UNA
ESPADA LEGENDARIA
- XI -
EL GATO Y EL RATÓN
El
viaje en diligencia fue tranquilo, incluso aburrido. El coche era amplio y
estaba casi vacío: Drill sólo iba acompañado por otros tres viajeros. Uno era
un chico joven, que viajaba a Lendaxter para conocer a los padres de su novia,
con quien se iba a casar en pocos meses. El muchacho, llamado Xonas, estaba muy
nervioso y algo alterado, pero era simpático y amable: Drill conversó bastante con
él. Los otros dos viajeros eran dos mujeres mayores, solteronas, hermanas y serias.
Vestían con recato y aparatosidad, tocándose con dos sombreros incómodos que no
se quitaron aunque estaban dentro del carruaje. Eran dos mujeres simples e
ignorantes, pero eran de trato amable (que era lo mínimo que alguien pedía de
sus compañeros de diligencia) así que Drill y Xonas tuvieron un viaje cómodo
con ellas.
Durante
el primer día de viaje, la diligencia pasó por numerosos pueblos pequeños del
sureste de Arrash, parando en todos ellos. Al cabo de unos minutos de parada
(en los que el cochero esperaba nuevos clientes, los pasajeros podían salir a
estirar las piernas y los caballos retomaban el aliento) el viaje se retomaba. El
día 2 de octubre la diligencia pasó por el puesto fronterizo entre Arrash y
Rocconalia, comenzando una etapa del viaje un poco distinta. Las paradas en
Rocconalia se hicieron más raras. Había pocos pueblos que visitar en aquella
zona y muchos kilómetros de hierba que recorrer.
Mientras
la diligencia rodaba por los caminos de tierra que cortaban los campos verdes
del reino, los pasajeros se entretenían con sus charlas.
- Un
joven respetable debe causar una buena primera impresión – decía una de las
hermanas, la más delgada y de rostro afilado. – Debería usted presentarse con
un regalo para la madre de su prometida. Algo como unas flores, o un detalle
para la casa....
- Y
debe tener buen aspecto – opinaba la otra hermana, de cara redonda y múltiples
arrugas en torno a las comisuras de los labios. – Debería cortarse esos pelos,
joven, y acudir a la cita con su mejor traje. Porque tendrá usted un traje,
¿no?
-
Sí, sí, claro.... – respondió Xonas, un tanto acobardado. – Está arriba, en mi
maleta.
-
Muy bien. Un buen baño, un corte de pelo y un afeitado apurado hacen milagros
acompañados de un traje elegante.... – sentenció la segunda hermana, la que
tenía el abundante pelo canoso.
Drill
sonreía divertido, viendo los apuros del joven aspirante a esposo: sus nervios
crecían con los consejos de las solteronas.
-
¿Y en qué misión se ve envuelto ahora, señor Drill? – preguntó Xonas, apurado,
intentando cambiar de tema.
-
Bueno, no se nos permite hablar de nuestra misión – se excusó mi antiguo yumón, componiendo una mueca. – Pero
puedo contarte que tengo que proteger un objeto importante – explicó
finalmente, pensando que había exagerado demasiado la naturaleza de la caja de
Karl Monto.
-
¡Ah! ¿Lo lleva a esconder a algún sitio?
-
Más o menos. La verdad es que ahora mismo estoy huyendo – dijo Drill.
-
¿Huyendo? ¿No será usted un criminal? – preguntó una de las hermanas, la que
tenía el pelo ralo y escaso.
-
No, no, no.... de ninguna manera, señora – replicó Drill, dándose cuenta de la
mentira. – Es simplemente que alguien ha contratado a otro mercenario para que
me encuentre y me atrape. Hay individuos que no quieren que complete mi misión,
nada más.
-
Me tranquiliza usted, señor Drill – dijo la anciana mujer, visiblemente
aliviada. – Por un momento creí que estábamos viajando con un delincuente....
Drill
compuso su sonrisa infantil, y las dos solteronas sonrieron ampliamente.
Mi
antiguo yumón pensó en Tash
Norrington. Imaginaba que le había despistado, pero el otro mercenario había
demostrado ser un gran rastreador y un gran profesional. Nada aseguraba que ahora
le hubiese dejado atrás, habiéndole engañado. Drill se pasó la mano por la
cara, rascándose la barba. No había pensado en ello, pero ahora estaba
preocupado realmente.
Más
adelante llegaron a Yûfa, un pequeño pueblecito de criadores de caballos, en medio
de la estepa. La diligencia hizo una parada programada de veinte minutos. El
cochero bajó del pescante y entró en una taberna pequeña que había en la plaza.
Las dos hermanas se quedaron dentro del carruaje y Drill y Xonas bajaron a
estirar las piernas.
El
mercenario sacó tabaco y lio dos cigarrillos, uno para el joven y otro para sí
mismo. Los dos hombres dieron
las primeras caladas en silencio.
-
¿Está bien, señor Drill? – preguntó Xonas, al cabo de un rato. – Desde hace
unos kilómetros está bastante callado y serio. Parece preocupado.
-
No es nada – contestó Drill, haciendo un gesto desdeñoso con la mano. Dio otra
calada al cigarro, haciendo que el extremo se iluminase con una brasa rojiza.
Xonas
lo miró atentamente, sin quitarle los ojos de encima. Drill soportó el
reconocimiento, pero sólo durante un rato.
-
Simplemente estoy preocupado por ese otro mercenario....
-
Pero usted ha dicho que le dio esquinazo en Totsetum – replicó Xonas.
-
Es cierto, pero es un mercenario muy hábil e inteligente. Es muy probable que
encuentre mi rastro. Al menos, debo pensar que así puede ser, para estar
preparado.
Los
dos se quedaron un rato en silencio, dando caladas tranquilas a sus respectivos
cigarros.
-
¿Y no hay manera de averiguarlo? – preguntó Xonas, después. – ¿No tenemos forma
de saber si ese mercenario le está siguiendo?
Drill
sonrió, con su extraña sonrisa que sólo él concebía como tal. No podía creer la
suerte que tenía al conseguir caerle bien a la gente. Mi antiguo yumón tenía muchas virtudes, y de las
más importantes era la que le permitía hacer amigos en cualquier situación. Era
un hombre sencillo y agradable que caía bien a la mayoría de la gente. Allí
había un ejemplo: acababa de conocer a Xonas hacía sólo unos días, pero aquel
muchacho ya se sentía preocupado por él y sufría al verle en apuros. Drill se
sintió agradecido.
-
No se me ocurre cómo.... – contestó.
Xonas
estuvo pensativo otro rato, mientras el cigarrillo se iba consumiendo.
- A
lo mejor podemos hacer algo.... Déjeme preguntarle al cochero.... – dijo el
muchacho, entrando en la taberna. Drill fue tras él.
La
cantina estaba bastante vacía y era oscura. Drill pensó que hacía varios meses
que allí no se barría el suelo o se limpiaban las mesas. El cochero estaba
apoyado en la barra, con una cerveza aguada entre las manos, conversando con el
camarero.
-
Disculpe, cochero, – comenzó Xonas, llamando la atención del conductor, que se
giró hacia ellos – necesitamos enviar un mensaje por correo. ¿Hay alguna
oficina de mensajería en el pueblo?
-
¿Aquí en Yûfa? Me temo que no.... – contestó el cochero. – Más adelante, en la
siguiente aldea, creo que sí. En Ter hay un palomar de mensajería, si no me
equivoco.
-
¿Y hay parada programada allí? – preguntó Xonas.
-
No. Pero podemos parar, si así lo necesitan. Vamos bien de tiempo y no tengo
inconveniente.
-
Vaya, pues muchas gracias – respondió el muchacho, sonriendo alegre. Salió de
la taberna hacia la diligencia y Drill con él. Los dos se detuvieron al lado
del carruaje.
-
¿Qué pretendes? – preguntó Drill.
- No
sé si funcionara, señor Drill, pero se me ha ocurrido que podemos dejar
encargado al cuidador del palomar que nos envíe un mensaje, si el mercenario
llega al pueblo o pasa por él. Usted cree que lo ha dejado atrás, pero también
piensa que es probable que haya encontrado su pista y nos esté siguiendo. No
puede usted quedarse en el camino a esperar que llegue para comprobar que lo
está siguiendo, ¿no? Así que podemos dejar a alguien encargado de vigilar
detrás de nosotros....
Drill
levantó las cejas, sorprendido. Era un plan enrevesado, pero podía funcionar.
Él seguiría su camino en la diligencia y si recibían la paloma mensajera del
cuidador del palomar de Ter avisándole de que Norrington estaba tras su rastro
ya decidiría qué hacer.
Y
así lo hicieron. El cochero se dirigió hacia Ter y allí detuvo la diligencia,
al lado del palomar de mensajería. El encargado del palomar recibió dos sermones por estar pendiente de la
llegada de un mercenario al pueblo (Drill le dio la descripción de Norrington)
y por enviar inmediatamente una de sus palomas mensajeras, para que volara
hasta alcanzar la diligencia.
Drill
viajó más tranquilo a partir de entonces.
Tash
Norrington cabalgaba a lomos de su caballo, veloz, siguiendo el camino de la
diligencia. Imagino lo furioso, molesto e irascible que iría. Había llegado a
la conclusión, en Totsetum, de que el escurridizo ladrón se le había escapado
de nuevo. No sabía cómo, pero era evidente que había sido así.
Buscó
por toda la ciudad al borracho que lo ayudó a escapar hasta dar con él. El
pobre Tithus se murió de miedo al volverse a encontrar con el gigantón que
había querido atrapar a su amigo Drill y, cuando el enorme mercenario le atizó
un par de buenos mamporros, lloró desconsolado, contándole todo lo que quería saber
sobre Drill y su huida.
Por
eso Norrington cabalgaba por los campos de Rocconalia, siguiendo el camino que
la diligencia a Lendaxster recorría puntualmente.
La
diligencia le llevaba varios días de ventaja, pero él cabalgaba sin descanso,
parando sólo de noche, conduciendo su caballo siempre al galope.
No
pensaba dejar que aquel escurridizo ladrón, llamado Bittor Drill, se le
escapase de nuevo.
La
diligencia seguía su camino, hacia el sureste, viajando por caminos estrechos y
poco transitados, entre aldeas y pueblos pequeños. Un par de viajeros habían
subido en pueblos distintos, pero habían viajado sólo hasta otros pueblillos
cercanos, diferentes también. Las hermanas solteronas y el joven Xonas seguían
siendo los compañeros de viaje de Drill.
Mi
antiguo yumón cada vez estaba más
seguro de que el peligroso Tash Norrington estaba tras su pista. Desde su
encuentro en Totsetum estaba muy nervioso, imaginando que no iba a poder
descansar ni relajarse en lo que le quedaba de misión, porque el mercenario le
iba a cazar como se caza a un oso de los bosques: persiguiéndole, acechándole.
Su
misión. Aquella misión que no era suya, que no estaba destinada para él, que le
había caído del cielo como un “regalo”. Era la misión que le iba a permitir
retirarse antes de tiempo, la que le iba a proporcionar su propio caldero de oro. La misión que se estaba
complicando a cada paso, la misión que se volvía más peligrosa a cada kilómetro
recorrido.
Metió
la mano en el amplio bolsillo de su pantalón de pana, tocando con la punta de
sus dedos la caja de Karl Monto. No podía creerse que estuviese cometiendo esos
delitos y corriendo esos riesgos por un cofrecito de madera que contenía una
cosa tan estúpida.
Drill
no sabía qué hacer, realmente. Cada minuto se planteaba dejar su misión a
medias, pero cada minuto llegaba a la conclusión de que llegado a ese punto no
podía dar marcha atrás.
Miró
a las ancianas y al simpático y nervioso Xonas. Lo que no podía (ni quería)
hacer era poner a más gente en peligro.
Tash
Norrington cabalgaba a toda velocidad por los caminos de tierra prensada que
recorrían los campos de hierba verde de aquella parte de Rocconalia, como
cicatrices sobre la piel del mundo. Seguía el rastro dejado por la diligencia,
fácilmente reconocible para un rastreador de su talla. Apenas paraba en los
pueblos que cruzaba, salvo para asegurarse en un par de ocasiones.
El
rastro era “fresco”, de apenas cuatro o cinco días. El mercenario esperaba
alcanzar pronto a la diligencia, pues sólo paraba para dormir y el carruaje lo
hacía un rato en varios pueblos a lo largo del día.
Puedo
imaginarme la escena perfectamente: en un pequeño pueblo, uno de las decenas
que cruzó, un joven lo vio pasar, reconociéndolo. Era exactamente como el viejo
del cabello gris y el parche en el ojo le había dicho que era. Mirándolo
alejarse por encima del hombro el joven encargado del palomar entró dentro del
edificio, pensando en qué paloma iba a elegir para mandar el mensaje que le
habían encargado.
Dos
días después la diligencia llegó a una aldea algo más grande. Germolia tendría
casi mil habitantes y estaba llena de granjas y establos donde se criaban
caballos. La diligencia tenía programada una parada de dos horas en el pueblo.
Como
dos horas es tiempo suficiente para aburrirse pero corto para hacer nada, los
cuatro pasajeros buscaron una cantina decente (por petición de las dos hermanas
solteras) para comer algo y refrescarse. El cochero se quedó al lado del carro,
conversando con algunos conocidos.
Mientras
apuraba su segunda cerveza (acompañado por Xonas) Drill vio cómo el cochero
entraba por la puerta y le llamaba con gestos imperiosos.
- Discúlpenme
– dijo el mercenario mientras se ponía en pie, saliendo de la taberna. Xonas lo
siguió.
-
Caballero, esta paloma acaba de llegar – le dijo el cochero, mientras le
mostraba el ave sujeta en su mano derecha. – Llevaba este mensaje. Lleva el
sello del palomar de Ter.
Drill miró con énfasis a
Xonas y tomó el mensaje de mano del conductor. Con dedos nerviosos lo abrió y
leyó.
-
¿Cuánto habrá podido tardar este mensaje en llegar? – preguntó Drill,
levantando la vista hacia el cochero.
-
No sé.... depende de la paloma, de lo que haya tardado en encontrarnos.... Este
tipo de palomas están entrenadas para encontrar la diligencia rápidamente....
Imagino que el mensaje tendrá dos o tres días....
Drill
se pasó la mano por la barba, apurado y pensativo. Estaba en lo cierto y sus
temores no eran infundados: el otro mercenario estaba siguiéndole la pista. Muy
de cerca. Tenía que tomar una decisión.
-
Xonas, ¿puedes decirles a las señoras que vengan a la diligencia? Tengo que
hablar con todos, juntos – pidió Drill, y el muchacho asintió y se volvió hacia
la taberna. – ¿Cuánto queda para que salgamos?
El
cochero miró al cielo, al Sol que brillaba entre media docena de nubes blancas
despistadas.
-
Un cuarto de hora, más o menos....
-
Bien.
Las
ancianas llegaron con Xonas, que entró con ellas en el carruaje. Drill se quedó
fuera, con el cochero, con la puerta abierta para que los cinco pudiesen
conversar.
-
Bueno.... Siento darles tantos problemas a los cuatro.... No querría entorpecer
su viaje ni su trabajo – dijo mi antiguo yumón,
señalando alternativamente a cada uno de sus compañeros de viaje – pero tengo
que pedirles un importante favor.
-
Lo que podamos hacer delo por hecho – aseguró Xonas, con energía. Drill sonrió,
con su extraña mueca, sintiéndose afortunado por tener ese don que le permitía
hacer amigos en cualquier parte. Pero también se sintió apenado por el
muchacho, porque lo que conseguía con su don era poner en peligro a gente
inocente que no tenía más culpa que haberle conocido.
-
Ese hombre que me viene persiguiendo nos alcanzará dentro de poco – dijo Drill.
– No querría ponerles en peligro, así que dejaré la diligencia.
-
No puedo permitir eso, señor – dijo el cochero. – Mi deber es hacer que los
viajeros lleguen sanos, salvos y sin retrasos a su destino.
-
Lo imagino, pero es decisión mía. Para protegerles.
-
Pero ese hombre que le sigue a usted – intervino una de las hermanas, la que
tenía los ojos azules–, seguirá persiguiendo la diligencia, ¿no es así? Él no
sabrá que nos ha dejado....
-
Supongo que sí – aceptó Drill, consiguiendo que las dos ancianas apretaran los
labios en un gesto censor. – Pero por eso mismo intentaré dejar un rastro claro
para que me siga a mí. Y quiero convencerles para que cambien de rumbo.
-
¿Cambiar de rumbo? Eso sí que no puedo hacerlo, señor – dijo el cochero. – La
diligencia tiene un programa que seguir....
-
Lo imagino, pero eso asegurará que ustedes lleguen a Yutem sin peligro.
-
¡Pero el mercenario le perseguirá a usted!
-
No es problema. Sé cómo despistarle – faroleó Drill. – Pero quiero que ustedes
estén a salvo.
-
Pero.... entiéndame.... – intervino el cochero. – Tenemos que pasar por varios
pueblos hacia el sureste, antes de girar al suroeste hacia Yutem. Puede haber
mucha gente que esté esperando la diligencia para ir hasta la ciudad.
-
Lo sé. Por eso pienso pagarle, para que la compañía no pierda el dinero de los
billetes de esa gente y para que pueda indemnizarles – dijo Drill, echando mano
de su bolsa de dinero. Sacó diez homilías
y las dejó en la mano del cochero. – Aquí tiene. Cincuenta sermones.
El
conductor no supo qué hacer, al ver tanto dinero junto. Dudaba y balbuceaba.
-
Venga. Hágame este favor. Si quiere, diga que le he amenazado.
El
conductor miró a Drill, y mi antiguo yumón
luego me dijo que vio cómo sufrió aquel hombre. El cochero quería ayudarle,
pero no en contra de las reglas de su oficio.
-
Espero que tenga buena suerte.... – dijo al fin, sonriendo con pena. – ¡Todos
arriba! ¡Nos vamos!
El
conductor subió al pescante mientras los tres pasajeros que le quedaban se
acomodaban en el interior del carruaje. Drill cerró la puerta y se asomó a la
ventanilla.
-
Perdón por haberles causado muchas molestias – se disculpó, sonriendo, con su
sonrisa infantiloide.
-
Le ofrecemos gratitud y le deseamos prosperidad – le dijo una de las hermanas.
La otra asentía su lado, sincera.
- Buena
suerte, señor Drill – dijo Xonas, sacando la mano por la ventana y estrechando
la muñeca del mercenario.
-
Ofrezco y deseo igual para todos.
El
cochero lo miró desde el pescante y le despidió con el canto de la mano en la
cabeza y el pulgar estirado sobre la frente. Después chasqueó las bridas y los
caballos comenzaron a trotar, tirando de la diligencia. Mientras se alejaba
Xonas se asomó por la ventana y lo despidió con un gesto de la mano.
Drill
suspiró, triste y algo aliviado al mismo tiempo. Recogió su mochila del suelo,
se la colgó a la espalda y echó a andar, poniendo la mano izquierda sobre el
pomo de su espada. Por si acaso.
Salió
andando del pueblo, con tranquilidad pero con paso ágil. Volvía a estar solo.
Caminó
unas cinco horas seguidas, preocupado porque el otro mercenario, el tal
Norrington, le alcanzase. Siguió por el camino “principal”, el que la
diligencia hubiese seguido en una situación normal. Siguió con rumbo sureste, recorriendo
la estepa de Rocconalia, acercándose cada vez más a las montañas.
La
diligencia salió del camino y marchó con rumbo sur, en línea recta, por los
campos y las praderas. Trotó y botó por la hierba verde y alta, olvidándose de
los caminos por un tiempo. Después el cochero decidió seguir hacia el sur, pero
usando las pistas de tierra que cruzaban los campos de Rocconalia. No había
ningún camino que marchase en dirección sur de forma directa, pero el conductor
dirigió a la diligencia por varios, que se iban cruzando, para acercarse cada
vez más a las montañas.
Al
menos eso fue lo que Tash Norrington debió de pensar, cuando el rastro de la
diligencia cambió tan abruptamente. Las huellas que iba siguiendo (con poca
dificultad) se desviaron de repente, saliendo del camino y adentrándose en la
hierba. Allí las huellas eran más difíciles de seguir, pues la alta hierba era
flexible y elástica, así que no quedaban apenas rastros. Sin embargo, para un
rastreador experimentado como él, siempre había algo que se podía ver. Una
brizna de hierba rota, otra doblada en un ángulo extraño, una huella en la
tierra húmeda y casi encharcada del fondo.... eran pistas que le obligaban a
marchar más despacio, atento a cualquier signo. Imagino que para su caballo
esta parte del viaje fue un regalo, pues con total seguridad marcharía al paso
por las praderas de Rocconalia, haciendo que su montura descansase del ritmo
endiablado que le había impuesto anteriormente.
Al
cabo de varios kilómetros el rastro de la diligencia volvió al camino, dando
vueltas y revueltas. Por las pistas de arena prensada era más fácil seguirla,
así que Norrington recuperó las distancias.
Por
eso, cuatro días después, el mercenario vio a lo lejos el carruaje. Azuzó a su
montura para acercarse, sacudiéndola con los talones y las bridas.
Norrington
debió ponerse al lado de la diligencia. Puedo imaginar la cara de asombro y de
miedo del cochero, desde el pescante. El hombre habría creído a Drill y
pensaría que el enorme mercenario que lo buscaba no encontraría nunca el
carruaje. Imagino que Norrington ordenaría detenerse al cochero y que éste,
aterrorizado, lo haría. Imagino a los caballos deteniéndose, al tirar el
conductor de las bridas, levantando polvo y piedras. Imagino a Norrington
abriendo las puertas de la diligencia y obligando a los pasajeros a bajar,
buscando con la furiosa mirada a Drill.
E
imagino también, con una sonrisa un poco malvada, a Norrington dando media
vuelta, cabalgando sobre sus pasos, al descubrir el engaño de mi viejo yumón y enterarse por los pasajeros que
Drill se había bajado de la diligencia cuatro días atrás.
Era
el doce de octubre y hacía un calor propio del Verano. Por suerte, las Calendas
en la pradera podía aguantarse mal que bien gracias al frescor de las hierbas,
cargadas de humedad. Drill caminaba por los caminos menos frecuentados,
aquellos estrechos y desnivelados, que unían pueblillos y aldeas pequeños y
modestos. Su destino eran las montañas.
Drill
había pensado pasar a Darisedenalia en diligencia, llegar hasta Lendaxster y
quizá tomar un barco hasta Escaste, o viajar por la costa, cruzando el reino de
Barenibomur hasta el reino del sur. No lo tenía todavía decidido, pero lo que
tenía claro era que iba a viajar cómodo. Ahora, por culpa de Tash Norrington,
tendría que cruzar las Montañas Rocco a pie, usando un viejo camino que las
atravesaba.
Siguió
otro par de días a pie hasta la falda de las primeras montañas. En esa zona
todavía aparecían cubiertas de hierba y flores, con las encinas y los pinos
cubiertos de hojas verdes. Más arriba empezarían los fríos, las hierbas bajas y
los arbustos leñosos y duros.
Drill
llevaba todo el camino vigilando su espalda. Sabía que el engaño que le había
preparado al tal Norrington era pasajero, que el mercenario gigantón acabaría
alcanzando a la diligencia y que descubriría que él no estaba a bordo. Era sólo
cuestión de tiempo que volviese a encontrar su rastro.
Por
eso, día sí y día también Drill oteaba el horizonte detrás de él, sobre todo en
dirección norte y noroeste. Escuchaba atentamente los sonidos del campo,
esperando oír el trote de un caballo al galope en la lejanía. Pero sólo oía el
zumbido de los insectos de verano, el piar de los pájaros y el correr de
pequeños riachuelos.
Hasta
que, el quince de octubre, cuando puso por primera vez el pie sobre la falda de
la primera de las montañas Rocco, al mirar hacia atrás a la pradera que
abandonaba, vio en la lejanía una mancha oscura que se acercaba. Parecían un
hombre y un caballo.
En
ese momento, además de los pájaros, los insectos y un riachuelo cercano,
escuchó claramente los cascos de un caballo al galope.
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