SALTEADOR DE TUMBAS
- I -
HISTORIAS Y DEUDAS
Esperábamos
que Tash Norrington tardara un par de días en salir del sótano en el que le
habíamos encerrado o que tardaran ese tiempo en encontrarle, así que supusimos
que teníamos cierta ventaja sobre él y podíamos tomarnos las cosas con relativa
calma. Lo cierto era que desde Yutem salían muchas diligencias, y la que iba de
camino a Totsetum era sólo una de ellas. Esperábamos que Norrington no supiera
hacia dónde habíamos escapado.
Cuando
llegamos a Totsetum Drill ya me había contado la mayor parte de sus viajes,
pero nos quedamos un par de días en la ciudad, en los que mi antiguo yumón aprovechó para ponerme al día. Yo
le notaba diferente, muy diferente. No sólo un poco más mayor, sino más
dicharachero, menos preocupado por mantener en secreto sus misiones. Estaba
claro que contar todas sus cuitas y desventuras le ayudaba a encontrarse mejor.
Pueden
ustedes imaginar que yo me quedé atónita ante tantas peripecias, desde el robo
de la espada en Velsoka hasta su secuestro por guerreros de Raj’Naroq pasando
por su participación en la guerra entre Barenibomur y Escaste.
Habían
sido unos años muy movidos para Drill.
-
Así que ahora ya puedo cumplir la misión de una vez por todas – terminó,
tajante, la segunda noche, una vez que me había puesto al día de todas sus
aventuras y desdichas. – Tengo que ir a Fixe a recoger la espada que está en mi
caja de seguridad y podré partir a Gaerluin.
-
Me encantaría ayudarte, Bittor – le dije, muy sincera, mientras acariciaba el
sedoso pelaje del zorrillo. Ryngo
estaba todo el día con nosotros, ya fuese dentro de la posada, por las calles
de Totsetum o en la taberna en la que solíamos pasar las noches (la misma en la
que Drill había pasado tantas noches hacía dos años y unos meses, cuando había
conocido a Thitus el pastor). – Pero no puedo hacerlo. He de volver a Dsuepu,
para pagar el tributo de la Hermandad. Acabo de cobrar un buen trabajo y tengo
dinero suficiente: tengo que pagar ahora antes de que desaparezca.
Bromeé,
con la manida broma entre mercenarios de que el dinero de las misiones siempre
desaparecía misteriosamente (en bebida, compañía para la cama, nuevas armas, el
tributo de la Hermandad o cualquier otro vicio al que los mercenarios somos tan
habituales....), pero vi que Drill no reía, sino que abría los ojos
desmesuradamente, sorprendido por algo.
-
¿Qué....?
-
¡¡El tributo!! – dijo, un poco angustiado. – ¡¡No he pagado el tributo de la
Hermandad en todos estos años que he estado fuera!!
- ¿El
banco no lo habrá pagado por ti?
-
No, a menos que yo les envíe un mandato por escrito – dijo, agarrándose la cara
con las manos. – Siempre he tenido dinero en metálico, así que sólo recurría a
los ahorros del banco en años menos buenos.
-
¿Desde cuándo no pagas el tributo? – pregunté.
-
Desde que nos vimos por última vez en Dsuepu, cuando acepte esta maldita misión
– se lamentó. – Hace casi tres años.
- O
sea, que debes dos tributos.
- Más
el de este febrero que viene – dijo, pesimista.
-
Bueno, ése todavía no lo debemos ninguno – repliqué yo. – Para ése todavía hay
remedio. Y para los otros también, quizá. Ya que tienes que ir a Fixe a
recuperar la espada, puedes arreglar allí mismo lo de los tributos atrasados.
Tendrás que pagar una pequeña multa por el retraso, pero al menos los dejarás
pagados. Y no perderás tu caldero de oro
cuando puedas jubilarte.
-
¿Tú crees que conseguiré cobrarlo de verdad?
-
Sí – dije convencida, aunque no lo pensé mucho. Mi contestación fue más por el
sentimiento que por la razón. – Al fin y al cabo, no te queda tanto tiempo....
Bromeé.
Y esta vez Drill sí que sonrió, a pesar de que la broma era a su costa.
Así
fue cómo nuestros días de tranquilidad y descanso terminaron. Al día siguiente
buscamos una diligencia que viajara a la capital y tuvimos la suerte de que
salía al día siguiente (pagué yo los pasajes: aunque Drill se quejó por ello,
lo cierto era que tenía que ahorrar todo lo posible). Así que abandonamos
Totsetum y viajamos a Fixe. Muchos viajeros iban en la diligencia y, como hubo
quejas, Ryngo tuvo que viajar en el
pescante, con el conductor. Drill y yo nos turnamos para que no viajase allí
arriba solo y asustado
Cinco
días tardamos en llegar a Fixe, pues la diligencia pasaba y paraba por multitud
de pueblos y ciudades pequeñas. En realidad no nos importaba demasiado, el
retraso en los pagos no iba a ser peor porque tardáramos unos pocos días más en
arreglarlo, pero Drill estaba nervioso. No había pensado en todo aquel tiempo en
los tributos de la Hermandad de los Mercenarios, como era natural (demasiadas
preocupaciones había tenido durante aquellos años) pero en cuanto se dio cuenta
de sus impagos se azoró muchísimo.
Por
suerte tenía fácil arreglo, aunque yo comprendía la preocupación de Drill por
el dinero: mi antiguo yumón hacía
unos cuantos años que no andaba muy sobrado de él.
En
cuanto llegamos a Fixe Drill se dirigió directamente al banco “Gran Azul”,
dirigiéndose a la señora Joffa, a la que vio en su mesa.
-
Buenos días le dé Sherpú – le saludó.
-
Buenos días – respondió Drill tan preocupado con sus cosas que no contestó con
la fórmula adecuada, como era su costumbre. – Verá, tengo un problema.
-
¿Es usted cliente de este banco?
-
Por supuesto: tengo una cuenta de ahorros y una caja de seguridad contratada.
-
Permítame su placa de identificación.
Drill
se la tendió y cuando la señora Joffa comprobó su ficha del banco el trato y la
conversación mejoraron mucho.
-
Aquí lo veo, señor Drill. ¿Cuál es su problema?
-
Llevo dos años sin pagar el tributo a la Hermandad de los Mercenarios –
contestó Drill, apurado, y después le explicó (sin detalles precisos) que había
estado dos años en el extranjero, realizando una gran misión.
-
No se preocupe por eso, veo que tiene ahorrado algo de dinero en su cuenta de
ahorros – le tranquilizó la señora Joffa, observando los documentos de su
ficha. – Puede hacer el pago con retraso sin ningún problema, aunque ya sabrá
que hay que abonar una pequeña multa a la Hermandad, por el retraso....
Todo
se arregló sin dificultad, con la amabilidad de la señora Joffa tratando de
tranquilizar a Drill. Con los ahorros de su cuenta pudo afrontar los dos pagos
pasados (le tuve que prestar a Drill cien sermones
por las dos multas, una de cada año) y con el dinero que todavía le sobraba de
lo que Karl Monto le había dado para gastos al inicio de la misión (Drill se
felicitó por haber sido ahorrativo durante todo el viaje) dejó un mandato en el
banco de que pagaran el tributo de aquel año, al mes siguiente. Rellenó un
montón de impresos, firmó un montón de documentos y al final todo quedó
arreglado.
-
Muy bien, señor Drill, todo listo – sonrió la señora Joffa.
-
Ahora necesitaría sacar algo de mi caja de seguridad.
La
señora Joffa buscó a la señorita Guada, que era la técnico encargada de la caja
de Drill y ésta le acompañó a la sala de las cajas de nivel 3. Por supuesto yo
me quedé fuera, en las dependencias del banco, esperando con Ryngo. Pero sé por Drill que sacó a Lomheridan y metió el sable marino que
llevaba, sacando también su antigua espada reglamentaria. Cuando volvió a las
dependencias públicas del banco, donde el zorro y yo esperábamos, pude
contemplar la mítica espada, envuelta en trapos, cuando la sostuve mientras
Drill firmaba nuevos impresos y actualizaba la lista de artículos de su caja de
seguridad.
Arreglados
sus problemas financieros (Drill estaba más calmado al salir del banco e
incluso suspiraba aliviado) paseamos por la capital e invité a mi antiguo yumón a una cerveza y una tortilla de
ostras, muy típicas en el reino de Aluin. Drill se había quedado con treinta sermones para los posibles gastos del
final de su misión, así que aunque podía pagar quise hacerme cargo yo de la
cuenta de la taberna.
Recuerdo
con mucho cariño aquella última cerveza, pues nuestra conversación fue
agradable y animada, sin tratar temas penosos, como las deudas de Drill o sus
próximos movimientos (el final de su misión no era ni mucho menos sencillo,
teniendo que colarse en el Mausoleo de los Reyes de Gaerluin). Hablamos de
antiguas misiones juntos, hablamos de Ryngo,
hablamos de mis próximos planes.
De
verdad les juro que si hubiese sabido lo que pasaría aquel próximo año no me
hubiese separado de Drill. Le habría acompañado en el final de su misión y le
habría ayudado en lo posible.
Pero
en aquellos momentos Drill tenía sus planes y yo los míos, así que nos
separamos en buenos términos y no temimos tiempos sombríos.
-
Buena suerte, yumón – me despedí. –
Nos vemos en Dsuepu.
-
Gratitud y prosperidad, Jennipher. De veras que sí.
Nos
abrazamos y le observé cómo se alejaba.
-
Vamos, Ryngo – dijo, mirándose a los
tobillos, donde marchaba el pequeño zorro. – Cuanto antes emprendamos el
camino, más lejos nos alcanzarán las lunas.
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