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(Granito)
Lucas dejó a Atticus en su
casa. El Guinedeo dijo que lo
esperaría allí, hasta que volviese. En cuanto terminase su encuentro con el
general Muriel Maíllo y el desconocido pensaban irse directamente a la mansión
de los Carvajal, para poner a Sofía bajo el tratamiento de Demetrio.
Atticus había decidido
seguir con Lucas, siempre que él quisiese, y al detective no le molestaba su
presencia. Sólo si hacía un gran esfuerzo veía a Atticus con el “disfraz” que
invocaba para que los humanos no le vieran su verdadera forma, pero era un
esfuerzo demasiado grande y se había acostumbrado ya a la forma real de su
compañero, así que no se molestaba ya por hacerlo. Atticus era un monstruo
bastante desagradable, pero su personalidad era tan simpática y amable que
Lucas había aprendido a mirarle.
El Guinedeo se había cuidado mucho de comentar nada de la cena de la
noche anterior, que había terminado mucho más tranquila que durante su momento
álgido y tenso. La conversación había sido más llevadera e incluso habían
bromeado, pero sin volver a hablar del general ni del trabajo de Lucas. Éste
había agradecido la vuelta a casa charlando con el Guinedeo, hablando de naderías. Imaginaba que su compañero estaba
interesado en su historia, pero era suficientemente educado para no preguntar
por ella.
Lucas llegó al punto de
encuentro, un restaurante al borde del Retiro, con una pared entera de
ventanales, desde los que se podían ver el lateral del parque. A aquellas horas
de la mañana había gente tomando un desayuno continental, en algunas mesas,
pero la mayoría de los allí reunidos estaban en la zona de la cafetería,
tomando cafés e infusiones, todos preparándose para el trabajo o reunidos allí
mismo. Todo el mundo vestía de traje o de forma elegante.
El general había elegido
aquel lugar porque era un sitio típico de reuniones, aunque pareciese extraño.
Había mucha gente que lo utilizaba para quedar con algún cliente a primera hora
de la mañana, o para realizar encuentros entre compañeros, mientras se
desayunaba. Lucas, además, intuyó otra cosa: aquel restaurante estaba lejos de
la ubicación de la agencia, detalle quizá dedicado a él (lo dudaba mucho), o
más seguramente para no llevar al desconocido cerca de la agencia. Aquello hizo
sospechar a Lucas hasta qué punto se conocían el general Muriel Maíllo y ese
tal Zardino.
Lucas pensaba irse a la
mansión Carvajal-Sande nada más terminar aquella reunión (después de recoger a
Atticus de su casa) así que fue vestido con su mono rojo y con su mochila
preparada a la espalda. El corte de la manga izquierda estaba remendado, pero
era evidente. No sólo por ese remiendo llamó la atención, cuando entró en la
cafetería.
El general Muriel Maíllo
estaba sentado de frente a la puerta, en una de las mesas pegadas al ventanal
que daba al parque. Nada más entrar en la cafetería le hizo un gesto para que
le viera y se acercara. En su camino hasta la mesa, todos los clientes de la
cafetería (vestidos con trajes y corbatas, con faldas sobrias y chaquetas
elegantes) se volvieron a mirarle, sorprendidos (Lucas se sintió victorioso al
ver incluso caras de indignación). Lo curioso era que, muy probablemente, Lucas
tenía más dinero que la mitad de aquella gente, pero a él le daba igual cómo
vestía cada cual.
- Lucas, bienvenido. Me
alegro de verte – dijo el general, poniéndose en pie, cuando llegó a la mesa.
Hizo amago de abrazarle, pero Lucas se inclinó ligeramente hacia atrás, con
mucha discreción, y le tendió la mano, que se estrecharon. En favor del
general, Lucas tuvo que reconocer que no había puesto ninguna mueca ni le había
mirado raro por su vestimenta, al verle entrar. – Éste es Darío M. Zardino, el
hombre que quería conocerte.
Lucas lo había visto de
espaldas al dirigirse a la mesa, pero ahora de frente se quedó un instante sin
respiración, atónito.
Estaba claro que aquel era
un ente, un corpóreo. Lucas apostaba por una especie de demonio o Trasgo,
aunque sin poder afinar mucho más. Sin embargo, y por eso se quedó fuera de
sitio un instante, delante de él tenía a un hombre apuesto y vestido elegantemente.
Era alto y delgado, aunque los hombros le oprimían la chaqueta. Tenía el rostro
anguloso y estirado, con los pómulos muy marcados, la nariz ganchuda y la
barbilla picuda, embellecida con una perilla muy bien recortada y cuidada. El
pelo, brillante aunque un poco grasiento, lo llevaba sujeto en una coleta,
tirante.
- Un placer, señor Barrios –
le dijo, con una voz muy bien modulada, estrechándole una mano estrecha y
nudosa.
Lucas no tenía duda de que
delante de él tenía un ente, un corpóreo, pero aquel ser era capaz de seguir
camuflado delante de él. No podía ver su verdadero aspecto, aunque era capaz de
notarlo: al fin y al cabo, su “anomalía” no era sólo visual. Por eso era tan buen
detective.
- Excelente – dijo Darío M.
Zardino (Lucas estaba seguro de que ése no era su verdadero nombre) al observar
al detective, valorándolo, examinando sus dimensiones y también su mono rojo de
trabajo. Pareció gustarle. – Siéntese por favor.
Lucas así lo hizo, sin dejar
de mirarle, notando cierta discordancia. Era como si al moverse aquel individuo
sufriese fallos de continuidad: aquélla era la manera que tenía Lucas de verle,
por su “anomalía”. Aquélla fue la prueba definitiva de que estaba ante un ente.
- Él no lo sabe – apuntó
Zardino, señalando al general, con una sonrisa gamberra en el anguloso y
estrecho rostro. Lucas pudo ver sus dientes irregulares y descolocados, dándose
cuenta de que el ente sabía que él sabía que era un ente. – Y mantengámosle en
la ignorancia.
- ¿Me he perdido algo? –
preguntó el general, con su grave pero juvenil voz. Parecía molesto, aunque no
demasiado.
- No se preocupe, general,
es sólo algo entre investigadores de lo oculto – contestó el desconocido, con
ademanes lentos de las manos. Lucas lo observó y supo que cualquier cosa que
aquel ente dijese sonaría a mentira y a sarcasmo. – Por supuesto, usted también
lo es, de alguna manera, pero el detective Barrios me entenderá mejor, ¿no es
así?
Darío M. Zardino se había dirigido
a Lucas, con una sonrisa demasiado irónica, de dientes descolocados.
- Sólo Lucas – contestó, en
realidad no muy seguro de que aquel desconocido se mereciese aquella
familiaridad.
- Así será, pues.
Llegó un camarero, para ver
qué quería Lucas. Aunque la sorpresa y el aturdimiento merecían un lingotazo de
whisky, para despejarse, recordó a tiempo que dentro de nada iba a conducir,
así que pidió un café solo largo, sin azúcar.
- El señor Zardino se ha
tomado muchas molestias para ponerse en contacto conmigo – contó el general, mirando
a Lucas, a su lado. Éste pudo comprobar que el general, un par de veces que
miró al desconocido, no se fiaba demasiado de aquel tipo. Sin embargo, había
accedido a sus peticiones. Eso indicaba que, o bien el tal Zardino era muy
importante, o bien era muy peligroso.
- Así es. Quería conocerle a
usted personalmente, Lucas.
- ¿Y por qué no me llamó por
teléfono? – preguntó, mirándole con suspicacia. – Aparece en mi página web.
- Podía haberlo hecho, pero
quería que usted viera que esto es muy importante, no un caso más. Yo no soy un
cliente cualquiera....
- Ya – asintió Lucas. Estaba
claro que aquel cretino era un ente que se creía muy importante.
- No me ha entendido –
sonrió Zardino, demasiado abiertamente: Lucas sólo pudo ver ironía en aquella
sonrisa. Y cierta malevolencia. – No soy alguien importantísimo ni famoso. Pero
lo que me ocurre es algo muy grave que necesita de un profesional para
resolverlo.
- ¿De qué se trata? –
preguntó Lucas. En aquel momento llegó el camarero y los tres clientes
guardaron silencio, esperando que sirviera a Lucas y se marchase. El detective
aprovechó para mirar al general, observando su reacción, pero éste le devolvió
una mirada de desconocimiento: el general Muriel Maíllo sabía poco o nada de lo
que iba todo aquello. Sólo le faltó levantar los hombros.
- Verá, en realidad es algo
muy sencillo, aunque es algo que yo no puedo hacer – sonrió de nuevo Zardino,
no sólo con los labios finos sino con los ojos. Aún sin poder verlos, Lucas
estaba convencido de que eran amarillos, en realidad. – Necesito a un buen
investigador paranormal que lo haga.
- Usted dirá....
- Existe un lugar, una zona
en este país que es muy permeable a otras dimensiones – explicó Zardino. – Es
una zona ciertamente peligrosa, pero no mucho más que el brocal de un pozo que
está a ras de suelo o una estantería que está mal atornillada a la pared.
Cualquiera que sea un profesional de lo paranormal puede actuar allí sin graves
perjuicios.
- Supongo que quiere que
vaya allí para algo....
- Sí, aunque no es necesario
que le dé los detalles ahora mismo – dijo Zardino. – Tan sólo querría que
entrara usted allí y que enviara un mensaje: un lugar tan permeable entre
universos es un sitio estupendo para hacer llegar mensajes que de otra manera
no podrían enviarse.
- ¿Quiere que haga de
mensajero? – Lucas alzó una ceja, desconfiado.
- Si quiere verse de una
manera tan mediocre, no seré yo quien menoscabe su intención – Zardino hizo una
mueca de humildad. – Creo más bien que lo que necesito de usted es que sea el
heraldo de un mensaje importante, al menos para mí. Yo no tengo la capacidad
para enviarlo, así que le elijo a usted, por sus habilidades avanzadas.
Lucas aguantó los halagos
con estoicismo.
- Así que usted me da un
mensaje, yo voy a un sitio concreto y lo envío, ¿es eso? – preguntó Lucas, esta
vez sin ánimo de simplificar la tarea, solamente quería aclararse.
- Es más exactamente que yo
le recitaré un mensaje, usted lo custodiará hasta el lugar adecuado y lo
verterá allí, para que llegue a la dimensión adecuada – dijo Zardino, con cara
seria pero con voz y ojos bromistas. – Pero sí, ha dado en el clavo.
- ¿Y qué gano yo a cambio?
- Bueno, un pago
sustancioso, créame – rio Darío M. Zardino, y aquella vez Lucas casi pudo ver
sus rasgos reales, pues los poderes del ente parecieron relajarse. Fue un
segundo y no una transformación completa, pero sirvió para que Lucas estuviera
más alerta. – Y la seguridad de que el general Muriel Maíllo, o cualquier
agente de la agencia, no volverá a intentar reclutarle, de ninguna manera.
Lucas se volvió a mirar al
general Muriel Maíllo, sorprendido. Aquello no se lo había esperado, ni podía
imaginar que el general hubiese accedido a aquello. Llevaba años intentando
reclutarle.
- Es totalmente cierto –
aseguró el general, cuando vio que Lucas lo miraba con sorpresa.
- ¿En serio? ¿Y cómo va a
renunciar a eso?
- El general y yo hemos
llegado a otro acuerdo, por nuestra cuenta – apuntó Darío M. Zardino. – No
viene al caso. Lo importante es que ésas son las condiciones. Cuando tenga
preparado el mensaje y las circunstancias sean adecuadas para su envío, me
pondré en contacto con usted, para darle las indicaciones. Además, el pago se
realizará en esos momentos. ¿Qué dice, Lucas? ¿Acepta mi oferta?
Lucas permaneció unos
instantes en silencio. Parecía un trabajo sencillo, pero allí había gato
encerrado. El ente oculto que ni siquiera él podía ver, el acuerdo del general
de no volver a molestarle con que se uniese a la ACPEX, la generosa oferta
económica.... Había demasiadas cosas que olían a ectoplasma.
- ¿Los hombres y mujeres de
la agencia no le parecieron adecuados para este trabajo? – preguntó Lucas, sin
contestar, para ganar tiempo. Le parecía extraño que aquel ente hubiese estado
interesado en la agencia y al final se hubiese decantado por un detective
privado, en lugar de tratar con el general y sus agentes. Al final, la única
ayuda que había solicitado de la ACPEX había sido que le pusieran en contacto
con él.
- Estuve muy interesado en
la agencia, no hace mucho tiempo, pero mientras la estudiaba, para ver si sus
agentes eran adecuados para mis necesidades, le conocí a usted. Supe de su
existencia – explicó Zardino, con sus interminables movimientos de manos,
lentos, fluidos. – Por cierto, gran trabajo en Salamanca.
- Gracias – contestó tenso,
manteniendo cara de póker cuando el tal Zardino le guiñó un ojo, cómplice.
Desde luego, no le gustaba ese tipo.
- Una vez que di con usted,
supe que era el adecuado. Pero no quería llamarle como cualquier cliente
vulgar: dado que supe que tenía cierta relación con el general y con la
agencia, decidí que ésta era la mejor manera de conocernos.
- Así fue – el general Muriel
Maíllo le miró atentamente. Lucas le mantuvo la mirada: estaba muy claro que el
general no se fiaba de aquel tipo. ¿Por qué entonces había accedido a aquel
encuentro y a aquellas condiciones? Según su madre, el general se preocupaba
mucho por él y su hermana, no le parecía normal que le pusiera en contacto con
un tipo del que no se fiaba. Lucas se preguntó qué deudas tendría el general
con aquel ente, para haber accedido a aquellas condiciones del contrato.
- Muy bien. Entonces....
¿acepta mi caso?
Lucas observó atentamente a
Darío M. Zardino, intentando obligar a su “anomalía” a mostrarle tal y como
era, sin conseguirlo. Sólo consiguió ver aquella discordancia, como una imagen
desenfocada, vibrante. Suspiró, confundido. En realidad, tenía mucho que ganar,
con aquel contrato. Lo que le preocupaba era lo que podía perder: estaba seguro
de que había algo y que aquel tipo lo había escondido muy bien, para que no lo
supiera.
- Espero a que usted se
ponga en contacto conmigo, me da el mensaje que quiere enviar, voy al lugar que
usted me indica y allí lo envío por una especie de portal interdimensional. ¿Es
así?
- Así es.
- ¿No hay nada más?
- Nada más. Usted hace eso y
todos tan contentos. Sobre todo yo – agregó, con una sonrisa amplia. Lucas no
se fiaba de aquella sonrisa: muchas almas se habían perdido por ella.
Suspiró una vez más. Tenía
temores de que aquello pudiese ser una trampa, pero lo cierto era que aquel
tipejo le despertaba la curiosidad. Tenía que tratar de averiguar quién era
realmente, y todo lo que pudiese haber relacionado con él, y para hacerlo con
mayor facilidad debería estar en contacto.
- Acepto – asintió,
manteniendo la cautela, aunque aparentando seguridad. Zardino asintió también,
y ninguno de los dos fue testigo de la cara del general Muriel Maíllo, pesarosa.
- Muy bien. Me alegro de que
nuestro encuentro haya sido satisfactorio y fructífero – sonrió Zardino, aunque
esta vez mucho más moderadamente. Parecía un hombre de negocios contento, nada
más. – Y ahora ruego me disculpen: he de atender otros asuntos y ya me he
entretenido demasiado aquí. Me alegro de su decisión, señor Barrios.... Lucas. General
Muriel Maíllo, de esta manera quedamos en paz. Puede descansar. Seguiremos en
contacto, Lucas. Nos veremos.
Estrechó las dos manos, se
puso el sombrero y, con el bastón en la mano, sin apoyarlo en el suelo, salió
con energía de la cafetería. Anduvo por la acera y cuando se perdió de vista
desde el interior dio un salto cósmico y cambió de dimensión: ni el general ni
Lucas lo vieron.
- ¿Cómo se ha dejado mezclar
con este individuo? – preguntó Lucas, más preocupado en aquel momento por
satisfacer su curiosidad que por el trato que acababa de hacer. – ¿Sabe que es
un ente?
El general Muriel Maíllo lo
miró fijamente, serio.
- Sí lo sé. Algunos de
nuestros aparatos registraron actividad paranormal a su alrededor, pero no
logramos ver su verdadera naturaleza. ¿Tú lo has visto? ¿Qué es?
Lucas negó con la cabeza.
- No he podido verlo.
- Eso es muy extraño.... y
quizá inquietante.
- ¿Por qué hizo tratos con
él? – preguntó Lucas. – ¿Por qué accedió a presentarnos?
- ¿Por qué lo has hecho tú?
– le recriminó el general.
Después bajó la mirada. – No tuve más
remedio que hacerlo. Vino con cierta información que nos venía muy bien, aunque
nunca supimos de dónde podía haberla sacado. Además, sentí cierta....
curiosidad. Una especie de necesidad de ponerme de acuerdo con él. No sabría
explicarlo.
- No es necesario – apuntó
Lucas, en voz baja: acababa de sentir lo mismo que había descrito el general.
- Has hecho un trato con
él....
- Sí, pero tengo tiempo
hasta que se ponga en contacto conmigo para investigarle y averiguar todo lo
que pueda sobre él. Seguramente Darío M. Zardino sea sólo un alias, pero por
ahí se puede empezar a tirar del hilo.
- Desde la agencia podemos
ayudarte con eso....
- Creí que había aceptado
dejar de tener contacto conmigo – dijo Lucas, mirando de nuevo al general,
girándose en el asiento, sintiéndose un poco superior y liberado al decirlo.
- Está bien, lo que
consigamos averiguar te lo haremos llegar a través de tu madre.... – aceptó el
general.
- Déjela fuera de esto, por
favor – suplicó Lucas, poniéndose en pie, dejando unas monedas sobre la mesa.
Al incorporarse la gente de la cafetería volvió a mirarle, agitados.
- ¿A dónde vas ahora? – le
preguntó el general Muriel Maíllo, sin contestar a Lucas. Éste se dio cuenta.
- Tengo trabajo – contestó,
con una mueca, saliendo de la cafetería. En cuanto pisó la calle sacó su
teléfono del bolsillo y llamó a su amigo el inspector Amodeo. En seguida lo
cogió.
- Lucas, ¿qué tal estás?
- Todo bien – contestó
automáticamente, sin pensarlo, aunque en realidad no se alejaba mucho de la
verdad. – ¿Y tú?
- Trabajando, no sé si bien
o mal.... – bromeó el policía.
- Yo también estoy
trabajando.
- ¿De verdad? Rediós, cómo
me alegro.
- Por eso te llamaba, porque
necesito tu ayuda para un caso – pidió Lucas, a medias ateniéndose a la verdad.
- Lo que necesites....
- Necesito que me des
información de un tal Darío M. Zardino. Antecedentes, historial, posibles
alias, cómplices.... Todo lo que encuentres.
- Dame un tiempo y me pongo
con ello – respondió el inspector.
- Descuida, no hay prisa.
Intercambiaron unas cuantas
palabras más, con camaradería y cariño y después se despidieron, prometiendo el
inspector que iría a verle a Madrid en las próximas vacaciones de Navidad. El
detective le contó que había planes en marcha para una fiesta en Nochevieja, el
inspector de policía se apuntó, quedaron en verse y después Lucas colgó.
Inmediatamente sus
pensamientos volvieron a Atticus, Sofía, Sandra Herminia, los ingredientes del
tratamiento y el esquivo demonio que trataba de poseer a la muchacha.
Darío M. Zardino (o como se
llamase) se quedó en un rincón de su memoria, para recuperarlo más adelante.
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