La alegría del rey Namphamyl al
recuperar a su hija perdida fue similar a la de ella al conocer a su padre.
Alethes recordaba toda su vida al otro lado, pero con cada segundo que pasaba
en el reino de Xêng y con cada nueva persona que conocía se sentía más en su
casa. Era como tener dos vidas: recordar una y redescubrir la otra.
La Protectora de Estrellas devolvió
todas al cielo, las de un lado de la cueva y las del otro. Ninguna estrella
volvió a caer del cielo, ahora que ya estaba en su hogar.
Alethes se habituó rápidamente a la vida
en el reino y al modo de vivir del palacio, aunque eso no significa que se
volviese una estirada. Había crecido durante sus primeros quince años de vida
de manera humilde, siendo una muchacha dulce, trabajadora y divertida, y así
siguió siendo, aunque ahora vistiese elegantes modelos de princesa, llevase una
sencilla corona de plata en la cabellera rizada y todos la tratasen con respeto
y adoración.
Era la princesa Alethes, pero
internamente seguía siendo Alicia, la chica de la posada.
No podía abandonar el reino de Xêng (no
se atrevía, en realidad, no fuese a desencadenar otra vez la crisis de las
estrellas caídas) pero recibía la visita de sus grandes amigos del otro lado.
La princesa Alethes los consideraba sus hermanos, y de esa forma se los trataba
en el reino de Xêng.
Rafael y Daniel se sentían un poco
incómodos cuando iban a visitar a Alicia y todo el mundo les llamaba “alteza” o
“majestad”, pero aceptaron con orgullo y agradecimiento las insignias que la
princesa había mandado hacer para ellos. Con aquellas insignias se hacía
público a todo el mundo la importancia que habían tenido los hermanos Rafael y
Daniel durante la crisis de las estrellas y la recuperación de la princesa
perdida.
Eran unas estrellas de latón, de
brillante color amarillo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario