Cástor volvió
con sus cabras al establo, inmediatamente y había continuado caminando hasta
Loso, la capital del reino de Belirio. Allí había pedido permiso para ver al huakar Krann y le dejaron pasar, acompañado
por Ceniza.
Cástor entró
en el castillo y buscó al huakar en
el patio de entrenamiento, a los pies de la torre. Allí se entrenaban algunos
soldados del rey, armados todos con el arma oficial del reino: el basto.
El del rey era
el único pintado de colores, de amarillo y verde. Cástor lo reconoció desde
lejos, además de por la corona en la cabeza.
El huakar Krann peleaba en ese momento con
otro soldado, con fuertes golpes y rápidos giros. Otros soldados estaban
también entrenando, pero los que estaban ociosos, no se perdían la pelea del huakar. Cástor llegó al grupo que
observaba y esperó con ellos.
Cuando el huakar acabó venciendo al soldado (que
Cástor reconoció como el capitán de la guardia) y tirándolo al suelo, el grupo
se disolvió, riendo y comentando la jugada.
Cástor se
acercó al huakar, que ayudaba a
levantarse al capitán, y le saludó con el saludo respetuoso, con los dedos
estirados a lo largo de la nariz.
- ¿Quién sois
y qué queréis? – le dijo el rey Krann, mirándolo con extrañeza.
- Soy Cástor, huakar, pastor de cabras, uno de vuestros
súbditos – contestó Cástor.
- ¿Y qué
habéis venido a hacer aquí? – volvió a preguntar el rey.
- Me he
encontrado con unas extrañas criaturas, mi huakar,
en las estepas del sur – explicó Cástor. – Me han atacado y he peleado con
ellas.
- ¿Qué eran?
¿Lobos? ¿Coyotes? ¿Tejones de lomo rojo? – preguntó el rey Krann.
- No lo sé, mi
huakar. No los había visto nunca –
dijo Cástor, echando mano de un hatillo que llevaba colgado al cinto. La tela
estaba empapada de un líquido negro. Cástor sacó la cabeza de la tela,
enseñándosela al rey.
- Hmmm.... Mal
asunto.... – dijo el huakar.
- ¿Lo
reconocéis, huakar? – preguntó
Cástor.
- Sí, aunque
me gustaría no haberlo hecho – se lamentó Krann. – Ésta es la cabeza de un
Inno.
- ¿Inno?
- Una criatura
de más allá de la cordillera Oscura – explicó el rey. – De la tierra de
Gondthalion. En realidad son de mucho más al este, pero la única vez que las he
visto ha sido en la Tierra de las Canteras Eternas. ¿Qué estarían haciendo en
Belirio?
- Estaban
buscando esto en un santuario de la estepa – dijo Cástor, sacando el objeto de
bronce del morral. Lo había recogido del interior del santuario, una vez que
las criaturas estaban todas muertas. Pensó que debía llevárselo al huakar, si semejantes bichos estaban
interesados en él. – No sé lo que es....
- Yo sí,
Cástor, pastor de cabras. Es la réplica del relicario de bronce en el que se
encerró a Thilt hace cientos de años....
Cástor miró
con otros ojos el objeto de bronce que tenía en la mano. Parecía un farol
alargado, de unos cuarenta centímetros de alto y con forma pentagonal. Uno de
sus laterales era una puertecita con bisagras. Desde luego que parecía un
farol, para proteger las velas del viento, pero su utilidad era mucho más
importante y misteriosa.
- ¿Y para qué
querían esos Innos esto? – preguntó Cástor en voz alta.
- No lo sé,
pero no puede ser nada bueno – dijo el rey Krann. – Mejor será que movilicemos
al ejército hacia la cordillera Oscura y que avisemos al rey Máximus: él custodia
la frontera. Debe saber que los Innos están revueltos y que se interesan por
reliquias relacionadas con Thilt.
Cástor no
sabía mucho sobre Thilt y la guerra que había acabado con él, pero sí sabía que
cualquier cosa relacionada con él no podía ser buena.
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