-
17 -
(Granito)
Lucas avisó a la familia
Carvajal Sande que al día siguiente volvería a irse, para regresar en un par de
días. Los padres de Sofía recibieron la noticia con resignación, más doña María
Rosa que don Felipe, a quien parecían importarle poco los métodos de Lucas.
Sofía sí que lamentó que el detective volviera a irse y Sandra lo aceptó,
estando al tanto como estaba de lo que ocurría. Luis Antonio Carvajal Sande
estaba en la mansión aquel día y simplemente observó con curiosidad cómo Lucas
se preparaba para viajar y se iba. A Lucas seguía sorprendiéndole la
indiferencia y la dejadez de algunos miembros de la familia con respecto a él y
al problema de la pequeña Sofía.
El miércoles volvió a montar
en su fiel Twingo y salió hacia la provincia de Salamanca. Como siempre, el
Twingo respetó las señales de tráfico y los límites de velocidad máxima, pero
viéndolo pasar, ya fuera por su tamaño o por sus colores y forma, parecía que
volaba a toda velocidad.
A mediodía estaba en el
pueblo indicado por el general Muriel Maíllo. Era una localidad importante,
aunque mediana en tamaño y población. Lucas aparcó el Twingo en un pequeño
aparcamiento municipal, a pie de calle, que había en una pequeña plaza, y
después siguió andando, buscando el bar en el que el general le había indicado
que encontraría al Guinedeo
traductor. Había dejado la mochila en el coche, pero llevaba con él el pistón y
una de las pistolas de aire comprimido, metida en el bolsillo derecho del
vientre del mono. No quería llamar la atención, paseándose por aquel tranquilo
lugar con las pistolas colgando de las cartucheras de los hombros, pero tampoco
quería ir desarmado.
Al fin y al cabo, iba a
reunirse con un ente, una criatura que al parecer trabajaba para la agencia,
pero que seguía siendo una criatura, después de todo.
Caminó por una ancha avenida
peatonal y, siguiendo las indicaciones del mapa de su teléfono móvil, torció
por una bocacalle de la gran avenida, llena de bares de copas y pubs. A
aquellas horas del mediodía estaban casi todos cerrados y en la calle apenas
había tres o cuatro peatones, contando con él.
Siguiendo las indicaciones
del general y lo que veía en el mapa del teléfono, se detuvo delante de uno de
los bares de aquella calle, uno de los pocos abiertos. Tenía dos grandes
cristaleras con los marcos de metal opaco. Era uno de aquellos locales modernos,
que habían tenido su auge hacía unos años, apareciendo por todas partes.
Lucas miró por uno de los
ventanales y sin saber qué buscaba, entró.
El local era amplio y estaba
muy oscuro: la única luz era la que entraba por los ventanales, que estaban
orientados hacia el norte. Había tan sólo una camarera tras la barra (una
muchacha pálida, morena y delgaducha, muy maquillada y con tetas operadas
dentro de un traje corto y ceñido) que le miró con curiosidad y sorpresa. En
las mesas del bar había tres clientes y otros tantos en la barra. Parecían
trabajadores de la zona que habían pasado por allí a hacer un descanso, tomándose
un café o una cerveza. Nadie iba vestido “de fiesta” y sus indumentarias eran
ordinarias, muy distintas a lo que se esperaba que casara con un local así.
Lucas fue a acercarse a la
barra, mirando desde lejos el rebosante escote de la camarera (demasiado
exagerado para su gusto, pero llamativo al fin y al cabo) pero se detuvo a
medio camino, pues su atención había sido captada por un cliente.
Estaba sentado en una de las
mesas circulares que había por todo el local, unas mesas que tenían un sofá al
lado, semicircular, abrazando la mesa. La otra mitad estaba ocupada por dos
sillas. Sentado en uno de aquellos sofás, con una bebida frente a él, sentado
despreocupadamente y mirando alrededor con ligero interés, había un ente.
Un Guinedeo.
Lucas reconoció su piel
escamosa, sus ojos grandes y bulbosos, ambarinos, brillantes como si hubiesen
sido barnizados, y la curiosa trompetilla que tenían en donde los humanos
tenían la nariz. Era un Guinedeo de
corta estatura y tranquilos movimientos, que aun así incomodó a Lucas. Mirar de
frente a cualquier ente siempre era un poco asqueroso.
- Buenos días – le dijo el Guinedeo. Con aquel extraño apéndice que
les servía de boca y aparato respirador no eran capaces de sonreír, aunque la
voz había sonado amable y simpática. – ¿Nos conocemos?
- No – contestó Lucas,
deseando no tener aquella “anomalía”, como tantas otras veces (aunque había
otros instantes, durante sus investigaciones, en que agradecía sufrirla) para
no tener que ver el verdadero aspecto del traductor. Imaginaba que su camuflaje
funcionaba realmente bien, porque nadie en todo el bar parecía notar su
naturaleza monstruosa. – Aunque he venido a verle.
- ¿Quién es? – la
trompetilla se encogió y sacudió, cuando las palabras salieron de ella. Lucas
contuvo una mueca de asco.
- Soy Lucas Barrios.
Detective paranormal – se presentó Lucas, agarrando el respaldo de una silla
delante de la mesa a la que estaba sentado el Guinedeo. – ¿Puedo sentarme?
- Adelante – indicó con un
gesto de la mano huesuda. Dos de los brazos estaban pegados al cuerpo,
inmóviles, y sólo los dos superiores se movían: Lucas imaginó que era porque,
en su “disfraz” de humano, sólo usaba dos brazos. Los dos a mayores que tenía
por ser un Guinedeo los mantenía
quietos. – Es usted detective paranormal, pero no trabaja para la agencia, ¿me
equivoco?
- No se equivoca – reconoció
Lucas. – Y no tengo nada que ver con ellos porque no quiero. ¿Y usted es....?
- Soy Atticus – asintió el Guinedeo. Lucas notó que lo miraba mucho
más atentamente con aquellos grandes ojos amarillos: si hubiera tenido cejas
estaba seguro de que habría levantado una. – ¿Me equivoco o le está costando
mucho ver la imagen que estoy proyectando?
Lucas se sorprendió por
ello, pero se rehízo inmediatamente: estaba acostumbrado a tratar con corpóreos
y con sus habilidades extrasensoriales.
- Me da la impresión de que
ve mi verdadera naturaleza....
- Así es.
- ¡Vaya! Ahora entiendo que
se hiciera detective paranormal: juega con ventaja – la trompetilla no sonrió,
porque no podía hacerlo, pero la voz era divertida, ligera.
- No tenía muchas más
opciones....
- ¿Puedo preguntarle cómo
adquirió esas habilidades?
Lucas dudó durante un
momento.
- Un trauma infantil –
reconoció, sin decir nada de la muerte de su padre. – Un encuentro con unos
espectros violentos....
Atticus torció la cabeza, en
un gesto muy humano poco habitual en un corpóreo de su especie.
- Debió de ser duro. Lo
lamento – dijo, con sinceridad. Lucas asintió, agradecido. – Le aseguro que
trato de intensificar mi camuflaje, pero veo que es inútil: sigue viéndome como
lo que de verdad soy.
- No se moleste por mí,
estoy aquí por sus habilidades lingüísticas, no por su capacidad de crear
imágenes – dijo Lucas, sonriente.
- ¿Cómo ha sabido de mí? –
los ojos amarillos y bulbosos brillaron con un destello durante un instante,
ilusionados. – ¿Ha sido el padre Beltrán?
Lucas arrugó el gesto.
- No, no sé quién es ése –
contestó. – Ha sido el general Muriel Maíllo.
- ¡Ah! Claro.... – asintió
Atticus. – Desde que ayudé a Justo Díaz y a Marta Velasco la agencia está muy
pendiente de mí.... – se lamentó.
- Sé lo que es eso – murmuró
Lucas y Atticus pareció haberlo oído, pero no dijo nada.
- ¿Y bien? ¿Cuál es el texto
que quiere que traduzca?
- No es un texto – Lucas se
encogió de hombros. – Es un término que he escuchado hace poco: gorgodion
semnpta. Necesito saber qué
significa exactamente – pidió, lamentando no haber recordado más palabras de
las que había dicho el Elemental.
- Vaya.... ¿ha estado
recientemente en un bosque primigenio o con una criatura bosquífera, como un
Unicornio o un Hada?
- Sí, he visto Hadas, y no
son tan bonitas como las pintan – bromeó Lucas, recordando su enfrentamiento
con las violentas criaturas del bosque.
- Desde luego que no –
coincidió Atticus.
- Entonces, ¿sabe lo que
significa?
- Sólo he reconocido el
idioma – contestó Atticus, con humildad. – Pero puedo averiguar lo que
significa.... ¿Fue algo que dijeron las Hadas?
- No, fue algo que.... –
Lucas miró alrededor, con cautela, antes de proseguir, bajando la voz. – Algo
que me dijo un primigenio. Un Elemental del bosque.
La trompetilla de Atticus
lanzó un silbido. Sus ojos amarillos lanzaron un destello, que en su camuflaje
de humano se traduciría como un alzamiento de cejas, sorprendido y lleno de
admiración.
- Se mueve entre los
grandes, ¿eh? – bromeó, aunque su rostro de Guinedeo
permaneció hierático. – Era gorgodion....
- Gorgodion
semnpta.
- Ya.... – una mano huesuda
y de tres dedos subió hasta el rostro escamoso, acariciándose la plana
barbilla: estaba claro que aquel gesto era adquirido después de mucho tiempo
entre humanos, un gesto que ningún Guinedeo
haría. – Gorgodion, gorgodion....
Atticus estuvo pensativo un
rato, sacando una libreta pequeña de un bolsillo del pantalón, pasando páginas
y páginas, buscando. Encontró el párrafo que quería y después miró al techo,
pensativo: la trompetilla se sacudía y su extremo se ondulaba, como si
murmurase. Lucas esperó pacientemente.
- No controlo esa lengua,
solamente sé unas expresiones y palabras sueltas, lo suficiente para poder
tratar con primigenios y que me dejen pasar cuando atravesaba sus fronteras –
explicó, haciendo que Lucas se mareara un poco: aquel ente tenía mucha aventura
a sus espaldas. – Le digo esto para que tome con precaución mis palabras, pero
creo que esa expresión hace referencia a una enfermedad.
- ¿Una enfermedad?
- Una enfermedad bosquífera
– asintió Atticus. – Generada en el corazón del bosque y transmitida por algún
agente: quizá un Trasgo, o un Gnomo.
- ¿La enfermedad la crearía,
digamos, un Elemental y otro habitante del bosque la llevaría fuera para
contagiar a un humano? – preguntó Lucas, recordando el resto de ramita de roble
que había encontrado de casualidad bajo la cama de Sofía.
- Así sería, sí – asintió
Atticus.
- ¿Qué síntomas tiene?
- Al ser una enfermedad
bosquífera cursaría con cansancio, lasitud, somnolencia.... quizá alguna
complicación respiratoria e incluso hongos de la piel y el pelo. No soy curandero,
lo siento, no controlo demasiado ese tema.
- ¿Síntomas parecidos a los
de una posesión infernal? – preguntó Lucas.
- No veo por qué – Atticus
sonó sorprendido, – aunque podría ser. Ya digo que no soy experto.
- ¿Sabe si esa enfermedad
puede curarse? ¿Tratarse? – preguntó Lucas, mientras pensaba en otra cosa: el Elemental
del Bosque de los Suspiros había dicho que Sofía sufría aquello porque la
ayudaba para algo, aunque no lo recordaba.
- Al fin y al cabo este tipo
de enfermedades son más hechizos que verdaderos contagios, así que supongo que
habrá un método para poder librarse de ellas. Quizá otro conjuro, un
tratamiento con pócimas....
- Gracias, Atticus. Ha sido
de gran ayuda – asintió Lucas, pensando en quién podría proporcionarle ayuda
con el tratamiento. Tendría que ir hasta Soria, pero como había pensado estar
de viaje todo el día.... – No sé muy bien si tengo que pagarle o....
- Ni se le ocurra – rechazó
con un gesto del brazo. – Tengo dinero suficiente.
- ¿Y si le pago la
consumición? – preguntó Lucas, levantándose, señalando el vaso con líquido
ambarino, casi vacío.
- Bueno, no le diré que no –
sonó sonriente Atticus. – Pero hágame el favor de mirar el escote de Jennifer:
está muy orgullosa de ellas y sería una pena que las pasara por alto....
- Con mucho gusto – aceptó
Lucas, imitando el tono bromista del Guinedeo.
Lucas se despidió con un
gesto y se volvió a la barra. No dio ni tres pasos antes de que Atticus lo
llamara.
- Señor Barrios – se giró
para mirar al Guinedeo, – ¿quién
sufre el gorgodion semnpta?
- Una adolescente de quince
años, en Cáceres – contestó Lucas. – Es una chica estupenda.
Atticus lo miró
intensamente, pensativo (aunque en un rostro tan libre de rasgos era difícil
identificar emociones: fue más una intuición de Lucas que una certeza real).
Después hizo chistar el esfínter de su trompetilla y se puso en pie.
- ¿Le importa si le
acompaño? Hace tiempo que no participo en ninguna investigación y el cuerpo me
pide acción – dijo, terminando después el resto de bebida que quedaba en el
vaso. – Y ayudar a una buena chica en apuros es un aliciente que no se puede
dejar pasar.
- Por mí no hay problema –
respondió Lucas, sin tenerlas todas consigo, aunque estaba convencido de que se
sentía solo y que tener compañía no le vendría mal. Atticus parecía un gran
compañero y el único problema era tener que ver su verdadero y repulsivo
aspecto.
Los dos se dirigieron a la
barra, donde Jennifer les esperó, ilusionada, apoyándose en la barra y
mostrando todavía más su amplio y generoso escote. Lucas vio, en parte por su
“anomalía” y en parte por su intuición de detective, que la camarera estaba
colada por Atticus.
Si ella pudiera ver cómo era
él realmente....
Lucas rio.