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11 -
(Granito)
Amanecía el sábado y Lucas
seguía en la mansión de los Carvajal-Sande. Había pasado toda la noche allí,
despierto, trabajando en el caso, buscando pistas y datos, valorando opciones y
explicaciones.
Después de lo ocurrido,
llevaron a Sofía a su cama, por petición de Lucas. Felipe Carvajal Roelas llevó
a su hija en volandas, acompañado por su mujer y su hija mayor. Los demás,
asustados, afectados pero queriendo ayudar, tuvieron que quedarse abajo, pues
no era necesaria una comitiva de gente para llevar a la pequeña a su
habitación. Todos hablaban a la vez, lamentándose por lo ocurrido, hablando con
miedo, instando a Lucas a que averiguara qué le pasaba a la niña y a que la librara
de ello.
Lucas pidió a Venancio que
en las cocinas hicieran una infusión de romero y hierbaluisa para Sofía y
después fue a buscar su mochila, que había dejado en el coche. Nadie habría
podido habérsela alcanzado durante el evento, pero no lo había recordado con la
tensión y los nervios. De la mochila sacó (con gran alegría porque tuviera un
poco) unas hojas de adormidera, para calmar a Sofía y que durmiera toda la
noche seguida.
Recogió la infusión de manos
del mayordomo, le dio las gracias, metió el pellizco de hojitas secas sin que
nadie lo viera, subió la taza hasta la habitación de Sofía, se la entregó al
padre para que se lo hiciera tomar a la niña y esperó en la puerta. Al cabo de
unos minutos salieron los tres miembros de la familia y se encontraron al
detective en el pasillo.
- ¿Cómo está?
- Asustada, pero más
tranquila – contestó Sandra.
- Haga algo, señor Barrios –
rogó doña María Rosa Sande, agarrándose al pecho de su camisa, mientras lloraba
desconsolada. – Ayúdela, por favor. Cúrela.
- Lleva aquí tres días y no
ha hecho nada – le echó en cara el señor Carvajal Roelas. – ¿Cuándo va a
empezar a ganarse su salario?
Lucas estuvo a punto de
contestarle de malas maneras, explicándole que había hecho mucho más de lo que
su estúpido y remilgado cerebro podía entender, pero prefirió guardar las
formas. Aquel matrimonio (y aquella familia en general) estaba sufriendo un
trance muy doloroso.
- Si me da su permiso, ahora
mismo – contestó, midiendo sus palabras y su tono. – Déjenme entrar en el
dormitorio de Sofía, déjenme investigar en la casa esta noche. Averiguaré algo.
- ¿Usted solo? ¿En el
dormitorio de mi hija? – se incomodó el señor Carvajal Roelas.
- Sandra Herminia puede
quedarse conmigo – apuntó Lucas, sabiendo que la mayor de los hermanos Carvajal
Sande podía ser de mucha ayuda. – Ella podrá ver que mi interés es
estrictamente profesional.
- Felipe, no seas mal
pensado – lloriqueó doña María Rosa. – El señor Barrios sólo quiere ayudar.
- Sea.
Lucas les agradeció el
permiso y entró en la habitación. Sandra se quedó fuera, aunque con la puerta
abierta, más por la preocupación de sus padres que porque a ella le importara.
Estaba claro que confiaba en Lucas y sabía que no había ninguna intención
oscura en que entrara en la habitación.
Sofía aún estaba despierta,
siendo víctima de la poción poco a poco. Estaba arropada hasta el cuello,
tumbada de medio lado, de cara hacia la puerta de la habitación. Cuando notó
que Lucas entraba a oscuras, abrió los ojos, y le miró con confusión. Después,
al enfocarle bien y reconocerle, le sonrió.
- Hola, Lucas.
- Hola Sofía. ¿Cómo te
encuentras?
- Muy cansada....
- Duérmete, no he venido a
molestarte – le dijo Lucas, quedándose de pie al lado de la cama. – Sólo quiero
comprobar algunas cosas.
- ¿Que no me pase lo de antes
otra vez? – dijo la niña, asustada.
- Eso es, entre otras cosas.
Sofía guardó silencio, sin
cerrar los ojos, mirando todavía a Lucas.
- He dicho cosas asquerosas,
¿verdad?
- Bueno, no has dicho
piropos, es verdad, pero no eras tú quien lo decía – contestó Lucas. –
¿Recuerdas lo que ha pasado? ¿Lo que has dicho?
Sofía negó, apoyada en la
almohada. Brillaron lágrimas en sus ojos.
- Sé que algo me empujó,
como sacándome de mi cabeza – lloriqueó. – Vi el comedor como en una pantalla
de cine, aunque no recuerdo lo que vi. Todo se movía mucho. Creo que mi madre y
mi padre chillaban mucho, ¿no? No lo sé, no estoy segura. Pero creo que he
hecho y dicho cosas feas, por cómo me miran mis padres y mis hermanos....
- Bueno, no te preocupes
ahora por eso, ¿quieres? Estamos todos cuidándote y no te va a pasar nada.
- ¿Me lo prometes? – pidió
Sofía, con cara llorosa. – ¿Me prometes que no me va a volver a pasar nada y
que vas a curarme?
- Lo prometo – contestó
Lucas, sin dudar, porque pensaba averiguar y salvar a aquella niña. Lo que no
estaba tan seguro era de si volvería a sufrir otro intento de posesión antes de
que él descubriera qué estaba pasando allí. – Y ahora, ¿me harías un favor? –
Sofía asintió, secándose las lágrimas con una mano que sacó de debajo de las sábanas
y la manta. – Cierra los ojos y cuenta lentamente hasta cien, imaginándote los
números en tu cabeza. Cada número de un color o de una forma, sin repetir. Si
llegas a cien puedes abrir los ojos y seguimos hablando. ¿Harás eso por mí?
Sofía asintió. No era tonta
y seguramente imaginó la intención de Lucas, pero no rechistó y pareció
obedecerle. Lucas imaginó que para el número veinte ya estaba dormida.
Como era natural, buscó
primero bajo la cama. Allí no encontró nada más que suciedad normal y algunas cosas
que una adolescente guardaría en aquel sitio, como una caja con unos patines,
un casco viejo de montar a caballo, un montón de revistas, y una caja de madera
con antiguas muñecas. Lo único fuera de lugar era una ramita seca de roble, que
podía haber llegado allí pegada a un zapato o enganchada a un calcetín, o
incluso arrastrada por el aire y colándose por el amplio ventanal de la
habitación, que todas las mañanas se abría de par en par. Lucas la recogió, más
que nada para sacarla de allí.
Buscó marcas demoniacas y,
como sospechaba, no encontró nada. Revisó la ventana, saliendo incluso al
balcón y observando todo por fuera. Abrió el gran armario y buscó alguna pista
demoniaca, tratando de no hacer caso de la ropa que encontró (y suplicando por
no hallar ningún secreto vergonzoso que Sofía escondía allí). No halló nada, ni
destacable para la investigación ni vergonzante para él y la chica.
A pesar de todo el revuelo
que causó (aunque tuvo cuidado de ser silencioso) Sofía no se despertó. La adormidera
hacía su efecto. Aprovechó para revisar las uñas de la joven y la cabeza detrás
de las orejas, sin encontrar restos de pasta o aceites hechizantes ni ninguna
marca en la piel. Aquello cada vez parecía más una posesión aleatoria, aunque
Lucas no se creía eso ni de coña.
Salió de la habitación al
cabo de un par de horas. Sandra seguía en el pasillo, quizá un poco aburrida,
pero totalmente despejada y sin rastros de sueño.
- ¿Ha encontrado algo? – le
preguntó de sopetón.
- He descubierto que no he
encontrado nada – contestó Lucas, encogiéndose de hombros. – Todos los posibles
rastros que deja una posesión programada no están y no hay evidencias de que
Sofía sea víctima de algún chamán o invocador externo.
- ¿Entonces?
- Todo indica que puede ser
una posesión aleatoria.
- ¿Así que es una posesión
seguro? – inquirió Sandra.
- De eso no hay duda –
asintió Lucas, recordando la cara negra y los ojos cambiados de color de Sofía,
además de la voz ronca y potente.
Sandra cerró los ojos y los
apretó, preocupada.
- ¿Y qué es eso de una
posesión aleatoria?
- Básicamente que un demonio
juguetón, de alguna otra dimensión o de la nuestra, si ha viajado hasta aquí,
toma posesión de un cuerpo humano al azar, para hacer de las suyas – explicó
Lucas.
- ¿Y cree que eso es lo que
le pasa a mi hermana?
Lucas negó con la cabeza.
- No creo que sea eso. Sólo
digo que todo indica que es eso – explicó, algo confusamente. – Verá, una
posesión aleatoria no deja rastros, como sucede aquí. Pero una posesión
aleatoria no suele repetirse en el mismo sujeto. Además, como le he dicho, los
demonios que hacen eso tienen un objetivo muy concreto, y las posesiones que ha
sufrido su hermana, tanto la que me ha relatado como la que he visto esta
noche, no parecían servir más que para que Sofía hiciese y dijese barbaridades.
- ¿Hoy también se ha
contoneado y se ha....? – Sandra preguntó con cautela, llevándose las manos al
pubis, sin llegar a tocarse. Lucas asintió, grave. Sandra compuso una mueca de
disgusto. – Dios mío....
- Hay cosas muy extrañas
aquí, así que debo seguir investigando – trató de calmar Lucas a su confidente
y ayudante. – Quiero dar una vuelta alrededor de la mansión, quiero bajar a los
sótanos y quizá también ir a los establos. No quiero dejar ningún cabo suelto
sin revisar. ¿Podría llevarme a las caballerizas?
- Claro.
- Muy bien, pero luego –
dijo Lucas, agarrando por el hombro a Sandra, con confianza. – Ahora debe ir a
dormir. La noche ha sido muy dura y si mañana va a ayudarme debe estar
descansada.
- No sé si podré pegar ojo –
se lamentó Sandra, mirando hacia la habitación de Sofía.
- Yo puedo ayudar con eso –
se ofreció Lucas, pensando en la adormidera que todavía tenía en la mochila. –
Pero antes, una pregunta: ¿su hermana Carmen Adelaida sigue en la mansión?
- Creo que sí – asintió Sandra.
– Sólo se han ido mi hermano Felipe Ernesto y Aliena. Y mi tía y mi primo, que
se han ido con ellos.
- Bien – asintió Lucas,
pensando que si la rubísima se había marchado se quitaba de encima una
preocupación más. Admirar a Aliena era una maravilla, pero le hacía sentirse
muy mal: recordaba a Patricia a cada momento, pero cuando se recreaba en las curvas
de la mujer de Felipe Ernesto Carvajal Sande la imagen de su novia muerta le
venía con mayor nitidez a la mente. – Luego iré a hablar con ella. Usted pida a
Venancio que le prepare una infusión como la que ha preparado antes a Sofía y
le añade esto: le ayudará a dormir – le dio un pellizco de adormidera y después
caminó por el pasillo, en dirección a las escaleras que bajaban.
- Lucas – le llamó, haciendo
que se girara. – Ninguno estamos a salvo de sufrir una posesión de ésas, ¿no es
así?
Lucas compuso una mueca.
- Hasta donde yo sé, supongo
que no.
- ¿Y no tiene miedo de
sufrirlo? – preguntó Sandra, y entonces Lucas se dio cuenta de que el miedo y
el temblor ligero que sufría la mayor de los hermanos podía no ser sólo por su
hermana pequeña.
- No, a mí no pueden
poseerme.
Sandra le miró
interrogativa. Lucas volvió sobre sus pasos y se acercó a ella. Se aseguró de
que nadie los miraba y se desabrochó la camisa, tres botones, lo justo para que
Sandra pudiera verlo.
- Hace años, un maestro
persa que tuve, me mandó tatuarme esto. Es una protección contra las posesiones
demoníacas.
Sandra pudo ver el tatuaje
con tinta blanca que Lucas lucía en el torso. Eran tres líneas que formaban
tres óvalos, concéntricos, que le rodeaban el cuello, pasando por sus hombros y
cruzándole el pecho y la espalda, a la altura de los omoplatos. Eran líneas
sencillas, que parecían cicatrices, al estar hechas con tinta blanca. El único
“dibujo” diferente eran tres picos que apuntaba hacia abajo en la espalda (uno
dentro del otro, sin tocarse) y tres curvas que formaban casi un circulo
completo (también uno dentro del otro) en el pecho, sobre el esternón.
- Entonces, ¿estás
protegido?
- Sólo contra demonios – contestó
Lucas, colocándose la camisa y abrochándose los botones. Después compuso una
mueca. – Pero hay criaturas de todo tipo ahí fuera: el multiverso es fecundo y
variado.
Volvió a darse la vuelta y
se llegó hasta las escaleras, bajando por ellas al piso de abajo.
Lucas pasó la noche
deambulando por los alrededores de la casa, abrigado con un abrigo de paño que
le prestó el solícito Venancio. Revisó sobre todo los exteriores de la ventana
de la habitación de Sofía, sin encontrar ningún rastro ni ninguna pista. Cuando
todos los miembros de la familia dormían (o al menos mal dormían, agitados por
lo que habían vivido aquella noche) Lucas paseó por las diferentes dependencias
de la mansión, al menos por las habitaciones a las que podía acceder (desde
luego no entró en los dormitorios que estaban ocupados).
A pesar de su insistencia y
su tenacidad, no halló nada relevante. Si no fuera porque lo había visto (e
incluso había luchado contra el demonio que había poseído a Sofía) no creería
que había ocurrido nada paranormal en aquella casa.
Aquel pensamiento, cuando el
Sol ya rayaba en el horizonte oriental, fue el que le dio una pista para seguir
investigando. Lo que ocurría era que desde allí no podría hacerlo, así que
tendría que depender de la ayuda de sus amigos. Miró la hora y decidió esperar
un poco más para llamarlos. Seguramente aquellos dos locos por lo sobrenatural
ya estarían despiertos, pero prefería hablar con ellos con la mañana ya
avanzada, cuando estuvieran un poco más despejados.
Lucas desayunó en las
cocinas, cuando el servicio se levantó para poner en orden la casa. Comió en
silencio, mientras las criadas y criados le miraban con cierto recelo y algo de
miedo. Lucas hizo caso omiso de aquellas miradas y de lo que significaban.
Curiosamente, a pesar de no
haber dormido en toda la noche, estaba bastante despejado y activo, con nuevas
ideas para afrontar el día y la investigación. Esperó sentado en el gran salón
a que los demás Carvajal despertaran, jugueteando con la rama seca de roble que
había encontrado bajo la cama de Sofía. Cuando empezó a escuchar algo más de
jaleo por la casa se levantó del sillón que quería atraparle entre sus brazos y
su mullido asiento, lanzó la ramita a los rescoldos de la chimenea, y salió del
salón mientras crecía una pequeña llama en las brasas.
Dejando espacio entre él y
la familia, esperó a que todos estuvieran despiertos, aseados y hasta
desayunados (en algunos casos). Sólo entonces se dirigió a Carmen Adelaida.
- ¿Qué tal han pasado la
noche?
- Malamente – respondió ella
con un suspiro. – Sin pegar ojo, y cuando lo hacíamos tardábamos pronto en despertarnos,
agitados por malos sueños. Mi hijo sigue en la cama, pues ha pasado mucho miedo
durante la noche y apenas ha dormido.
- ¿Y su marido?
- No, él ha dormido bien. Le
costó conciliar el sueño, pero Enrique podría dormir en cualquier parte –
aquella confesión doméstica sobre su marido la hizo sonreír, cosa que no había
hecho en toda la noche. Todos los de la mansión estaban sombríos y parcos.
- Doña Carmen, tengo una
pregunta para usted – inició Lucas. – Quizá no pueda responderla, dada la
tensión del momento, pero no se preocupe. Sólo quería saber si usted se fijó si
faltaba alguien en el comedor cuando anoche a su hermana Sofía le dio el ataque.
Carmen Adelaida Carvajal
Sande miró sorprendida al detective, pero al ver que no era una pregunta
trivial, porque Lucas Barrios seguía mirándola con seriedad, arrugó el ceño y
trató de recordar.
- Creo que no. Estábamos
todos. Ustedes estaban a punto de salir a la sala de lectura, a fumar, pero
seguían en el comedor, cerca de la puerta – comentó. – Incluso estaban por allí
Venancio, Daría y otras criadas, tomando nota de lo que queríamos beber y empezando
a recoger la mesa. Había mucha gente, pero no faltaba nadie, creo.
- Muy bien, doña Carmen,
muchas gracias – asintió Lucas, confirmando su sospecha. Sabía que para una
cosa así necesitaba a una madre, acostumbradas a controlar a sus hijos y
vigilantes siempre del ambiente que los rodeaba, aunque fuera de forma
inconsciente. Si Lucas no había preguntado directamente a la señora Sande
Carpio, la madre de Sofía, era porque en aquellos momentos de susto y dolor
doña María Rosa sólo habría tenido ojos para su pequeña, que estaba sufriendo.
- Me alegro de poder ayudar
– asintió y sonrió modesta Carmen Adelaida Carvajal Sande.
* * * * * *
Mientras esperaba a que
Sandra despertara, para que le acompañara a los establos, Lucas cogió su
teléfono y buscó un número en la agenda. Se lo llevó a la oreja y esperó a que
contestaran, mientras sonaban los tonos de llamada.
- ¡¡Lucas!! ¡¡Hola guapo!! –
contestó una voz femenina, muy alegre. – ¿Cómo estás?
- Bien, bien, trabajando de
nuevo – contestó, dibujándosele una sonrisa al escuchar la voz de la mujer,
como siempre le ocurría.
- ¡¡Qué bien!! Me alegro
mucho.
- ¿Y vosotros? ¿Qué tal?
- Muy bien, al pie del
cañón. Buscamos un grupo de humos
ahora mismo, en una cañada que ha sido escenario de un montón de matanzas –
explicó la mujer, con soltura, como si estuviese hablando de otro tema más
ordinario.
- ¿Dónde estáis exactamente?
Quiero ir a veros.
- ¡¡Genial!! Pues te paso
con éste, que te indicará mejor que yo – contestó, aunque Lucas sabía que era
ella la que conducía siempre.
- Muy bien.
Escuchó ruidos inconexos,
mientras el móvil cambiaba de manos.
- ¿Qué pasa contigo, chaval?
Quieres venir para acá, ¿no? – escuchó la voz potente y graciosa, esta vez de
un hombre. – Pues te indico. ¡Y luego te mando la ubicación!
Lucas escuchó las
explicaciones y se aseguró de haberlas entendido bien y de recordarlas. Como no
sabía qué iba a hacer el día siguiente, quedó con ellos el lunes, asegurándole
que iban a permanecer allí bastantes días.
Lucas colgó el teléfono,
todavía cansado por la falta de sueño, pero reconfortado al saber que en un par
de días iba a reunirse con Carla y Pancho. Siempre era una alegría estar con
ellos.
* * * * * *
Hacia el mediodía, cuando
Sandra Herminia Carvajal Sande ya estaba despierta y repuesta, gracias al
reparador sueño que le había brindado la infusión de Lucas, acompañó al
detective a los establos, donde éste quería buscar indicios de invocaciones o
rituales satánicos.
Los dos caminaban abrigados,
pues el frío de la mañana era helador. Lucas volvía a usar su corta cazadora,
pues con los rayos del Sol era suficiente, y porque se sentía incómodo aprovechándose
del buen Venancio: había descubierto que el cálido y largo abrigo que le había
prestado durante la noche era del mayordomo. Lucas estaba muy agradecido, pero
no quería tomar ventaja sobre él, sólo por ser criado de la mansión.
- Tengo una duda que me
ronda desde anoche – comenzó Lucas, mientras se acercaban a los establos, que
estaban tras la mansión, en pleno campo, dentro de la finca pero alejados del
edificio. – No quise preguntárselo entonces, porque el momento no era el más
adecuado y no quería que pensara que se lo estaba echando en cara.
- ¿Qué es?
- No soy el primero al que
llaman para que ayude a Sofía, ¿me equivoco?
- No – contestó Sandra, algo
avergonzada, mirándose los pies mientras avanzaba.
- No se preocupe, Sandra, no
hay de qué avergonzarse – aclaró Lucas, que no quería incomodar a su guía. –
Sólo lo pregunto porque tuve una corazonada, y porque me servirá para hacerme
una idea de la situación....
Sandra todavía tardó una
docena de pasos en contestar.
- Sofía lleva casi dos
semanas enferma, aunque en realidad no sabíamos si estaba enferma o qué le
pasaba – explicó, al fin. – Digamos que estaba indispuesta. Mis padres llamaron
primero al doctor Morales Quintero, el médico de la familia. No encontró
dolencia alguna, así que le recetó un reconstituyente y unas vitaminas. Sofía
no mejoraba, así que mi padre hizo venir a una neuróloga muy afamada, de
Barcelona. Le hizo unas pruebas y tampoco encontró nada reseñable. Su
diagnóstico fue fatiga, quizá por algún desarreglo hormonal sin importancia. Lo
que le diagnosticaron a Sofía fue adolescencia.
- Bueno, eso se cura con el
tiempo – bromeó Lucas.
- Pero Sofía no se curaba y
al final, por intercesión de mi tía María Resurrección, mis padres llamaron sin
ningún convencimiento a un chamán sintoísta, que examinó a mi hermana, ahumó su
habitación con varitas de incienso o de no sé qué sustancias y leyó unos
cánticos de unos libros que traía consigo. No pareció funcionar.
Lucas no dijo nada, porque
en realidad no conocía al chamán ni había visto sus métodos, pero lo cierto era
que en determinadas situaciones aquello funcionaba mucho mejor que la medicina.
Sobre todo si lo que la medicina trataba de curar eran dolencias
sobrenaturales.
- Entonces, el domingo
pasado, fue cuando ocurrió el primer ataque, el primer evento como los llama
usted. Mis padres no estaban en casa así que les llamé para que volvieran
cuanto antes. Valoramos nuevas opciones, hablamos de métodos no ortodoxos y una
rápida búsqueda en internet me hizo dar con su página web. No esperaba que
contestara tan pronto.
Lucas sonrió, sin explicar
que, de haberse producido una semana antes, aquel mensaje se habría quedado sin
contestación.
- Su padre también me llamó
– comentó, en su lugar.
- Sí. Creo que vio mi
búsqueda en el ordenador y, estaba tan desesperado, que se decidió a llamarle
al día siguiente.
Lucas asintió, sorprendido
por las palabras de Sandra. Don Felipe Carvajal Roelas se había mostrado sereno
y medido desde que Lucas estaba allí, nunca desesperado. Lo que era mantener
las apariencias para aquellos hidalgos....
- Lamento que no fuese
nuestra primera opción – comentó Sandra, cuando llegaron a las puertas de los
establos. – Pero no podíamos imaginarnos qué era lo que le pasaba a Sofía.
- Descuide – sonrió Lucas. –
Mucha gente me llama en último lugar: muy poca gente piensa en fenómenos paranormales
cuando se enfrenta a algo que no entiende. En realidad, es en lo último que
piensan – suspiró Lucas, componiendo una mueca de pesar. – Lo malo es que, a
veces, ya es tarde cuando me llaman y llego: esperemos que, en este caso, no
sea tarde para su hermana.
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