-
0 -
Marta estaba
al lado de la fuente, a unos pasos de los cadáveres de los dos niños que habían
servido como custodios de los demonios. Justo había tenido la amabilidad de
cubrirlos con su gabardina.
La chica respiró
hondo, tratando de calmarse, intentando que el olor a sangre y a muerte no le
entrase por la nariz, sin conseguirlo. A su alrededor había muchos cadáveres
(incluyendo los de los tres demonios anäziakanos) y tendría que pasar mucho
tiempo para que aquel olor se fuese de allí. Algunas nubes estaban cubriendo
las estrellas, así que con suerte aquella noche llovería. Marta no recordaba
ningún otro momento en que necesitase tanto que la lluvia cayese para limpiarla
de todo.
Justo se
acercó a ella en ese momento. El veterano agente sonreía bajo su bigote gris y
(aunque se sorprendió de ver una sonrisa en aquel ambiente) Marta se sintió
reconfortada.
- ¿Todo bien,
agente Velasco? – bromeó Justo, deteniéndose frente a ella. Marta deseó que le
hubiese dado un abrazo, pero se contentó con la sonrisa. Por supuesto, no lo
pidió.
- Bueno, todo
lo bien que puede ir.... – contestó. Notó su voz cansada y débil. Estaba
exhausta. – Nunca imaginé que el trabajo de investigador de campo fuese así....
Justo rió,
cansado.
- Para serle
sincero, esta misión tampoco ha sido muy representativa de lo que es el trabajo
de investigador de campo, pero la comprendo.... – comentó. Después le colocó
las manos en los hombros y la miró directamente a la cara. – Pero lo ha hecho
usted muy bien.
Y entonces la
abrazó. Fue un abrazo rápido, de dos compañeros de trabajo que han compartido
mucho más que una misión rutinaria, pero para Marta supuso un gran apoyo y un
gran alivio. Después Justo se separó y siguió sujetándola por los hombros.
- He colocado
a Daniel en el coche. Le he dado un alprazolam y se ha quedado más tranquilo –
le dijo. – Se quedará dormido en cuanto salgamos de aquí.
- Bien – dijo
Marta, asintiendo tranquilizada. Estaba muy preocupada por su amigo Daniel, por
todo lo que había pasado. Se sentía responsable: al fin y al cabo, había sido
ella quien había propuesto su participación y la de Mónica.... Contuvo una
mueca de dolor, al recordar a su amiga.
- ¡Vaya! Mire
a quién tenemos aquí.... – dijo Justo, señalando tras ella.
Marta se giró
y vio acercarse al padre Beltrán, cargado con una rueda. Se había vuelto a
colocar el abrigo, abotonado hasta el cuello, para tapar su torso desnudo
cubierto de tatuajes. Su sombrero negro de ala ancha, redonda y plana, volvía a
estar sobre su cabeza.
- ¿Dónde
estaba? – preguntó Marta, mostrándose enfadada. – Creíamos que le había
ocurrido algo después de que se cerrara el portal. Desapareció por completo y
pensamos que algo malo le había ocurrido....
- Estoy bien.
Solamente había ido a buscar repuestos para mi moto.... – dijo, señalando la
rueda que había apoyado en el suelo. Marta no imaginaba dónde podría haberla
encontrado, y tampoco quiso preguntar.
- Tampoco
sabemos nada de Andrés. ¿Usted lo ha visto? – le preguntó.
- No. Pero ya
aparecerá.... – dijo el padre Beltrán, dirigiendo su mirada hacia Justo. Su voz
había sonado áspera. – ¿Ha llamado al general, agente Díaz?
- Acabo de
hacerlo – respondió Justo. – Va a enviar dos equipos de campo y uno de limpieza
para arreglar todo esto.
- Tendrán trabajo....
- La ACPEX se
encargará de tapar esto. Siempre lo hace.... – dijo Justo, orgulloso. – Por
nuestra parte, hemos acabado. Nos marchamos de aquí. Ha sido extraño, pero
también un placer, padre Beltrán....
Justo le
tendió la mano al sacerdote de negro, no muy convencido, pero reconociéndose
que le debía un apretón de manos a aquel extraño cazador de monstruos. Había
salvado el universo, al fin y al cabo. El padre Beltrán miró la mano durante un
instante y al fin la estrechó, sorprendiendo a Justo: aquel apretón de manos
era un fiel reflejo de quien lo daba. El veterano agente de la ACPEX había
juzgado mal al sacerdote de negro desde el principio....
- Tengan
cuidado. Y váyanse de aquí....
- Muchas
gracias, padre Beltrán. Por todo – dijo Marta, abrazándolo. El sacerdote
pareció sorprendido, durante un momento, pero después pasó su brazo derecho por
la espalda de la chica. Después se separó, cogió la rueda y se alejó de allí,
caminando con su paso rápido y ágil.
* * * * * *
A pesar de su
aspecto anciano y débil, maltrecho y cansado, era un gran guerrero. Lo había
demostrado con creces, al pronunciar aquel conjuro lyrdeno y soportarlo para traer a esta
dimensión a los Guerreros alados de la dimensión de Paradysox.
Había vencido
a los nueve de Anäziak.
Y por ello iba
a pagarlo.
Andrés (lo que
quedaba de él) salió a la carretera, acompañado por otras ocho figuras: tres
niños, una chica adolescente, una mujer, dos hombres jóvenes y un anciano.
Todos seguidores fanáticos del Príncipe de Anäziak.
No sabía si estaba
siendo poseído (Andrés aún controlaba su cuerpo y no notaba que nadie le
estuviese quitando el control desde el interior) o si todavía era humano o ya
podía considerarse un demonio.
No lo sabía a
ciencia cierta.
Lo único claro
era que lo que le había infectado desde el hombro le estaba haciendo más
fuerte, más ágil, más rápido y más inteligente.
Y más malvado.
Echó a andar y
sus nuevos compañeros le siguieron. Las nueve criaturas caminaron por la
carretera, en medio de la oscuridad, siguiendo al objetivo de sus iras.
Iban a vengar
a su Príncipe.
No hay comentarios:
Publicar un comentario