UNA
ESPADA LEGENDARIA
- IX -
CAJAS DE SEGURIDAD
Arrash
era un país pequeño, más o menos del mismo tamaño que Ülsher. Era un reino
pacífico, dedicado a la banca y a la protección de objetos y riquezas del resto
de reinos. Arrash era pequeño y estaba encajonado entre las montañas de la
Sierra Lishen y los acantilados de la costa. Era un país difícil de atacar y
sencillo de defender. Además, siempre se había mantenido neutral (excepto en la
Guerra de los Nueve Reinos) y ahora guardaba riquezas, tesoros y secretos de
mucha gente de los otros ocho reinos: a ninguno le interesaba que lo que había
guardado en los bancos y las cajas de seguridad de Fixe (la capital de Arrash)
cayese en otras manos que no fuesen las propietarias de aquellos tesoros y
secretos. Había un acuerdo tácito entre todos los soberanos para que Arrash
siguiese siendo un territorio neutral y pacífico.
Drill
tenía abierta en Fixe una cuenta, como la mayoría de los mercenarios: era la
única manera segura de ahorrar el dinero necesario para pagar el tributo a la
academia cada mes de febrero. Además también tenía contratada una caja de
seguridad, donde pensaba guardar a Lomheridan.
Mi
antiguo yumón buscó una pequeña
pensión en la capital para pasar aquella noche, y reservó una pequeña
habitación. Después dejó su equipaje en el armario y salió a la calle con Lomheridan en sus manos. La espada
estaba envuelta en trapos, para que nadie la reconociese.
La
espada le quemaba en las manos. Notaba todos los ojos puestos sobre él,
imaginaba que todo el mundo en Fixe reconocía el objeto que llevaba con él y
eso le ponía más nervioso. Tenía que deshacerse de la espada ya mismo.
Llegó
al banco “Gran Azul” de Fixe, donde tenía su cuenta de ahorro y su caja de
seguridad. Las cuentas de ahorro de Arrash funcionaban de la siguiente manera:
la gente podía guardar allí sus ahorros, sin pagar nada. Sin embargo, el banco
usaba todos los activos que tenía para hacer préstamos e invertir en
actividades de poco riesgo. De esta manera, el banco obtenía beneficios (con
las ganancias o con los intereses de los préstamos) y también los clientes, que
al fin y al cabo eran los que exponían sus ahorros. Las cajas de seguridad
tenían un alquiler, que se pagaba al año al banco. El contenido de las cajas
nunca se tocaba, salvo cuando el dueño lo ordenaba o permitía. Había muchas
cajas de seguridad cerradas, sin poder abrirse, porque sus dueños habían muerto
y no habían dejado claro en su testamento qué hacer con sus posesiones
guardadas en ellas. La ley de Arrash dictaminaba que debían pasar cincuenta
años antes de poder abrir la caja de seguridad de una persona que había muerto.
-
Bienvenido, señor. ¿En qué puedo ayudarle? – le dijo una mujer joven, que
atendía uno de los mostradores de piedra del banco.
-
Vengo a abrir mi caja de seguridad – dijo Drill, manteniendo la espada bajo el
mostrador.
-
¿Va a hacer un ingreso o una sustracción?
-
Ingresar un nuevo artículo.
-
Muy bien – dijo la joven, mirando por encima de Drill, buscando algún técnico
libre. – Mire, la señora Joffa está libre. Ella es técnico en cajas de
seguridad: es aquella mujer de allí.
- Ofrezco
gratitud – dijo Drill, dándose la vuelta y yendo al encuentro de la señora
Joffa, que estaba sentada a una mesa llena de papeles, con plumas de tinta por
doquier. Un ábaco y un tintero completaban la mesa.
-
¿En qué puedo ayudarle? – le dijo, amablemente.
-
Verá, tengo una caja de seguridad en este banco y quiero hacer un ingreso –
explicó Drill, mientras le tendía a la mujer su placa de identificación.
-
Ya veo.... Es usted mercenario – dijo, cambiando su mirada de la placa a la
cara de Drill, sonriendo, admirada. Drill compuso su sonrisa tímida e infantil.
-
Sí.
-
Espere un momento.... – la señora Joffa se levantó de la silla y se acercó a
unos archivadores que había en la parte trasera del banco, ocupando toda una
larga pared. Un montón de fichas de madera estaban allí guardadas, por orden
alfabético: eran las fichas de los clientes del banco. La señora Joffa buscó en
las baldas de la letra D hasta que encontró la que buscaba y volvió a su mesa.
– Veo que su caja de seguridad es de nivel 3, señor Drill. ¿Quién es su técnico
especializado?
-
La señorita Guada – dijo Drill.
-
Espere allí, si es tan amable – dijo la señora Joffa, señalando una zona de
sofás. – Iré a buscarla.
-
Gratitud y prosperidad.
La
señora Joffa se metió por una puerta que llevaba
hasta la zona de los despachos y los
pasillos del interior del banco, donde estaba la zona de administración. Mi antiguo
yumón mientras tanto se sentó en un
sillón a esperar a la señorita Guada.
A
los pocos minutos llegó una mujer joven, de unos veinticinco años, con el pelo
castaño recogido en una coleta. Era un poco más bajita que Drill y muy delgada.
Sus ojos eran saltones y azules y su cara era pálida y redonda. Sonreía al
mercenario mientras se acercaba a él.
-
Buenos días, señor Drill – dijo, amable, tendiéndole la mano. Los dos se dieron
la muñeca. – Hacía mucho tiempo que no le veíamos por aquí.
-
Hacía tiempo que no tenía nada valioso que guardar.... – dijo Drill, amable.
-
Pero al parecer ahora tiene algo – dijo Guada, señalando la espada envuelta en
trapos.
-
Sí.
-
Acompáñeme, por favor. Vamos a su caja de seguridad.
La
señorita Guada caminó hacia una puerta, situada a diez metros de la puerta de
la zona de administración, en la misma pared. Drill la siguió, caminando los
dos por un pasillo largo forrado de mármol. Sus pasos resonaban con eco en la
vacía estancia.
-
¿Y cómo le van las cosas, señor Drill? ¿Envuelto en alguna nueva misión? – se
interesó la señorita Guada.
-
Efectivamente – contestó Drill, sin comprometerse mucho. – Por eso tengo que
guardar este artículo, hasta que lo necesite dentro de un tiempo.
-
Sabe que aquí estará seguro....
-
Lo sé.
Los
dos cruzaron el pasillo y entraron por una puerta amplia de doble hoja, después
de haber dejado varias puertas a la izquierda, sin preocuparse por ellas. En
esas salas estaban las cajas de seguridad de nivel 1 (para objetos pequeños) y
las de nivel 2 (objetos de mayor importancia). Las cajas de seguridad de nivel
3 eran más grandes y más caras: estaban mejor protegidas.
Allí
fue donde los dos entraron, en la sala de las cajas de seguridad de nivel 3.
Era una sala amplia, de mármol grisáceo. Salvo la pared de la puerta, toda la
sala estaba forrada de puertas de mármol con una cerradura de bronce. Las cajas
de seguridad (y sus puertas) eran de diversos tamaños: había puertas de un
palmo de largo y unas pocas pulgadas de alto, puertas tan altas como un hombre
y de medio metro de ancho, puertas cuadradas de un par de metros de lado.... La
caja de Drill, la 019, medía unos cuarenta centímetros de ancho y unos veinte
de alto. La señorita Guada la abrió y se alejó, dejando que Drill se acercara:
los técnicos no podían mirar lo que había dentro de las cajas de los clientes.
Drill abrió la puerta, que giró sobre las bisagras de bronce y sacó un largo
cajón de metal que había en su interior (de un par de metros de largo). Dentro
de la caja había un saco de cuero pequeño con un puñado de monedas, una espada
corta dentro de una vaina elegante y ostentosa y varias piezas de cristal de
artesanía, envueltas en papel de estraza, para protegerlas. Drill, con mucho
cuidado, metió a Lomheridan dentro
del cajón de metal de su caja de seguridad. Mi viejo yumón suspiró, aliviado. Sentía que se había quitado un peso
terrible de los hombros.
Entonces
cayó en la cuenta de la otra espada que estaba dentro del cajón, al lado de Lomheridan. Había sido un regalo de
hacía muchos años, un regalo de un cliente agradecido. Drill siempre había
pensado que era una espada demasiado ostentosa para él, así que la había
guardado en su caja de seguridad. Era una espada corta, de la misma longitud
que la sencilla espada que siempre llevaba con él. La hoja era brillante y
afilada, de unos cuarenta centímetros. La empuñadura era de buen acero
templado, con la cruz ligeramente curvada hacia la hoja. Tenía dos agujeros
anchos, en los que se podía introducir un dedo, para hacer girar la espada
sobre él y hacer peligrosos molinetes. En el centro de la empuñadura, en la
base de la hoja, en ambos lados, había una pieza de oro con el emblema de la
Hermandad de los Mercenarios.
La
vaina era también de acero y oro. La boca de la vaina era de acero, con
grabados y adornos de oro incrustados, igual que el final de la vaina. Entre
medias, unida al acero, había una pieza de oro de un palmo, adornada con
molduras y con trozos abiertos, por los que se podía ver la hoja cuando la
espada estaba guardada. Era un arma muy aparatosa, pero era buena: buen acero,
buen filo, equilibrada y útil. A Drill se le ocurrió en ese momento que era la
ocasión de utilizarla. En aquella misión que no era suya, en aquella misión
estúpida e inútil.... en aquella misión que iba a ser su última misión (acabase
bien o acabase mal).
Cogió
la espada elegante y dejó la sencilla, con la vaina y todo, vigilando por
encima del hombro que la señorita Guada no se diera cuenta. Empujó luego el
cajón hasta el fondo y volvió a cerrar la puerta.
- Ya
está – dijo, dirigiéndose a la señorita Guada. Ésta se volvió, pues estaba de
espaldas, y se acercó a la caja 019, para cerrarla con llave.
-
Muy bien – sonrió la mujer. – Ya sabe que su artículo estará a salvo en nuestra
caja de seguridad, durante el tiempo que quiera disponer de sus servicios.
Nadie la abrirá, ni observará lo que hay en su interior, ni tocará ninguno de
los artículos. Sabe que sólo usted puede hacer eso. No olvide que antes de
salir del banco tiene que rellenar los formularios de ingreso de artículos y
actualizar la lista de objetos de su caja de seguridad, que como bien sabe es
confidencial, pero el cuerpo de alguaciles de Arrash obliga a llevar al día. ¿Desea
algo más?
-
¿Sabe dónde puedo comprar un pasaje para alguna diligencia que salga del reino?
¿Hacia Darisedenalia, si es posible?
-
Aquí en Fixe no podrá hacerlo – respondió la señorita Guada. – Desde Fixe salen
bastantes diligencias hacia ciudades y aldeas de todo el reino, pero ninguna va
al extranjero. Puede viajar a Totsetum, una ciudad del sur, pasando el río
Tempu. Allí podrá conseguir un pasaje para salir por el sur de la Sierra Lishen
hacia Darisedenalia. Y hasta más allá, según creo, pero no estoy segura.
- Gratitud
y prosperidad, señorita Guada. Como siempre ha sido un placer – dijo Drill,
llevándose el pulgar a la barbilla, tocándola ligeramente y separando luego el
puño hacia adelante.
-
Que Sherpú le acompañe – se despidió la joven.
Drill
salió del banco más tranquilo. Al menos se había deshecho del objeto del robo y
ya no lo llevaba con él. Nadie le había visto robarlo en Velsoka ni había
dejado pistas (al menos eso creía), así que podía viajar seguro por Ilhabwer
ahora que no llevaba la espada a cuestas todo el rato. Podría buscar el conjuro
y la llave de la tumba de Rinúir-Deth sin miedo a que alguien lo relacionase
con el robo de la espada.
Mi
antiguo yumón se dirigió a su pensión
y pasó el resto del día allí, descansando y durmiendo. Toda la tensión que había
llevado encima durante su huida desde Velsoka se había esfumado, ahora que Lomheridan estaba a salvo y escondida,
así que su cuerpo sólo le pedía dormir y relajarse.
Y
fue lo que hizo.
Al
día siguiente mi viejo yumón pagó su
pensión y compró un pasaje a Totsetum, para viajar en diligencia. El viaje fue
lento y largo: tardaron cinco días en llegar a la cercana ciudad del sur, pero
es que la diligencia paraba en multitud de pueblos y visitaba numerosas aldeas.
A Drill no le importó: tenía tiempo de sobra para perderlo.
Al
fin, el veinte de septiembre, Drill llegó a Totsetum, una gran ciudad, llena
también de bancos. Tenía mucha animación y estaba llena de gente. Drill se
sintió a gusto, perdido entre la multitud.
Preguntó
por diligencias que saliesen del país y compró un pasaje en una que salía al
cabo de siete días hacia Yutem. Después seguía su camino hacia Darisedenalia,
cruzando todo el país hasta Lendaxter, en la costa.
Drill
decidió que no tenía prisa y que podía esperar.
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