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21 -
(Granito)
Durante el viaje de vuelta a
la provincia de Cáceres Lucas no le contó a Atticus la entrevista con el
general Muriel Maíllo. El Guinedeo
sabía con quién se había reunido y lo que le había costado hacerlo, pero no le
preguntó qué había pasado ni qué habían hablado: no tenía curiosidad por ello.
Sabía que había sido un momento tenso para Lucas, así que no quería hacérselo
recordar.
Mantuvieron una charla
animada sobre el caso, sobre lo que sabían y lo que Lucas sospechaba. Atticus
estuvo de acuerdo con él y le dijo que le acompañaría a la ciudad de Cáceres si
al detective le parecía bien.
Pasado ya el mediodía, a
primera hora de la tarde, llegaron a Cabezuela del Valle, donde Atticus pidió
bajar. No tenía intención de conocer a la familia Carvajal Sande y dejó que
Lucas fuese solo. Él esperaría en el pueblo a que regresase.
Lucas condujo a la mansión,
por el camino de sobra conocido y dejó el coche en la dársena lateral, bajo el
tejadillo metálico. Hacía frío y había mucha humedad en el ambiente, así que se
puso la cazadora sobre el mono rojo, antes de salir al exterior y caminar hasta
la fachada de la mansión. Allí había tres coches lujosos aparcados: uno era el
Bentley de Felipe Carvajal y María Rosa Sande (el chófer con gorra de plato
estaba dentro, pero salió al ver a Lucas, solamente para mirarle mal, con
superioridad); otro era un Audi negro brillante, que Lucas asoció a Felipe
Ernesto Carvajal Sande, y el tercero era un BMW X6, que no conocía: podía ser
de Carmen Adelaida y su marido.
- Buenas tardes – saludó,
con recochineo, al chófer, que lo miró desdeñoso, escupiendo al suelo. Lucas
rio. – Muy sutil....
Llamó a la puerta y esperó a
que Venancio le abriera. Saludó al mayordomo y éste por lo menos le contestó,
serio y hierático como siempre, pero al menos profesionalmente educado y
cordial. Le dejó la cazadora y fue a buscar a Sofía de inmediato.
- Lucas, hola – le saludó la
chica, cuando entró en la sala de música, donde Venancio le había dicho que la
encontraría. Era una sala no muy grande del primer piso, en la que había
estanterías llenas de vinilos y cedés, con varios tipos de reproductores de
música, desde una gramola hasta una cadena de música de alta definición. Sofía
escuchaba un blues, no muy alto, mientras observaba un par de discos, sentada
en un sillón.
- Ya estoy de vuelta – dijo
innecesariamente, sentándose en otro sillón, frente a ella. – ¿Están tus padres
en casa?
- Sí, estarán por ahí. ¿Por
qué?
- He encontrado lo que
necesitábamos para curarte – le dijo, sintiéndose enormemente bien. – Es un
tratamiento con infusiones: quiero que empieces a tomarlo inmediatamente.
- ¿Y con eso me pondré bien?
– dijo Sofía, inclinándose hacia adelante, mirando a Lucas con ojos admirados.
- Sí.
- ¿Dejaré de sufrir esos
ataques?
Lucas vaciló un instante,
pero fue inapreciable.
- Eso espero – contestó, sin
involucrarse demasiado, pero sin decir la verdad. Aquel tratamiento era para el
gorgodion semnpta,
no para el supuesto demonio (o demonios) que trataban de poseer el cuerpo de
Sofía. Pero prefería no preocupar más a la familia. Esperaba poder hacerlo bien
y mientras Sofía se curaba de su hechizo bosquífero él daría con el demonio,
para eliminarlo.
- ¡Pues vamos a buscar a mis
padres! – Sofía saltó del sillón, contenta. – Estoy deseando empezar a tomar lo
que sea que me has traído.
Lucas sonrió y siguió a la chica
por los pasillos, mientras tiraba de su mano.
- Oye, Sofía, ¿vas a menudo
al bosque?
- ¿Al de los Suspiros? No
mucho, aunque antes iba bastante. Me gustaba ir allí a jugar.
- ¿A jugar? – se sorprendió
Lucas, al recordar los peligros que había visto allí.
- Sí. Me quedaba en la linde
y jugaba a caballeros y princesas, a Robin Hood y cosas así. Siempre me han gustado
esas cosas – dijo, con una sonrisa un poco avergonzada. Lucas sonrió.
- “La princesa prometida” es una de mis películas favoritas – comentó,
para tranquilizar un poco a Sofía, que le miró contenta. En realidad aquella
película era una de las favoritas de Patricia y él la había visto por ella: no
estaba mal, le había gustado mucho. Lo que le sorprendió mucho a Lucas fue que
recordar a Patricia de forma tan vívida no le importase, ni le entristeciese.
Quizá estaba superando el luto.
- Es una peli guay –
coincidió Sofía.
- ¿Cuándo fue la última vez
que fuiste al bosque? – Lucas se recondujo hacia el interrogatorio, mientras
seguía caminando con Sofía por el pasillo.
- Buff, no lo sé.... Igual
hace un año....
- Un año – repitió Lucas,
pensativo. No entendía, entonces, cómo había contraído Sofía el gorgodian
semnpta. La hipótesis que
se le ocurría era que había sido llevado hasta la habitación de Sofía por algún
agente del bosque, un Hada, un Trasgo o un Gnomo. Lo que no entendía el
detective era por qué.
Llegaron al despacho de don
Felipe Carvajal Roelas, encontrándole allí. Saludó distraídamente a Lucas y le
pidió que se sentara. El detective preguntó por su esposa y don Felipe Carvajal
contestó que no sabía dónde estaba. Llamó a Tomé, uno de los criados, por un
interfono y le pidió que buscase a la señora Sande y la llevara a su despacho.
Al cabo de un par de minutos doña María Rosa Sande Carpio apareció en el
despacho de su marido, saludando afectuosamente al detective. Lucas pidió que
todos se sentaran y él quedó de pie, explicándoles que había conseguido un
tratamiento para ayudar a Sofía, para aliviarla del mal que le aquejaba. Los
progenitores se alegraron mucho, y Lucas supo que era porque pensaban que con
eso se libraría de los ataques del demonio: no era así, pero Lucas no les sacó
de su error. Al fin y al cabo Sofía mejoraría y él tenía un plan para librarle
de las posesiones, así que no hacía falta agobiar ni preocupar a los padres.
- Cuánto me alegro, señor
Barrios – dijo doña María Rosa Sande, aliviada y contenta. Casi tenía lágrimas
en los ojos. – Muchas gracias.
- Sí, gracias, señor Barrios
– secundó don Felipe Carvajal, asintiendo con seriedad. – Ahora veo que lo que
le hemos pagado ha sido dinero bien gastado.
Lucas no supo cómo contestar
a eso.
- Le acompañaré a las
cocinas, señor Barrios – invitó con la mano doña María Rosa Sande. – Así podrá
explicar a nuestros cocineros cómo es la infusión que debe tomar Sofía.
- Muy bien.
Doña María Rosa y Lucas
salieron del despacho del señor Carvajal Roelas, que pareció volver a su
trabajo como si nada. Sofía se quedó atrás y dejó que Lucas se fuera con su
madre. Los dos bajaron por la escalinata, a las cocinas.
- He visto varios coches ahí
fuera, ¿están sus hijos aquí? – preguntó Lucas.
- Sí, han venido Felipito y
Carmen Adelaida – contestó la señora Sande Carpio, muy contenta. – No es normal
que estén por aquí entre semana, pero han buscado la forma de estar cerca de
Sofía. Yo misma hablé con todos y les conté que usted había descubierto lo que
le pasaba a su hermana pequeña y que pronto estaría aquí con el remedio. Todos
quisieron estar cerca de su hermana.
- ¿Y su hijo menor?
- ¿Luis Antonio? Vendrá
mañana: le ha sido imposible librarse de sus asuntos en la fraternidad....
- Ya imagino – contestó
Lucas, fingiendo: seguía sin saber a qué se dedicaba el joven de la familia. –
Luego querría hablar con ellos, si no es molestia. Así podré explicarles de
primera mano lo que ocurre con su hermana Sofía y cómo va a curarse.
- ¡Oh! Eso sería excelente.
Llegaron a las cocinas y
Lucas entregó los ingredientes a uno de los cocineros, explicándole cómo debía
hacer la infusión, según las indicaciones que le había dado a él Demetrio
Pastor de la Paz. El cocinero preparó una tetera en aquel mismo momento, con
María Rosa Sande y Lucas observándole, y después la sirvieron en una taza muy
fina, sobre un plato de porcelana con engastes de plata. Uno de los criados se
la subió a Sofía a la habitación, con la orden de la señora Sande de que la
niña debía tomársela toda. Lucas explicó al cocinero que Sofía debía tomar una
ración cada dos horas y que debía tener infusión hecha de sobra, siguiendo
aquellas indicaciones tan precisas. El cocinero parecía muy profesional y se
tomó muy en serio ayudar a la joven Sofía, así que Lucas salió de allí tranquilo.
Fue a ver a Sofía a su
habitación, mientras se tomaba la infusión. La niña ponía caras raras al
tomarla y Lucas rio. Le dijo que la próxima taza la podía tomar con una cucharada
de miel y Sofía la aceptó con gusto.
- Con esto te vas a poner
mejor, ya verás – dijo Lucas: confiaba en Demetrio. – Y yo estaré por aquí para
ayudarte, descuida.
Sofía sonrió, poniéndose colorada.
Lucas no quería mentirle, pero tampoco decirle toda la verdad, así que con esa
frase un tanto ambigua le dejaba claro que iba a seguir trabajando para
ayudarla. Las infusiones eran sólo el primer paso.
Lucas la dejó en su
habitación, mientras él bajó al gran salón, donde encontró a los otros tres
hermanos Carvajal Sande.
- Buenas tardes, señor
Barrios – le saludó Sandra Herminia, haciendo un poco de teatrillo: mantenía la
compostura y dejaba la familiaridad para ellos dos, a solas.
- Buenas tardes, detective –
saludó, muy grave, Felipe Ernesto Carvajal Sande, por entre el humo de su
cigarrillo. Lucas buscó a su rubísima mujer por allí y, al no verla, se quedó
más tranquilo.
- Buenas tardes – saludó
Carmen Adelaida, sonriente y agradable. Su marido estaba allí, hojeando un
periódico: saludó con un gesto a Lucas y (gracias al cielo) se quedó en su
rincón, en silencio.
- Buenas tardes a todos –
saludó Lucas, de vuelta. – Me alegro de encontrarles a todos juntos, porque
quería hablar con ustedes.
- Cuando supimos que estaba
en casa esperamos aquí a las noticias – comentó Sandra, sonriéndole. – Sabíamos
que se había reunido con nuestros padres y con Sofía, así que esperábamos sus
nuevas.
- Siéntense, por favor –
pidió Lucas. Frente a la chimenea había un sofá y tres sillones grandes, pero
en el otro extremo del salón había una mesa de madera pulida y brillante,
cubierta con candelabros de oro y cristalería fina. A su alrededor había sillas
elegantes, de madera oscura y tapizadas en terciopelo rojo: los tres hermanos
tomaron una silla cada uno y se sentaron, frente a Lucas, que permaneció de
pie. Enrique Corcuera de la Lama, el marido de Carmen Adelaida, se quedó
aparte, muy enfrascado en su periódico. – Verán, he estado investigando lo que
le ocurre a su hermana Sofía, y después de muchas pistas y vueltas, he
descubierto que se ve aquejada por una especie de enfermedad, contraída en el
Bosque de los Suspiros.
- ¿En el bosque? – se
sorprendió Carmen Adelaida.
- Así es. No estoy muy
seguro de cómo llegó el agente patógeno a la habitación de Sofía, y tampoco es
muy importante. Lo que importa es que gracias a mis investigaciones y a la
ayuda de unos cuantos colaboradores míos he descubierto la enfermedad y el
remedio para ella. Sofía ya está tomando el tratamiento, y según me han
asegurado, en un par de días se habrá repuesto por completo.
- Eso es estupendo – dijo
Felipe Ernesto, sin modificar su rostro de pómulos marcados y hoyuelo en la
barbilla.
- Maravilloso – dijo Carmen
Adelaida, emocionada.
- Gran trabajo, detective –
dijo Sandra, sonriente.
- Es mi trabajo. No les he
informado para recibir halagos: sólo quería que supieran que todo se estaba
arreglando.
- Y se lo agradecemos –
asintió solemne Felipe Ernesto.
- ¿Y....? – empezó a
preguntar Sandra Herminia, pero un gesto de Lucas la hizo callar al instante.
Sus hermanos no parecieron notarlo ni se extrañaron de que su hermana se
callara de repente.
- Ahora, ruego me disculpen.
Llevo dos días de viajes, casi sin parar, y lo que necesito es descanso.
- Desde luego.
- No se disculpe por eso.
- Le acompaño a la salida –
terció Sandra, poniéndose en pie. Lucas asintió, en agradecimiento, y después
se despidió de los otros dos Carvajal Sande, saliendo del gran salón.
- Gracias, señor Barrios –
le dijo Carmen Adelaida, antes de que se fuese. Lucas sonrió, al ver la bondad
de la mujer.
Al llegar al otro lado de la
puerta Sandra se detuvo y
Lucas la imitó, al notarlo.
- ¿Puedo preguntarle ahora
lo que quería preguntar ahí dentro? – sonó sarcástica. Lucas sonrió.
- Adelante.
- ¿Qué pasa con las
posesiones? El tratamiento que ha traído es para la enfermedad del bosque.
¿Pero los intentos de posesión?
- Creo que son dos cosas
distintas – explicó Lucas. Si a alguien iba a contarle la verdad era a Sandra
Herminia. Era la única con la que tenía confianza, de toda la familia. – Puede
que estén compitiendo una cosa con la otra.
Sandra reflexionó un
momento.
- Entonces, si cura a Sofía
de la enfermedad del bosque....
- Puede que las posesiones
ocurran del todo.
Los dos se quedaron en
silencio, uno resignado y la otra horrorizada.
- Pero,
Lucas, no puede hacer eso – dijo Sandra, al fin.
- No voy a dejar que le ocurra
nada a Sofía – le confesó, agarrándole de las manos. – Pero lo primero es
curarle de su malestar. Tengo dos días hasta que esté restablecida del todo, en
los que no voy a estar ocioso: voy a buscar al demonio. Voy a averiguar de
dónde viene y eliminarlo antes de que vuelva a intentar poseer a Sofía.
Sandra Herminia lo miró con
esperanza, pero con dudas.
- ¿Y cómo va a hacer eso?
¿Dónde lo va a buscar?
Lucas le soltó las manos y
se encogió de hombros.
- Bueno, en la mansión no he
encontrado señas de demonios ni de invocaciones – aceptó. – Así que había
pensado ir a investigar a Cáceres.
- ¿A Cáceres?
- Al origen del clan
familiar. Allí todavía tienen posesiones, ¿no?
- Ya no. Hace años que esta
familia sólo tiene un nombre hidalgo, pero nada más – contestó Sandra, con
tristeza. Lucas se quedó un instante sorprendido: quizá fuese verdad lo que su
compañero de piso, el maestro Francisco Pizarro, le había contado. Quizá la
familia Carvajal Sande estaba arruinada.
- Bueno, pero he oído algo
sobre una maldición y algunas cosas de sus antepasados: quiero investigarlas.
- ¿De verdad cree en
maldiciones y cosas así? – le preguntó Sandra, escéptica. Lucas soltó una
carcajada.
- ¿De verdad me lo
pregunta?: en cosas como ésas se basa mi trabajo – bromeó.
Después trató de
tranquilizar a Sandra, le pidió que se asegurara de que Sofía tomaba las
infusiones (y de que se realizaban correctamente) y después se despidió de
ella.
Al salir de la casa, en el
recibidor, cerca de la puerta, escuchó pasos de tacones a su espalda. Miró por
encima del hombro, con curiosidad, sin detener su paso, y al ver que Aliena le
observaba desde el amplio recibidor se detuvo en la puerta, con el picaporte en
la mano.
La mujer de Felipe Ernesto,
rubísima, altísima, llena de curvas enfundadas en un vestido ceñido de
tirantes, le miró con lascivia.
- La propuesta sigue en pie
– dijo, con acento marcado. – Arriba hay habitaciones libres....
- Ya, gracias, pero no creo
que me quede esta noche a dormir – respondió Lucas, queriendo sonar seguro y
tajante, pero notándose débil e inseguro.
- Yo no te proponía
dormir.... – contestó Aliena, jugueteando con una fina cadena de plata que
colgaba de su cuello. Le miraba como una fiera mira a su presa. Lucas tragó
saliva.
- Lo imagino, pero ahora
estoy intentando ayudar a Sofía – contestó, más dueño de sí. Aliena chistó con
la lengua, poniendo los ojos en blanco.
- Esa niña no tiene
salvación – dijo, dándose la vuelta, mirando a Lucas por encima del hombro. –
Una pena que gaste sus energías en ella. Adiós, señor detective....
Y después se alejó, con paso
lento, contoneando las caderas y el trasero. Lucas se preguntó si no estaría
siendo un estúpido al rechazar a semejante mujer, pero después entró en razón y
salió de la mansión.
* * * * * *
- Magnífico Lucas. ¿Qué tal?
– le saludó desde la barra, nada más entrar en el bar.
- Nada mal, la verdad –
contestó, a pesar de las dudas. Lo cierto era que se sentía a gusto cuando
estaba frente a Gerardo Moríñigo Cobo.
Había conducido de regreso a
Cabezuela del Valle y aparcado frente al bar y apartamentos “Prado del abuelo”.
Allí sabía que se iba a encontrar con Atticus (antes de ir a la mansión había
quedado con el Guinedeo que se verían
allí a su vuelta) y podría ver al camarero, al que hacía días que no visitaba.
- ¿Qué quieres tomar? – le
preguntó, cuando llegó a la barra y le chocó la mano.
- Una cerveza.
- Marchando.
- ¿Qué tal ha ido? –
preguntó Atticus, que estaba sentado en un taburete, con un vaso de un líquido
ambarino, el mismo que le había visto beber en su bar, cuando se conocieron.
- Bien.
- ¿Nadie ha preguntado por
las posesiones?
- Sólo la hermana mayor –
contestó Lucas. – Es la única que sabe todo lo que está pasando.
- Tu mujer de confianza en
la familia – bromeó Atticus.
- Algo así....
Gerardo Moríñigo llegó en
ese momento, con una cerveza estupenda. Lucas le dio un trago, nada más llegar.
- Aquí tu amigo me ha dicho
que te vuelves a marchar. No paras, ¿eh?
- Sí, cosas del trabajo.
- ¿Has terminado lo que
tenías que hacer con los Carvajal? – preguntó el camarero.
- Casi. En realidad me voy
para acabar con unos cuantos flecos sueltos.
- ¿A Cáceres? – preguntó
Gerardo, dejando claro que Atticus y él habían hablado largo y tendido. Sólo
esperaba que el Guinedeo no hubiese
dado demasiados detalles: el camarero no sabía que era un detective paranormal.
- A Cáceres.
- Pues no dejes de visitar,
si te deja el trabajo, la iglesia de San Francisco Javier – le recomendó el
camarero. – Es impresionante, con la escalinata de San Jorge delante. Hay un
bar allí muy bueno, tómate algo a mi salud, que hace mucho que no voy por
Cáceres.
- Eso haré.
- Eso haremos – secundó
Atticus, alzando su vaso. Gerardo buscó un botellín que tenía abierto por allí
y brindó con los dos compañeros.
* * * * * *
Lucas y Atticus estuvieron
toda la tarde en el bar con Gerardo Moríñigo Cobo, intercambiando charlas y
bromas. Cerca de las ocho de la noche Lucas volvió a la mansión Carvajal-Sande,
para ver cómo evolucionaba Sofía. Su mejora era evidente: no tenía ya ojeras,
su piel parecía más sana y sonreía más, pues decía que se sentía mejor de la
cabeza. Lucas deseó que aquello siguiese así y le animó a que siguiese tomando
las infusiones.
Charló con Sandra, de forma
amistosa, con los padres de Sofía de forma solemne y con Carmen Adelaida y
Felipe Ernesto de forma banal. Esquivó de nuevo a Enrique Corcuera (que estaba
demasiado entretenido con su teléfono móvil para darle la chapa) y a Aliena (aunque le lanzó una mirada de deseo y un beso
silencioso desde lejos).
A quien no pudo esquivar,
cuando ya salía de la mansión, fue al inefable Rafael María Rodríguez Sande,
que le cortó el paso.
- Señor detective, no te
vayas todavía que tengo una cosa para ti – le dijo, pasándole un brazo escuchimizado
por los hombros.
Lucas le miró, con una
sonrisa y una mueca, quedándose en el sitio. El artista de la familia
desapareció por una de las salas cercanas al amplio recibidor y al cabo de unos
instantes regresó, cargado con un cuadro enmarcado, de un metro de ancho por
metro y medio de alto.
- Aquí está tu retrato – dijo,
orgulloso, dándole la vuelta para que Lucas pudiera verlo. En el cuadro sólo
había pintado un triángulo de color rojo sobre un fondo de color crema. La
sombra del triángulo sobre el supuesto suelo era el único detalle de la pintura
y el otro único detalle de color. – Estaba el otro día en casa de unos colegas,
pasando el viaje lo mejor que podíamos, cuando me vino la idea. Allí mismo me
puse a pintar, con el material de mi amigo. Lo he terminado ayer mismo. ¿Te
gusta?
Lucas pensó durante un
segundo qué contestar y al final fue su naturalidad la que llevó las riendas.
- ¿Es un retrato? ¿Y dónde
estoy yo?
- Aquí – Rafael María se
asomó por encima del cuadro y señaló al triángulo rojo. – Es abstracto, no es
una representación realista, es más una metáfora, una representación de lo que
sugieres, de lo que eres, más que cómo eres....
- Ya veo, ya.... – comentó
Lucas, por decir algo, atónito.
- Para ti, hombre, y no me
pagues nada. Es un regalo – dijo Rafael María, sonriente, con cara alelada.
Estaba bajo los efectos de alguna droga, evidentemente, pero Lucas creía que
aun estando sobrio seguiría creyendo que aquello era un gran regalo.
- Muchas gracias – dijo
Lucas, cogiendo el gran cuadro, saliendo de la mansión y dirigiéndose a su
coche, aguantándose las carcajadas.
Después volvió a la casa del
maestro, que le recibió con cierta lasitud, como si no hubiese estado fuera
casi dos días. A Francisco Pizarro Huete no le importó que Lucas compartiera su
habitación con Atticus y cenó en silencio con ellos dos. Lucas imaginó que el
maestro había supuesto que eran pareja, pero no se molestó en sacarle de su
error. La verdad es que no le importaba.
A la mañana siguiente,
mientras Lucas y Atticus se preparaban para el viaje (pensaban pasar antes por
la mansión, para que el detective observase cómo evolucionaba Sofía), Francisco
Pizarro se preparaba para ir a la escuela. Desayunó rápidamente mientras los
otros dos comían con tranquilidad y después se despidió para salir de allí con
prisa. Sin embargo, se detuvo en la puerta antes de irse, volviendo a la cocina
pensativo.
- Anoche me dijo que se iban
– dijo, sin ser pregunta, al aparecer en el vano de la puerta. – A Cáceres.
- Así es.
El maestro asintió, con
tranquilidad, como si de repente no llegase tarde al trabajo.
- ¿No tendrá que ver este
viaje con lo que hablamos hace días? ¿Con las leyendas sobre la familia
Carvajal?
- Claro que sí.
- Pues tenga cuidado. No me
gusta nada dónde se está metiendo.... – comentó, sorprendiendo a Lucas, pues
era la primera vez que Francisco Pizarro Huete parecía interesarse por él, más
allá que como una curiosidad.
- ¿Por qué lo dice?
Francisco Pizarro arrugó el
gesto.
- La familia Carvajal es
complicada, como ya le dije. Y va usted al origen de todo. Yo iría con cuidado:
pueden ser muy suyos.
- Tendremos cuidado –
contestó Lucas, advertido pero tomándoselo a broma.
- ¡Ah! Y no deje de visitar
la iglesia de Santiago – le dijo el maestro, antes de volver a alejarse por el
pasillo, a la puerta de salida. – Si es capaz de contar todos los escudos de
los Carvajales que hay le invito a una cena.
- ¡Lleva invitándome a cenar
desde que llegué aquí! – bromeó Lucas, pero el maestro ya se había dado la
vuelta y no le contestó.
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