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(Granito)
La mañana siguiente estuvo
mucho más despejada, aunque seguía habiendo nubes en el cielo. Sin embargo,
eran en su mayoría blancas, así que parecía que iba a poder descansar de la
lluvia.
Hacía frío, a pesar de que
lucía más el Sol que el día anterior. Lucas salió de su refugio un poco
anquilosado, frotándose los brazos y el torso.
Había dormido en una
madriguera, escavada en el suelo. Incluso imaginaba que podía ser del Ofídropo, por el tamaño y por la calidad
de los restos que encontró al fondo. Era suficiente para refugiarse y estar un
poco más caliente y seco, aunque había que estar bastante encogido y agachado.
La noche anterior había
limpiado los zarpazos de su brazo izquierdo y los había vendado, con unas pocas
gasas. Después había comido unas galletas y un par de batidos que había
comprado de camino a la mansión, reservando para aquel día la fruta y el
bocadillo de jamón y queso.
Reanudó la marcha cuando ya
lucía el Sol y cuando había recuperado la movilidad de las piernas y brazos, un
poco aletargados por pasar la noche encogido. Mientras caminaba por entre los
árboles masticó una manzana, a modo de desayuno.
No había duda de que estaba
cerca del corazón del bosque, porque los árboles eran mucho más ancianos, con
líquenes colgando de las ramas semejando cortinas. Algunos de los árboles
estaban podridos en parte y la mayoría de los robles tenían bolas de muérdago
creciendo en sus ramas. Aquella planta parasitaria era muy deseada por los
celtas, pues la consideraban mágica y llena de poderes.
No estaban equivocados los
celtas y Lucas se dijo que, si lograba averiguar algo aquel día y podía salir
del bosque aquella tarde a lo máximo, tendría que llevarse una buena bola de muérdago:
tenía aplicación en muchas pociones y emplastos.
El bosque, en aquella zona
en la que se adentraba, era más sombrío y el aire era más pesado. Lucas sabía
que aquello no era a causa de una magia especial, sino al peso del tiempo. Aquél
era el corazón del bosque y tenía miles de años.
Sin perder de vista la
orientación, trató de caminar dando vueltas, esperando encontrar lo que
buscaba, o que lo encontraran a él. Mientras, terminó de comer la manzana, así
que lanzó el corazón entre los arbustos gomosos que crecían al pie de los
árboles centenarios.
La manzana rebotó por el
suelo y removió las ramas de los arbustos, pero después se sacudieron más, al
aparecer entre ellas unas figuras pequeñas, delgadas y que emitían luz propia.
- Hadas.... – musitó Lucas,
maravillado. Era la primera vez que veía aquellas criaturas, aunque por
supuesto las había estudiado con sus diferentes maestros durante sus viajes de
estudios.
Las pequeñas criaturas
saltaban y planeaban entre las ramas de los arbustos, mirando con curiosidad el
corazón de manzana que Lucas había lanzado allí. Algunas, las más valientes, se
acercaron y se apoyaron en los restos de la fruta. Eran verdes, amarillas y
anaranjadas, cada una tenía un color. Eran figuras humanoides delgadas y
esbeltas, con los cabellos agrupados hacia arriba, casi como coronas. Tenían
alas transparentes a la espalda y emitían una luz interna, que los eclipsaba en
parte: Lucas no pudo averiguar si iban desnudas o vestían algún tipo de ropa.
- Sois mucho más pequeñas de
lo que me habían dicho – comentó, ilusionado, acercándose a ellas. – Y menos
peligrosas, por lo que parece....
Las Hadas se giraron al
escuchar su voz, mirándole asustadas. Pero al instante su actitud cambió,
enseñándole los dientes (diminutos pero afiladísimos), gruñendo como pequeños
ratoncillos, con voces chillonas pero amenazantes. El color de sus cuerpos se
intensificó y Lucas detuvo su avance, sorprendido y nervioso.
Atraídas por los ladridos y
gruñidos de las Hadas pequeñas, una serie de criaturas con la misma forma, pero
del tamaño de Lucas, salieron de entre los árboles y de detrás de los arbustos,
saltando y revoloteando. Caían al suelo y se agazapaban, a cuatro patas. Todas
las Hadas adultas eran de color verde, sobre todo oscuro, mezclado con algunos
tonos de marrón, desde el ocre al más oscuro posible. Llevaban el pelo hacia
arriba, igual que las pequeñas, aunque el color de todos era verde. Ya no
brillaban sus cuerpos y la luz se limitaba al pecho: seguían siendo luces
verdes, amarillas o anaranjadas. Tenían mandíbulas llenas de colmillos, igual
de afilados que las Hadas bebé, pero mucho más grandes.
- Joder.... – musitó Lucas,
atónito.
Aquello se parecía mucho más
a las Hadas de las que le habían hablado sus maestros.
Lanzando dentelladas y algo
parecido a ladridos, muy agudos, las Hadas adultas empezaron a acercarse a él, rodeándole,
como una manada de hienas al cazar en la sabana nocturna.
Lucas dudó, sin saber muy
bien qué arma utilizar. ¿La plata servía contra las Hadas? En principio, contra
todo ser sobrenatural era efectiva, aunque creía recordar que contra las Hadas
no era definitiva. Por lo que recordaba de lo que había aprendido en sus
viajes, lo mejor contra las Hadas era no enfrentarse a ellas.
La más cercana, por su
derecha, se lanzó a por él. Instintivamente, desenfundó la pistola de ese lado
(después del susto con el Ofídropo la
noche anterior, se había puesto las cartucheras colgadas de los hombros aquella
mañana, para llevar las pistolas bien a mano) y disparó. La bala de plata
atravesó al Hada, pero no la detuvo. El mordisco se quedó a unos centímetros de
la cara de Lucas: quizá la bala sí que había detenido un poco al Hada y por eso
había fallado.
Lucas trastabilló hacia
atrás, asustado y preocupado. Las Hadas revolotearon para recuperar las
posiciones, rodeando al humano.
Dos Hadas atacaron a la vez,
y sabiendo que las balas no las detenían, Lucas levantó el pistón trifásico fotovoltaico
y lo encendió, activando la función de protección. El pistón generó una burbuja
de fuerza fotoprotónica, contra la que chocaron las dos Hadas. Lucas fue
empujado un poco hacia atrás, pero no perdió pie ni salió despedido: los
ataques de las Hadas no habían sido tan violentos.
Otra Hada saltó hasta él
desde la izquierda y Lucas reaccionó, activando de nuevo el pistón trifásico,
generando la burbuja de fuerza fotoprotónica, repeliendo el ataque. Las Hadas
gruñeron y ladraron más fuerte, llenando aquella parte del bosque con sus voces
agudas y chillonas.
Saltaron muchas sobre Lucas,
que las repelió a todas con la burbuja de fuerza. Algunas cayeron sobre él
después de un corto vuelo y Lucas las golpeó con la burbuja, moviendo el pistón
como si fuese una raqueta de tenis. A la vez que se defendía iba retrocediendo,
temeroso.
Tres Hadas quedaban en pie,
cuando la mayor parte del grupo fue golpeado, una por una, repeliendo sus
ataques. Las tres se lanzaron a por Lucas a la vez y éste, temiendo que la
batería del pistón no aguantase mucho más, volvió a activar la burbuja de
fuerza fotoprotónica. Las Hadas chocaron contra ella como contra un muro y esta
vez Lucas sí que fue empujado hacia atrás.
El suelo se terminó bajo su
pie y cayó por un terraplén libre de árboles, pero lleno de hojas secas y arbustos
llenos de ramas puntiagudas. Después de varias vueltas y revueltas, rodando
sobre la cabeza y la espalda, Lucas aterrizó al fondo de la cuesta, de unos
doce metros de alto. Estaba sucio, golpeado y arañado, pero se giró para ver
llegar a las Hadas.
Se sorprendió al ver que no
lo hacían. Las Hadas adultas, enseñando los colmillos y gruñendo, le miraban
desde lo alto del terraplén, con las Hadas bebé a sus pies, saltando y
revoloteando mientras le ladraban, disgustadas y enfadadas, brillando con
intensidad. Una incluso alzó el corazón de manzana por encima de la cabeza y se
lo tiró al fondo del terraplén.
Sin dejar de vigilar a las
Hadas, Lucas se puso en pie y retrocedió unos metros, para tantearlas, pero las
criaturas del bosque no hicieron amago de seguirle. Muy al contrario, sin dejar
de increparle en su lengua (llena de chillidos y ladridos agudos, que hacían
daño a los oídos) fueron retirándose, dándole la espalda, despareciendo por la
cima del terraplén. Lucas las observó, sorprendido y aliviado, hasta que todas
desaparecieron.
Suspiró entonces, tomando
aire de nuevo, un poco alucinado por lo que acababa de pasarle. Menuda forma de
estrenarse con las Hadas: tenía que recordar mandarle un email a Kumiko en
China y una carta a Gansükh en Mongolia: tenía que contarles su experiencia.
Tanteándose el cuerpo,
comprobando con alivio que no tenía lesiones, se incorporó del todo y se giró
para seguir su camino por el bosque. Pero se detuvo en seco, asombrado por lo
que tenía delante.
Era un roble enorme, aunque
no muy alto. Su tronco no tendría más de tres metros de altura, pero probablemente
doblara esa longitud de diámetro. Su copa sí alcanzaba gran altura, pero lo
chato de su tronco y lo extendidas que tenía las ramas le daban un aspecto
achaparrado. Su presencia era imponente, pero no sólo eso había dejado clavado
en el sitio a Lucas: aquel árbol refulgía, lleno de fuerza ectoplásmica, algo
que Lucas pudo ver gracias a su “anomalía”. Si había visto restos de magia en
aquel bosque, emanaban de ahí. No había duda. Aquel roble enorme era el corazón
del bosque.
Y Lucas entendió en ese
momento el nombre de Bosque de los Suspiros: aquel roble inmenso parecía que
respiraba, suspirando, gimiendo, resoplando.
Se quedó sin habla, pensando
que allí estaban sus respuestas, pero sin saber cómo obtenerlas de un árbol milenario.
Apagó el pistón trifásico fotovoltaico, de manera automática, pensando que
tenerlo encendido allí era casi obsceno, irreverente. Tenía la sensación de
estar en un lugar sagrado, el más sagrado y real de todos los supuestos en los
que había estado (y había estado en muchísimas iglesias, mezquitas, sinagogas y
templos).
Entonces, el árbol pareció
romperse, por el tronco, longitudinalmente. Se abrió una grieta como si fuera
una solapa, con un crujido fuerte y sonoro, que hizo dar un respingo a Lucas.
Desde el agujero pareció brotar, como saliendo y despegándose del árbol a la
vez, una figura gigantesca, que debía de estar plegada dentro del tronco,
porque sus dimensiones no encajaban con el posible hueco que habría allí
dentro. Si Lucas se había quedado impresionado y sin habla al ver el roblón, al
observar la salida de la criatura de su interior se convirtió en el ejemplo de
la estupefacción.
La criatura que salió del
árbol era un Elemental, un primigenio, un dios del bosque. Medía tres metros de
alto y era bastante ancho de hombros y de cuerpo. Todo su cuerpo parecía estar
hecho de madera, pero de madera viva y maleable, porque su superficie se movía
al compás de sus pasos y de su respiración, como la piel de los animales. Tenía
dos miembros superiores y dos inferiores, como de corteza de árbol: las piernas
tenían dos rodillas cada una y los brazos acababan en manos de cuatro dedos,
enfrentados de dos en dos. Los dedos eran como lianas y las piernas, después de
los dos pliegues, terminaban en dos plataformas llenas de dedos, cortos y
ondulantes, como si fuesen ramitas de goma. Toda su superficie tenía hojas
sueltas o cúmulos de ellas y también lucía chorretones de savia y algunos
pegotes duros en algunos pliegues. La cabeza, grande y cilíndrica, parecía
tallada en madera, aunque sus rasgos se movían, coronada por un penacho de
hojas de diferentes formas, tamaños y colores. En la parte baja del rostro
había un montón de musgo, rodeándole la “barbilla” y el corte de la boca. En el
pecho brillaba una luz interna de color verde vivo, que también podía verse
cuando la criatura abría la boca para hablar.
Lucas no creía en un ser
superior, pero estuvo convencido de que si alguna vez iba a estar delante de
Dios, era en aquel momento.
El Elemental caminó con
pasos largos y lentos, rodeando a Lucas, para verle en todos sus costados, sin
hablar, pero abriendo la boca de vez en cuando, aunque sin decir nada. Desde su
garganta lucía aquella luz verde tan especial y fantasmal. Sus pasos resonaban
al impactar contra el suelo y sus “brazos” se cimbreaban y ondulaban al andar,
como las ramas de los sauces mecidas por el viento. Lucas lo admiró deslumbrado.
- Grudiûn akh, humanit.
Lucas lo miró, sin moverse. No
entendía qué le había dicho. En realidad, ni siquiera sabía qué idioma era ése.
- Vhalá,
Mede jurteq. Mea krog Lucas[1] – dijo en lyrdeno, usando un puñado de las pocas palabras
que sabía. El Elemental lo miró, arqueando la corteza sobre uno de sus ojos,
valorativamente. Lucas no sabía si le había entendido o no.
- Humano, ¿qué haces en mí?
– dijo luego, con voz grave y profunda, reverberante, aunque con un tono amable
y bajo. Lucas tragó saliva, impresionado. El Elemental conocía su lengua y se
había detenido frente a él, inclinándose, apoyando una de sus curiosas “manos”
en el suelo, para mantenerse sujeto y tener la mirada a la misma altura (más o
menos) que Lucas. Desde los “dedos” de sus “manos” surgieron pequeñas
raicillas, que se hincaron en el suelo del bosque. Pequeñas hierbas y
florecillas crecieron alrededor de su “mano”.
- Yo.... eh.... – dudó
Lucas, confuso y nervioso. – Estoy aquí porque necesito respuestas....
- Dudo mucho que comprendas
las preguntas, chiquillo – contestó el Elemental, inclinando la cabeza,
haciendo que sus frondosas hojas se sacudieran, con un rumor característico.
Dos pájaros salieron volando de allí dentro, piando con alegría.
Lucas tragó saliva,
intimidado.
- Estoy tratando de ayudar a
una niña, que está sufriendo – contestó Lucas. – Pero yo solo no puedo hacerlo.
- ¿Una kila? ¿La.... muchacha?
- Se llama Sofía.
- Sólo los humanos usáis fedatien para nombrar las cosas – dijo con
desdén, sacudiendo la “mano”, haciendo que un pedo de esporas saliera disparado,
flotando en el ambiente. – No sé su rêmen, pero sé su vhalá.... espíritu.
- Entonces sabrás que está
sufriendo – dijo Lucas, suponiendo que el Elemental y él estuvieran hablando de
la misma persona, de Sofía.
- Todo el mundo sufre. Erga
misto borogodien. Vosotros
no sois los más importantes....
Lucas suspiró, pensando cómo
dialogar con aquel dios del bosque.
- Puede que no, pero mi
misión es ayudarla.
El Elemental se incorporó y
dio dos pasos hacia atrás.
Parecía mirar a Lucas con otro tipo de
mirada, valorándolo, reconociéndole.
- La misión del río es regar
el bosque. La de los árboles perpetuar la vida en el mundo. La de las ardillas
ayudar a los árboles a expandirse – dijo, con voz pausada, reverberante. – Hirga
dun elehan mubutun. Las
misiones son muy respetables. Tú debes cumplir la tuya.
- Así es – asintió Lucas.
- Esa kila no sufre por wersinos, aunque lo intentan.
- ¿Por qué sufre, entonces?
– preguntó Lucas, casi desesperado.
- Ella sufre gorgodion
semnpta.
- ¿Cómo?
- Gorgodion
semnpta – repitió el Elemental,
volviendo a rodear a Lucas, observándole desde todos los lados. El detective se
giró, para ver en todo momento a la criatura, mientras caminaba a su alrededor.
– No es fácil decirlo en tu idioma, así que no intentaré hacerlo. Su heritman le ha bendecido con el gorgodion para evitar la wersia.
- No.... no sé qué dices....
– dijo Lucas, avergonzado, no queriendo ofender al Elemental, que lo miró de la
misma manera, sin ofenderse ni molestarse.
- Es la única manera que
tengo de ojuga
– dijo, como queriendo disculparse, aunque su voz no cambió de entonación ni de
profundidad. – La kila
no puede librarse del gorgodion,
por su bien.
- ¡¡Pero le hace daño!!
El Elemental negó con la “cabeza”,
haciendo que su piel de corteza crujiese y que las hojas se sacudiesen.
- Le hace mucho bien. Evita
la wersia. Los wersinos no gerfa und forrus – agregó, mezclando su idioma con el
castellano.
- Pero.... no entiendo....
no sé....
- Es todo cuanto puedo ojuga. Ahora ya lo sabes. Era mi secreto pero
ahora conoces la ammame....
la realidad.
Lucas lo miró confundido. El
Elemental le había contado cosas, pero no estaba seguro de conocer la realidad,
como él decía.
- Ahora hast irme – agregó, alzándose. Lucas lo vio
en toda su altura y se mareó. Nuevos pájaros llegaron volando y se refugiaron
el penacho de hojas dispares que coronaban su “cabeza”. Sus “brazos” volvieron
a oscilar. – Espero que mis fedatien
te ayuden, humanit.
Ahora sal del mí. No puedo kelegatar
que no sufras daños....
El dios del bosque le dedicó
una reverente inclinación de cabeza y después se acercó al árbol, con largos y
lentos pasos: en cada una de sus huellas crecieron florecillas. Se introdujo en
la grieta del tronco, metiéndose en un lugar pequeño pero en el que
aparentemente cabía sin problemas y después el tronco se selló, con un crujido
leve.
Lucas se quedó en el pequeño
claro, frente al roblón milenario, sorprendido y confundido.
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