Eonor entró en
la sala del palacio cuando se lo indicó el guardia con alabarda de bronce que
había a la puerta. Se lo agradeció con un cabeceo y traspasó la puerta.
Estaba en el
palacio del rey Al-Jorat, entrando en la sala de audiencias, para tener una conversación
importante con su majestad. Había tenido suerte de que el rey pudiese recibirle
en tan poco tiempo, pues aquella mañana Al-Jorat sólo esperaba reunirse con un
guía de caravanas de Barat, pero hacia el mediodía. A aquellas horas de la mañana
estaba libre.
Eonor había
dejado a Dímoras en la tienda, una vez que se habían convencido de que el libro
que faltaba era el grimorio de Kórac, como se había temido el hechicero. El
aprendiz estaba encargado de cuidar la tienda y todo lo que quedaba dentro.
El hechicero
entró en la sala, que era pequeña y bonita. Era rectangular, con dos entradas:
la de los visitantes, por la que había entrado él, que estaba en uno de los
lados cortos de la sala. La otra entrada estaba en el lado largo a la derecha
de la otra y era más grande y adornada con pan de oro.
El trono de
audiencias del rey de la copa estaba frente a la puerta de los visitantes. Era
sencillo pero no por ello menos elegante. Era de madera, de caoba, adornada con
relieves de lunas y de formas geométricas. Unos cortinajes adornaban la zona
del trono, alzado del suelo por una tarima, cubierta de cojines y almohadones.
Había una mesita redonda al lado del trono, con una vasija y un vaso de cristal
tallado.
Había cuatro guardias armados dentro de la sala, dos a cada lado. Los de
la derecha flanqueaban la puerta dorada y los otros dos estaban a la izquierda,
pero más juntos.
- Adelante, mi viejo yumón –
dijo el rey, haciendo referencia al breve y antiguo tiempo en el que Eonor
había sido su maestro. Éste no pudo evitar sentirse halagado. – Siempre es un
placer y un honor hablar contigo.
- El honor es mío, majestad.... – respondió Eonor, colocando el dedo
índice y el corazón, unidos y estirados, en el entrecejo, a lo largo de la
nariz, y bajando la cabeza a la vez, en el respetuoso saludo común en los
Cuatro Reinos.
- Vamos, vamos, alguien que me enseñó las cuatro operaciones de la
matemática, que corrigió mi ortografía y que incluso me dio algún tirón de
orejas cuando cometía errores no debería guardarme tanto protocolo.... – bromeó
el monarca, sincero. – ¿Qué tal estáis?
- Bien, alteza, no puedo quejarme, la verdad.... – contestó Eonor, que
se quedó de pie delante del rey sentado en su trono. – Vivo humildemente, pero
tengo trabajo y sigo manteniendo buena fama entre la gente....
- Vuestra fama de hechicero justo y sabio no ha mermado con los años –
asintió el rey Al-Jorat. – Decidme, ¿a qué se debe esta audiencia tan urgente?
¿Ocurre algo grave?
- Me temo que sí, alteza.... – respondió el hechicero, después de tragar
saliva. – Han asaltado mi tienda esta noche y se han llevado un antiguo
grimorio, el grimorio de Kórac....
- ¡¡Válgame Heraclio!! – se escandalizó el rey. – ¡¡Qué contrariedad!!
¿Era un libro valioso?
Eonor pensó antes de contestar.
- Mucho, majestad. ¿Recordáis a Thilt, alteza?
- Por supuesto, fue un gran hechicero, aunque erró el camino de la magia
– respondió Al-Jorat, con seriedad. – Además, es la parte más entretenida de
nuestra historia desde el éxodo de Heraclio “el Padre”. ¿Por qué me lo preguntáis?
- Porque, lamentándolo mucho, el grimorio de Kórac es el único libro en
el que quedó registrado el hechizo que se usó hace siglos para encerrar a Thilt
en su cárcel de bronce – explicó Eonor. – Allí están registradas todas las
instrucciones....
Al-Jorat miró con atención y una chispa de apremio al viejo hechicero.
- Todas las instrucciones, ¿no es así? ¿Incluso los hechizos para
liberarlo? – preguntó con acierto el rey de la copa. – ¿Es eso lo que queréis
decir?
- Sí, alteza....
- Así que creéis que quien os haya robado ese grimorio quiere liberar a
Thilt, ¿no es eso? – preguntó Al-Jorat, que no en vano tenía fama de ser un rey
sabio. Eonor asintió. – ¿Quién sabía que vos teníais ese tal grimorio de Kórac?
- Sólo mi aprendiz, un puñado de ancianos hechiceros del reino y yo
mismo.
- Muy bien.... – Al-Jorat se pasó la morena mano derecha por la perilla.
– Creo que deberíamos avisar a Máximus, el rey de Rodena. Ellos son los que
guardan la frontera con Gondthalion. Quienquiera que haya decidido liberar a
Thilt habrá venido de allí. Y deberíamos investigar a los otros hechiceros que
sabían que vos teníais el grimorio....
- Muy bien, alteza.
- El viaje a Rodena llevará varios días, así que el grupo que parta
hacia allí debería salir hoy mismo. Me gustaría que vos y vuestro aprendiz
formarais parte de él, pues nadie mejor que vos podrá explicar al rey Máximus
la gravedad del asunto.
- Muchas gracias, alteza.
- Pero antes de organizar la compañía y de marchar a Rodena debéis darle
los nombres de los otros hechiceros al capitán de mi guardia. Él se encargará
de organizar escuadrones para investigarlos en Medin.
- Muy bien, alteza.
No hay comentarios:
Publicar un comentario