jueves, 12 de julio de 2018

Lucas Barrios, Detective Paranormal: Árbol Genealógico - Capítulo 12


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Lucas llegó el sábado a primera hora de la tarde a casa del maestro Francisco Pizarro, que no había echado en falta su ausencia desde la tarde anterior. No se sorprendió al verle, aunque le preguntó qué tal le iba. Cuando Lucas le explicó que llevaba toda la noche trabajando en la mansión Carvajal-Sande, el maestro solamente asintió y no comentó nada. Ni siquiera compuso una mueca de sorpresa, o de malicia, o de interrogación. Simplemente le preguntó si había comido, porque le habían sobrado garbanzos con morcilla, y le puso un plato cuando Lucas reconoció que tenía hambre.
Tras comer una generosa ración de los deliciosos garbanzos de Francisco Pizarro, Lucas se fue derecho a la cama y durmió hasta la madrugada del día siguiente, doce horas seguidas. Se quedó remoloneando en la cama, sin llegar a dormirse de nuevo, aunque dormitando mientras esperaba que amaneciese el domingo.
Una vez despierto, cuando escuchó moverse a su anfitrión por la casa, se levantó y se aseó, desayunando con el maestro.
- Ha dormido mucho tiempo seguido – comentó Francisco Pizarro sin tono de pregunta. Lucas lo miró, esperando algo más, pero no llegó ningún otro comentario. Aquel tipo era raro de verdad.
- Sí, tenía muchísimo sueño atrasado – comentó, asintiendo, mientras se comía una tostada con aceite y pimentón de la Vera. – Ya le comenté que había pasado toda la noche trabajando en la mansión Carvajal-Sande.
- ¿Tiene mucho lío allí?
- Bueno, bastante. Es complicado.
- Esa familia es complicada – comentó el maestro, con una mueca rara que Lucas no supo identificar.
- ¿Los conoce?
Francisco Pizarro Huete se encogió de hombros, mientras recogía los útiles del desayuno.
- Cuando llegué a esta escuela, hace unos pocos años, traté de conocer el pueblo y a la gente que vivía en él. Algunos me indicaron que existía esa mansión y me acerqué a conocer a los Carvajal. Cuando supe que tenían una hija pequeña quise conocerla, pensando que la tendría en clase, o al menos que la vería en la escuela. Fue cuando me enteré de que la niña recibía clases en casa.
Lucas esperó, ya que aquello ya lo sabía y no justificaba el comentario del maestro de que era una “familia complicada”. Francisco Pizarro Huete se mantuvo en silencio y sólo siguió hablando cuando descubrió que Lucas lo miraba expectante.
- De eso les conozco, nada más, y de haber coincidido con los padres en una subasta benéfica que hubo hace un tiempo en Jerte – explicó. – Pero he oído cosas sobre ellos.
- Rumores y chismes – desdeñó Lucas.
- Eso es, que en un pueblo tan pequeño tanto pueden ser habladurías como grandes verdades – asintió Francisco Pizarro, sentándose a la mesa de nuevo, frente a Lucas. – No les hice mucho caso, desde luego, por lo que dice usted, pero algunas de las cosas que supe eran tan jugosas que investigué un poco por mi cuenta.
- ¿Qué cosas?
- Bueno, imagínese: adulterios, hijos secretos bastardos del patriarca, el pasado como novicia de la madre del clan, asuntos de drogas en los que se ha visto envuelto un sobrino un poco díscolo.... El “a, b, c” de toda familia de renombre que se precie.
- Ya veo – sonrió Lucas y se sorprendió al ver que su interlocutor también sonreía. Casi tenía una cara bonita cuando sonreía, tan larga y gris el resto del tiempo.
- Como le decía: todo aquello podía ser tan cierto como falso, de lo ordinario que era. Como lo de la cazafortunas de la mujer de Felipe hijo, cuando anduvieron de novios hace tres años y acabaron casándose a los pocos meses. Otro cliché.
Lucas asintió, recordando lo que le había dicho Sandra sobre su cuñada. Recordó cómo le había abordado en la sala de lectura, cuando se habían quedado solos, y pensó que Aliena era un mal bicho de cuidado.
- Pero investigué un poco más, alejándome de la familia actual y acercándome al origen del apellido. ¿Sabía usted que los Carvajal eran miembros de una de las familias más importantes de Cáceres durante el asedio del siglo XIII?
- Algo había oído.
- Tenían una gran fortuna, no sólo en dineros, sino también en posesiones. Los terrenos donde se asienta ahora su mansión son de la familia desde hace siglos. En Cáceres hay un palacio que lleva su nombre. Además también tienen casas y palacios en Plasencia y otras ciudades de la provincia. Terrenos, fincas y demás. Y los Sande eran una familia menor, pero también importante en Cáceres en aquellos tiempos. También tienen un palacio en Cáceres con su nombre y algunos terrenos que hace años fueron vendidos. Durante muchos años las familias nobiliarias de Cáceres se mezclaron entre ellas, mediante matrimonios concertados, y la unión actual de Felipe Carvajal Roelas y de María Rosa Sande Carpio es una más de ellas, en tiempos menos excelentes para los nobles y los aristócratas
- Todo esto es interesante, pero no veo de dónde saca que la familia Carvajal Sande es “complicada”, como usted ha dicho antes – apuntó Lucas.
- Por todo lo que le he explicado de su pasado – contestó Francisco Pizarro Huete, sin mudar su rostro ni alzar la voz. – La historia familiar pesa mucho y mantener el renombre de dos casas tan famosas en otro tiempo hace que la familia tenga actividades poco convencionales.
Lucas le miró, suspicaz.
- ¿Ilegales, quiere decir?
- No aseguraría tanto, pero es cierto que gracias a su negocio no dejan de comprar y vender posesiones – explicó Francisco Pizarro. – Llevan un ritmo de vida de aristócratas, aunque según tengo entendido están arruinados.
- ¿De veras? – se sorprendió Lucas, que no había visto detalles de ello durante su estancia en la mansión, sino todo lo contrario.
- Oh, seguro que usted ha visto mucha opulencia, desde luego. Hay que aparentar – asintió el maestro. – Pero según he averiguado, aunque le pido tome mis palabras con tiento, tienen muchas deudas. Todo lo que ganan con su empresa de gestión de bienes y no sé qué más historias lo usan para pagar lo que deben y las ganancias de la familia sólo provienen de la cría de caballos. Buenos dineros, sin duda, pero innecesarios para mantener un nivel de vida más cercano al de los antiguos marqueses que a los de una familia sencilla de este siglo.
Lucas asintió, sorprendido. Había pasado por alto a su anfitrión y se estaba dando cuenta de que, quizá, si hubiera empezado hablando con él, su visión sobre la familia Carvajal Sande habría estado mucho mejor dimensionada.
- Además.... – inició Francisco Pizarro Huete, frenándose al instante. Entrecerró los ojos y miró fijamente a Lucas, antes de decir, casi avergonzado: – Lucas, ¿cree usted en lo sobrenatural?
El detective tuvo que contener una carcajada divertida y socarrona que casi se le escapó desde la garganta.
- Más me vale.... – contestó, confundiendo de primeras a su anfitrión, pero convenciéndole después con un asentimiento y una sonrisa franca.
- Pues verá: se dice que la familia puede estar maldita. O quizá no tan exageradamente, pero al menos sí marcada por la desdicha – explicó Francisco Pizarro Huete, haciendo que Lucas prestase mucha más atención que antes, que ya era mucha. Aquellas historias se acercaban más a su terreno, a lo que de verdad influía en su trabajo y en sus pesquisas. – Hay quien cree que la desgracia familiar empezó con don Bernardino López de Carvajal y Sande, que fue catedrático en la universidad de Salamanca, cardenal en Roma y embajador de los Reyes Católicos ante la Santa Sede. Un virtuoso, en definitiva, tanto de los conocimientos terrenales como de los espirituales. Hay en Plasencia un palacio donde vivió.
- ¿Y qué hizo semejante hombre ilustre?
- Que se sepa, nada malo. Aunque se dice que celebraba orgías con mancebos y doncellas cada pocos días, que oficiaba misas negras durante los solsticios de invierno y de verano y que era amigo de brujas y de sus artes. Todo habladurías, pero lo cierto es que durante un tiempo estuvo excomulgado.
- ¿En serio?
- Sí, por no sé qué lío durante el Conciliábulo de Pisa, a principios del siglo XVI: debió de encabezarlo, o algo así – dijo vagamente Francisco Pizarro. – No nos importa, la excomunión no es signo de mal camino: a menudo se utilizaba como medida de presión por la Iglesia. Lo importante es que la biografía de este santo varón tiene los suficientes espacios en negro como para que sirva de excusa de la supuesta maldición familiar.
- ¿Y si no es por esto, por qué es? – preguntó Lucas, que había entendido, por la forma de expresarse del maestro, que había más hipótesis.
- ¿Se ha fijado en el escudo de los Carvajal? – preguntó en respuesta Francisco Pizarro.
- Sí – asintió Lucas, que lo había visto por todas partes, tallado en piedra o madera, bordado en tapices o pintado en cuadros por toda la mansión.
- Muestra una banda negra rodeada de hojas y bellotas de roble – asintió el maestro. – Al roble también se le llama carballo, en la zona asturleonesa de donde proviene la familia: Carvajal viene de ahí, de carballo.
Lucas asintió, sorprendido.
- Bueno, a lo que iba: la banda negra fue en inicios de color rojo, pero fue cambiada por un hecho que aconteció en el siglo XV: los hermanos Pedro y Diego Alonso de Carvajal fueron acusados de haber robado las tierras al noble favorito del rey Fernando IV de Castilla, y de haberle asesinado luego. El rey los condenó a muerte y los hermanos, antes de ser ajusticiados, lanzaron una maldición al monarca, emplazándole a un juicio ante Dios en un plazo de treinta días. Pues bien, los hermanos Carvajal fueron ajusticiados y nadie prestó crédito a sus palabras. Pero cuando se cumplieron los treinta días Fernando IV murió repentinamente y de esa manera los hermanos Carvajal, desde la tumba, demostraron su inocencia. ¿Y sabe con qué sobrenombre pasó a la historia el rey Fernando IV de Castilla?
- No lo sé: lo mío no es la Historia – Lucas compuso una mueca.
- Fernando IV “el Emplazado” – dijo Francisco Pizarro, tomándoselo a risa. – Así se le conoce.
- Vaya....
- La banda del escudo cambió de rojo a negro, que es como luce ahora, y se dice que aquella maldición de los hermanos Pedro y Diego Alonso de Carvajal, a pesar de haber demostrado su inocencia, maldijo a la familia, pues al fin y al cabo habían matado al monarca.
- ¿Y usted cree que estos pasajes de la historia de la familia han originado que los Carvajal no levantaran cabeza desde el siglo XV o XVI? – preguntó Lucas, interesado.
- Yo no creo nada – Francisco Pizarro Huete se encogió de hombros y se levantó de la mesa. El brillo inteligente de sus ojos y la pasión que iluminaba su rostro durante la narración habían desaparecido y volvía a parecer un hombre simple y mediocre. – Me temo que la falta de pujanza de los Carvajal Sande se debe, más que nada, a una mala gestión del patrimonio familiar desde hace muchos años. Y a que la hidalguía ya no vale de nada en España: tan ladrón y tan inepto es el hidalgo como el escudero. Ya lo dijo Cervantes hace cuatro siglos, pero ninguno nos damos por aludidos.
- ¿Y entonces por qué me ha contado todo esto?
Francisco Pizarro Huete, que ya se había dado la vuelta para encaminarse por el pasillo, se volvió a mirar a Lucas.
- Porque mucha gente cree que ahí puede estar la explicación de que a los Carvajal Sande les vaya tan mal las cosas y sean una familia mal avenida, a pesar de lo que quieren aparentar. Además, creí que a usted todo eso le interesaría – añadió, y alzó las cejas al ver la cara de incomprensión de Lucas. – ¿Acaso no es usted Lucas Barrios, detective paranormal? Creí que las historias de maldiciones y encantamientos le vendrían bien para su trabajo....
Francisco Pizarro Huete salió de la cocina, sin hacer caso ni reaccionar a la cara de pasmo y sorpresa que lucía Lucas. El detective se preguntaba cuándo se había dado a conocer ante el maestro. ¿Acaso lo había hecho? Estaba convencido de que no.
Lucas sonrió, divertido y escamado. Estaba claro que el maestro no era alguien estúpido y mediocre, como había supuesto al conocerle. Muy al contrario.
Lo que tenía que valorar era si no sería, además, alguien peligroso de quien precaverse.

* * * * * *

Zarag Diomines terminó de ajustar la televisión, enchufó el cable de conexión y se enderezó, haciendo sonar su espinazo encorvado.
- Bueno, pues esto ya está hecho – dijo, con una sonrisa amigable, con su voz arrastrada y de marcado acento búlgaro o rumano. Miró a la pareja de jóvenes, que esperaban ante él sentados en el sofá.
- ¿Ahora se ve sin problemas? – preguntó él, apuntando con el mando a distancia a la tele y encendiéndola. La imagen apareció sin problemas, nítida y visible. Zarag no dirigió su mirada a ella, confiado en que funcionaría. Se entretuvo en guardar sus herramientas, sabiendo que las “mejoras” que había instalado en la tele sólo funcionarían cuando la mujer estuviese sola ante ella.
- Bueno, pues muchas gracias – decía en ese momento precisamente ella, acercándose a Zarag Diomines, que se ponía en pie y se colgaba la bolsa al hombro con las herramientas. La mujer joven le tendía un billete de cinco euros.
- ¡Oh, no! ¡No, no, no! – lo rechazó Zarag, haciendo aspavientos con las manos y sin dejar de sonreír, amable. – No tiene que darme nada, el arreglo entra en el seguro y yo estoy pagado.
- Era sólo un detalle, por su rapidez y su amabilidad....
- Cójalo, no se preocupe – dijo él, mirando al reloj. Zarag sabía que tenía cierta prisa por salir de casa y encontrarse con alguien a solas. El operario vestido con peto y camisa de cuadros no pudo evitar sonreír, malévolo, muy diferente a como lo había hecho durante todo el arreglo de la televisión. Mantuvo la sonrisa, mirando al hombre joven, mientras tomaba el billete de manos de la mujer.
- Muy bien. Muchas gracias – dijo, y después cambió su sonrisa, de nuevo a la agradable.
- A usted – le dijo ella, imitándole.
Zarag Diomines recogió todas sus cosas, volvió a despedirse y a dar las gracias y salió del apartamento, anadeando con su curioso caminar (fingido, tan sólo para disimular), sin poder evitar sonreír con mucha maldad.
Cuando llegaba por el segundo piso ya reía a carcajadas.
Zarag Diomines salió a la calle. Miró a ambos lados antes de cruzar y bajó a la calzada, para llegar hasta la otra acera. Allí se acercó a la entrada de un callejón oscuro. Cuando llegó no había rastro de Zarag Diomines: era Zard el Dharjûn.
Oculto a la vista de la gente, refugiándose en las sombras del callejón, miró hacia el portal del que acababa de salir. Dejó caer la inútil bolsa de herramientas al suelo y se despojó de la camisa, soltándose los tirantes del peto: así era como el Dharjûn se sentía más cómodo.
Observó salir al hombre al que acababa de “reparar” el televisor y sonrió con malicia al imaginarse a la mujer joven ante el aparato: ahora que estaba sola, vería imágenes de su marido reuniéndose con su cita, una vecina del bloque. Zard sonrió, divertido: la bronca cuando el marido volviese a casa sería de aúpa.
El caos estaría servido.
Una vibración sorda sacudió el bolsillo del peto. Sacó de allí el teléfono móvil que usaba en aquella dimensión y contestó (con dificultad, dados sus dedos grandes con garras) pulsando sobre el icono verde de la pantalla.
- Diga.
- Buenas noches señor – saludó una voz de mujer, serena y profesional.
- Sonsoles, me alegro de oírte – asintió Zard. – ¿Qué tienes que contarme? ¿Hay novedades sobre ese agente de la ACPEX?
- Está controlado, señor – contestó Sonsoles Mediavilla Liérganes, sin alterar la voz o el tono. – Gerardo Antúnez podrá ponernos en contacto con el general Martínez en cuanto se lo pidamos.
- Pídaselo ya – rogó el ente, con media sonrisa satisfecha y peligrosa. – Tengo algo muy importante de lo que hablar con el general.
- En seguida señor. Conseguiré una cita con el general para mañana mismo.
- Excelente – siseó el Dharjûn, goloso. – Necesito que ese vejestorio me presente a alguien mucho más valioso e importante....

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