No aprecio más rey que el
de la baraja, ni conozco a otro Dios fuera del que uso para blasfemar.
Gualterio
Malatesta en “El caballero del jubón amarillo”,
Arturo
Pérez-Reverte (2003)
Hablo en serio Dean, ¿qué
preferirías tener: paz o libertad?
Castiel en “El canto del cisne”, episodio de
“Sobrenatural” (2010)
Hace casi mil
años había un reino esplendoroso y magnífico, el reino de Sésena.
El soberano de
aquellas tierras era el rey Zósimo. Era un hombre orgulloso, altanero y firme.
Sin embargo, su pueblo estaba contento con él: mantenía las distancias, era
rico a más no poder, pero atendía las necesidades del pueblo llano, los
protegía gracias a la orden de caballería y mantenía los caminos practicables y
libres de bandoleros. Además, mantenía en el castillo un almacén de grano y
alimentos, para repartir a la gente en caso de hambrunas. Era cierto y sabido
que en el castillo nunca faltaban las viandas para comer, y que el rey sólo
daba pan y queso cuando había necesidad, pero al menos era un rey que se preocupaba
por sus súbditos.
El rey Zósimo
era viudo. Su esposa había muerto hacía muchos años. Pero no estaba solo, pues
el rey tenía tres hijos.
El mayor,
llamado Gilberto, era caballero. A los catorce años (la edad permitida) había
ingresado en la orden de caballería y había escalado puestos hasta convertirse
en capitán. Era famoso en el reino por su habilidad para la lucha y la guerra.
En varias ocasiones había dirigido su compañía para defender las fronteras del
norte de los intentos de asalto de los Berebes, saliendo victorioso. Era un
gran guerrero, un apuesto caballero y un joven muy prometedor. Sólo tenía
veinticinco años y todos en el reino sabían que sería nombrado nuevo general de
la orden de caballería en muy poco tiempo, cuando el actual general se
retirara.
El segundo hijo
del rey, llamado Saturio, era un muchacho muy inteligente, muy observador y muy
contemplativo. Pronto se hizo evidente su interés por los temas filosóficos,
trascendentales, así que su ingreso en el Culto era casi inevitable. Se
convirtió en monje, ingresando en el Culto con quince años. Era muy trabajador,
muy estudioso y muy obediente, así que pronto se convirtió en ayudante del
prior. En ese puesto promovió muchos cambios en el monasterio, mejorando los
molinos, renovando el pozo y haciendo más eficientes las cosechas, con nuevos
fertilizantes y nuevas técnicas de rotación de cultivos. Era muy popular, las
doncellas nobles de la corte preferían sus misas a las del resto de los monjes,
comprendía la forma adecuada en la que el Culto tenía que relacionarse con el
estado y la caballería y todo el reino sabía que el nuevo prior del monasterio
sería él.
El hijo menor
del rey Zósimo, por su parte, no conseguía igualar a sus hermanos. Se llamaba
Heraclio, era rubio y pálido (a diferencia de su padre y de sus dos hermanos
mayores, que eran de piel y cabellos oscuros) y no lograba destacar en ninguna
disciplina. No era un muchacho torpe o estúpido: era bueno en sus estudios,
cabalgaba como un verdadero príncipe, dominaba la cetrería y manejaba
correctamente el arco y la espada.
No, no era eso.
Heraclio era un muchacho inteligente y hábil.
Lo que pasaba
era que sus hermanos eran mucho mejores que él en todo. Gilberto era mucho
mejor jinete que él, manejaba la espada mucho mejor que él y peleaba mucho
mejor que él. Saturio era mejor astrónomo que él, comprendía la Historia mejor
que él y era más astuto que él.
Heraclio
comprendió muy pronto que no tendría nunca un sitio honorable en la orden de
caballería, cuando su hermano mayor era el héroe allí. Tampoco conseguiría nada
uniéndose al Culto, con su hermano como prior. Además, su hermano mediano ya
había demostrado una mente muy aguda, así que Heraclio tampoco le superaría si
intentaba destacar en una ocupación intelectual.
Heraclio no era
un mal príncipe, ni torpe ni estúpido: simplemente no era el mejor.
La música y
otras artes no le atraían y no logró dominarlas. La labor de embajador era
demasiado pedestre para un príncipe, aunque quizá hubiese sido un buen candidato.
Así, el hijo menor
del rey Zósimo tenía una vida plena y todas las riquezas y facilidades que
pudiese desear, pero interiormente estaba triste y amargado. Ser príncipe no le
llenaba.
¿Por qué su
hermano podía ser el héroe del reino? ¿Por qué su otro hermano era reconocido
como el hombre más inteligente y avispado del reino? ¿Por qué él tenía que
conformarse con ser simplemente un príncipe de Sésena?
Entonces,
cuando tenía veinte años, Heraclio decidió dejar el reino de su padre, en busca
de territorios inexplorados. Decidió que, si no encontraba su sitio en Sésena,
lo buscaría lejos, por su cuenta, en territorios por colonizar.
Le contó a su
padre sus intenciones y cuando éste trató de convencerle de que no era
necesario que emprendiera tan alocada aventura, el muchacho se mantuvo firme.
Sus hermanos acudieron a palacio y se reunieron con él, tratando de hacerle
recapacitar, pero el hermano menor había pensado mucho su decisión y no
cambiaría de parecer: había decidido buscarse su futuro lejos de allí.
Como no había
rencores entre ellos, los hermanos se despidieron efusivamente y con gran
emoción. Gilberto le hizo entrega de una espada oficial de la orden de
caballería, larga, brillante, afilada y con la empuñadura de oro. Además le
cedió una escolta de cuarenta caballeros, todos chicos jóvenes como él. Saturio
le hizo entrega de una colección de libros de muy diversos temas, escritos e
iluminados en el monasterio. Además le dio quince carros tirados por bueyes,
cargados con viandas y herramientas, para poder construir un nuevo reino allá
donde se instalase.
Su padre, el
rey Zósimo, le legó parte de su herencia, en forma de treinta baúles llenos de
monedas de oro, docenas de piezas de plata (platos, bandejas, vasijas y copas),
cinco calderos llenos de piedras preciosas y diez pesadas alfombras de seda.
Para que pudiera transportarlo todo le dio veinte carros tirados por caballos y
guiados por aldeanos de Sésena. Además, multitud de gente de los pueblos del
reino decidieron acompañar al joven príncipe, para asentarse allá donde él
quisiera instalar su principado.
La comitiva
partió a los pocos días, tras la despedida emotiva del príncipe Heraclio con su
padre y hermanos. La gente del pueblo despidió al príncipe y a su séquito entre
grandes honores, grandes deseos de felicidad y buena esperanza.
El príncipe
Heraclio viajó con su comitiva durante muchos meses, recorriendo leguas y
leguas de diferentes terrenos. Salió de las fronteras del reino de su padre y
siguió viajando lejos y más lejos, en busca de un territorio inexplorado y
libre donde asentarse.
Tras muchas
leguas recorridas, el príncipe decidió detener la comitiva e instalarse en un
amplio territorio, muy lejos al noroeste del reino de Sésena. El nuevo reino
del rey Heraclio era vasto, con muchos ríos que desembocaban en un gran lago,
tres cordilleras montañosas altas y escarpadas, una estepa fría al norte y un
desierto templado al sur, con una gran extensión de rocas peladas y negras al
este que podía usarse de cantera y multitud de bosques y praderas.
Reinó allí
durante más de sesenta años, estableciendo una capital y gobernando todas las
ciudades que surgieron por todo el reino. Diferentes tipos de piedras salieron
de Gondthalion, el territorio del este del que se sacó todo el material con el
que se construyó todo el reino. Heraclio reinó de manera justa, cometiendo
algunos errores, por supuesto, como cualquier ser humano, pero fue un rey
decente y honrado.
Había tenido
cuatro hijos, que habían sido los príncipes de su reino. Como Heraclio no
quería que a sus hijos les ocurriese lo mismo que le había ocurrido a él, cuando
sintió cercana su muerte, dividió su reino en cuatro partes y cedió una a cada
uno de sus hijos.
A su hijo
mayor, Belirio, le hizo señor de las tierras del norte, amplias y extensas,
cubiertas de praderas, donde se criaban los mejores caballos. Los inviernos
eran duros, pero era una tierra bella.
A su hija
Rodena le legó un territorio central, rodeado por dos de las cordilleras del
reino y compartiendo el lago con otros dos territorios, al suroeste. La antigua
capital estaba allí y también la mayoría de las grandes ciudades y cuarteles de
la orden de caballería.
A su tercer
hijo, Tiderión, le hizo entrega del territorio del oeste, bañado por multitud
de ríos que venían de lejos. Era una tierra cubierta de hierba verde, bosques y
vegetación. Había muchos molinos de viento y de agua, que sostenían parte de la
antigua economía del reino.
Y a su última
hija, la pequeña, llamada Tâsox, le dejó el territorio del sur, el que lindaba
con el desierto. Era una tierra cálida y bella, misteriosa y enigmática, como
su hija.
Los cuatro
nuevos monarcas enterraron a su padre en las montañas Pyer, en un mausoleo
enorme, fabricado con mármol blanco que trajeron expresamente de Gondthalion.
Después del entierro, cada uno de los reyes volvió a su nuevo reino, para
instalarse definitivamente allí y empezar a gobernar su nueva tierra.
Pero no se
separaron del resto. Al menos no del todo.
Al fin y al
cabo eran hermanos, habían crecido juntos y se tenían cierto cariño. Por ello,
cuando el mal surgió de las entrañas de la tierra, los cuatro hermanos se
unieron para enfrentarse a él.
Desde
Gondthalion, fruto de tantos años de excavar la roca y arañar en las
profundidades de la tierra, empezaron a propagarse temblores del suelo. Allí,
en la Tierra de las Canteras Eternas, el suelo se abrió en grietas anchas y
profundas. Un vapor hediondo y negro se liberó de su prisión en las
profundidades y se coló en el cuerpo de uno de los canteros que trabajaban
allí. Thilt había poseído un nuevo cuerpo.
Un mal se
había despertado, su prisión de roca se había roto, por culpa de las
excavaciones durante decenas de años. La esencia de Thilt (lo único que había
quedado después de la guerra cruenta que se había librado contra él y en la que
se le había vencido) se vio liberada.
Hacía cientos
de años, Thilt había sido un nigromante muy poderoso y peligroso. Cuando empezó
a acaparar poder mágico es cuando se volvió realmente peligroso, porque gracias
a su inteligencia engañó a las masas y acaparó poder político también. Era un
tirano que dominaba la magia. Un peligro para la gente.
Los ejércitos
de muchos territorios cercanos se unieron, proporcionando soldados,
caballerías, armas, equipamientos y magos. La guerra fue cruenta y larga.
Pero al fin lograron
vencer a Thilt, destruyendo el cuerpo mortal y encerrando su esencia en una
urna de roca en las profundidades de la tierra oscura de Gondthalion. Los
terrenos cercanos habían quedado destruidos, arrasados por el poder maligno de
Thilt y por la guerra, así que fueron abandonados.
En aquellos
terrenos, ajeno a su historia, era donde se había instalado el príncipe
Heraclio hacía sesenta años. Aquellos terrenos fueron los que dividió para
entregar a sus cuatro hijos. Aquellos terrenos fueron los que se reconstruyeron
y edificaron con piedra sacada de Gonthalion.
Cuando Thilt
resurgió, los cuatro nuevos reyes se reunieron, para poder vencerlo. No sabían
su historia, pero pronto las acciones del nigromante se hicieron evidentes y
los cuatro reyes y hermanos vieron que era un gran peligro para los cuatro
reinos.
Tres largos
años duró la campaña, en la que los cuatro reyes pusieron a disposición de
todos los recursos de sus respectivos reinos. Se formó un ejército con gente de
los cuatro reinos, se usaron las caballerías disponibles en todos ellos, los
pocos magos y sabios de los cuatro territorios trabajaron juntos, para poder
vencer a Thilt. Las riquezas de los cuatro reinos se gastaron para poder vencer
al enemigo común.
La guerra
acabó cuando los sabios y magos lograron volver a encerrar a Thilt en una urna
de bronce, que fue arrojada a los pozos de lava de Gonthalion, cerca de la
cordillera Oscura, al norte. No había certeza de que el malvado nigromante
hubiese muerto, pero sí que la había de que permanecería encerrado para
siempre.
Los cuatro
hermanos volvieron a sus reinos, a tratar de recuperarlos de la guerra y de la
destrucción. Pasaron unos años en los que cada reino se encerró en sí mismo,
preocupado por recuperarse, sabiendo que sus vecinos no eran el enemigo.
Pasaron los
años. Los reyes tuvieron hijos, que pasaron a ser los gobernantes de los
diferentes reinos. Los nuevos monarcas apenas conocían a sus primos, que
gobernaban en los otros reinos, y no tenían mucha relación. Al cabo de cien
años los reyes de cada reino, aunque lejanamente emparentados, eran
desconocidos unos para otros.
Pasaron muchos
más años, cientos. Tribus bárbaras del norte llegaron al reino de Belirio
(llamado así en honor de su primer monarca). Había sido un invierno muy duro y
frío, y los bárbaros buscaban nuevos sitios para establecerse donde las nieves
no hubiesen cubierto todo. Invadieron el reino y el actual monarca de Belirio
no pudo hacer nada por rechazar a los invasores: el ejército se vio desbordado
y los bárbaros del norte se instalaron en el reino. Pusieron un rey de su
elección en el trono y vivieron en armonía con los anteriores habitantes del
reino.
Decenas de
años después, las relaciones comerciales que el reino de Tâsox (llamado así por
su primera reina) había mantenido con los Berebes de más allá del desierto se
rompieron, por desacuerdos en una acalorada negociación que duró meses. Los
Berebes del desierto declararon la guerra al reino de Tâsox, una contienda que
se alargó durante siete años. Al fin, el pueblo Berebe se alzó con la victoria,
asentándose en los terrenos conquistados, conviviendo pacíficamente con los
habitantes de Tâsox que sobrevivieron a la contienda.
Pasaron cientos
de años. Habían pasado ochocientos años desde que el rey Heraclio había fundado
su propio reino en aquellas tierras. Seguían existiendo los cuatro reinos, más
el territorio de Gondthalion, que no tenía soberano y que seguía usándose como
cantera real por los cuatro monarcas.
En el reino de
Belirio vivían los descendientes de los antiguos bárbaros. Ahora manejaban el
fuego y por lo tanto fundían metales. No eran nómadas ya y cultivaban sus cosechas,
sobre todo cebada y patatas. Eran grandes cuidadores y criadores de caballos.
En el reino de
Rodena (llamado así por su primera reina) se había establecido una orden de
caballería muy distinguida. Tras las guerras en los reinos del norte y el sur,
hacía cientos de años, se había eliminado la orden de caballería en aquellos
territorios. Por ello, en el reino de Rodena, la caballería había tenido un
auge espectacular y el reino entero se había organizado y erigido en torno a
los caballeros y a su orden.
En el reino de
Tiderión (llamado así en honor a su primer monarca) era donde habían quedado
todos los molinos y la poca industria que había en los cuatro territorios
después de la gran guerra contra Thilt. De esa manera, después de cientos de
años y sin haber sufrido guerras ni intentos de invasión, la caballería y el
ejército no fueron muy necesarios y en cambio sí que se potenció la industria y
la artesanía. Era el reino más rico de los cuatro, el que poseía más industria,
generaba más comercio y exportaba más mercancías.
Por su parte,
en el reino de Tâsox, los descendientes de los antiguos Berebes que habían
invadido y colonizado el reino, eran los más estudiosos y misteriosos de los
cuatro territorios. Conocían la magia y la cultivaban. La hechicería era la
ocupación mayoritaria de sus habitantes. Apenas tenía cuerpo de seguridad, un
ejército, pero sí que tenía una orden de magia, compuesta por miles de
hechiceros, que se comportaba y actuaba como un ejército, protegiendo el reino
desértico.
Los cuatro
reinos (y sus cuatro reyes) vivían dentro de sus fronteras, sin querer invadir
los territorios vecinos y sin temor a ser invadidos por ellos. Aunque ya no
tuviesen prácticamente nada en común, sus raíces eran las mismas y sus
antepasados eran hermanos.
No es que
tuviesen unas relaciones muy fluidas, pero al menos no había enfrentamientos
entre ellos. En ocasiones, no había siquiera relación.
Pero eso tuvo
que cambiar....
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