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13 -
(Granito)
Lucas avisó a don Felipe
Carvajal y a doña María Rosa Sande de que tenía que realizar ciertas
investigaciones allí cerca, consultar con una pareja de expertos ciertos detalles
de la investigación. Les aseguró que aquella misma noche estaría de vuelta y
que el martes podría volver a tratar a Sofía. A los señores Carvajal Sande
aquello les pareció ciertamente irregular, pero accedieron amablemente. En
realidad no entendían los métodos del detective, así que le dieron el beneficio
de la duda.
Lucas montó en su Twingo
mejorado y viajó sin parar hasta la provincia de Toledo, en medio de un monte,
buscando a sus amigos. Guiándose por la ubicación que le había enviado Pancho
el sábado los encontró con cierta facilidad.
Escuchó los ladridos de Barney bastante antes de verlos, cuando
aparcó el Twingo al borde de un sendero y caminaba por el campo de hierba,
salpicado de árboles retorcidos. Sus amigos estaban ocultos por la vegetación,
unos metros por delante, así que no los veía, pero los ladridos del perro le
indicaron la dirección en la que tenía que andar y el lugar donde estaban los
tres. Apartando ramas peladas de árboles y esquivando puntas afiladas, llegó a
un claro, ancho y largo, cubierto de hierba verde, maltratada por los fríos del
invierno.
La caravana estaba fija y
bloqueada, asentada a un lado del claro. El gran Ssang Yong Rhodius de Carla
estaba aparcado cerca, a la vera de los árboles del bosque. En medio del claro
estaba Carla, jugando con Barney. Le
lanzaba un palo grande y grueso y el perro se lo devolvía.
El pastor alemán olió a
Lucas, porque de repente se giró y salió como una bala, directo a él, corriendo
por el campo como si volara.
- ¡¡Lucas!! – Carla se
alegró de verle, saludándole de lejos. Barney
llegó hasta él y se puso a saltar, como loco, queriendo saludarle. Lucas le
acarició el cuello y la cabeza y el perro caracoleó entre sus piernas,
contento. Cuando Lucas echó a andar hacia su dueña, Barney lo siguió, trotando a su lado, con la rosada lengua colgando
fuera de la boca.
- Hola, Carla – saludó
Lucas, al llegar hasta ella, dándole un abrazo y dos besos.
- ¡Ya estás aquí! ¿Qué tal
el viaje? ¿Nos has encontrado bien?
- Bastante bien, sí, aunque
tenéis la manía de esconderos – bromeó el detective.
- Vamos donde está la
acción, qué le vamos a hacer.
- ¿Qué estáis haciendo aquí?
- Ya te dije que esta zona
era un lugar muy activo en matanzas – contestó Carla, agachándose para
acariciar al perro, que deambulaba entre las piernas de los dos. – Entre la
Reconquista, la Guerra Civil y otros conflictos, ha sido terreno de batalla
muchas veces. Por allí hay una quebrada poco profunda, donde se abandonaban los
cuerpos de los muertos en batalla, así que esto es un foco de fantasmas
terrible, como te puedes imaginar.
- Ya....
- Estamos recogiendo huesos,
para ver sus propiedades – explicó Carla. – Hay un montón, a veces no hace
falta casi ni excavar. Queremos ver si los ectoplasmas impregnan con su
energía, de alguna forma, los restos. Si eso ocurre queremos ver si se pueden
aprovechar los huesos, o su polvo, de alguna manera.
- ¿Pancho está allí?
- Sí: vamos a verle – Carla
encabezó la marcha y Lucas se puso a su lado. Barney trotaba alrededor de ambos, se adelantaba y luego retrocedía.
– Él cree que podrían servir incluso como GPS o brújula. Que el polvo de los
huesos, si tiene propiedades sobrenaturales por la exposición con los humos, quizá tenga alguna reacción hacia
otros espíritus o fantasmas en su misma longitud de onda.
- Y manipulando el polvo, de
alguna manera, se podría diseñar una especie de brújula o de radar – asintió
Lucas. La teoría era muy inteligente.
- Exacto. Aunque sólo es una
idea de Pancho, tenemos que estudiarlo y ver cómo se comportan los huesos y si
de verdad sirven para algo así.
Carla le guio por el claro y
salieron de él por el extremo oeste, caminando con cuidado por entre los árboles
de ramas afiladas y desnudas. Barney,
con mayor facilidad por ir más cerca del suelo, se coló entre los troncos de los
árboles y las piernas de su dueña y se adelantó. Los humanos llegaron un poco
más tarde, a una zona despejada del bosque, en el que el suelo de tierra marrón
se abría en una quebrada de unos cinco metros de ancho, bastante empinada. Sin embargo,
desde donde estaban, al inicio de la grieta, se podía descender por un
terraplén natural de tierra prensada. Carla bajó por allí con agilidad, fruto
de la experiencia, pero Lucas prefirió hacerlo con cuidado: era la primera vez
que bajaba por allí, sus botas estaban bastante desgastadas en las suelas y
sobre todo no quería quedar como un torpe delante de sus amigos. Sobre todo delante
de Pancho, que utilizaría aquello para mofarse de él durante dos o tres años,
más o menos.
Pancho estaba al fondo de la
grieta, a unos doce metros del terraplén. Estaba acuclillado, limpiando con un
cepillo de cerdas blandas unos fragmentos de hueso, clasificándolos y
guardándolos en una caja de herramientas, modificada para ese fin. Cuando
escuchó los pasos detrás de él se giró, alegrándosele la cara al ver al recién
llegado.
- ¡¡Lucas, tío!! – le
saludó, dejando lo que tenía en las manos y poniéndose de pie, dándole un
afectuoso abrazo al detective.
- ¿Qué tal estás, Pancho?
- De lujo, macho. Estamos
trabajando a piñón, pero muy bien. El
curro sale adelante y puede que
demostremos algunas teorías.
- Carla ya me ha contado
algo.
- ¿Y qué te parece?
Lucas sonrió ampliamente
antes de contestarle.
- Pues que ojalá se me
hubiera ocurrido a mí antes....
Pancho rio a carcajadas.
- Ven, que te explico de qué
va la movida.
Lucas se acercó a Pancho,
que le contó lo que llevaban haciendo él y Carla allí los últimos ocho días. Le
mostró los huesos que había en el fondo de la cañada, cómo se podían
desenterrar fácilmente, cómo los limpiaban y cómo los seleccionaban luego.
- Una vez elegidos los de
mejor pinta y los que tienen mejores posibilidades, los llevamos a la caravana.
Allí Carla se encarga de trocearlos, pulirlos y desmenuzarlos. Y luego los
manipula, con unos geles y no sé qué mierdas.
Ella es la que mejor controla eso, yo soy demasiado bruto para esa parte del
trabajo – reconoció, sin asomo de vergüenza.
- Lo que hago es mezclar el
polvo de huesos (o los trocitos pequeños, siempre que sean menores a una
lenteja) con unos geles de péptidos – explicó Carla, detrás de ellos dos. Lucas
se dio la vuelta para mirarla. – Van mezclados con sangre de Jideo, tan sólo son tres partes por
millón, pero hacen que la mezcla sea más efectiva.
- ¿Y luego?
- No lo sabemos. Todavía
estamos trabajando en el prototipo – la mujer se encogió de hombros.
- Creemos que quizá una
matriz de cristal líquido pueda funcionar – apuntó Pancho. – O un recipiente,
como una simple cajita, transparente, con algún metal permeable a las fuerzas
ectoplásmicas como fiel. No estamos seguros, tenemos que probar muchas
cosas....
- Si necesitáis ayuda, o
dinero, ya sabéis que podéis contar conmigo – dijo Lucas.
Pancho y Carla se miraron
avergonzados.
- Ya lo sabemos, tío,
gracias.
- Pero no queremos liarte
más, ya nos has ayudado muchas veces....
- Sí, y mirad qué bien me ha
venido – asintió Lucas, que no le importaba dar su dinero, ya que tenía de
sobra. – Las trampas cuánticas las pude terminar gracias a vuestro estudio
sobre los circuitos eléctricos de litio y carbono de Hidra.
- Bueno, si necesitamos algo
te lo pediremos – aceptó Carla, que aunque avergonzada, sabía que Lucas estaba
en lo cierto. Les había prestado mucho dinero, varias veces, pero lo utilizaban
para mejorar la investigación paranormal, y Lucas acababa beneficiándose de
ello.
- ¿Has papeao algo? – preguntó Pancho.
- Nada, unas galletas
mientras venía en el coche – negó Lucas. – He venido directo.
- Pues pa’dentro, a la caravana, que empieza a hacer fresco – dijo Pancho,
señalando hacia el claro, tras los árboles. – Te invitamos a comer y hablamos.
Los tres, seguidos por Barney, salieron de la zanja y caminaron
hasta el claro, donde estaban aparcados el enorme Ssang Yong de color azul y la
caravana con remolque blanca. El viento se había levantado con más fuerza y
hacía frío. Lucas agradeció ponerse a cubierto. El cielo estaba empezando a
cubrirse con nubes grises muy oscuras, preñadas de lluvia.
La caravana era espaciosa y
Carla y Pancho la tenían muy bien aprovechada. Había armarios en todas las
paredes, para albergar tanto el material de cocina, como todo tipo de ropa,
incluyendo el instrumental y los aparatos de investigación paranormal. Carla y
Pancho no eran detectives como Lucas, pero también investigaban eventos
paranormales, ellos desde una perspectiva más científica y académica que su
amigo, que se dedicaba a ello profesionalmente. Mientras Pancho ponía a cocer
unas lustrosas salchichas y preparaba panecillos y montaba una ensalada
surtida, Cala y Lucas se dirigieron a la parte delantera de la caravana, donde
estaba el pequeño sofá y la mesa para comer.
- ¿Cómo lo llevas?
- Pues más o menos bien –
asintió Lucas, esperando sonar convencido, esperando convencerse a sí mismo. –
Ya te dije que he vuelto a trabajar.
- Bien. Eso es bueno.
- No quería volver a
envolverme en estas cosas, por si pensaba demasiado en.... bueno, ya sabes, en
cómo terminó – divagó, sabiendo que Carla le entendería. Conocía la historia. –
Pero no sabía cuánto lo echaba de menos hasta que no me puse otra vez con ello.
- Normal. Eres bueno en
esto. Es lo tuyo. Lo necesitas – contestó Carla, sonriendo con confianza. Desde
la parte de la cocina les llegó ruido de cacharros y de cubiertos. Lucas sabía
que Pancho estaría poniendo la oreja, pero no le importaba.
- Por cierto, ¿no sabréis
nada de un gran cargamento que ha sido movido en Madrid? ¿De contrabando?
- ¿Cargamento de qué?
- No lo sé. Pero olía a
tráfico de productos paranormales o incluso ectoplásmicos.
- No sabemos nada.... – negó
Carla, con cara de lástima.
- No pasa nada, tampoco es
tan importante – desdeñó Lucas, acordándose del hangar del aeródromo donde su
amigo Ramiro había visto la discreta transacción. ¿Por qué se había acordado de
eso estando allí con Carla y Pancho? Quizá sí que fuese importante y su
instinto de detective (su “anomalía” no era la única habilidad que tenía) no le
dejaba olvidarlo.
- ¿Y en qué estás trabajando
ahora? – Carla cambió de tema, sin percatarse del debate interno que sufría
Lucas en el cerebro.
- Un exorcismo – contestó,
volviendo a fijar su vista en su amiga. – Bueno, al menos eso creo. Es la
primera vez que veo a un demonio que intenta dos veces poseer a una humana sin
conseguirlo.
- ¿Cómo?
Lucas le explicó a Carla las
dos veces que Sofía había sufrido la posesión, sin llegar a concretarse, sin
que el demonio consiguiese poseerla del todo, anidando en ella, parasitándola.
- Eso es muy raro....
- Desde luego que lo es.
- ¡Ya está aquí la comida! –
anunció Pancho, llegando a la mesa con una bandeja cargada de salchichas gordas
cocidas y un montón de panecillos. – Ahora os traigo una birra a cada uno. ¿Qué es lo que es muy raro?
Se lo explicaron, mientras
el hombre volvía a la cocina para coger la ensalada y cervezas para los tres.
- Una posesión se hace o no
se hace – apuntó, poniéndose serio. – Los demonios se afanan bien con eso,
porque si no consiguen poseer el cuerpo elegido lo más fácil es que la espichen.
- Ya lo sé, por eso estoy
confundido.
- ¿Seguro que es una
posesión? – preguntó Carla.
- Ojos rojos con iris
dorados, ennegrecimiento de la cara y el cuello, espasmos y tensión muscular,
voz ronca y frases obscenas.... – Lucas se encogió de hombros, mostrando las
palmas de las manos.
- Eso huele a demonio fijo –
asintió Pancho.
- Pero si las posesiones no
se concretan.... – dudó Carla.
- He pensado que la huésped
puede ser telépata o tener algún poder sobrenatural, pero lo habría notado –
dijo Lucas. – Si el demonio, suponiendo que es uno solo, no puede poseerla, no
es cosa de la chica. Tiene que ser algo externo.
- ¿Para eso has venido?
¿Para que te echemos una mano? – preguntó Carla.
- Yo no tengo el equipo
necesario. Quería que revisarais la zona con vuestro software, a ver si la mansión es territorio con alta probabilidad
de fuerza paranormal o no.
- ¿Tienes un presentimiento?
– sonrió Carla, que conocía a su amigo.
- Más o menos....
- Tú pide lo que te haga
falta – dijo Pancho, levantándose de la mesa, chupándose los dedos de kétchup y
mostaza. Volvió a la mesa con un portátil muy pequeño, lo encendió y empezó a
teclear. – ¿Dónde está exactamente la mansión?
- Entre Cabezuela del Valle,
Jerte y por ahí. No tengo las coordenadas exactas, pero está al sur de
Cabezuela, al oeste de la Garganta de los Infiernos.
- ¡¡Anda!! Esa zona es muy
bonita. Estuvimos hace dos veranos, recogiendo huevas de diablillos de fuego.
¿Has estado en la garganta?
Lucas negó con la cabeza.
- No he tenido tiempo, la
verdad. Además, con este tiempo, no pretendo ir a bañarme al aire libre....
Pancho soltó una carcajada.
- Ya lo sé.... – replicó
Carla, con una mueca. – Pero merece la pena visitarla.
- Iré en cuanto pueda, te lo
prometo.
- Ahí la he pillao – dijo Pancho, que seguía
enfrascado en el ordenador portátil, tecleando con rapidez y con fuerza,
deslizando el dedo con presteza por la almohadilla del ratón. – La mansión de
los Carvajal-Sande, ¿no?
Lucas se asomó al ordenador
y vio el mapa, con gráficos de diferentes tonos de verde. La planta de la mansión
aparecía con el nombre escrito al lado.
- Exactamente, ésa es.
- Pues ya ves que es una
zona libre de eventos paranormales – señaló Pancho. – Ahí no ha pasao nada sobrenatural ni en los
dormitorios. Ya me imagino a esos aristócratas estirados, que no sabrán ni
dónde tienen las mujeres la....
- Gracias, cariño, lo hemos
entendido – sonrió Carla, forzadamente.
- Lo que sí parece mostrar rastros
paranormales es esto de aquí – señaló Lucas. – ¿Qué es?
Pancho movió el cursor y
arrastró el mapa, para centrar la gran masa de intenso color verde.
- Es un bosque.
- ¿No tiene nombre? –
preguntó Lucas.
- Aquí no aparece. Y ya
sabes cómo es este software: si no
viene el nombre.... – dejó en el aire Pancho, meneando la cabeza.
- Es el bosque que hay en la
parte trasera de la mansión, después del muro.... – dedujo Lucas. Tuvo
necesidad de hacer una pregunta, aunque no supo por qué. – ¿Qué tipo de bosque
es? ¿Qué árboles?
- Amos a ver.... – murmuró Pancho, trasteando con las posibilidades
del programa informático. – Mmmhh.... Sí, la mayoría son robles, aunque también
hay algunos castaños y encinas.
Lucas recordó de repente
algo y supo de dónde le había venido el impulso de preguntar por los árboles:
la ramita encontrada bajo la cama de Sofía. No sabía mucho de árboles, era
verdad, pero reconocía sin problemas las hojas de roble. De niño había sido su
árbol favorito y disfrutaba mucho cuando su padre les llevaba a su hermana y a
él los domingos por la mañana de excursión.
- ¿Puedes averiguar ahí qué
edad tiene ese bosque? – preguntó, manteniendo a raya los recuerdos, para que
no le inundaran de tristeza.
- Déjame mirártelo, tronco....
Mientras Pancho investigaba
sólo él sabía cómo, Carla miró intensamente a Lucas, que estaba pensativo y
ausente. Al cabo de un rato se dio cuenta de la adoración de la que estaba
siendo objeto.
- ¿Qué pasa? – preguntó,
tímido, sonriente.
- Me encanta cuando te pones
en plan detective – afirmó Carla. – ¿Nunca has pensado en dedicarte a eso oficialmente?
- ¿Qué? ¿Investigar
crímenes, desapariciones y robos? – se hizo el indignado, riendo. – Demasiado
aburrido....
Carla sonrió.
- ¡¡Ahí está el cabrito!! – soltó Pancho, lanzando un
puñetazo al aire. – Qué difícil, macho....
- ¿Lo has encontrado? – se
asombró Lucas.
- ¡¡Ése es mi chico!! – se
alegró Carla.
- Lo he encontrao, ha costado, tío, pero lo he encontrao.... – asintió Pancho, sin orgullo. – Es un carroza tu bosque, ¿eh?
- ¿Cuánto?
- Es difícil afinar, ¿eh? No
tengo ni idea de estas mierdas, pero
por lo que he encontrao puede tener
hasta tres mil años. Siglo arriba, siglo abajo....
Lucas se puso a pensar. Barney se acercó a él y apoyó la cabeza
en la rodilla del detective. Éste le acarició despistadamente, mientras seguía
pensando.
- ¿Lucas....? – tanteó
Carla, con cautela.
- Tengo que volver a Cáceres
– dijo, volviendo en sí, mirando a sus amigos. – Pero no antes del postre.
Carla sonrió y Pancho rompió
en carcajadas.
- ¡¡Sí señor!! ¡¡Tenemos
natillas!! – Pancho se levantó de la mesa y fue a buscarlas al pequeño
frigorífico.
- ¿Has dado con la clave del
caso? – preguntó Carla.
- Podría ser – sonrió Lucas,
tímidamente. – Por lo menos ahora tengo una teoría, aunque lo que necesito es
investigarla y confirmarla.
- ¿Y eso puedes hacerlo en
ese bosque?
- Es el único lugar donde
puedo hacerlo – asintió Lucas. Barney
ladró ligeramente, volviéndose a apoyar en la rodilla de Lucas. El detective
volvió a acariciarle, delicadamente.
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