-
0 -
En el exterior de la cueva,
las tres supervivientes de la familia Carvajal Sande (aunque en realidad
ninguna de las tres tenía sangre Carvajal en sus venas) estaban frente a las
llamas que, sin ninguna explicación lógica, seguían ardiendo y llenando la
caverna y la galería interiores.
Sólo Lucas sabía que lo que
ardía, el combustible que seguía alimentando el fuego, eran la esencia y los
restos del demonio llamado el Amo.
Lucas tenía pendiente
investigar quién era ese demonio que respondía a un sobrenombre tan poco
concreto, qué poderes tenía, de dónde venía y por qué Felipe Carvajal Roelas
había creído que iba a poder ayudar a su familia y sacarla del olvido y de la
ruina (llegando incluso a convencerlos a todos de aquella demencia) aunque era
un trabajo que desde luego podía esperar. En aquel momento eran más importantes
otras cosas.
Doña María Rosa Sande seguía
en brazos de Sandra, desmayada y descansando. La herida del balazo ya no
sangraba y tenía el pulso firme y fuerte: Lucas no temía por su vida, aunque
era evidente que tenía que ir a un hospital, ya había llamado a una ambulancia.
Sofía, abrazada a su madre y a su hermana mayor lloraba desconsolada, aunque
no asustada: la tensión y el miedo acumulados durante las últimas horas se
habían desbordado, sobre todo cuando se sintió a salvo, después de salir de la
cueva acompañada de Lucas. Sandra lloraba también, más mansamente, impactada
por lo sucedido pero aliviada porque su hermana pequeña se hubiera salvado.
Lucas estaba convencido de que la mujer todavía no estaba segura de cómo
sentirse por la pérdida de su padre, sus hermanos y demás familia.
El detective había llamado
por teléfono al 112 y después se había puesto en contacto con Atticus
(llamando al teléfono de Francisco Pizarro) y con su amigo Santiago Amodeo: el
primero le había tranquilizado desde el hospital, por el estado del maestro, y
el inspector de policía le había asesorado y explicado cómo informar y hacer
público todo aquel embrollo que tenía entre manos. Lucas suspiró con alivio tras
las dos llamadas.
Después de dejar a las tres
mujeres que se relajaran solas, se acercó con paso tranquilo a ellas,
carraspeando para llamar su atención.
- Sofía, tengo que hablar
contigo antes de que lleguen las ambulancias – dijo, con voz suave y cortés.
Sandra le miró, algo alarmada, pero una leve negación de Lucas le dejó claro
que no le iba a contar el secreto que guardaba doña María Rosa Sande: que Sofía
se enterase de su ascendencia sería sólo deseo de ellas. – Hay algo que quiero
decirte.
Sofía apartó su cara del
pecho de su hermana y miró al detective. Tenía los ojos llorosos y una mueca de
susto y pena que tardaría en desaparecer.
- Dime.
- Mejor hablemos a solas....
Sofía se puso de pie y
acompañó al detective. La chica no se había quitado el camisón medio quemado,
pero iba tapada con una manta que habían cogido del Bentley aparcado allí al
lado (después de que Lucas rompiera una ventana de un disparo). Después de
unos pasos, alejándose de Sandra y su madre inconsciente, pero todavía en un
lugar donde podían sentir el calor del incendio de la cueva, se detuvieron y se
miraron cara a cara.
- Sofía, verás, tengo que
contarte algo sobre tu familia. Esos de dentro de la cueva no eran tu familia –
empezó Lucas haciendo que Sandra lo mirara otra vez inquieta desde lejos, pero
al escuchar el resto del discurso se sintió aliviada. – Ya no eran tu padre y
tus hermanos. Estaban....
- ¿Poseídos? – tembló Sofía.
- No, no como te pasó a ti –
explicó Lucas, sabiendo que recordarlo sacudiría a la chica, pero que también
era bueno que se acostumbrase a ello. – Pero estaban confundidos, como
hipnotizados.... engañados por una especie de magia.
- ¿Qué magia?
- La desesperación –
contestó Lucas, rotundo. – Fueron engañados, creyendo que hacían lo correcto.
Pero ten por seguro que no eran tu familia: tu padre o tus hermanos nunca te
hubieran hecho eso....
Sofía asintió, llorando otra
vez, tranquilamente, y Lucas supo que su mentira había funcionado.
- Ahora ya no están....
- No – asintió Lucas,
apoyando sus manos en los hombros de la chica, haciendo que volviese a mirarlo
a la cara. – Pero verás, Sofía, te voy a contar una historia. Cuando tenía más
o menos tu edad, yo perdí a mi padre – Lucas se tomó un momento, para tragar
saliva y coger fuerzas. – Mi padre trabajaba para una agencia que investigaba....
eventos como los que investigo yo ahora. Pero él lo hacía en equipo. Un año, el
verano que yo cumplía quince, estando de vacaciones, mi padre no pudo dejar
que sus compañeros se enfrentaran solos a una serie de espectros, cerca de
donde veraneábamos, así que fue hasta donde ellos estaban para ayudarlos. Yo
le seguí, un poco cabreado y molesto porque fuese a “trabajar”, estando con mi
madre, mi hermana y conmigo de vacaciones.
Lucas miró a la caverna en
llamas y suspiró. Sofía no le quitaba ojo de encima.
- Mi padre murió aquel día y
yo fui testigo de algo horrible, que me cambió. Desde entonces puedo ver a los
entes y criaturas escondidos, puedo ver la maldad oculta en algunos seres humanos.
Puedo ver lo fantástico y sobrenatural detrás del velo de la realidad. A
menudo es horrible, pero a veces.... a veces puede ser muy útil. Como para
ayudarte a ti.
Sofía sollozó y se limpió
una lágrima de la mejilla.
- Cuando mi padre murió,
estuve muy mal durante unos años – siguió Lucas. – Triste, apático,
indiferente, descontrolado.... pero con el tiempo aprendí a sobrellevarlo y a
vivir mi vida. No te digo que olvides a tu familia, pero recuerda que tienes
una madre y una hermana, que también han perdido a todos sus seres queridos,
pero con las que puedes estar juntas. Yo recuerdo a mi padre todos los días,
pero me pasa igual que a ti: tengo una madre y una hermana que no dejan de
estar a mi lado.
Sofía asintió, limpiándose
las lágrimas de la cara, con cara triste, pero al mismo tiempo espléndida.
- Muchas gracias, Lucas.
El detective tuvo que
contener sus lágrimas, y logró hacerlo sonriendo a la chica. Después abrió los
brazos y dejó que ella tomara la iniciativa, abrazándose los dos con fuerza.
- De nada – le contestó,
cuando sus cabezas estaban muy cerca una de la otra. – Y no olvides que estoy
al otro lado del teléfono, siempre que me necesites....
Estuvieron un buen rato
abrazados y después se separaron, con naturalidad. Tranquilos y serenos volvieron
con la madre y la hermana de Sofía. Ésta se sentó con ellas y Lucas se quedó de
pie, un poco retirado pero cerca, para darles cierta intimidad. Sandra se
volvió a mirarle y le sonrió, en un rostro cansado y devastado por el dolor,
pero agradecido.
- Gracias – le dijo, en voz
muy baja, casi sin pronunciarlo, solamente formado con los labios. Lucas
asintió y le devolvió la sonrisa. Después volvió a mirar las grandes llamas
que seguían asomando de la cueva.
Había estado a punto de
darles las gracias tanto a Sofía como a Sandra, pero al final no lo había
hecho. Las dos hermanas le habían ayudado mucho, sin saberlo, en un momento muy
malo para él, y gracias a su confianza y a su interés en él le habían hecho
reflexionar sobre su trabajo, su vida y su momento. Darles las gracias habría
implicado explicarles toda su historia, su amor hacia Patricia, su
pérdida.... y no le apetecía hacerlo en aquel momento, que no era el adecuado.
Ya les daría las gracias en
otro momento, más adelante. Y les explicaría toda la historia.
Sin tristeza y sin lágrimas,
pero con nostalgia, pensó vivamente en Patricia, llevando su mirada al cielo
negro, cubierto de estrellas.
Lucas no estaba feliz, pero
estaba bien.
Y con eso, por el momento,
se conformaba.
* * * * * *
Escondido tras unos arbustos
bastante densos fue testigo de la llegada de las ambulancias, que se llevaron a
las tres mujeres. El otro, el jodido detective, se quedó allí a la espera de
que llegara la policía, en un coche patrulla con las luces azules iluminándolo
todo a ráfagas. Interactuó con ellos unos instantes y después montó en el
coche, junto con doña María Resurrección Sande, que estaba esposada y detenida.
Supuso que se la llevaban a comisaría y el detective iba a hacer su
declaración.
El chófer de los señores
Carvajal Sande se permitió una sonrisa: imaginaba a qué comisaría iban a
llevarlos y sabía dónde estaba.
Con un poco de suerte esa
misma noche, unas horas después, podría colarse y llegar a cualquier
dependencia, tanto los calabozos como las salas de interrogatorios.
Y una vez que supiese dónde
tenían metido al jodido detective, se cobraría su venganza.
Su dulce y despiadada
venganza.
¡Ahora que por fin me pongo al día, va y se acaba!
ResponderEliminarVoy a ver si encuentro la primera parte, que me he picado un montón.