LA LLAVE ES LA CLAVE
- XII -
ENCADENADO EN LA BODEGA
No
supo cuánto tiempo había pasado, al despertar tirado en un suelo de madera,
encadenado a la pared. Le dolía la cabeza y no pudo tocársela para ver si tenía
alguna herida, pues los grilletes y las cadenas le impedían llevarse las manos
hasta lo alto de la cabeza.
Oras
Klinton estaba en las mismas condiciones que él, encadenado y tirado en el
suelo, hecho un pingajo. Drill, aunque dolorido y magullado, siempre se rehacía
con rapidez, más que como un rasgo de su carácter, como una habilidad contraída
por su experiencia. Le había ocurrido de todo durante su vida como mercenario,
así que había aprendido hacía muchos años a recobrar el ánimo y tratar de
averiguar en qué situación se encontraba y cuáles eran sus opciones.
La
situación en la que se encontraba era sencilla: guerreros de Raj’Naroq les
habían hecho prisioneros a él y a Oras. Estaban en un barco (cosa que averiguó
casi al instante, por el movimiento regular del suelo, el crujir de las sogas y
el olor del agua del mar), encadenados en lo que imaginaba que era la bodega.
Supuso que los guerreros los llevaban lejos de las islas Tharmeìon. ¿Para qué?
Lo más lógico era para solicitar un rescate.
Las
opciones que tenían eran pocas. Las cadenas eran sólidas y ellos no tenían nada
para tratar de forzarlas y quitárselas. Oras Klinton ni llevaba armas y Drill
comprobó (como era lógico) que los guerreros de Raj’Naroq le habían quitado la
espada. Echó de menos su cuchillo (del que no estaba seguro que hubiera seguido
escondido en su bota si lo hubiera llevado encima) y no sería la última vez que
se acordase de él.
Los
guerreros de Raj’Naroq los vigilaban de cerca, aunque siempre desde la escala
que llevaba a la bodega desde el mamparo superior. Tan sólo entraban en la
bodega para darles un plato de hojalata lleno de una papilla hedionda, que sin
embargo los dos comían siempre, presas del hambre. Otro guerrero les cambiaba
un odre de agua cada vez que lo terminaban, lo que le indujo a pensar a Drill
que los querían vivos. Si bien no del todo sanos, al menos sí vivos.
Los
guerreros de Raj’Naroq sólo hablaban en su lengua cuando estaban frente a los
dos secuestrados y como Drill apenas entendía aquella difícil lengua, no sabían
qué decían sobre ellos o sobre el viaje. No sabían a dónde se dirigían ni cuánto
tiempo había pasado (medir el tiempo en la bodega de un barco, prácticamente a
oscuras, es harto complicado).
Cuando
por fin llegaron a tierra y les sacaron a la cubierta, Drill pudo comprobar
dónde les habían llevado. Preguntó cuánto tiempo había pasado y el guerrero que
estaba al lado le miró ceñudo antes de contestar.
Era
octubre.
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