Se hizo de noche cuando llevaban un buen
rato caminando, cerca de tres horas, y como Popolalama no hizo amago de parar
para dormir, Rafael no le dijo nada: quería salir de aquel infierno cuanto
antes. Daniel estaba visiblemente cansado, pero Rafael le ayudó a caminar, para
no tener que detenerse.
Popolalama pronunció una palabra,
señalando hacia adelante con la antorcha que llevaba encendida en la mano.
Rafael (que entonces llevaba a Daniel en la espalda, ya dormido) se acercó al Koai
y miró lo que señalaba. Unos doscientos metros delante del recto corredor en el
que estaban, en la pared derecha, se veía una abertura.
- ¿La salida? – adivinó Rafael.
Popolalama le sonrió un poco más, con su amplia sonrisa blanca. Rafael echó a
correr, con cuidado porque llevaba a su hermano a la espalda, pero sin
detenerse. El Koai lo siguió, corriendo con soltura.
En efecto, aquella abertura era la
salida del laberinto. Rafael salió a la hierba que cubría la isla Buy,
sonriendo aliviado, jadeando con alegría. Allí cerca los esperaba media docena
de Koai rodeando una hoguera de grandes proporciones. Tym estaba con ellos.
- ¡¡Tym!! – le llamó Rafael, mientras
volvía a trotar, hacia el Yaugua.
- ¡¡Rafael!! – se asombró el hombrecito
naranja. – ¡¡Lo encontraste!!
El Yaugua
se puso en pie y se abrazó al chico. Daniel, se despertó un poco y Rafael lo
bajó. Al ver a Tym el chico se despertó del todo y lo abrazó también.
- ¡¡Tym!! ¡¡Cuánto me alegro de verte!!
- Y yo también, amiguito, yo también....
- Tym, tenemos que irnos en seguida – le
dijo Rafael, con seriedad. – Hemos encontrado a un caballero ahí dentro: era
Zheon de Gurfrait, el caballero que raptó a la hija pequeña del rey. Por orden
de la reina se llevó al bebé para protegerle, lejos de aquí, pero sigue viva.
Sabemos dónde está la Protectora de Estrellas.
- ¡¿Qué?! – se sorprendió Tym ante tanta
información. – ¡¿Cómo?!
- No hay tiempo para explicaciones – le
cortó Rafael. – La Protectora de Estrellas está en nuestro pueblo, en Sauce.
Vive cerca de nosotros y trabaja en la taberna: allí se llama Alicia y se ha
criado con Daniel y conmigo. Mis padres la encontraron cuando yo era un bebé en
la puerta de la taberna: eso me contaron siempre. Es como nuestra hermana.
- ¡¡Hay que ir a por ella!! – dijo Tym, con
entusiasmo y con prisa. El pequeño hombrecito dio las gracias en su idioma a
los Koais y después les pidió perdón por tener que irse tan pronto. Daniel y
Rafael se despidieron de Popolalama y se abrazaron a él, eternamente
agradecidos. El guía les sonrió, como siempre, y les despidió en su idioma.
Tym, Rafael y Daniel salieron corriendo
de allí, llegando hasta la orilla del mar Interior. Allí silbaron con fuerza,
llamando a Heyta el barquero, que tardó poco más de quince minutos en llegar
hasta ellos.
- ¡Vaya! No esperaba veros tan pronto.
Veo que sois uno más....
- ¿Hay algún problema con eso? –
preguntó Tym.
- Ni mucho menos. Lo que me pagasteis a
la ida cubre con creces el viaje de vuelta de tres de personas, e incluso de
otras cien – dijo el barquero, con alegría. Estaba claro que la estrella con la
que le habían pagado le había hecho rico, de alguna manera que los dos hermanos
humanos no comprendían muy bien. Durante el viaje en barca, en plena noche, los
dos hermanos le explicaron la historia de la Protectora de Estrellas a Tym y de
cómo había sido raptada cuando era un bebé, quién lo había planeado y quién lo
llevó a cabo. Tym escuchó con atención y sorpresa, a la luz de la pequeña
estrella que Heyta había colocado en la proa de la embarcación.
Cuando llegaron a la orilla del mar
Interior todavía era de noche aunque sólo quedaban un par de horas para el
amanecer. Su carro seguía en su sitio, así que los tres se despidieron del
barquero, montaron en el carro y siguieron su camino, azuzando al caballo.
Había muchas más estrellas en el suelo
que los días anteriores. Vieron muchas cuadrillas de Yauguas y de campesinos humanos trabajando juntos para recogerlas.
Los tres se dieron más prisa al ver que la tragedia se aceleraba. En el cielo
oscuro (aunque por el este ya se iluminaba) vieron algunos trazos amarillos de
estrellas que seguían cayendo.
- La gente de Sauce estará muy asustada
– comentó Daniel.
- Tenemos que llegar cuanto antes – dijo
Rafael. – Acelera, Tym.
- No sé si nos servirá de algo correr
tanto para llegar a la cueva – dijo el Yaugua.
– Lo más probable es que mis congéneres no estén dejando pasar a nadie. Habrá
muchos ciudadanos asustados que querrán abandonar el reino de Xêng y el rey
habrá decretado la prohibición de salir. No nos dejarán pasar....
Aun así chasqueó las riendas, haciendo
que el caballo corriera un poco más. Rafael y Daniel se miraron, con
preocupación: de nada les valía saber que Alicia era la Protectora de Estrellas
si no podían llegar hasta ella.
Llegaron a la pradera de la cueva cuando
el Sol estaba ya en el cielo. La hierba estaba sembrada de bolas amarillas y
mientras ellos cruzaron la pradera vieron caer otra media docena más. Las
estrellas rebotaban con sonidos sordos contra el suelo: tump, tump.
Había una gran multitud de criaturas a
pocos metros de la cueva y un gran número de Yauguas que los contenían y retenían, para evitar que saliesen del
reino de Xêng por la cueva. Había mucho barullo y mucho griterío. La tensión y
el nerviosismo se podían notar en el ambiente.
- No vamos a poder pasar por ahí – se
lamentó Tym.
- ¿Por qué? ¿Los Yauguas tenéis un invento para detener caballos que corren a todo
galope? – preguntó Rafael, apartando a Tym y cogiendo las riendas, azuzando al
caballo y haciendo que cargara contra la multitud y contra la cueva a toda
velocidad. El carro voló sobre la hierba de la pradera, la gente gritó, los Yauguas les dieron el alto, todos se
apartaron cuando el carro se echó sobre ellos y al final los tres acabaron
entrando en la cueva arrastrados por el caballo, que al meterse en un sitio tan
oscuro bajó su velocidad. – ¡¡Arre, chico!! ¡¡Arre!!
Rafael lo azuzó de nuevo y el caballo no
se detuvo, aunque avanzó por la estrecha y larga cueva al trote. Los gritos de
los Yauguas y de los ciudadanos que
también querían entrar en la cueva se quedaron atrás poco a poco, como la luz
del Sol.
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