Zanigra tuvo
que esperar hasta después del mediodía para poder hablar con el rey Corasquino,
el monarca de Tiderión. El rey había estado toda la mañana ocupado, en una
reunión del consejo real y atendiendo a varios visitantes del reino, que tenían
peticiones que hacerle y traían noticias.
La
bibliotecaria estaba sola, pues Remigius hacía horas que había desaparecido,
gracias a su posición de jefe de alguaciles de la ciudad de Nau, entrando en
palacio para pedir audiencia con el rey.
No había
vuelto.
Zanigra
esperaba en una sala construida con piedra blanca, cubierta de cuadros de
antiguos reyes y miembros de la familia real. Había también cortinas y un tapiz
al fondo, con el blasón del rey Corasquino: una moneda de oro con el perfil de
una cara sonriente, rodeado de laureles. Era el escudo familiar y a todos los
antepasados de Corasquino (igual que a él) les habían llamado siempre “los
reyes del oro”.
Una puerta se
abrió al otro lado de la larga sala y entró un edecán, vestido un tanto
ridículo pero muy finamente.
- ¿Sois
Zanigra, la bibliotecaria? – preguntó, amablemente.
- Sí, soy
yo.... – contestó la chica con un hilo de voz.
- Seguidme. Su
majestad Corasquino os recibirá ahora – dijo el lacayo, echando a andar.
Zanigra fue deprisa detrás de él.
Recorrieron
grandes pasillos, amplios corredores, largos pasajes, todos ellos decorados con
gracia y con gran ostentación de riqueza. No había ninguno que no tuviera su ración
de oro o de plata o de piedras preciosas en alguna parte: si no era en los
cordones de los tapices era en los marcos de los cuadros y si no era en las
lámparas del techo o en los relieves de las puertas y en los pomos.
Zanigra llegó
a la sala donde la recibía el rey Corasquino un tanto insignificante,
sintiéndose muy humilde con su simple ropa de colores rojos y rosas.
- Bienvenida,
Zanigra. Ése es tu nombre, ¿no es así? – la saludó el rey, con una amplia
sonrisa.
- Así es,
majestad – contestó la chica, llevándose los dedos al entrecejo y agachando la
cabeza.
- Remigius me
ha pedido insistentemente que te recibiese, pues al parecer tienes que contarme
algo muy importante – dijo Corasquino, sin perder la sonrisa, tratando que la
chica se sintiese cómoda al hablar con él. Una puerta lateral se abrió y entró
Remigius, acompañado de un criado del palacio. Aquello sí que hizo que Zanigra
se sintiera cómoda.
- Veréis,
majestad, esta mañana, cuando llegué a la biblioteca real, pues trabajo allí,
encontré un libro destrozado y quemado, abandonado en mitad de una de las salas
– explicó Zanigra, ganando confianza a medida que hablaba, lanzando miradas
rápidas a Remigius, que la animaba con la mirada. – No sabemos quién pudo
hacerlo, aunque los alguaciles siguen investigando.
- ¿Un libro
destrozado? No toméis mis palabras como una descortesía, pero no me parece gran
cosa....
- Por sí solo
podría no serlo, alteza – dijo Zanigra, que interiormente sentía que ya era
suficiente con romper un libro como para considerarlo una terrible fechoría y
un crimen. – Pero ocurre que la misma noche, además de romper un solo libro en
concreto de la biblioteca real, alguien (Remigius cree que debe haber sido la
misma persona) asesinó en su casa al autor del libro destrozado.
- ¿Cómo? – se
sorprendió el monarca, mirando asombrado y divertido a Remigius. – ¿Es eso
cierto?
- Sí,
majestad. El hombre asesinado es Carlus de Naran – contestó Remigius.
- ¡No! – gimió
el rey Corasquino. – Me encantaban sus libros....
- Además de
escritor era historiador, alteza – siguió explicando Zanigra, haciendo caso
omiso de los comentarios poco inteligentes del “rey del oro”. – El libro que
han destrozado era uno que había escrito hacía muchos años, sobre la guerra de
los Cuatro Reinos contra Thilt.
- ¿Qué queréis
decir? – dijo el rey, con mirada incrédula.
- Creemos,
majestad, que alguien se ha tomado muchas molestias por mantener en secreto
ciertos datos sobre la guerra contra Thilt y el hechizo que lo mantiene encerrado
en su prisión de bronce, nadie sabe dónde – explicó Remigius. – O, al menos,
creemos que nadie sabe dónde está enterrado....
- ¿Qué
insinúas, Remigius?
- Majestad,
quien quiera que haya matado a Carlus de Naran y haya destrozado su libro
quería que nadie supiésemos algo que el autor sabía y que había escrito en el
libro. Pero puede ser que él sí lo sepa....
- Y quiere
seguir siendo el único en saberlo.... – dedujo por fin el monarca. – ¿Creéis
que la información es muy grave? ¿Que corremos un grave peligro al perder tal información?
Zanigra y
Remigius se miraron, los dos con caras funestas.
- Cualquier
cosa que tenga que ver con Thilt a mí me parece muy peligrosa, majestad – acabó
diciendo Remigius.
- Está bien,
informaré inmediatamente al rey Máximus de Rodena. Debe conocer nuestras
sospechas, al fin y al cabo los rodenienses son los que vigilan las fronteras
con la Tierra de las Canteras Eternas. Le mandaré una paloma contándole lo que
ha ocurrido aquí esta noche y con nuestras sospechas....
Remigius y
Zanigra respiraron un poco más tranquilos.
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