LA LLAVE ES LA CLAVE
- XVIII -
UN ENCUENTRO INESPERADO (Y FELIZ)
Drill
marchó al día siguiente, siendo despedido en el muelle por Oras Klinton, Gert
Ilhmoras, Telly la posadera y muchos miembros más del palacio real, con los que
había hecho buenas migas. El rey lo despidió en palacio, así como la reina y
sus dos hijos, que lamentaron mucho verle partir tan pronto. Drill prometió
volver a verles.
El
capitán Unghu y su tripulación habían esperado en el puerto, pues sabían que el
mercenario se iría pronto de allí. Como ellos y Drill tenían como destino
Lendaxster, los marineros esperaron a mi antiguo yumón y le llevaron donde quería ir, a donde ellos iban a rematar
sus negocios. El viaje por el estrecho de Mahmugh fue tranquilo, a pesar de que
el tiempo empezaba a volverse desapacible y el mar empezaba a encresparse.
Siempre ocurría igual cuando se acercaba la Muerte del Año.
A
falta de cuatro días para que noviembre terminara atracaron en el puerto de
Lendaxster. Drill les agradeció el viaje, se despidió de sus compañeros de
travesía (con los que había tenido muy buena relación, durante todo el viaje de
vuelta a las islas) y quiso pagar ese último traslado, pero el capitán y sus
hombres se negaron, mofándose de Drill. Éste sonrió con su sonrisa infantil y
se despidió de ellos, agitando la mano, mientras descendía por la rampa al
muelle.
Drill
volvía a vestir sus ropas cómodas de mercenario, muy útiles para viajar. Volvía
a llevar sus pantalones de pana (con la caja en el bolsillo amplio el muslo) y
una camisa fuerte de lana. El gorro gris y el abrigo le protegían del frío que
empezaba a arreciar a finales del año. El sable regalo del rey Vërhn colgaba de
su cintura (había perdido su espada decorada con oro en Raj’Naroq) y a la
espalda llevaba su mochila, la que había sido de su amigo Quentin Rich.
Drill
estaba muy tranquilo, en aquellos momentos. Tenía la llave, la espada Lomheridan estaba a buen recaudo en su
caja de seguridad y sabía que palabras debía decir para abrir la puerta de la
gran pirámide. Tenía todo aquello que hacía ya casi cuatro años le había
parecido imposible conseguir para guardar una estúpida caja sin importancia.
Colarse en el Mausoleo de los Reyes no sería cosa fácil, no se engañaba, pero
al menos se sentía tranquilo y relajado. Su destino estaba claro y ya no tenía
prisa por llegar hasta él, así que aquella parte de la misión, sabiendo que
probablemente fuese la más complicada, no le preocupaba lo más mínimo.
Se
dirigió en Lendaxster a los establos de Humaf, donde había dejado a su burro,
hacía cuatro meses, esperando poder recuperarlo. Tendría que pagar el
alojamiento de su montura por todo aquel tiempo, pero no le importaba: aquel burro
le gustaba y podría viajar muy a gusto sobre él.
El
viejo Humaf se alegró de ver a Drill, pues el burro llevaba allí mucho tiempo y
el caballerizo no sabía nada de su dueño. Había atendido muy bien al burro, así
que arreglaron las cuentas (Drill pagó otras cuatro homilías por los dos meses de más que había estado el burro allí) y
después se despidieron, con gusto. Drill salió montado de los establos a lomos
del burro, con la mochila colgada de la silla, agarrando las riendas con los
guantes de piel de conejo. El frío era cada vez más intenso.
Al
salir de nuevo a la calle y detener al burro un momento, para tomar la decisión
de en qué dirección marchar, escuchó un ladrido allí cerca. Se giró,
desapasionado, recordando a su peludo compañero de viajes, pero imaginando que
sería un perro callejero: hacía mucho tiempo que se había hecho a la idea de
que lo había dejado atrás.
Sin
embargo, lleno de alegría, tuvo que corregirse: a la vuelta de la esquina del
establo, asomado sólo a medias, estaba Ryngo,
observándole con curiosidad.
- ¡¡Ryngo!! – Drill se bajó del borrico de
un salto y se agachó en el suelo. El zorrillo echó a correr hacia él,
lanzándose a sus brazos. Mi antiguo yumón
lo abrazó con ganas, notando que había crecido bastante, aunque siguiese siendo
un zorro joven. Cuando pienso en esta escena siempre sonrío con ternura.
El
reencuentro fue muy emotivo y los dos compañeros de viaje siguieron como si
nada hubiera pasado y como si no hubiesen estado separados todo el Verano.
Drill volvió a montar en el burro, con Ryngo
en el regazo. Lo arropó con los faldones del abrigo y después azuzó al burro,
para que volviera a andar.
Al
paso, sin prisas, feliz por la marcha de su misión y por volver a estar con su
amigo peludo, Drill salió de Lendaxster, en dirección oeste.
Atravesaron
el río Bongo y pasaron al sur de la arboleda Davy, siempre en dirección oeste.
La marcha fue tranquila y despreocupada.
Drill
temía que sus reservas de dinero (ya muy menguadas), aquellos quinientos sermones que Karl Monto le había
entregado al principio de su misión para gastos, se agotaran pronto si no tenía
cuidado, así que como le quedaba un viaje muy largo hasta Gaerluin (pasando
antes por Fixe y su caja de seguridad) trató de ahorrar todo lo posible.
Buscaba pueblos o granjas en el campo antes de cada anochecer y, siempre
gracias a su simpatía y a la virtud que tenía de caer bien, conseguía
alojamiento o al menos permiso para pasar la noche en un pajar, un establo o un
silo. De aquella manera, las noches frías (las articulaciones cada vez le
dolían mucho más) no lo eran tanto estando a cubierto.
Sólo
hizo una excepción. El mismo diez de diciembre, día de la Muerte del Año, se
detuvo en una ciudad pequeña de Darisedenalia, para pasar una noche adecuada,
con una cena digna de tal festividad. Buscó habitación en una posada decente y
barata y disfrutó de una buena cena, de una hoguera donde quemar los malos
recuerdos de aquel último año y de un techo sobre una cama mullida.
El
uno de enero continuó su marcha, siempre hacia el oeste. Pensaba llegar a
Epuqeraton pronto, donde podría comprar un pasaje para una diligencia. Sería
más caro que viajar de la manera en la que lo estaba haciendo hasta ese
momento, pero confiaba en poder vender el burro por buen precio y utilizar el
dinero de la venta para su pasaje en diligencia. Lamentaba perder de vista
aquella buena montura, pero sus necesidades eran otras. Buscaría un buen dueño
para el borrico y así tendría una buena vida.
Así
lo hizo al llegar a Epuqeraton y tuvo suerte: un hombre con un pequeño servicio
de transporte de enseres necesitaba buenas monturas y pagaba bien por ellas.
Drill le vendió a su burro, pidiéndole que le cuidara bien, y el hombre joven
le aseguró que así lo haría y le pagó un buen dinero por el animal. Tan bueno
que el billete de la diligencia fue más barato y le sobró dinero. Drill
esperaba que el sobrante sirviera para comprar un nuevo billete de diligencia
en Yutem, ya en el reino de Rocconalia.
Hacia
Yutem viajó aquella diligencia. Drill pasó la mitad del viaje solo, acompañado
sólo por Ryngo. Los dos aprovecharon
el viaje (con el suave movimiento de la diligencia) para descansar y dormitar.
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