LA LLAVE ES LA CLAVE
- XVII -
EL ÚLTIMO CABO SUELTO
-
No puedo expresar mi alegría con palabras, tal es el gozo que siento en mi
corazón, por volver a tener a Oras Klinton, mi pintor real, de vuelta entre
nosotros. Y con él a nuestro invitado, el señor Bittor Drill, mercenario de
profesión, que sufrió también el secuestro que iba dirigido a nuestro amigo
Klinton, y que se ha comportado como un héroe, rescatándole y trayéndole de
nuevo con nosotros. Me alegro enormemente de verlos a los dos de nuevo en Nori.
La
intervención del rey Vërhn fue acogida con aplausos de la pequeña multitud que
llenaba la sala del trono. Oras Klinton, al frente de aquella multitud y
delante del monarca, también aplaudió, dedicando reverencias al rey y a la
reina (sentados uno al lado de la otra, cada uno en su trono) y al público allí
congregado. Puedo imaginarme a Drill a su lado, poniéndose colorado y
ligeramente encogido de hombros, muy contento, pero también avergonzado por
toda aquella ceremonia.
Habían
regresado a Nori el día anterior y nada más bajar de “La Dama Clarish” habían empezado los honores y los recibimientos.
Los ciudadanos que había por el puerto reconocieron a Oras Klinton y enseguida
los rodearon a los dos, dándoles la bienvenida, gritando la buena noticia,
alegres de volver a verles vivos (sobre todo al pintor; a Drill no le conocían
y mi antiguo yumón no se engañaba con
eso: el famoso que volvía al hogar en aquel caso era Klinton).
Fueron
inmediatamente al palacio real, acompañados y rodeados de una multitud que iba
creciendo a medida que caminaban por la ciudad. La noticia de que el pintor de
la corte y el viejo mercenario que le acompañaba habían regresado
sorpresivamente a las Tharmeìon fue más rápido que ellos y cuando llegaron al
palacio todos allí habían escuchado el rumor y ya los esperaban.
El
rey Vërhn los recibió inmediatamente en una sala de audiencias, más pequeña que
la sala del trono pero igualmente ostentosa. Allí se congratuló mucho de verlos
sanos y salvos e incluso los abrazó, sin dejar de sonreír. Les pidió que le
contaran todas sus desventuras y las escuchó con atención, sorprendiéndose,
alarmándose y enfadándose en los lugares precisos. Después, el propio monarca
les puso al día de lo que había ocurrido en su reino durante aquellos casi
cuatro meses.
Kharla
fue la que encontró los cadáveres de los soldados que habían luchado bravamente
por protegerlos. La criada esperó impaciente a que regresaran y cuando cayó la
noche y no tenía noticias de ninguno de los dos ni de los tres soldados, salió
a la pradera. La oscuridad de la noche le impidió recorrer mucho territorio,
así que Kharla volvió a salir la mañana siguiente, a la luz del Sol. Llegó
hasta los acantilados y allí fue donde encontró el brutal espectáculo. No había
ni rastro de Drill ni de Oras Klinton, pero sí encontró un brazalete con plumas
de halcón en la mano de la soldado Bêrtha.
Kharla
volvió corriendo a la casa solariega y envió un mensaje urgente al marqués,
mediante gaviota mensajera (son bastante mejores que las palomas, pero sólo
pueden usarse en lugares costeros o en islas, claro está). Al cabo de un día
estaban allí nuevos soldados, con un consejero de confianza del marqués.
Investigaron la zona de lucha, sacaron conclusiones, recogieron los cadáveres
de los valerosos soldados y volvieron a Suri, transportando los cuerpos y los
equipajes de los dos desaparecidos. Junto con Kharla, toda la comitiva volvió a
la capital de la isla sur.
Con
tan desagradables nuevas, el marqués de Mahmugh viajó a la isla norte, a
informar al rey. Éste, al enterarse de toda la historia, se enfadó muchísimo e
inmediatamente envió a uno de sus diplomáticos a Raj’Naroq, a pedir
explicaciones y a aclarar toda la situación. La pulsera encontrada en el lugar
del asesinato y rapto era indudablemente naroquiense.
A
pesar de la época del año y de las corrientes contrarias, el diplomático viajó
por mar, rodeando Ilhabwer por el norte, y llegó a Duk’ja un poco antes que
Drill y Klinton, como prisioneros. Mientras los dos sufrían encierro en la casa
de las afueras de la capital, el embajador realizaba labores diplomáticas con
el caudillo naroquiense, que se mostró amable y conciliador, pero que no aceptó
conocer (ni haber organizado) un secuestro en las islas Tharmeìon.
Casi
al mismo tiempo que Drill y Klinton escapaban de su encierro, el diplomático
tharmeìno volvía a las islas, con las malas noticias. No había logrado nada, ya
que el caudillo de aquel país negaba toda relación con aquel secuestro.
Mientras
Drill y Klinton volvían a las islas Tharmeìon a bordo del barco del capitán
Unghu, en Nori el rey organizaba una misión diplomática más extensa y
contundente, implicando al ministro de relaciones internacionales, a su jefe de
embajadores y a una compañía del pequeño ejército tharmeìno. Quería aclarar de
una vez por todas aquella afrenta y no iba a tolerar más mentiras y retrasos.
Hacía
tan sólo unos días que un barco de la armada real había partido con aquella
misión diplomática cuando Drill y Klinton regresaron por sorpresa a Nori, así
que el rey se había apresurado a ordenar (después de conocer toda la historia
de palabra de los dos secuestrados) que se mandara un mensaje al navío con las
magníficas nuevas y dándole nuevas órdenes: su misión ahora era informar del
hecho que había ocurrido al caudillo naroquiense, para que supiese que había
una pequeña facción de guerreros en su reino que escapaban a su control.
-
Nada me hace más feliz ahora mismo que volver a ver a nuestro augusto pintor –
siguió el monarca, en la recepción que se había organizado el día después de la
llegada de Drill y Klinton. – Y nada me enorgullece más que distinguir a Bittor
Drill, mercenario, con la medalla de bronce al mérito civil. Gracias a él, esta
afrenta del reino de Raj’Naroq ha terminado bien.
Drill
se pondría mucho más colorado mientras se acercó al trono y recibió del rey la
medalla de bronce del reino de las islas Tharmeìon, que quedó prendida en su
túnica de gala, prestada por la corona. Había recibido mucha ropa nueva y un
sable de gala, con la forma típica de las espadas de las islas, con cubremano
redondeado y una hoja larga y estrecha, un poco curvada.
-
Ofrezco gratitud, majestad – dijo Drill, con voz nerviosa.
-
La nuestra estará con vos ahora y siempre, señor Drill – contestó el monarca,
henchido de dignidad y orgullo. – Siempre seréis bienvenido en mi reino y nunca
más seréis un extranjero en las islas Tharmeìon. Cualquier súbdito mío tendrá
el deber de prestaros ayuda, os encontréis donde os encontréis y sea lo que sea
lo que necesitéis.
Estoy
segura de que Drill estaba abrumado, pero yo me alegro de que le pasara todo
aquello. Ya era hora de que empezara a recibir honores fuera de Ülsher.
La
recepción continuó con un montón de nobles saludando a los recién llegados y
mostrando sus respetos a Drill. Posteriormente el público plebeyo abandonó el
palacio y los nobles y cortesanos pasaron a otra sala, en la que no fueron
acompañados por los reyes, pero pudieron entablar conversación con los dos protagonistas
del día.
Imagino
que aquello duró demasiado, para el gusto de Drill. Por eso, en cuanto pudo, y
sin parecer irrespetuoso, se escabulló de la sala y de la recepción.
-
¡Eh! ¡Bittor! – le llamó Oras Klinton, saliendo de la sala tras él. Drill se
detuvo en el pasillo de mármol y esperó a su amigo, que se reunió con él. – ¿Te
escabulles?
-
Eso no es para mí – Drill se encogió de hombros, señalando hacia la sala. – No
me malinterpretes, no te menosprecio por querer estar ahí dentro, pero para mí
es.... es....
-
Demasiado público – terminó Oras Klinton.
- Y
muy institucional – agregó Drill. – Mira, yo no soy nadie importante y no me
importa nada saber los negocios y las posesiones de los grandes de las islas
Tharmeìon. ¡Han querido comprometerme con tres muchachas ricas distintas! ¡Y a
todas las triplicaba la edad!
Oras
Klinton rio.
-
Ya te entiendo.
-
Por eso digo, no quiero que te sientas insultado, comprendo que tú disfrutes
ahí dentro. Es tu vida. Pero no la mía.
-
Ya veo – asintió Oras Klinton. – ¿Cuándo te vas?
Habían
pasado muchas cosas juntos y se conocían bien, a pesar del poco tiempo.
-
Mañana mismo, si el capitán Unghu está todavía disponible. Tengo que seguir con
lo mío.
-
Eso me recuerda que todavía tenemos un asunto pendiente – dijo Oras Klinton
apuntándole con el dedo. Después se llevó las manos al cuello del jubón de seda
y sacó una cadenita que llevaba colgada al cuello, oculta por la prenda. Tiró
de ella y dejó al descubierto la llave que protegía. No había duda de que era
ella: el intrincado diseño de los dientes y aquella parte curvada en forma de
S.
-
¿La has llevado siempre encima?
-
Sí, y te la prometí a ti antes de que toda esta locura empezase – dijo Oras
Klinton, tendiéndosela. – Tómala. Úsala bien y ya me la devolverás.
Drill
se dejó de fórmulas educadas y de gestos elegantes: tomó la llave y se lanzó a
abrazar a su amigo, con fuerza. Con la llave ya estaba todo hecho. Le parecía
increíble, pero veía su misión a punto de concluir.
Aunque
le quedaba lo más difícil.
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