LA LLAVE ES LA CLAVE
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EL PINTOR DE LA CORTE
Le
dejaron un bonito caballo del marquesado, todo lleno de tirabuzones y con una
silla de gala. Además, dos guardias armados le acompañaron durante la marcha.
Marchando
a buen paso, por una calzada adoquinada que se convirtió en un buen camino de
tierra a unos veinte kilómetros de Suri, los tres jinetes llegaron a primera
hora de la tarde al sur de la isla. Durante el viaje los dos soldados hablaron
animadamente entre ellos y con Drill haciendo alarde de educación. Cuando mi
antiguo yumón habló con los soldados
como un hombre de armas más (al fin y al cabo los mercenarios lo somos) la
charla se animó del todo y se hizo mucho más entretenida.
Cuando
el Sol se alejaba ya hacia el oeste, los tres llegaron a una pradera cubierta
de alta y frondosa hierba verde, con multitud de plantas y flores silvestres.
Aquella pradera exuberante se extendía por una gran parte de terreno, hasta el
borde de los acantilados. Una casa solariega, humilde pero de buena
construcción y lujo modesto, se alzaba en medio de la pradera.
Frente
a la casa, de una sola planta, alargada, con tejado de pizarra inclinado hacia
atrás, pintada de blanco, había un hombre joven, de cabellos oscuros y tez muy
pálida, en la que destacaban unos labios muy rojos y gruesos. Estaba ante un
caballete colocado entre la hierba, con varios pinceles en una mesa auxiliar y
una colección de diversos tarritos de cristal, llenos de pigmentos. En la mano
tenía una paleta circular, llena de montoncitos de pintura, que mezclaba
atentamente con un pincel, en proporciones que sólo él conocía.
Sin
duda aquel hombre era Oras Klinton.
Cuando
los tres caballos llegaron al paso al lado de la casa, de la fachada se separó
una soldado, con armadura segmentada de cuero, espada en mano. Al ver que dos
de los tres hombres a caballo eran compañeros suyos se relajó.
-
Sí que habéis sido silenciosos: no os he oído llegar – dijo la mujer.
-
Buena guardiana estás tú hecha – bromeó uno de los guardias que acompañaban a
Drill.
-
¿Ocurre algo? ¿Venís con un mensaje del marqués? – Oras Klinton dejó la paleta
y el pincel en la mesita y se acercó a Drill. Imagino que le había confundido
con un heraldo o con un criado del palacio: la apariencia de Drill tenía que
ser cuando menos divertida y extraña, con los pantalones de tela de gabardina y
la camisa elegante de color azul con bordados en plata, todo eso unido al
parche en el ojo, las cicatrices de la cara y la barba y los cabellos grises y
poco arreglados y peinados.
-
Vengo desde el palacio del marqués, pero no de su parte – explicó Drill,
desmontando del caballo con habilidad, a pesar de su corta estatura. – Me ha
dado permiso para venir a veros.
-
¿Sois un admirador?
-
En cierta manera – contestó Drill, diciendo una
parte de mentira y una parte de verdad,
estoy segura que con su sonrisa infantil. – He venido a conoceros y a tratar
con vos. Creo que podríais ayudarme en una tarea que tengo por delante.
-
Sois mercenario, por lo que veo – apuntó el pintor, señalando el colgante de
hilo que llevaba al cuello, aunque también se había percatado de la pieza de
oro en la empuñadura de la espada decorada de la cadera. – ¿Cuál es esa tarea
en la que puedo ayudaros?
-
Ya hablaremos de ello, si os parece bien. Por ahora sólo querría veros pintar y
charlar tranquilamente, siempre que no os moleste.
-
¡¡Desde luego que no!! – se alegró el pintor: a todos los artistas les gusta
tener admiradores y público. – ¡Kharla! ¡Kharla!
Una
mujer delgada y bajita, más que Drill, salió de la casa, sorprendida al
encontrar allí a tanta gente nueva. Llevaba el pelo negro con franjas grises
recogido en un moño tirante y sus humildes ropas cubiertas por un delantal. Era
la criada destinada por el marqués para atender al pintor de la corte durante
su escapada a los acantilados.
-
¿Sí, señor?
-
¿Tenemos comida suficiente para invitar a cenar a nuestros espontáneos
invitados? – preguntó Oras Klinton.
-
Desde luego, señor Klinton – asintió la mujer, nada acobardada, muy resuelta. –
La despensa está bien surtida.
-
Bien. Prepara una cena para seis, entonces.
-
De acuerdo.
Kharla
la criada volvió dentro. Los tres soldados (los dos que iban con Drill y la que
cuidaba del pintor) se habían unido, un poco apartados, hablando animadamente
de sus cosas, poniéndose al día. Drill los miró con cierta envidia: se sentía
más próximo a ellos que a todos aquellos juegos de corte que llevaba realizando
desde hacía un par de meses. Pero, como un profesional, se volvió a Oras Klinton.
-
Ofrezco gratitud.
-
Ofrezco igual – sonrió el pintor. – Hacía tiempo que no escuchaba esa fórmula,
propia del continente. Creo que podrá contarme muchas cosas, antes de la cena,
señor mercenario.
-
Mi nombre es Bittor Drill.
-
Encantado, pues.
Pasó
toda la tarde al lado del pintor, observando cómo preparaba los colores y cómo
pintaba después con ellos. Oras Klinton era un hombre muy agradable, un poco
afectado por la fama que estaba adquiriendo, pero según Drill un buen tipo
después de todo. Le contó sus anécdotas en la corte (aquellas que se podían
contar, respetando el decoro de sus majestades) y con el paso del tiempo empezó
a comportarse menos estiradamente y con más comodidad, hablando de su vida de
pintor antes de caerle en gracia al rey Vërhn y de trasladarse a Nori. Drill
respondió a sus preguntas curiosas sobre la vida de un mercenario y éste le
contestó con franqueza, aunque sin tocar el tema de su misión actual. Oras
Klinton tampoco preguntó.
Cuando
las sombras ocuparon su lugar en el mundo Kharla salió de la casa, para llamar
a gritos al pintor, regañándole por quedarse fuera hasta tan tarde. Lo cierto
es que Drill asegura que el tiempo fue muy bueno, para ser finales de mayo, y
que daba gusto estar al aire libre, disfrutando del frescor de la inminente
noche, sin sentir frío. Pero la criada cuidaba del díscolo pintor como si fuese
una madre, así que les hizo entrar y prepararse para la cena. El pintor se
aseó, limpiándose los restos de pintura de los dedos y manos con un quitaesmalte,
mientras la soldado (llamada Bêrtha) le indicaba a Drill su habitación.
Una
vez colocado su pequeño equipaje en la habitación (pequeña, pero cómoda y
elegante) se reunió con los demás en el comedor, que era amplio y estaba
conectado con la cocina por una puerta de vaivén. En la mesa ya estaban
sentados los tres soldados, en un extremo, y Kharla le indicó que se sentara en
el otro, en uno de los sitios que estaban libres. Drill así lo hizo y cuando
Oras Klinton llegó por fin se sentó presidiendo la mesa, en el extremo libre.
Kharla sirvió la comida (puré de patatas, codornices asadas y manzana y cebolla
confitadas como acompañamiento) y después se sentó frente a Drill.
En
aquella casa comían todos juntos y aquello le sorprendió y le gustó mucho a Drill.
En realidad no había nadie noble ni con cargos importantes allí, así que todos
compartían la misma mesa y la misma comida, al mismo tiempo, dando oportunidad
para charlar todos juntos. Los soldados bromeaban por su lado, recordando
acciones pasadas y meteduras de pata de los tres presentes y de otros
compañeros comunes. Las anécdotas hicieron reír a todos, aunque después Oras
Klinton se puso a hablar de pintura con Drill, que como ya les he dicho apenas
tenía idea (como mucho sabía qué colores de obtenían al mezclar unos con otros,
y sabía diferenciar un retrato de un bodegón o un paisaje), así que se limitó a
asentir y a hacer alguna pregunta cuando convenía. Kharla presenció la
conversación en silencio, aunque de vez en cuando apuntaba alguna cosa, contradecía
las opiniones del pintor o corroboraba alguna información. También dijo unas
tres o cuatro veces que no comían casi nada y que se iban a quedar raquíticos
si no se terminaban las viandas.
Al
terminar la cena, después del postre (una deliciosa ración de flan de huevo
hecho por Kharla para la ocasión), Oras Klinton invitó a salir a Drill afuera,
a fumar una pipa. Drill aceptó salir al fresco con mucho gusto, pero declinó la
oferta de la pipa: había comprado tabaco de liar en Nori y aún no lo había probado,
así que se lio un cigarrillo mientras el pintor cargaba la cazoleta de su pipa.
Después mi antiguo yumón encendió una
cerilla y usó la llama para prender fuego al tabaco de los dos.
Estaban
sentados en un poyete de piedra adherido a la fachada, a la izquierda de la
puerta, entre las dos ventanas que daban al pasillo distribuidor. El campo
apenas se veía, pues la noche era oscura: no llovía, pero el cielo estaba
cubierto de nubes grandes, que ocultaban las estrellas y las lunas. Los embates
del mar contra los acantilados cercanos se escuchaban con facilidad y el
estruendo era una base de fondo muy agradable.
- Dispense
que sea tan directo, señor Drill, pero me cae usted muy bien y no quiero
enredarme con zarandajas – dijo el pintor, después de dos chupadas seguidas a
su pipa. – Usted no sabe nada de pintura, ¿ea?
Drill
lo miró un instante, fijamente, trabajando rápidamente en una respuesta.
Decidió, al final, que la táctica del pintor era la adecuada y no se anduvo con
rodeos.
-
Nada, decís bien.
-
Probablemente mi nombre le sonara, pero no tenía ni idea de lo que he hecho
hasta ahora, ¿me equivoco?
-
Hasta ahora es usted certero como el carpintero que da en el clavo – asintió
Drill, utilizando una expresión de Ülsher.
-
Así que usted no está aquí por mi pintura, ni porque quisiera conocerme ni
verme trabajar – Oras Klinton no parecía enfadado. Aspiró tranquilamente el
humo de su pipa y después lo expulsó con delicadeza, volviéndose luego a Drill.
– No me malinterprete, no estoy molesto, pero entonces ¿por qué está usted
aquí?
-
Porque puede usted ayudarme en mi misión – asintió Drill, sujetando el
cigarrillo apartado de su boca.
-
¿Y qué misión es ésa? – se interesó por fin el pintor.
Drill
suspiró, dando después otra calada a su cigarrillo. Esperaba haber tratado más
tiempo con el pintor antes de plantear la cuestión.
-
Necesito la llave de la tumba de Rinúir-Deth que usted guarda. El rey Vërhn me
ha dado permiso para pedírsela y usarla, en el caso de que usted me la ceda.
El
pintor alzó las cejas, sorprendido, pero ningún otro gesto o mueca dejaron ver
sus sentimientos o pensamientos. Se quedó un rato inmóvil, mirando hacia la
pradera casi invisible por la oscuridad de la noche, fumando de su pipa,
pensativo.
-
Déjeme que reflexione sobre esto, señor Drill – dijo al fin, con voz seca. – Es
muy curioso lo que usted me pide. Y puede ser peligroso para mí y para el
monarca de las Tharmeìon. Debo pensarlo....
-
Desde luego, digo wen....
Drill
durmió mal aquella noche. Lo recuerda bien y fue muy específico en esos
detalles.
No
vio nada convencido al pintor cuando fumó a su lado, en el exterior de la casa.
Ni parecía cómodo y jovial cuando se despidieron y cada uno se fue a su
habitación, a pasar la noche. Los soldados sí que se despidieron con cierta
algarabía (quizá provocada por el aguardiente que tomaron después del postre) y
Kharla le indicó dónde tenía la ropa de cama, dónde había más mantas y le dio
una jarra para que llenara en la bomba que había en la cocina, para tener agua
por la noche y para el amanecer. Pero el pintor se despidió de él fríamente,
inmerso en sus pensamientos y reflexiones. Estaba muy serio.
Aquello
no le gustó nada a Drill, no le tranquilizó, así que le hizo pasar mala noche,
revuelto y pensativo también. Se preparaba para lo peor, que el pintor le
dijera que no le prestaba la llave. ¿Qué opción le quedaba entonces? Tendría
que robarla, pero no lo haría con aquellos soldados delante. Tendría que fingir
que volvía a Suri, incluso presentarse ante el marqués y convencerle de que no
pasaba nada por no tener la llave, y después volver furtivamente a la casa
solariega y robarle la llave al pintor, tratando de que no se lo impidiera la
diestra Bêrtha.
A
la mañana siguiente se presentó un poco ojeroso al desayuno, que Kharla sirvió
para todos en el mismo comedor. Drill compartió la mesa, la fruta, el queso y
las tostadas con ellos y con la criada, pero el pintor no se levantó a la vez
que los demás. A Drill aquello le olió mal.
Cuando
todos estaban terminando y Kharla ya recogía la mesa, Oras Klinton llegó al
comedor, desde el pasillo distribuidor de la casa. Todos le saludaron con buen
ánimo, excepto mi antiguo yumón, que
lo miró expectante. Kharla hizo alguna broma sobre que se le habían pegado
demasiado las sábanas y el pintor rio.
-
Prepárame un par de tostadas, Kharla, si a bien tienes – rogó el pintor, con la
sonrisa en la cara. – Las tomaré en un momento. Ahora dispénsame, tengo que
hablar con el señor Drill.
Le
indicó con un gesto que lo siguiera y Drill fue detrás de él al exterior. Se
detuvieron a unos metros de la casa, en medio de la alta hierba. El viento
matutino les zarandeó las ropas y los cabellos e hizo ondear la hierba como si
de un mar verde se tratara.
-
Señor Drill, he reflexionado mucho sobre lo que me pidió ayer. Lo he hecho
antes de dormirme, y he dormido muy bien, lo que me indica que he tomado la
decisión correcta.
- Ea – dijo Drill, sin saber qué más podía
decir. Se temía lo peor.
-
He decidido que le prestaré la llave para que cumpla su misión, dejándole claro
que debe devolverla en cuanto acabe con ella – expuso Oras Klinton, levantando
el ánimo de mi antiguo yumón al
momento. – Pero se la daré con una condición.
-
Usted dirá – contestó Drill, sonriendo como un chiquillo.
-
Iremos a Suri y le pediremos permiso al marqués para volver a la capital. Una
vez allí, en Nori, le haré entrega de la llave en presencia del monarca. Sé que
soy el guardián de la llave, pero quiero que el rey sea testigo de la entrega.
Es mucho lo que él también se juega al prestarle la llave a un extranjero. Una
vez hecho eso, es libre de hacer con ella lo que tenga que hacer, pero deberá
devolvérmela en Nori, ante el monarca otra vez.
-
Digo wen, ofrezco gratitud.
-
Debo pedirle otra cosa, antes de que volvamos a Suri – le cortó el pintor. – Le
pido que nos demoremos aquí otros tres días. Creo que es tiempo que necesitaré
para tomar bocetos de los acantilados, para futuras pinturas y proyectos.
Esperaba pasar aquí más tiempo, tomándomelo con mucha calma, pero sé que debe
darse prisa – terminó con una mueca, divertida más que dolorosa. – Estoy muy a
gusto aquí, alejado un tiempo de la corte, pero trabajaré rápido, pues entiendo
que usted tiene prisa en cumplir su misión.
-
Ofrezco gratitud y deseo prosperidad – dijo Drill, emocionado, tocándose muchas
veces la barbilla con la punta del pulgar. Después hizo la reverencia elegante,
con el canto de la mano en lo alto de la cabeza y la pierna derecha sobre la
izquierda. – Una y mil veces.
-
Vamos, vamos – le dijo el pintor, sonriendo un poco azorado, cogiéndole por los
hombros. – No me dedique tanto boato. Acompáñeme a desayunar y después ayúdeme
a realizar mi trabajo con rapidez. Así estaremos listos de aquí a tres días
para volver a Suri.
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