UNA
ESPADA LEGENDARIA
- VIII -
HUIDA PERSEGUIDA
Cuando
Norrington salió de Velsoka el treinta de sexembre, Drill ya estaba en camino
hacia el Bosque Espeso.
Había
viajado la noche del robo en dirección hacia Ghuell, por el camino real. Con el
nuevo día se detuvo y se escondió en una pequeña arboleda que había a la
izquierda del camino, a unos cincuenta kilómetros de Velsoka. Pasó allí la
mañana, durmiendo, para volver a ponerse en camino por la tarde.
Cada
día se alejaba un poco más del lugar del crimen, sin sentirse del todo seguro.
Había hecho lo que debía hacer para cumplir su misión, pero eso no lo
tranquilizaba. La realidad era que había cometido un robo, había robado una
reliquia de un gran héroe de guerra, un objeto venerado por la mayoría de los
habitantes del continente. La esperanza de devolverlo al final de su misión no
le hacía sentirse mejor.
Dormía
al raso, escondiéndose entre la maleza siempre que podía. Otras veces dormía entre
los árboles que crecían cerca del camino y en una ocasión, pasado ya Ghuell,
pasó la noche en el granero de una granja que había a la entrada de Dert, una
aldea grande a quince kilómetros de Ghuell. Los dueños de la granja le dieron
de cenar y le trataron como un huésped.
El
tres de septiembre, con el Verano instalado con toda su fuerza en Rocconalia,
Drill decidió hacer un alto en su huida, aprovechando que había llegado al
Bosque Espeso. Entró en el bosque, tirando del ronzal del caballo y se refugió
a un centenar de metros de la linde de los árboles.
Pasó
allí dos días, dejando descansar a su montura y disfrutando del frescor de los
árboles y la hierba, tan de agradecer en el calor estival.
Drill
sopesó sus opciones. Había valorado esconder la espada en el Bosque Espeso, en
alguna de las cuevas que conocía en el centro del bosque. Sin embargo le había
dado miedo que algún animal encontrase la espada y la estropease, o que algún
viajero perdido la encontrase al refugiarse en la cueva y se la llevase después.
Sin contar con los habitantes del bosque, la tribu de los Námàs, que conocían
las cuevas y realizaban ceremonias en ellas: ellos también podían encontrar la
espada y quedársela.
O
peor, devolverla al museo.
Tenía
que buscar otro sitio donde guardarla. Por ejemplo, la granja de su amigo
Tterry.
Tterry
Lomas era el mercenario amigo suyo que se había retirado el año anterior. Era
el que había levantado y cuidado una granja cerca de mi pueblo, en el norte de
Ülsher. Era donde Drill quería pasar sus últimos años, después de retirarse.
Pero
no podía esconder la espada allí. Era demasiado peligroso para Tterry y para la
granja. Drill no quería meter a su amigo en problemas, y es lo que podía
acarrearle el tener escondido en sus terrenos el producto de un robo.
Sólo
le quedaba una opción.
Tendría
que esconder a Lomheridan en su caja
de seguridad de Fixe, en Arrash. Era un sitio seguro, de donde nadie más que él
podía sacar la espada. Pero aquella acción dejaba un rastro de papel, una serie
de formularios en los que se registraba que su caja de seguridad contenía
(aparte de sus ahorros y unas piezas de cristal de artesanía) la célebre espada
de Rinúir-Deth. Confiaba en la seguridad y la discreción del banco de Arrash,
pero un investigador hábil podía conseguir acceso a los archivos del banco y
descubrir que él escondía la espada.
Drill
suspiró, desesperado. No le quedaba otra opción mejor (en realidad sabía que la
caja de seguridad era la mejor opción) así que decidió no darle más vueltas.
Se
tumbó sobre un lecho de mullida hierba y se tapó con la manta hasta la cintura.
Colocó las manos bajo la nuca y disfrutó del frescor y los sonidos del bosque,
con tranquilidad.
-
Era él, sin duda – contestó el hombre, asintiendo con fuerza. Norrington
sonrió, contento.
El
mercenario se había detenido a preguntar en el pueblo de Dert, en la granja que
había antes de entrar en el pueblo. Llevaba siguiendo las huellas del caballo
del hombre del parche desde Velsoka. Tenía suerte, pues el hombre no había
abandonado el camino que unía la capital con Ghuell y después de cruzar esta
ciudad había seguido por el mismo
camino. Tan sólo se desviaba para entrar en alguna arboleda o bosquecillo
(Norrington imaginaba que para pasar la noche) pero luego el rastro volvía al camino.
-
¿Está seguro?
-
Totalmente seguro. Pasó la noche con nosotros. Era un hombre muy educado,
aunque yo no lo describiría como un anciano. Era un hombre mayor, de pelo gris
y con un parche en el ojo. En el ojo izquierdo – dijo el granjero con
seguridad.
-
No tiene ninguna duda....
-
No señor. Siempre me he fijado en esos detalles, desde pequeño: quién es
diestro o zurdo, en qué dedo lleva una dama el anillo de compromiso, en qué
antebrazo lleva un soldado el tatuaje.... y este hombre llevaba el parche en el
ojo izquierdo.
-
Bien. Gratitud y prosperidad, señor – dijo Norrington, terriblemente contento.
-
Ofrezco y deseo igual. Que Sherpú le guarde.
Norrington
volvió a montar en su caballo y salió de allí al galope. Seguía sobre la pista
del posible ladrón de la espada.
Cuatro
días después, la mañana del nueve de septiembre, Drill llegaba a Hujila, una
aldea de unos trescientos habitantes que quedaba a un día de camino de la
frontera. Drill se detuvo antes de entrar en el pueblo, bajándose del caballo y
llevándolo por el ronzal.
Había
decidido que seguiría a pie su camino. No sabía si alguien le seguía (quería
pensar que no, pero estaría preparado para lo peor) así que decidió que
deshacerse del caballo era una buena idea: sus huellas eran más fáciles de
seguir que las de sus botas. La misión había pasado a otro nivel, uno más
peligroso: Drill estaba ahora más expuesto, por eso llevaba su espada en la
vaina en la cadera izquierda y su hacha corta en el cinto en la cadera derecha.
Su cuchillo seguía atravesado en la espalda, colocado en el cinturón. Drill
quería ir preparado.
Recorrió
el pueblo hasta llegar a una casa de un solo piso, de adobe, con un pajar
adosado a ella. Dentro de la cuadra había una mula y una vaca.
-
¿Hola? ¿Hay alguien en casa? – preguntó al vacío. Al cabo de un instante un
hombre calvo y delgado salió de la casa, limpiándose las manos con un trapo.
Llevaba un delantal sucísimo, manchado de barro y arcilla.
-
¿Qué desea?
- Atiéndame,
me presentaré – comenzó Drill, colocándose el canto de la mano en la cabeza con
el dedo pulgar estirado en la frente. – Soy Dumarus, viajante de profesión. Voy
camino de Yutem y querría desprenderme de mi caballo.
- Yutem
está aún muy lejos – dijo el alfarero. – ¿Por qué deshacerse de su caballo ahora?
-
Voy a viajar por las montañas, visitando varias aldeas – dijo Drill, señalando
hacia atrás, donde podía verse en la lejanía la Sierra Lishen. – Viajaré en una
mula, más cómoda y útil para aquellos terrenos escarpados. Si usted tuviese la
necesidad de comprar un caballo podríamos llegar a un acuerdo....
-
Lo lamento, pero no necesito un caballo.... – dijo el alfarero, iniciando el
gesto de reverencia, demostrando desinterés.
- ¡Atienda!
Es usted alfarero
¿verdad? – le detuvo. – Supongo que llevará sus trabajos por
toda la comarca....
-
Sí. Tengo un carro. Pero ya tengo una mula que tire de él....
-
Pero yo le vendo un caballo para que el carro marche mejor tirado por los dos –
dijo Drill, embaucador. – No le saldrá muy caro....
-
No tengo mucho dinero, lo siento.
-
Se lo venderé por lo que quiera darme....
El
alfarero miró el caballo. Era un excelente animal, de buen porte y juventud.
Parecía un poco cansado, pero no estaba en malas condiciones. El hombre miró a
Drill, escamado. Aquello era muy raro.... Sin embargo, un caballo le vendría
muy bien. Podría vender la mula y quedarse sólo con él: así podría montar por
el campo y visitar más a menudo a la viuda Angelyn: estaba tan sola....
-
Sólo puedo darle tres sermones por él
– dijo el alfarero, que estaba dispuesto a pagar el doble.
-
Es suyo.
El
alfarero se sorprendió por la necesidad de aquel hombre por deshacerse del
caballo (de un caballo tan bueno) pero aprovechó la ocasión. Estaba seguro de
que podría vender la mula al viejo Thomas por cinco o incluso siete sermones, así que no sospechó nada más.
Pagó
por el caballo y el extraño viajero siguió su camino, colgándose la mochila
(que antes estaba en la grupa de la montura) en su espalda. Una espada larga
sobresalía desde dentro de ella, pero el alfarero ya no tenía ojos para el forastero.
Contempló su bello y magnífico caballo nuevo.
Drill
salió con tranquilidad de Hujila, caminando. Salió del pueblo por el suroeste,
caminando con tranquilidad hacia la frontera con Arrash. Esa misma noche habría
llegado allí.
Drill
caminó todo el día y llegó a la frontera al atardecer, cuando el cielo ya
estaba mayoritariamente de color negro. Los caballeros de la Orden de Alastair
le revisaron su placa de identificación y sus armas y le dejaron pasar sin
problemas. Anduvo un trecho por el nuevo país y esperó a que se hiciese de
noche por completo. Entonces se detuvo y volvió sobre sus pasos, con
precaución.
Mi
antiguo yumón sabía que la espada
podía llamar mucho la atención y era tan grande que era imposible de esconder
(no como la caja de Monto, que iba escondida en un doble forro de la mochila),
así que la había escondido en unos matorrales que había en la frontera, en el
lado de Rocconalia, a medio kilómetro del puesto fronterizo.
Drill
había visto un par de jinetes de la Orden de Alastair en el puesto fronterizo,
así que imaginó que había caballeros montados que vigilaban la frontera (tanto
de noche como de día). Con cuidado se acercó a la frontera, a los matorrales
donde había escondido la espada: cruzó la frontera cuando los cascos de un
jinete sonaban lejos, hacia la costa, recuperó el arma y se adentró en Arrash.
Fixe
aún estaba lejos, pero confiaba en haber despistado a sus posibles
perseguidores.
Norrington
siguió las huellas del caballo de su perseguido hasta Hujila, una pequeña aldea
cercana a la frontera entre Rocconalia y Arrash. El mercenario confiaba en
haber recortado distancias con su perseguido, pues había descansado pocas horas
cada noche, viajando la mayor parte del día. Era cierto que su caballo nunca
había marchado al galope (no quería cansarle ni dañarle, ya que le obligaba a
realizar marchas de casi dieciocho horas cada día) pero habían recorrido muchos
kilómetros en pocas jornadas.
Allí
las huellas desaparecían y Norrington tuvo que reconocer que las había perdido.
Creyó que el caballo había pasado por allí unos cinco días antes que él, pero
todavía era evidente una huella de su casco herrado delante de una casa de
adobe con una cuadra adosada a ella.
Se
acercó a la casa, para preguntar, cuando vio un caballo en la cuadra. Lo
observó con ojo crítico y de experto, acercándose al fin. Abrió la media puerta
de la cuadra y entró en la estancia, pisando sobre la paja. Una vaca y una mula
lo miraron con ojos estúpidos desde un rincón. El caballo lo miró también,
confiado, sin inmutarse, mientras masticaba un puñado de heno.
Norrington
levantó la pata del caballo, como lo hubiese hecho un diestro herrero dispuesto
a cambiarle las herraduras. Observó el hierro que calzaba el animal y sonrió
orgulloso.
Aquel
era el caballo que llevaba siguiendo varios días.
-
¡Oiga! ¿Qué hace usted ahí? – preguntó un hombre que entró en la cuadra desde
una puerta que la comunicaba con la casa.
-
Disculpe, buen hombre. No pretendía hacerle nada a su caballo, ruego y solicito
perdón – dijo, componiendo el gesto de saludo reverente con el canto de la mano
en la cabeza. El alfarero pareció aplacarse, aunque mantuvo su ceño fruncido. –
Sólo quería preguntarle por él.
-
No está en venta, lo siento – contestó el hombre calvo, algo cortante. – Pero
si quiere puedo venderle la mula por diez sermones.
-
No, no.... No me entiende. No necesito comprarle el caballo, yo ya tengo una
montura – dijo Norrington, señalando fuera de la cuadra. El dueño de la casa
pudo ver el enorme y brioso caballo gris de Norrington. – Solamente quiero
preguntarle por el dueño de este caballo, el que se lo vendió o cedió a usted.
El
alfarero relajó su postura, desanudando su ceño fruncido. Parecía comprender
algo.
-
¿Qué ha hecho ese bribón? – preguntó.
-
Le sigo por robo – contestó Norrington. – ¿Sabe hacia dónde se dirigía?
-
Dijo que era viajante, aunque estoy seguro de que era un mercenario....
-
¿Por qué lo dice? – preguntó Norrington, interesado
-
Por su forma de hablar. Por el acento – dijo el alfarero, con un gesto taimado.
– Al menos es de Ülsher, eso puedo jurarlo, digo wen.
-
¿Dijo dónde iba?
-
Ese mentiroso siguió con su juego de que era viajante y que iba a visitar
varias aldeas de la Sierra Lishen, por donde viajaría en mula, que por eso no
necesitaba su caballo y quería vendérmelo.
Norrington
se acarició la barba, pensativo. No tenía sentido que un viajero abandonase su
caballo para viajar por las montañas, aunque pensase recorrerlas en mula.
Estaban lejos de las montañas todavía y podría haber seguido a caballo hasta
alguna aldea más cercana a la sierra, donde podría haber vendido su caballo
igualmente.
Norrington
lo comprendió de pronto. Hujila estaba a un día andando de la frontera con
Arrash. Aquel bribón pretendía esconder la espada robada en algún banco de la
capital.
-
¿Llevaba espada el hombre que le vendió el caballo?
– preguntó Norrington. Sentía a aquel
hombre muy cerca, y quería asegurarse de que era a quien tenía que cazar.
-
Llevaba dos. Una corta en el cinto y otra en una mochila que llevaba a la
espalda. Me llamó la atención porque la que estaba en la mochila era larga y
elegante, mucho mejor que la que llevaba a mano. No entendí por qué prefería
usar una espada mediocre cuando tenía otra mucho mejor.
Norrington
sonrió.
-
Ofrezco gratitud y deseo prosperidad – dijo el corpulento mercenario,
repitiendo el gesto de saludo y respeto. Salió de la cuadra y montó en su
caballo a toda prisa, alejándose al galope.
El
alfarero no tuvo tiempo de repetir la fórmula de despedida.
Drill
recorrió caminando durante tres días la parte norte de Arrash, hasta el río
Shen. Lo cruzó por un conocido vado, donde coincidió con un arriero que
transportaba lajas de mármol hasta Fixe, para las cajas de seguridad. El
arriero, un hombre mayor muy amable y divertido, se ofreció a llevar a Drill,
que aceptó gustosamente.
En
el carro Drill sólo tardó día y medio en llegar hasta la capital de Arrash, al
mismo tiempo que Norrington se entrevistaba con el alfarero en Hujila.
El catorce
de septiembre Drill llegó a Fixe, en el carro del arriero que lo había recogido
en el vado del Shen. Esa noche, Norrington llegó al galope al puesto fronterizo
entre Rocconalia y Arrash, al norte de la Sierra Lishen.
-
¿Llevan ustedes en este puesto varios días? – preguntó a los tres caballeros de
la Orden de Alastair que comprobaron su placa de identificación. Norrington
sabía que los caballeros cambiaban periódicamente de destino (aunque nunca muy
separados uno del siguiente) y esperaba que aquellos no hubiesen sufrido un
cambio de frontera hacía unos días. Esperaba que hubiesen visto pasar al ladrón
que perseguía.
-
Llevamos aquí desde sexembre, ¿por qué? – contestó el que tenía su placa de
identificación. Se la devolvió mientras esperaba la explicación de Norrington.
-
Voy buscando a un ladrón desde Velsoka. Es un hombre con un parche en el ojo.
-
El último que pasó por la frontera era un hombre con un parche en el ojo –
contestó otro de los caballeros. – Pero era un mercenario como usted....
-
Puede que lo sea – contestó Norrington, pensando en las sospechas del alfarero
de Hujila pero manteniendo la duda, hasta haberlo podido comprobar. – ¿No lo
detuvieron? Llevaba una espada robada.
-
No señor – contestó el primer caballero que había hablado, y que parecía ser el
de mayor rango. – Llevaba una espada reglamentaria que estaba a su nombre. Nada
más.
-
La habría escondido.... – murmuró Norrington. – ¿Cuánto hace que pasó por aquí?
-
Hará unos cuatro o cinco días – fue la respuesta. – ¿Está seguro de que era el
ladrón?
-
Estoy seguro.
-
Entonces tendremos que revisar con atención la frontera, por si la espada
robada está escondida a lo largo de ella – dijo el caballero.
-
Háganlo – dijo Norrington, volviendo a montar en su caballo, aunque no creía
que los caballeros encontraran nada.
-
¿Cómo era la espada? – preguntó otro de los caballeros, para saber qué tenían
que buscar.
-
Ese mercenario ha robado la espada de Rinúir-Deth – dijo Norrington, a la vez
que azuzaba a su caballo y entraba en el reino de Arrash al galope. Los
caballeros de la Orden de Alastair se quedaron con la boca abierta, detrás de
él.
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