LA LLAVE ES LA CLAVE
- XV -
ESCAPE
Tras
las “entrevistas” que tuvieron con los dos, los guerreros naroquienses les
llevaron, al cabo de un par de días, todas sus pertenencias. Al menos aquéllas
que habían encontrado junto a ellos al raptarlos en los acantilados.
La
cesta grande en la que llevaban el vino y las viandas fue llevada por dos
guerreros, acompañados por un tercero. Éste abrió la puerta de la celda de Oras
Klinton y los otros dos metieron la cesta allí. Después se fueron, sin decir
palabra.
Drill,
un poco ansioso, se dirigió a los barrotes de su celda, agarrándose a ellos,
observando cómo el pintor abría la cesta y comprobaba lo que había allí dentro.
No quedaba rastro de las botellas de vino, ni del queso, el pan y la fruta.
Estaban dentro todos sus útiles de dibujo, además del caballete. Los dibujos
que había realizado el día del rapto estaban también en la cesta, aunque no
habían sido tratados con consideración: la mayoría estaban doblados, con el
carboncillo corrido y había hasta uno roto.
-
¿Mis cosas están ahí también? – preguntó Drill.
Klinton
sacó entonces la bolsa en la que Drill llevaba sus cosas y se la pasó entre los
barrotes, tirándola de una celda a la otra. Drill abrió la bolsa bandolera y
encontró allí los cubiertos de madera, su petaca de cuero con la picadura de
tabaco y la pequeña cartera, que estaba vacía: los guerreros naroquienses
habían aprovechado los pocos sermones
que allí había, como propina del rescate que pretendían obtener.
Drill
sintió que se le encogía la respiración al no encontrar la caja de Karl Monto
entre el resto de sus cosas.
- Y
esto, que estaba en el fondo de la cesta – dijo Klinton desde su celda. Drill
lo miró y suspiró aliviado, al ver que tenía la dichosa caja en las manos. –
Esto tiene que ver con tu misión, ¿ea?
¿Puedo ver lo que contiene?
Drill
se encogió de hombros.
-
Adelante.
Oras
Klinton levantó la tapa taraceada y observó con detenimiento el interior,
mientras el resplandor dorado le bañaba la cara.
-
¿Qué es esto? – acabó preguntando.
-
Se supone que es el símbolo del amor de una pareja de casados. O una muestra de
su compromiso de muchos años – explicó Drill, algo confuso. – En realidad no
estoy muy seguro.
- Yo
tampoco lo entiendo – contestó Oras, encogiéndose de hombros, con una mueca de
ignorancia en la cara. Era tan divertida que hizo reír a Drill. El pintor cerró
la caja y se la pasó al mercenario por entre los barrotes, tirándosela. Drill
la tomó y la metió en la bolsa.
Lo
cierto era que le importaba poco la caja, aunque su honor de mercenario le
impedía ignorar la misión, sobre todo en aquellos momentos en los que estaba
tan cerca de poder cumplirla por fin. Pero, en realidad, en aquellos instantes
estaba más preocupado por ciertos apuros más importantes y más apremiantes:
estar encerrado en un calabozo de Raj’Naroq era más preocupante que haber
dejado en pausa su misión. Aun así, y de todas formas, se sintió más tranquilo
al saber que volvía a tener la caja a mano.
Dos
días después, mientras comían el rancho que les habían bajado para cenar, Drill
tuvo una idea. Se quedó con el trozo de carne de lagarto a medio camino entre
el plato de hojalata y su boca, pinchado en el tenedor de madera. Dejó el
tenedor con la carne en el plato y apoyó también el cuchillo de madera al lado,
mientras miraba la puerta de su celda.
Estaba
sentado en el catre, con las piernas cruzadas (aunque sus rodillas le mandaban
mensajes de dolor de vez en cuando) y el plato sobre ellas. Frente a él, en su
celda, Oras Klinton comía de una forma similar su ración.
Drill
observó detenidamente al puerta de su celda y después contempló con
detenimiento la puerta de la celda de su compañero, con especial atención a la
cerradura. Maquinalmente, sin pensarlo, se llevó el tenedor a la boca,
masticando la carne (sabrosa y bien cocinada), cogiendo sin darse cuenta el
cuchillo con la mano derecha.
-
Oras, si pudiéramos escapar.... ¿tú lo harías? – preguntó de sopetón.
-
¿Qué?
-
Si tuviéramos una posibilidad de escapar, ¿la aprovecharías? ¿Vendrías conmigo?
¿O esperarías al supuesto rescate del rey?
Oras
Klinton lo miró fijamente, con la cara pensativa. Drill tenía claro que él escaparía si
tuviera la ocasión: no se fiaba mucho de que el rey fuese a pagar el rescate y,
en caso de que lo hiciera, se temía que no sería por los dos. Pero dudaba de
las intenciones de su nuevo amigo. Al fin y al cabo, Oras Klinton era súbdito
del reino de las islas Tharmeìon y era un miembro destacado de la corte,
favorito del rey y de la reina. Tenía muchas posibilidades de que el soberano
quisiese verle libre de nuevo.
Oras
se pensó mucho la respuesta, Drill supuso que por todas aquellas
consideraciones, pero al contestar al final fue tajante y estaba seguro de sí
mismo.
-
Sí. Escaparía contigo – contestó, Drill no supo si por lealtad a él o porque
Oras no se fiaba tampoco de la recompensa que supuestamente iba a enviar el
rey. Fuera como fuese, Oras Klinton estaba dispuesto a jugársela, acompañando a
Drill, y eso a este le reconfortaba y le alegraba.
Drill
asintió, satisfecho y Klinton enarcó una ceja.
-
¿Por qué? ¿Estás tramando algo?
-
Puede ser – dijo Drill, con el cuchillo de madera de rhalá en la mano. – Por
ahora cena tranquilo. Esperaremos a que vuelva el guardia a recoger los platos.
Así
lo hicieron. Cuando el guardia naroquiense bajó al calabozo y recogió los
platos con los restos de la cena los dos prisioneros se los entregaron y se
volvieron a sus catres. Normalmente, todos los días después de cenar, se
acostaban en sus respectivos catres e intercambiaban unas pocas palabras, antes
de dormir. O de quedarse cada uno en silencio en su propio camastro, mirando a
la oscuridad.
Pero
aquel día ninguno de los dos se durmió. Esperaron en silencio, aguzando el
oído, escuchando los sonidos de los guardias que venían del piso de arriba.
Oras Klinton esperaba expectante, sin saber qué tenía previsto mi antiguo yumón. Drill esperaba al momento más
adecuado para actuar.
Dejaron
pasar una hora, en silencio los dos, alertas. Entonces, y sólo entonces, cuando
Drill no escuchó pasos en el piso superior, se levantó del catre, con el
cuchillo de madera en la mano. Fue hasta los barrotes, tanteó con las manos por
fuera, y cuando encontró la cerradura introdujo el cuchillo y empezó a forzar
el cierre con él. Klinton también se había levantado y veía hacer a su
compañero, en la oscuridad.
-
¿Crees que eso funcionará? – susurró.
-
Sé que funcionará – contestó Drill, con más fe de la que la realidad
aconsejaba. – Lo que necesitamos es que funcione rápido.
Dril
estuvo un cuarto de hora, más o menos, hurgando con el cuchillo en la ancha
cerradura. Aquello fue lo que le permitió forzarla, introduciendo la hoja del
cuchillo en su interior, forzando los dientes con la punta. Después de mucho
hurgar, consiguió que la cerradura saltara, giró el cuchillo y pudo abrir la
puerta.
La
cerradura de Klinton tardó mucho menos en abrirla, pues la tenía de frente y
ahora ya sabía cómo obrar con el cuchillo para forzar el cierre. Cuando el
pintor estuvo libre salió de la celda y abrazó a Drill. Después entró en la
celda de nuevo y tomó sus bocetos en papel e hizo un hatillo con un pedazo de
manta, para guardar sus lápices, carboncillos, pinceles y demás útiles.
Drill
entró también en su celda, recogiendo la bolsa, asegurándose de que todo lo que
tenía estaba allí dentro. La caja coronaba todo el montón de cosas y Drill
asintió satisfecho antes de salir de nuevo de la celda y acompañar a Klinton
hacia las escaleras que subían al piso superior.
Los
dos presos anduvieron con mucho cuidado y cautela. La escalera era de piedra,
así que no emitieron crujidos o gemidos delatores, como hubiese ocurrido con
una de madera. Al llegar arriba, a la casa, no encontraron a ningún guardia,
así que Drill guio a Klinton hacia la parte trasera. Mi antiguo yumón siempre dice que tuvieron mucha
suerte aquella noche. Los guardias que estuviesen cuidando de la casa debían
estar en otra habitación, o incluso en la puerta (la noche era agradable para
estar al aire libre), y por eso no se encontraron con ninguno.
Drill
y Klinton salieron de la casa por la parte trasera, por una ventana a la que
cerraron los postigos al salir a la calle, para disimular. Agachados, casi en
cuclillas, los dos se escurrieron entre las sombras de la noche, de casa en
casa, todas de ladrillos de barro cocido. La gente de aquella parte de la
ciudad no estaba dormida, al menos toda no, porque escucharon conversaciones al
otro lado de las ventanas e incluso música de una guitarra en una casa, pero no
vieron a nadie por la calle. Los naroquienses se habían retirado a sus hogares,
aunque no para dormir, sí para estar a cubierto y relajados.
Drill
y Klinton se alejaron de la casa del calabozo serpenteando por entre las casas
de la zona, llegando a un establo abierto. Parecía un establo abandonado, por
el aspecto del techo y de las paredes, aunque había tres caballos allí
resguardados. Pero lo que de verdad les interesó fue encontrarse con el carro-jaula
que los había llevado hasta allí.
-
Usaremos eso – susurró Drill, señalando.
- ¿Eso?
– se sorprendió Klinton. – ¿Quieres que volvamos a montar en eso?
-
Es seguro y equilibrado, para poder correr con él – explicó mi antiguo yumón, que se había fijado al ser
trasladado hasta Duk’ja. – Además, si nos topamos con algún grupo de guerreros
o de ciudadanos, podemos pasar por esclavista y esclavo.
-
¿Aún hay esclavos en Raj’Naroq? – preguntó Oras, sorprendido.
-
Me temo que sí.
Se
pusieron manos a la obra, enganchando un caballo al carro y sacándolo a la
calle. Dejaron la puerta de la jaula abierta, para que Oras pudiera ir dentro
pero no sentirse atrapado. Drill condujo el carro.
Corrieron
a toda velocidad durante la noche, atravesando los campos cercanos al río
Dracon. Drill y Klinton vigilaron el río, con sus meandros y curvas que
acercaban el curso a ellos o lo alejaban. Seguir el río era el camino más
seguro para llegar hasta el mar, así que no debían desviarse ni perder de vista
su curso.
Al
alba llegaron a la costa. Había barcos pesqueros que ya habían salido a faenar,
que se podían ver desde la orilla. Drill y Klinton habían llegado a una playa
arenosa, no a una zona portuaria, así que estaban a salvo de miradas
indiscretas. Dejaron allí el carro-jaula abandonado, buscando con prisa una
embarcación como las que veían a lo lejos: no sabían si los guardias abrían
descubierto ya su ausencia, si habían controlado las celdas durante la noche o
habrían bajado a verles con las primeras luces del día, así que querían estar
en el mar cuanto antes.
Recorriendo
la playa a lo largo dieron al fin con una barca de remos que estaba por encima
de la línea de la pleamar. Estaba asegurada amarrada a una estaca que estaba
clavada en la arena seca de la playa. No estaba abandonada, pues estaba en buen
estado, cuidada y reparada. Por allí no vieron a su dueño, así que supusieron
que su casa estaría por allí cerca.
Se
dieron mucha prisa. Klinton soltó la cuerda y se montó de un salto dentro,
mientras Drill empujaba la barca de nuevo al agua (notando cómo algunos de sus
huesos y articulaciones se quejaban). Cuando la barca ya flotaba y mi antiguo yumón tenía el mar por las pantorrillas,
saltó dentro.
Cada
uno de los dos tomó uno de los remos, se sentaron en los bancos transversales
que había en el interior y comenzaron a remar, para alejarse de la costa lo más
posible.
Al
principio lo hacían descoordinados, sin ser efectivos, pero al cabo de unas
decenas de metros y unas cuantas paladas, los dos remaron como si lo hubieran
estado haciendo juntos toda la vida.
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