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(Granito)
- ¿Entonces....? – preguntó
Felipe Carvajal Roelas, vagamente interesado.
- Entonces sé qué es lo que
le pasa a su hija – afirmó Lucas, quizá con demasiada certeza. Doña María Rosa
Sande se llevó las manos a la cara, cubriéndose la boca y la nariz, con ojos
emocionados. Miró al techo y después volvió a fijar su mirada en Lucas.
- Gracias.... – musitó.
Lucas se sintió mal de
inmediato. Había vuelto a la mansión en cuanto el Elemental le había dejado
solo, porque aunque sus palabras habían sido amables, Lucas había sabido
entender la amenaza velada en ellas. El dios del bosque había sido amable con
él sólo porque había comprendido que tenía una misión (explicarle a aquel primigenio
lo que era un contrato hubiese sido inútil), pero en realidad aquel dios quería
proteger el bosque (o protegerse a sí mismo, que al final era todo igual) de
forasteros y extraños. Quería que Lucas saliese de allí y eso es lo que había
hecho el detective.
La vuelta a la civilización
había sido rápida y no tan ajetreada como su viaje de ida hasta el corazón del
Bosque de los Suspiros. No había vuelto a ver Hadas ni Ofídropos, aunque sí contempló a un Unicornio y tuvo que esconderse
de una cuadrilla de Trasgos, que iban tan entretenidos en chincharse y
molestarse que no vieron ni olieron al detective tras dos árboles que crecían
juntos. Una vez fuera del bosque, a primera hora de la tarde de aquel martes, había
vuelto a paso vivo a la mansión.
Se suponía que tenía la
clave de lo que le pasaba a Sofía, aunque no sabía lo que era. El idioma del
primigenio era desconocido para él y no tenía muy claro quién podía hablarlo o
al menos traducirlo. Había entrado en el bosque con ánimo de hallar respuestas
para tranquilizar y aliviar a la familia Carvajal Sande, y ahora que las tenía
no sabía si le iban a entender.
Por eso estaba reunido en el
despacho del patriarca junto con doña María Rosa Sande y Sandra Carvajal,
además de con Sofía. Lucas había pedido expresamente que la chica estuviera
presente, teniendo que ponerse muy insistente (pesado incluso) con el señor
Carvajal Roelas, que no veía la necesidad de que su hija supiera qué le
afectaba.
- Gracias, Lucas – le decía
en ese momento ella, admirada, y Lucas se sentía un fraude. Un estafador. Si de
verdad supieran lo que había descubierto....
- ¿Y qué es lo que le pasa a
nuestra hija? – preguntó, con un hilo de voz, llorando de alivio, la señora
Sande Carpio. A Lucas se le añusgó la garganta, al verla tan emocionada.
- Sufre de gorgodion
semnpta – contestó Lucas, sabiendo que les iba a vender humo.
- ¿Qué es eso?
- Es una dolencia
sobrenatural, mágica podríamos decir – divagó Lucas. Aquello era lo que él
suponía, que desde el bosque (o quizá Sofía lo había adquirido en una de sus
recientes visitas a los árboles, hasta donde le gustaba ir a caballo,
recordando las andanzas de su recién abandonada niñez) había sido enviada
aquella especie de enfermedad o de hechizo, que afectaba periódicamente a la
niña. Pero sólo eran eso, suposiciones, que además no encajaban con ciertos
datos que había recabado durante su investigación en la mansión. – Ahora sólo
tengo que descubrir cuál es el remedio. Entonces Sofía volverá a estar bien.
- Gracias a Dios – musitó
doña María Rosa Sande. Sandra, por su parte, no decía nada, pero miraba muy
atentamente a Lucas, como si quisiera leerle la mente.
- ¿Y cuándo conseguirá ese
remedio? – preguntó Felipe Carvajal Roelas. Parecía contrariado por el
resultado de la investigación, o porque se estuviera alargando un poco.
- Tengo que consultar con
unos expertos, que podrán asesorarme – contestó Lucas, no muy alejado de la
realidad que le esperaba, aunque no le gustaba nada. – Imagino que podré tratar
a Sofía en un par de días, como mucho.
- Estupendo – asintió Felipe
Carvajal Roelas, muy solemne. Lucas lo encontraba demasiado serio, teniendo en
cuenta que le estaba dando buenas noticias. Eran un poco demasiado optimistas,
la verdad, pero eso sólo lo sabía Lucas. Al menos eso creía él, ¿o el patriarca
había notado sus dudas y había deducido que les estaba estafando con sus
deducciones?
- Así que, si me disculpan,
tengo que hacer unas llamadas. Probablemente tenga que volver a desplazarme,
pero volveré enseguida, cuando tenga el remedio – dijo, haciendo amago de
levantarse de la butaca.
- Desde luego. Adelante – le
contestó el patriarca de los Carvajal, levantándose él del todo. Sólo entonces
se levantó Lucas y se despidió con un cabeceo, saliendo del despacho, sin
querer mirar a Sofía, ni a Sandra, ni a la señora Sande Carpio.
- ¡Lucas! – le llamaron
cuando ya estaba en el pasillo. Se dio la vuelta, suspirando, encontrando a
Sandra que llegaba hasta él, como había adivinado, al reconocer la voz. – ¿Qué
ocurre?
- Nada.
- Vamos – se quejó la mayor
de los hermanos. – Ahí dentro no ha contado toda la verdad.
- ¿Tiene poderes
paranormales, señorita Carvajal? – bromeó Lucas, tratando de desviar la
atención. – ¿Puede leer las mentes?
- Ojalá pudiera, porque sé
que algo no anda como debería, aunque no he adivinado lo que es. Cuéntemelo.
Lucas la miró fijamente,
dudando si podía sincerarse con ella.
- Venga, ¿ya no confía en
mí? Entonces, ¿por qué me dio esto antes de irse al Bosque de los Suspiros? –
Sandra sacó la roseta de plata del bolsillo, mostrándosela a Lucas. – ¿Qué ha
pasado ahí dentro para que nos mienta tan descaradamente?
- ¿Quién dice que he
mentido? – Lucas trató de mostrarse ofendido, aunque por dentro pensaba en que
lo habían cazado.
- En realidad no sé si nos
ha mentido, pero al menos sé que no nos ha dicho toda la verdad....
Lucas miró un poco más a
Sandra, la única a la que había considerado aliada en aquella casa. No es que
los demás fuesen sus enemigos, sino que era con la única con la que había
conectado, manteniendo una relación cordial. Si a alguien podía contarle sus
inquietudes y la verdadera naturaleza de sus hallazgos era a ella, aunque al
ser la hermana mayor de Sofía podía ser que se tomara muy mal aquel engaño de
Lucas.
Entonces recordó a Patricia,
en concreto cómo le decía que tenía que aprender a confiar en la gente, no a la
ligera ni indiscriminadamente, sino confiar en la gente que te había demostrado
que se podía confiar en ella. Y Sandra Carvajal Sande se lo había demostrado.
- He contado la verdad –
bufó Lucas, pasándose la mano por la nuca, despeinándose. – He descubierto que
lo que sufre Sofía es gorgodion semnpta. Realmente creo que es una
dolencia mágica, un hechizo o algo así, provocado desde el bosque. Pero no sé
nada más. Supongo que por eso se sentía tan cansada y tan mareada estos días,
aunque no lo sé seguro. Quizá el hechizo cause esos episodios violentos, como
posesiones. No lo sé seguro. Por no saber, no sé ni siquiera qué significa gorgodion
semnpta.
- ¿En serio?
Lucas asintió.
- Por eso quiero consultar
con algunos expertos, preguntarles por ese término. Averiguar si alguien me lo
puede traducir y explicarme qué es. Una vez que sepa a qué nos enfrentamos,
podré encontrar una solución.
- ¿Y por qué esa pantomima
con mis padres? ¿Por qué esos ánimos? – se indignó Sandra.
- Porque sentía que les
había fallado – aceptó Lucas. – Entré en el bosque convencido de que allí iba a
encontrar la solución. Y la encontré, solo que no la entiendo. Temía que
perdieran su confianza en mí si volvía con otro enigma más.
Sandra valoró las palabras
de Lucas, encontrando sentido en ellas. Suspiró.
- No vuelva a mentirme –
pidió. – Haga lo que quiera con mis padres: entiendo que no será fácil tratar
con ellos, cuando no son tan receptivos a su oficio como yo. Pero a mí puede
contarme la verdad: yo confío en usted. Y creo en lo que usted cree.
Lucas asintió, valorado.
- Gracias.
- No hay de qué. No vuelva a
mentirme, por favor – le ordenó Sandra, dejando salir su vena más autoritaria, aristócrata.
Luego volvió a ser ella misma. – Y ahora no le molesto más: vaya a averiguar
qué es eso del “gorgorian” para ayudar a mi hermana.
- Gorgodion semnpta – rio Lucas.
- Como sea....
Sandra volvió al despacho de
su padre, quizá a simular que compartía la alegría que ellos sentían, o para
explicarles la conversación que acababa de mantener con él (esperaba que
ocultando la realidad que le había confiado a ella en secreto). Lucas suspiró,
un poco superado por la situación y se dio la vuelta, bajando a la planta baja.
Allí se fue a la sala del piano, una sala tranquila, con buena acústica, y que
solía estar vacía. Una vez allí sacó el teléfono del bolsillo del mono rojo.
No quería hacer esa llamada,
pero no le quedaba otra opción. Entre todos sus contactos del mundo
sobrenatural no había ningún lingüista. Algunos hablaban lyrdeno mucho mejor que él, pero la lengua en
la que había hablado el Elemental era mucho más antigua que el lyrdeno, mucho más compleja y mucho más
desconocida. Necesitaba a un traductor excelente.
Y para encontrarle, sólo se
le ocurría ponerse en contacto con el general Muriel Maíllo.
No le gustaba la idea, sobre
todo porque le debería un favor al general si éste le ayudaba, y no quería
tener tratos con él, pero sabía que los únicos con los medios necesarios para
traducir aquellas arcanas palabras eran los de la agencia.
Tomó aire, llenándose de
resignación y de valor con la inspiración profunda, y después buscó el teléfono
en la agenda. Tenía el teléfono particular del general, pues había sido amigo
de su padre y aún tenía cierto trato con su madre: además, lo había guardado
hacía años para saber cuándo no tenía que contestar al teléfono, al ver el
número del general en la pantalla. Muy al principio de toda aquella locura,
cuando dejó la agencia y se marchó a aprender del mundo, recibió muchas llamadas
de la ACPEX, pero no hizo ni caso de ellas ni de los técnicos y agentes que
hablaron con él. Con el paso de los meses dejaron de llamarle.
- Soy el general Muriel
Maillo. Dígame – escuchó la conocida voz, autoritaria pero juvenil. Apretó los
ojos, con rabia, tratando de mantener a raya las lágrimas. La voz del general
le recordaba una época pasada, cuando era un niño adolescente, como Sofía.
Cuando su padre aún estaba vivo y había muerto ante él, durante aquella misión
que había interrumpido sus vacaciones.
- General, soy Lucas Barrios
– contestó al fin, consiguiendo que su voz sonara normal, a pesar de la
sacudida de los recuerdos y las emociones. Sus ojos, cerrados, brillaban por
las lágrimas que los rubricaban, sin caer.
- Vaya, qué sorpresa, Lucas
– contestó el general, al cabo de un instante de silencio, por la sorpresa.
Sonaba verdaderamente amable y contento de oírle. – No esperaba que me llamaras
nunca.
- No lo hubiera hecho si de
verdad no lo necesitara – Lucas mordía las palabras, no las pronunciaba. El
general debió de darse cuenta del tono tenso del detective, aunque no dio
muestras de haberlo notado.
- ¿Te ocurre algo?
- No es a mí. Es a una niña.
- Tu madre me dijo que
habías vuelto a trabajar. ¿Es eso?
- Deje a mi madre en paz. Y,
por favor, deje de hablar de mí con ella. No soy de su incumbencia – masculló
Lucas, con rabia.
- Pero el caso es que sí
eres de mi interés. Y en estos días más que nunca – rebatió el general, sin
explicar por qué. – ¿Qué necesitas?
Lucas suspiró, con las lágrimas
corriéndole por las mejillas, aunque su voz no se torció.
- Tengo una cita en un
idioma extraño. Muy antiguo – dijo, sin dar más explicaciones. – Necesito a un
traductor que me ayude. Sé que en la agencia tendrán los mejores.
- Tenemos uno muy bueno, que
descubrió hace un par de años Justo Díaz Prieto, antes de jubilarse – nombrar
al antiguo compañero y gran amigo de su padre no ayudó a Lucas. – Podría
mandarle tu petición.
- No quiero que le mande
nada. Sólo necesito que me dé su teléfono o que me diga dónde encontrarle –
pidió Lucas. – No quiero tener trato con usted. Lo sabe.
- Lo sé – admitió el
general, sereno. – Pero el caso es que te necesito para una cosa. Nada
sobrenatural, no es ningún caso. Solamente hay alguien que quiere conocerte. Me
ha pedido que consiga una charla contigo. Si aceptases reunirte conmigo y con
este hombre interesado en ti, te daría la localización de nuestro traductor.
Lucas se separó el teléfono
de la oreja y movió la cabeza, deseando decir muchos tacos, pero sin soltar ninguno
al final. Estaba cabreado, mucho más que antes de la llamada. Lo que más temía
se había cumplido, casi inmediatamente. El general podía ayudarle, pero le
pedía algo a cambio.
Y él no quería tratar con el
general ni volver a la ACPEX.
- ¿Es sólo una charla? –
preguntó, volviendo a ponerse el teléfono en la oreja.
- Es lo que ha pedido –
admitió el general Muriel Maíllo. Su voz no se había agriado en ningún momento,
ni enfadado, a pesar de que el trato de Lucas estaba siendo terco y tenso. –
Quiere conocerte y tener una entrevista contigo. Supongo que querrá hacerte una
proposición o mandarte un encargo, no lo sé.
Lucas estuvo a punto de
preguntar que por qué ese misterioso personaje no se ponía en contacto con él
por medio de la página web, pero supuso que o bien el general no lo sabía o no
se lo diría. A Lucas aquello le sonaba a una trampa para volver a tratar de
reclutarle, y aunque no quería volver a pasar por aquello, si era el precio de
poder seguir investigando cómo ayudar a Sofía, tragaría y lo haría. Con volver
a decir que no cuando el general hiciera su oferta....
- Está bien. Acepto –
consintió.
- Me alegro, Lucas.
- El jueves puedo estar
allí. Pero no iré a la agencia – advirtió. – Elija el lugar que quiera, pero en
terreno neutral.
- No es necesario, pero de
acuerdo.
- ¿Quién es ese tipo que
tiene tanto interés en conocerme? – preguntó, de repente, tratando de pillar en
un renuncio al general, para demostrar que todo era una treta, una trampa para
engatusarle.
- Darío M. Zardino –
contestó el general, sin dudar. – Es un hombre de negocios, muy educado y con
buena posición. La verdad es que yo no lo conocía hasta hace un par de días,
cuando se puso en contacto conmigo a través de un agente.
Lucas arrugó la cara. O el
general era muy rápido, o estaba preparado, o era cierto que existía aquel
tipo. De todas formas, ya había convenido que se reuniría con él, fuera quien
fuese.
- ¿Y el traductor?
- Sí. Está en un pequeño
pueblo de la provincia de Salamanca – explicó el general, dándole la dirección.
Lucas estaba tan tenso y molesto por la situación que no tuvo recuerdos
dolorosos al oír mencionada la ciudad charra. – Podrá encontrarle en ese bar
sin duda.
- Muy bien – dijo Lucas, sin
sentirse satisfecho.
- No te asustes al verle,
Lucas – advirtió el general. – Aunque ese Guinedeo
se oculta muy bien a simple vista, con tus habilidades verás perfectamente su
aspecto real.
Lucas alzó una ceja,
curioso.
Hacía tiempo que no veía un Guinedeo.
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