como sabemos que el
evento ocurrirá en Burgos no necesitamos tanto alcance.
- Curioso....
– respondió el padre Beltrán, sin apartar sus gafas oscuras del aparato. – Yo
puedo hacer lo mismo.
- ¿Cómo? –
preguntó Daniel, interesado.
Pero antes de
que la mano del padre Beltrán llegase hasta sus gafas con intención de
quitárselas, el mando del escáner láser, en el asiento del copiloto del
todoterreno de Sole, emitió un pitido. Daniel se acercó hasta él, pero Mónica
llegó antes y lo cogió.
- ¿Alguna
lectura? – preguntó Marta.
- Sí –
contestó Mónica – pero no nos vale.
- Registra un
aumento de temperatura, pero parece debido a un gran grupo de gente reunido en
el mismo sitio – apuntó Daniel.
- ¿Había
manifestación hoy en Burgos? – preguntó Marta. Daniel y Mónica negaron con la
cabeza. Marta se volvió hacia Sole. – ¡Sole! El escáner de calor registra un
gran grupo de gente. ¿Sabes a qué puede deberse? ¿Hay manifestación en la
ciudad o algo así?
- Ni idea....
– dijo la soldado, acercándose al todoterreno. Los dos hombres con los que
estaba la siguieron.
El padre
Beltrán se separó del grupo media docena de pasos, adentrándose en la calzada,
y acabó quitándose las gafas. Marta llegó a su lado al cabo de un instante y le
miró, componiendo una cara de terror. El sacerdote de negro utilizó sus ojos
blancos, velados como los de un ciego, para ver en la distancia la gran masa de
gente. Marta comprendió en ese momento lo que había tenido que pagar aquel
hombre para enfrentarse al mal.
- No son una
manifestación.... – dijo el padre Beltrán, volviéndose a poner las gafas y
girándose hacia el grupo de personas que seguía en torno a los aparatos. – Son
seguidores de esos demonios.
- ¿Qué? –
preguntó Sole.
- Son los
seguidores de los nueve, que se preparan para su llegada.
- Para eso era
el símbolo – dijo Justo, dando un par de pasos hacia el sacerdote de negro,
mirándole de frente. –Para que sus seguidores supiesen dónde podían encontrarlos.
Ésa era su teoría, la que no quiso contarnos....
- Creo que
está en lo cierto, agente Díaz....
- ¿Sus
seguidores? – preguntó Marta, escandalizada. – ¿Esos monstruos tienen
seguidores?
- No lo
hubiese imaginado hasta ahora – dijo el padre Beltrán, meneando la cabeza, –
pero tiene sentido. Los nueve han seducido con sus heraldos a ciertos seres
humanos para que los esperen. Para que sean su ejército aquí, en la Tierra.
- Así que
donde estén esos seguidores, aparecerá el poseído – dedujo Justo.
- Entonces en
marcha – dijo Sole, cerrando la maleta metálica y colocándola en el asiento
trasero del todoterreno. Después montó en el asiento del conductor, mientras
Daniel subía a su lado comprobando el mando negro del escáner de calor.
Marta y Justo
se dirigieron al coche de éste, acompañados de Mónica, como siempre
silenciosa. Andrés montó en el todoterreno, y el padre Beltrán soltó la moto
del remolque, montando en ella y arrancándola con un rugido gutural. Por un
momento Marta pensó que el sonido de la moto pegaba mucho con la voz del dueño.
El todoterreno
partió el primero, en dirección a la enorme fuente de calor. El otro vehículo
lo siguió, con la moto cerrando el convoy.
Bajaron por la
estrecha carretera que llevaba al castillo y cruzaron la ciudad. La masa de
gente que el escáner láser recogía como una gran masa de calor se estaba
reuniendo al mismo lado del río Arlanzón en que se encontraban ellos, pero bastante
lejos. Después de muchas calles, direcciones prohibidas y saltarse varios
semáforos en rojo y señales de STOP, las indicaciones de Daniel (basadas en las
lecturas del aparato) les llevaron a la amplia explanada que había entre el
estadio de fútbol del Plantío y la plaza de toros.
- Joder.... –
murmuró Daniel, levantando la mirada del mando y posándola en la realidad.
Una multitud
de unas trescientas personas se agolpaban en el recuadro de cemento que servía
de aparcamiento y que había al lado del estadio. Se subían unos sobre otros, se
amontonaban, intentaban llegar al centro del grupo, empujándose y moviéndose.
La muchedumbre entera parecía un organismo vivo, vibrante y hormigueante, que
danzaba al unísono de un lado a otro.
Las puertas de
los coches se abrieron y sus ocupantes bajaron, con ojos atónitos. El padre
Beltrán colocó la pata de cabra de la moto y se bajó de ella.
- ¿Qué está
pasando aquí? – murmuró Marta. Todos los demás tenían la misma cara que ella,
asombrados y estupefactos. Sólo el padre Beltrán parecía acostumbrado a ver
cosas así.
- Son los
seguidores del poseído. Los seguidores del Príncipe de Anäziak – explicó. – Son gente de mente débil,
capaces de ser hipnotizados por la fuerza y las vibraciones que despiertan los
demonios....
Marta se fijo
en que había gente de todo tipo, hombres y mujeres, ancianos y jóvenes, gente
en chándal y gente en traje, mendigos y gente con ropa cara, gente en mono de
trabajo y gente en pijama.
El mando que
Daniel sostenía con manos lánguidas emitió un pitido.
- Una lectura
– dijo, con la mente en otro sitio. – Es un pico de temperatura de ciento
veinte grados.
- ¿Dónde? –
preguntó Justo, acercándose a él. Comprobó la pantalla y luego levantó la
mirada, posándola en el padre Beltrán. – En el centro del grupo....
- El poseído
está allí.... – dijo Marta.
Entonces un
rugido de triunfo y de rabia surgió desde dentro del montón de personas.
- ¡Tenemos que
llegar hasta él! – gritó Sole, que sostenía el rifle en postura de disparo.
Pero aún así le resultaba imposible disparar a la multitud.
- Es
imposible.... – dijo el padre Beltrán. Su voz cascada resultó implacable.
Sole bajó el
rifle y corrió hacia el grupo. Andrés la imitó y Daniel fue también detrás de
ellos. Pero les resultó imposible traspasar la barrera humana que protegía al
poseído. Entonces es cuando oyeron el primer grito humano.
Un grito de
muerte.
- ¿Qué es eso?
– dijo Sole, echándose el rifle a la cara.
- El poseído
está matando.... – dijo el padre Beltrán.
- ¡¿Qué?! – se
escandalizó Marta. No podía creerlo.
- Está
asesinando, como todos los anteriores.
- ¿Pero
cómo....? ¿A quién....? – se aturulló Marta.
- A sus
seguidores – respondió Justo, uniéndose a ellos.
- ¡¡No es
posible!!
- Les ha
seducido. Harán lo que sea con tal de ayudar a que el Príncipe y sus Ocho
Generales lleguen hasta aquí.... – dijo el padre Beltrán, desapasionado.
- ¡¡Tenemos
que hacer algo!! – aulló Sole, desesperada. Cerca de ella, Andrés y Daniel
intentaban de nuevo traspasar la marea de cuerpos, pero eran rechazados y
empujados fuera. Daniel cayó al suelo todo lo largo que era y se golpeó la
parte posterior de la cabeza en el suelo. Mónica corrió hacia él y lo ayudó a
incorporarse.
Otro grito de
muerte distinto resonó en el aire.
Justo bajó la
mirada, desalentado, y entonces descubrió una línea gruesa pintada con spray. La siguió con la mirada, dio unos
pasos hacia atrás y se agachó para verla en perspectiva.
- Padre
Beltrán.... – dijo, llamando su atención.
El sacerdote
miró lo que le señalaba el agente y al cabo de un instante lo reconoció: el
símbolo que todos los poseídos dibujaban en la escena de sus asesinatos y
suicidios, sólo que a gran escala, ocupando la mitad del aparcamiento.
En ese momento
sonó otro grito moribundo, esta vez femenino. Después, la masa de gente se
movió, como un solo ente. Empezaron a amontonarse por el centro, formando una
especie de castillo humano, pero sin ningún orden.
Los siete
seres humanos que habían ido allí para detener al poseído, miraron asombrados e
impotentes lo que ocurrió a continuación.
Una figura
salió elevada desde el centro, por docenas de manos de sus fervientes
seguidores. Era una mujer rubia muy atractiva, vestida con un top que dejaba su
ombligo al aire y un pantalón muy corto que mostraba sus atractivas piernas.
Estaba muy bronceada, pero aún así su cuello y su cara resaltaban, teñidas de
negro.
Sus seguidores
la elevaron y los que habían formado el castillo humano en el centro del grupo
la tomaron y la levantaron en el aire aún más, hasta arriba del todo. Allí, la
mujer poseída se agarró a lo alto de la farola y se puso en pie sobre ella,
alzando los brazos. La montaña humana de hipnotizados se separó de la farola,
dejándola allí, abriendo un hueco en el interior del grupo.
- Hemos
llegado demasiado tarde.... – murmuró el padre Beltrán. Marta no podía quitar
ojo de la mujer poseída en lo alto de la farola.
- ¡¡Prest,
smrtnik tuzan. Atea Anäziak ireki. Vatra i sjena
biti zatim majstori tvoj pocetak od novi vrijeme. Du bederatzi konkistatzeko
ondoren zure munduko i zure arima. Ondoren, erre!! – gritó, con fuerza. Parecía un dios
victorioso allí en lo alto. Los hipnotizados del suelo le aclamaron y
vitorearon.
Entonces saltó
al vacío, al hueco que sus seguidores le habían hecho. El sonido de su cuerpo
al reventar contra el suelo se escuchó claramente desde donde estaban el padre
Beltrán, Justo, Marta y los demás.
- Tenemos que
irnos.... – dijo el padre Beltrán, repentinamente con prisa. Se dio la vuelta y
corrió hacia su moto. El abrigo largo revoloteó tras él, como las alas de un
cuervo. Sus compañeros sólo pudieron verle correr, con cara atónita.
Los seguidores
del poseído caído aullaban al cielo, contentos y enardecidos. Pero de repente
se callaron, se dieron la vuelta y miraron todos hacia los seres humanos que
estaban allí.
- ¡¡Salgan de
ahí!! – bramó el padre Beltrán, y su moto le secundó al arrancarla.
- ¡Vamos! –
gritó Sole, echando a correr. Los demás hicieron lo mismo, de camino a los
coches. La soldado disparó a la multitud, intentando cubrir la huída. Los
hipnotizados corrieron tras ellos sin miedo a las balas, pero ellos sí que eran
humanos (físicamente hablando) y los impactos de los proyectiles los detenían y
los atravesaban.
Y los mataban.
El padre
Beltrán salió el primero de allí, a lomos de su moto. Justo lo siguió con su
coche, acompañado por Marta, Daniel y Mónica. Sole montó en el todoterreno
cuando Andrés ya lo había puesto en marcha y había arrancado. La soldado dio
las gracias por haber dejado las llaves puestas en el contacto.
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