- ¡No puede hacer eso! ¡Es sólo un niño!
– se quejó Rafael, a las puertas del palacio. Había hecho intención de entrar
de nuevo varias veces, pero Tym le había convencido de que no lo hiciera,
frenándole como pudo con las manos en la barriga. Aquello sólo serviría para
enfadar al rey y conseguir que lo encerrara también a él.
- Él es el rey.... – fue la simple
respuesta de Tym, que se encogió de hombros. – Su palabra es la ley y poco
podemos hacer los demás....
- ¡¡Pero es un niño pequeño!! – chilló
Rafael, cabreado. – ¡¡El rey es malvado!!
- ¡¡No chilles esas cosas!! – le chistó
Tym, nervioso.
Entonces los dos se detuvieron, uno
dejando de empujar y otro de detenerlo. Uno de los soldados enormes de color
azul, el que llevaba una lanza y los había acompañado por el interior del
palacio, se acercaba a ellos. Rafael y Tym se pusieron erguidos y tensos al
verlo llegar.
- Tym, dile a tu amigo que deje de decir
esas cosas delante del palacio real – el soldado hablaba con una voz profunda pero
no enfadada. Era amistoso. – No es sensato.
- Lo sé, Agragias, lo sé. Perdona, no he
podido contenerle....
- ¡¡El rey ha encarcelado a mi hermano
en un laberinto!! – se quejó Rafael.
El soldado azul asintió, solemne.
- Así es, y aunque pueda no gustarnos,
es una decisión real y no se discute – dijo el soldado, sin soberbia, casi con
amabilidad. A pesar del tono, Rafael siguió enfurruñado.
- ¿Por qué el rey Namphamyl ha
encarcelado a un niño pequeño en el laberinto de la isla Buy?
El soldado se mordió el labio antes de
hablar.
- El rey está muy nervioso – explicó
después. – Su hijo ha sido asesinado hace tan sólo unos días y las estrellas se
están cayendo del cielo. En sus manos está poder salvar el reino y todos los
mundos (mágicos o no) y no sabe cómo hacerlo. Además, no ha podido llorar
debidamente la muerte de su primogénito, por toda esta crisis. Supongo (y
negaré haber dicho esto) que está superado por las circunstancias....
- ¿Y por eso lo paga con mi hermano
pequeño? – gruñó Rafael.
- El rey quiere que tu hermano pague por
lo que los humanos están haciendo con las estrellas – replicó el soldado. –
Pero no es sólo eso. Un grupo de cinco campesinos, del otro lado, de tu mundo,
han confesado la autoría del asesinato del Protector de Estrellas. Comprende
que la simpatía del rey por los humanos no esté en niveles muy altos....
- ¿Eso es cierto? – preguntó Tym,
refiriéndose a los asesinos humanos.
- No lo sabemos – el soldado negó con la
cabeza. –
Los
magos de la corte les han interrogado y estudiado y al parecer tan sólo han
sido marionetas, manejadas desde lejos para que mataran al príncipe: hay un
cerebro malvado detrás de todo esto.
- ¿Y creéis que mi hermano, de diez
años, ha sido quien ordenó el asesinato del príncipe? – se sorprendió Rafael,
con tono desdeñoso y enfadado.
El soldado se encogió de hombros.
- Todo puede ser: apenas sabemos cómo
funcionan los humanos. Incluso tú podrías haber sido el cerebro de la operación
– sugirió. – Por eso me sorprende que el rey te haya dejado irte sin problemas.
Deberíais alejaros y seguir despotricando del rey donde no podamos veros ni
oíros, Tym. Alejaos del palacio: no sería raro que el rey recapacitara y
mandara detener a tu compañero humano, como conspirador.
- Gracias, Agragias. Ya nos vamos – dijo
Tym, dirigiendo a Rafael para que se alejara del puente levadizo del palacio.
Los dos se alejaron de allí juntos, de
camino hacia el pueblo que se alzaba a pocos centenares de metros del palacio
real.
- Ya has oído. Últimamente los humanos
no son bienvenidos aquí en Xêng, así que debes tener mucho cuidado con lo que
haces y dices.... – advirtió Tym.
- Entonces no me queda otro remedio que
encontrar una solución para devolver las estrellas al cielo – dijo Rafael, con
rabia y decisión, dándose la vuelta y volviendo por el camino real.
- Pero, ¿cómo vas a hacerlo? – dijo Tym,
preocupado, corriendo para no quedarse atrás. – Los más sabios entre los Yauguas han estudiado el problema y no
han encontrado la forma. Sin el Protector de Estrellas no hay manera.
- No lo sé, pero ya se me ocurrirá
algo.... – dijo Rafael, sin mucha convicción, deteniéndose en medio del camino
real. Tym tenía razón y lo sabía: no tenía manera de encontrar la solución. El
rey lo sabía y por eso le había puesto como condición para soltar a Daniel que
encontrara una solución al problema de las estrellas caídas: el rey no quería
soltar a su hermano y se había asegurado no tener que hacerlo. Y si, de todas
formas, aquel humano descubría cómo devolver las estrellas al cielo, al rey no
le importaría soltar a su hermano.
- ¿Qué vas a poder hacer tú desde el
otro lado que no hayamos podido hacer nosotros con la magia del reino de Xêng?
– le preguntó Tym, desesperado.
- ¿Cómo es ese laberinto en el que han
encerrado a mi hermano? – preguntó Rafael, de sopetón, sin responder a Tym.
- ¿El laberinto de la isla Buy? – se
sorprendió el Yaugua. – Es el peor
lío en el que se puede meter nadie. Es un laberinto de piedra, lleno de zarzas,
arbustos, espinos, brezos y acebos. Ocupa las tres cuartas partes de la isla
Buy, tiene paredes de roca de siete metros de alto y tres de ancho. Ni siquiera
el Ghôlm, el gran monstruo del Abismo, podría atravesarlas. Hay precipicios,
quebradas, ríos, fosos de arenas movedizas y hasta cataratas de agua. Y
criaturas: hay todo tipo de criaturas ahí dentro, y los gorilas de la isla no
son ni los más grandes ni los más peligrosos. Los presos que están allí
encerrados pueden irse siempre que quieran, si encuentran la salida del
laberinto. En todo el tiempo que el laberinto lleva construido, nadie ha podido
fugarse.
Rafael escuchó la descripción con
atención, con mucha atención, pensando en un plan. Un plan arriesgado, pero al
menos era algo que podía hacer. Las estrellas caídas estaban fuera de su
alcance, pero su hermano (aunque muy difícil de alcanzar) era más accesible.
- Tym, necesito que me lleves a la isla
Buy – dijo, una vez que meditó bien su decisión. – Creo que voy a intentar
rescatar a mi hermano.
- No, no, no puedes hablar en serio –
dijo Tym, asustado – No me has entendido bien....
- Claro que te he entendido bien –
respondió Rafael. – Ese laberinto es un lugar horrible y Daniel está allí. No
puedo quedarme de brazos cruzados sabiendo que está sufriendo y permitir que
esté allí encerrado ni un minuto más.
Tym vio la cara de Rafael, la
determinación que lucía en sus ojos, y se resignó, suspirando.
- Hay que ver lo cabezotas que sois los
humanos.... – murmuró, meneando la cabeza. Rafael sonrió, por el comentario y
por lo que implicaba. – Está bien, iremos a la isla Buy, pero antes tienes que
tener clara una cosa: vamos a recorrer parte del reino de Xêng, en un momento
nada tranquilo. Tú eres un forastero que no sabe nada de lo que aquí ocurre,
así que tienes que prometerme que me harás caso en todo cuanto te diga que
hagas o digas. O en todo lo que te diga que no hagas o no digas, que para el
caso es lo mismo....
- De acuerdo – dijo Rafael, decidido.
- Muy bien. Consigamos una carreta y un
caballo que tire de ella: el viaje es muy largo para hacerlo andando.
Tym se encargó de conseguir todo lo que
les hacía falta, en el pueblo que se alzaba a los pies del palacio. Consiguió
un buen caballo, un carro lo bastante grande para que los dos pudiesen ir en el
pescante cómodamente y poder dormir en la parte de atrás y suficientes
provisiones para el viaje de ida y el de vuelta, suponiendo que a la vuelta
fueran tres.
El viaje fue largo, a pesar de que Tym
azuzaba al caballo para que marchara al trote en lugar de paseando. Había
muchos kilómetros que recorrer, desde el palacio del rey Namphamyl hasta las
orillas del mar Interior. Rafael hubiese preferido ir un poco más rápido,
quería llegar cuanto antes hasta su hermano Daniel, pero comprendía que estaban
lejos de su destino y que el caballo marchaba cada jornada al máximo de
velocidad que se le podía pedir, sin agotarle.
El viaje duró cinco días de marcha
tranquila. Rafael aprovechó para entender un poco mejor lo que estaba pasando
con las estrellas caídas.
- ¿Qué es exactamente eso de ser el
Protector de Estrellas? – preguntó al principio del viaje.
- El Protector de Estrellas es el
encargado de que las estrellas estén bien en el cielo, que tengan todo lo que
necesitan, que brillen lo justo y adecuado, cuando tienen que hacerlo. Es quien
las dirige en su camino por el cielo todas las noches, quien pasa revista y
vigila que no falte ninguna – explicó Tym. – También es el encargado de
asistirlas en su nacimiento y guiarlas en el momento en que mueren y se
transforman en otra cosa.
- ¿Las estrellas nacen y mueren? – se
asombró Rafael.
- Pues claro, como todos – rio Tym.
- ¿Y dices que el Protector de Estrellas
era el hijo del rey? ¿Y ha muerto?
- Así es – dijo Tym, triste. – El
Protector de Estrellas es un título hereditario, pasa del rey a su hijo
primogénito. El rey Namphamyl fue Protector de Estrellas mientras fue príncipe.
Cuando fue coronado rey sus poderes pasaron directamente a su hijo, el príncipe
Harglyan. Por eso en Xêng los reyes sólo reciben la corona cuando están casados
y con hijos.
- ¿Quién querría matar al príncipe? –
preguntó Rafael. – Si todo el mundo sabe que es el Protector de Estrellas,
matarlo era acabar con las estrellas del cielo.
- Cualquier ciudadano de Xêng lo sabe y
nunca lo haría – dijo Tym, convencido. – Por eso la confesión de los humanos
extranjeros cuadra con la situación, alguien que quería hacer el mal en Xêng
sin importarle lo que podría pasar.
- Ya.... – se dijo Rafael, un poco
molesto por cómo se trataba a los humanos, aunque ahora comprendía el odio que
tenía el rey Namphamyl a los forasteros. Luego arrugó el ceño, con otra duda. –
¿Y qué pasa cuando el príncipe muere por causas naturales o en un accidente?
Porque a lo largo de la historia de Xêng ha tenido que pasar alguna vez, ¿no?
¿Esto de las estrellas ya ha ocurrido?
- Nunca – dijo Tym, tajante. – Los reyes
de Xêng siempre han tenido más de un hijo, para que el título de Protector de
Estrellas pase de uno a los siguientes, en caso de que ocurra una desgracia. Y
si no, si se diera la tragedia de que todos los hijos del rey en el poder
muriesen, los poderes vuelven al monarca, hasta que pudiese volver a tener
hijos....
- Parece muy complicado.... ¿Y por qué
los poderes no han vuelto a Namphamyl? ¿Qué ha pasado?
Tym suspiró, antes de contestar.
- Me preguntas por algo que pasó hace
años, una etapa de nuestra historia muy triste – dijo el Yaugua, impresionando a Rafael. – El segundo hijo del rey fue
raptado en su cuna, al poco de nacer, hace años. Quien fuera que lo raptó se
encargó de sacarlo de Xêng enseguida, porque nadie fue capaz de encontrar al
bebé perdido. Los poderes del príncipe Harglyan no pueden volver su padre,
porque al parecer su hermano sigue vivo, lejos de Xêng. Y mientras no los ponga
en marcha no tenemos Protector de Estrellas que las cuide, que evita que sigan
cayendo y que devuelva a las estrellas caídas al cielo, acabando con esta
crisis....
Rafael se quedó mudo después de aquella
explicación. No era la primera vez que pensaba que él y Daniel eran muy
diferentes. No sólo por los extraños ojos azules de Daniel, sino en la forma de
ser, en la forma de hablar de las cosas, en la forma de ver lo que les rodeaba.
Rafael nunca recordaba cómo había
llegado Daniel a la familia. Era verdad que él era pequeño, pero no recordaba a
su madre embarazada ni a sus padres expectantes ante la llegada del nuevo hijo.
Nunca había pensado en eso de aquella manera, pero después de todo lo que sabía
nuevo sobre el reino de Xêng....
- ¿Qué te pasa? – le preguntó Tym, al
ver su cara tan pensativa y algo angustiada.
- Estaba pensando.... es algo
sorprendente, pero.... – Rafael dudaba si expresar sus temores en voz alta. –
Ahora que me has contado toda esa historia del hijo perdido del rey.... Yo
siempre he querido a mi hermano Daniel, pero siempre.... hemos sido
distintos....
- ¿Y qué? – Tym le miró extrañado, sin
comprender.
- Empiezo a pensar que Daniel no sea
realmente mi hermano – dijo Rafael, por fin. – ¿Y si es....? ¿Y si es el hijo
perdido del rey Namphamyl? ¿Y si es vuestro príncipe perdido hace años?
Tym se quedó con cara asustada, pensando
en las palabras de Rafael.
- No puede ser, no puede ser.... –
musitaba.
- Podría ser.
- ¡Pero es tu hermano!
- Yo era muy pequeño cuando “nació” –
replicó Rafael. – No recuerdo a mi madre embarazada. Puede que Daniel
apareciera en mi casa, cuando alguien lo trajo desde tu reino. Podría ser, no
tenemos pruebas....
- Es una locura.... – dijo Tym. – Pero
podría ser cierto. El problema es el que tú mismo has dicho: no tenemos
pruebas.
- Por un momento me pareció todo
verdad.... – dijo Rafael, triste. – Pero supongo que si Daniel fuese realmente
el Protector de Estrellas en el mismo momento en que puso un pie en el reino de
Xêng todo hubiese terminado, ¿no?, y no ha sido así: las estrellas han seguido
cayendo.
Tym hizo una mueca.
- No necesariamente – comentó y Rafael
reavivó su idea. – El Protector de Estrellas, el hijo pequeño del rey
Namphamyl, habría estado tantos años lejos del reino que si volviese ahora sus
poderes no despertarían desde el principio. Tendría que ser nombrado por el
rey, por ejemplo, para devolverle su legitimidad, o hacer alguna cosa así.
Quizá avivar algunos recuerdos de su más tierna infancia....
Los dos continuaron el viaje en
silencio, durante el resto de la jornada. Los dos pensaban en aquella
posibilidad, que si era cierta, daba más sentido a la misión de rescate que
había emprendido Rafael. Quizá ya no sólo estuviesen rescatando a su “hermano”,
sino al príncipe perdido del reino de Xêng.
En otra ocasión, al principio de la
tercera jornada de viaje, se encontraron con una patrulla de soldados. Les
dieron el alto y les pidieron que se identificasen. Las extrañas criaturas que
formaban el ejército del reino de Xêng miraron con suspicacia a Rafael, pues
era evidente que no era de allí.
- ¿De dónde vienes, forastero? – le
preguntó el sargento al mando de la patrulla.
- Del otro lado de la cueva, sargento –
respondió Tym, tomando la voz cantante. – Está aquí en misión especial por
parte del monarca, para estudiar el caso de las estrellas caídas....
- No te he preguntado a ti, Yaugua – ladró el sargento, con furia.
Después miró a Rafael, con cara seria. – ¿Y bien?
- Soy un astrónomo – dijo Rafael, con
poca convicción, muy nervioso, pero haciendo caso de la muda petición que Tym
le hacía con la mirada. – Así es como nos llamamos al otro lado los estudiosos
de las estrellas....
- Hmmm.... – gruñó el capitán, mirándolo
con detenimiento. – Está bien. Lo comprobaré....
- Muy bien – dijo Tym, sonriente. Rafael
estaba muy nervioso, pues si los soldados comprobaban su historia descubrirían
que era mentira y algo horrible podía pasarle. Pero se sorprendió mucho cuando
los cinco soldados subieron a sus monturas (una especie de jabalíes grandes
como potros, con el pelaje rojizo) y marcharon hacia el palacio, en sentido
contrario al que llevaba el carro.
- Pero.... ¿qué....? – Rafael estaba
estupefacto.
- Los soldados no pueden retenernos aquí
hasta que comprueben nuestra coartada – explicó Tym, con toda desfachatez. – Si
fuese cierta, estarían entorpeciendo una misión de un enviado del rey. Por eso
tienen que dejarnos marchar mientras ellos viajan al palacio. Llegaremos al mar
Interior antes de que les dé tiempo a volver....
Y así fue cómo, en las dos ocasiones en
que se encontraron con otras patrullas de soldados, contaron la misma mentira
para librarse de ellos. Rafael lo hizo más seguro de sí mismo, metido en el
papel, y resultó mucho más creíble que la primera vez.
Aparte de aquello, el viaje fue un
agradable paseo en carro.
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