El caballero calló, tras su historia.
Rafael la había escuchado con atención, pero se había quedado con un detalle
que, al menos para él, era muy importante.
- Ejem.... ¿Hija? – preguntó, asombrado.
El caballero tardó unos segundos en comprender a lo que se refería.
- ¿Eh? Sí, sí, eso es. El segundo
príncipe no era tal, era una princesa – explicó. – Por eso digo que vuestro
hermano no puede ser el Protector de Estrellas, porque el segundo hijo del rey
Namphamyl y la reina Wlenda en realidad era una hija: la princesa Alethes.
Rafael se quedó atónito. Estaba claro
que su hermano era su hermano (en su fuero interno lo hubiese sido aunque en
realidad fuese el heredero de aquel reino) y que el Protector de Estrellas
(Protectora, se corrigió) era otra persona.
Pero es que creía saber quién era. ¿Qué
persona que él conocía era una chica, tenía quince años y había vivido en la
taberna? Rafael no tenía duda.
- Antes ha dicho que conocía a mi
hermano, que lo había visto en el laberinto – se dirigió al anciano, con prisa.
Temía que, si tardaba demasiado, lo que había deducido no fuese real. – ¿Sabe
dónde está exactamente? Ahora tengo que encontrarle con más razón que antes.
- Sí, claro que lo conozco: antes me
había hecho el loco, porque le tengo aprecio y no quería que cualquiera se
acercara a él, a saber con qué intenciones – dijo el anciano caballero. – Es un
buen chico y se ha portado muy bien conmigo: antes de que él llegara no había
comido en un mes, hasta que él me ha traído moras y ha cazado alguna rata para
mí. No se merece estar aquí.
- ¿Y dónde está? – preguntó Rafael.
- Duerme dos garitas más adelante, en
aquella dirección – señaló el anciano. – Sin cambiar de galería, aunque veas
muchas otras opciones. Aunque puede estar por ahí deambulando, no lo sé....
- ¡¡Gracias!! – dijo Rafael, corriendo
en la dirección que le había indicado el anciano. La segunda garita estaba a un
kilómetro, más o menos, y Rafael hizo todo el recorrido corriendo a galope de
caballo. – ¡¡Daniel!! ¡¡¡Daniel!!!
– gritó antes de llegar, cuando ya estaba cerca.
La alegría que le rebosaba creció un
poco más cuando su hermano (un poco sucio y con aspecto cansado, pero a simple
vista bien) salió de la garita que le había indicado el anciano caballero.
Antes de que Daniel pudiera reaccionar, Rafael llegó hasta él y le abrazó con
fuerza, levantándole en volandas y dando círculos con él.
- ¡¡Rafael!! ¡¡Estás aquí!! – se
sorprendió Daniel, llorando de alegría.
- Perdóname Daniel. Perdóname: tenía que
haberte hecho caso desde el principio. Tú tenías razón. Tenías razón en
todo....
- Claro que te perdono.... – respondió
Daniel, cuando su hermano lo puso en el suelo. Estaba un poco azorado. – No es
para tanto. Tú sí que has hecho algo enorme por mí, viniendo a buscarme....
- No iba a dejarte aquí – dijo Rafael,
con decisión. – Y ahora vamos a salir del laberinto.
- Es imposible....
- No. Tengo un guía esperándonos: él
sabe salir.
- No, quiero decir que no puedo. El rey
me encerró aquí porque creyó que yo había matado a su hijo o que había mandado
que le mataran – dijo Daniel, sin tenerlo muy claro. La verdad era que su
encarcelamiento no tenía mucho sentido y se debía sobre todo al enfado del rey
Namphamyl. – Si salgo de aquí sin su permiso no sé qué podrá hacerme....
- Por lo que Tym me ha contado, la
cárcel real es un laberinto para que si alguien encuentra la salida pueda irse
libre. Sus crímenes o penas ya han sido pagados si es capaz de escapar de este
laberinto....
- ¿Tym está contigo? – se alegró Daniel.
- Sí. Si no hubiese sido por él no te
habría encontrado. Ha hecho todo lo posible por ayudarte – explicó Rafael.
Después abrió los ojos, dándose cuenta de algo. – ¡Y nosotros podemos ayudarle
ahora!
- ¿Cómo?
- ¡¡Ya sé quién es el Protector de
Estrellas!! – dijo Rafael, animado. – Tenemos que ir a buscarla para que vuelva
al reino de Xêng y las estrellas dejen de caer del cielo....
- ¿Sabes quién es?
- Y tú también: es Alicia – dijo Rafael.
Daniel se quedó asombradísimo, pero cuando su hermano mayor le contó toda la
historia que el anciano caballero le acababa de contar, el pequeño llegó a la
misma conclusión.
Los dos hermanos corrieron cogidos de la
mano, de vuelta por el camino que Rafael había recorrido hasta allí. Pasaron de
nuevo por la garita en la que “vivía” el anciano caballero y Daniel quiso
detenerse.
- Me ha ayudado durante estos días en el
laberinto – dijo el niño. Después se dirigió al anciano, entrando con él en la
garita. – Caballero, syr Zheon,
señor, nos vamos del laberinto....
- Y me alegro con locura, Daniel – le
contestó el caballero, con una sonrisa sincera. – Este sitio no es lugar para
un muchacho tan honorable como tú....
- Venga con nosotros: podemos sacarle de
aquí – ofreció el chico. El caballero negó con la cabeza.
- Estoy donde debo estar. He envejecido
prematuramente aquí dentro durante estos doce años y aquí voy a morir. Me
merezco mi castigo, aunque no sea una mala persona, Daniel. Ve con tu hermano,
salid de este horrible lugar....
- Está bien – dijo el pequeño, aunque
sentía que el anciano se quedase allí para morir. Rafael le había contado la
historia y sabía lo que había hecho el caballero en el pasado: había sido con
la mejor intención, pero para el código del honor de un caballero era un crimen
terrible.
Los dos siguieron su camino, dejando atrás
al caballero, que los vio irse. El anciano sabía que los hermanos podían traer
de vuelta a la Protectora de Estrellas, así que sonrió, a pesar de su penosa
situación. A pesar de todas sus desgracias, el plan que había llevado a cabo
hacía años (por orden de la reina) había acabado dando resultado.
Rafael buscó las marcas que había ido
dibujando en su viaje de ida y las siguió hacia atrás, tomando muchas
precauciones de leerlas bien, sin equivocarse. Un solo error haría que se
quedaran allí dentro para siempre. Y dado que eran los únicos que sabían dónde
estaba la Protectora de Estrellas en realidad, ese “siempre” podía ser poco
tiempo: las estrellas seguirían cayendo, el reino de Xêng perdería su magia y
se consumiría y su propio mundo podía sentir las consecuencias.
Después de un par de horas de trote, sin
parar (solamente para mirar con detenimiento las marcas en las paredes),
doblaron un recodo y llegaron a un corredor ancho y largo.
- ¡Es por aquí! – dijo Rafael, animado.
Creía recordar que al final de aquel pasillo estaba la plaza redonda en la que
se había separado de Popolalama. Los dos hermanos echaron a correr, animados.
Pero entonces, por sorpresa, una tarántula enorme, con el cuerpo cubierto de
pelos y las ocho patas tapando toda la anchura del pasillo, salió de un vano
estrecho que había a un lado. Los dos hermanos resbalaron sobre el suelo, al
frenar, espantados.
- ¡¡Aaaaahh!!
Rafael levantó del suelo a su hermano
pequeño, pensando cómo podían salvarse. La araña se acercó a ellos, con
rapidez. No podían huir y no tenían nada con lo que defenderse.
Entonces escucharon un chasquido y la
araña gruñó, con un sonido agudo y doloroso. Los dos hermanos se taparon las
orejas con las manos, para no tener que oírlo.
La araña se giró y volvió a meterse por el
hueco por el que había salido, con prisa. Goteaba una sangre granate muy
espesa. Rafael y Daniel pudieron ver una lanza que sobresalía, clavada, en la
parte trasera del rechoncho cuerpo de la tarántula enorme.
Era la lanza de Popolalama.
En efecto, el Koai llegaba corriendo
desde el otro lado del corredor, sonriendo ampliamente al ver a los dos
muchachos. Había visto la tarántula desde lejos y había oído chillar a Daniel,
así que atacó con su lanza desde lejos, espantando a la araña y salvando a los
hermanos.
- Hermano – dijo el Koai señalando a
Daniel nada más llegar hasta ellos.
- Eso es. Es mi hermano – contestó
Rafael. Aunque Popolalama no hablaba su idioma le comprendió y saludó con
alegría y respeto al pequeño Daniel. Después hizo un gesto con el brazo y
emprendió la marcha por el laberinto, siguiendo el camino que conocía para
salir de él. El Koai avanzaba con mucha seguridad.
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