SALTEADOR DE TUMBAS
- II -
UN AÑO
Aquélla
era la imagen que más recordaba de Bittor Drill, durante todo el año que
siguió. Estuve en Dsuepu, realicé misiones en Ülsher, Darisedenalia y Barenibomur,
pude disfrutar de unos días libres en septiembre para aprovechar el Verano y
visitar la playa y en la Tierra Marchita realicé un viaje de trabajo,
custodiando a un hombre rico y su preciado equipaje, de Epuqeraton a Vuidake. Y
en todo ese tiempo, un año como les digo, no tuve ninguna noticia de mi antiguo
yumón.
Sí
que recibí la visita de Tash Norrington, en Dsuepu, pero como no tenía nada
contra mí, los alguaciles no vinieron con él. Me preguntó por Drill, le
contesté lo que sabía, intercambiamos pullas, pagó mi cerveza y tomó una a la
vez que yo y después se fue. Salió de la “Taberna
de los mercenarios”, pero estuvo una semana más en Dsuepu: lo sé porque le
vi rondando por la ciudad.
No
encontró a Drill y no obtuvo noticias de él, porque ninguno las teníamos. Ni
siquiera Riddle Cort, que pasó una larga temporada en Dsuepu, recuperándose de
las lesiones provocadas durante una misión en las Colinas Grises. Por supuesto
hablé con él y pasé muchas noches compartiendo bebida y conversaciones en la “Taberna de los mercenarios”: me habló de
Drill, contándome su aventura juntos en Escaste y el bosque de Haan, pero no
tenía noticias recientes de nuestro común amigo. Riddle pareció preocupado,
cuando supo que Drill había marchado a Gaerluin, al Mausoleo de los Reyes, y
que no había regresado ni se sabía nada de él.
Pasó
un año, como digo, y al enero siguiente, después de haber celebrado la Muerte
del Año en Dsuepu con vecinos y camaradas de la Hermandad, esperaba una nueva
misión en la taberna.
Y
así fue cómo, una noche como otra cualquiera, la puerta de la taberna se abrió,
dejando pasar una ráfaga de frío invernal, acompañada de un puñado de copos de
nieve. La figura que lo había provocado, al entrar en el recinto, iba abrigado
hasta el bigote, con un viejo sombrero de lana gris y unos guantes desgastados
de piel de conejo.
Por
supuesto, era Drill.
Me
levanté, sorprendida y contenta. Drill caminó entre las mesas, cojeando,
encogido y todavía arropado. Saludó a un par de conocidos (aquella noche la
taberna no estaba muy llena) y se dirigió a la barra, donde Frank ya lo
saludaba desde lejos.
-
¡Drill! – lo llamé yo. Se giró y al verme sonrió. Le pidió a Frank un caldo
caliente y vino hacia mi mesa. Su paso era lento y cojeante y cuando me abrazó
noté que había perdido volumen. Al quitarse la ropa de abrigo vi su piel
arrugada y su cabello por entero gris. Había envejecido mucho. Se sentó con una
mueca de dolor, pero sin dejar de sonreír. – ¿Qué te ha pasado durante todo
este tiempo?
Y
Drill me lo contó.
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