PALABRAS MÁGICAS
- IV -
RYNGO
El
tres de enero mi antiguo yumón se
despertó bien descansado y con las ideas muy claras.
Durante
todo el tiempo que llevaba en la cabaña de los leñadores, desde que se había
recuperado de la inconsciencia debida a su accidente en la cascada, había
dormido en un jergón de paja, colocado en el suelo, en la zona de la cabaña que
se consideraba el salón, donde estaban colocadas las mecedoras y los sillones.
Cada noche apartaban los muebles y Shonren sacaba el jergón del armario,
echándolo al suelo. Drill me aseguró después que durmió muy cómodamente, no
tuvo que mentir cuando le preguntaron.
Aquella
mañana supo que iba a irse. Había aceptado la invitación de Shonren y Adeilha
con mucho gusto, pero no quería alargarla demasiado. Ya había pasado el día del
fin del año anterior así que debía volver a ponerse en marcha y retomar su
misión.
Como
cada mañana, Drill recogió la ropa de cama y la dobló, colocándola sobre uno de
los sillones. Después puso en pie el jergón y lo apoyó contra la puerta del
armario: Shonren siempre se encargaba de guardarlo allí dentro. El leñador ya
estaba fuera, en el bosque, y su mujer aún estaba en la zona de la cocina,
recogiendo, a punto de irse a cuidar de los animales que la familia tenía
detrás de la cabaña, en un corral y una pequeña caballeriza. Drill salió a la
parte delantera de la cabaña, a lavarse en un barril de agua fría. Colocándose
el parche y con gotas prendidas de su barba volvió dentro.
-
Buenos días. Ahora, ¿qué tal has dormido? – le preguntó Adeilha, secándose las
manos y quitándose el delantal.
-
Muy bien, gratitud y prosperidad – contestó mi yumón.
-
Desayuna lo que quieras, así sea. Yo ahora voy a encargarme de los animales,
luego nos veremos.
-
Puede que no, Adeilha – dijo mi yumón,
haciendo que la mujer se detuviera. – Hoy reemprenderé mi viaje.
-
¿Te marchas?
-
Así sea – contestó Drill, al que se le estaba pegando el acento de aquella
parte de las montañas Rocco. – Mi misión está lejos de estar acabada y aunque
me habéis tratado con mucha amabilidad y cariño y estoy muy a gusto aquí, debo
irme.
-
Así sea, tienes razón – asintió Adeilha. – Ahora, te echaremos de menos. Sobre
todo Jordan.
Drill
asintió, con cierta pena.
-
¿Dónde está el chico?
-
Fuera, jugando con su zorrillo – contestó la madre. – ¿Te lo llevarás contigo?
Drill
se encogió de hombros.
-
No es mío. Es salvaje. Sólo me acompaña, porque él quería. Si se queda aquí, ¿será
mucha molestia?
-
Ninguna – aceptó Adeilha. – A Jordan le gustaría muchísimo.
-
Pues por mí no hay ningún problema, así sea – afirmó Drill. Adeilha sonrió,
terminó de colocar la mesa y salió por la puerta, para encargarse de los
animales.
Mi
antiguo yumón desayunó tranquilamente
y después recogió lo que había usado y manchado. Después recogió sus cosas, lo
metió todo en la artilla (asegurándose de que la caja de Monto estaba en el
doble fondo, escondida), se puso el cuchillo y la espada decorada al cinto y
salió de la cabaña.
En
el bosquecillo que había a la izquierda, a unos ochenta metros de la casa,
estaba Shonren. El leñador estaba con un hacha de cabeza pequeña y mango corto,
desenramando unos troncos estrechos. Drill se encaminó hacia allí.
-
Buenos días.
-
Buenos días tengas – le contestó el leñador, parando de trabajar. Se secó el
sudor de la frente con el antebrazo mientras observaba al mercenario. – ¿Nos
dejas?
-
Así sea. Veo que no es ningún secreto.
-
Se te ve preparado para un viaje, así que supongo que sigues con tu misión –
asintió Shonren. – Ahora, te echaremos de menos.
- Y
yo a vosotros, digo verdad – admitió mi yumón,
sincero.
-
El deber es deber, ¿no? Así sea – replicó Shonren, sonriente.
-
Así sea – repitió Drill, tendiéndole la mano. Los dos hombres se estrecharon la
muñeca. – Ofrezco gratitud y deseo prosperidad.
Después
hizo el gesto respetuoso, con el canto de la mano en lo alto de la cabeza y el
pulgar en la frente, pasando la pierna derecha por delante de la izquierda e
inclinándose un poco en una reverencia.
-
Así sea para ti también – Shonren no imitó el gesto, pero asintió
enfáticamente. – Ahora, mucha suerte con esa caja....
Drill
sonrió con su sonrisa infantil y se dio la vuelta, dejando al leñador a su
espalda, que lo observó alejarse, con una sonrisa cariñosa en la cara. Hasta
que no desapareció detrás de la cabaña Shonren no volvió al trabajo con el
hacha.
Drill
fue al corral y se despidió de Adeilha en los mismos términos, recibiendo
gratitud y prosperidad de la mujer, además de deseos de buena suerte.
-
Ten cuidado – le advirtió. – Aquí estamos muy apartados, pero hemos oído desde
hace tiempo que Barenibomur está un poco revuelto: al parecer hay tensiones con
el reino de Escaste.
-
Hacia allí voy, precisamente – reconoció Drill.
-
Shonren me lo dijo – asintió Adeilha. – Ahora, sigue tu camino pero con
cuidado, así sea.
-
Lo haré – Drill se tocó la barbilla con la punta del dedo pulgar. – ¿Dónde está
Jordan? Quería despedirme de él también.
-
Al salir de la cabaña le vi en la orilla del río, hacia la salida del valle.
Mi
antiguo yumón repitió el gesto de
reverencia y después caminó hacia el río, dejando a su espalda a la pareja de
leñadores a la que tanto debía.
Algo
apartado de la cabaña, a la orilla del río como había dicho su madre, estaba
Jordan. Jugaba con el pequeño raposo, lanzándole un palo al agua. El zorrillo
saltaba a la fuerte corriente, recuperaba el palo con los dientes y volvía
nadando a la orilla, donde se sacudía y devolvía el palo a Jordan. El niño
animaba al animal cada vez que se metía en la fuerte corriente.
-
Hola Jordan. Buenos días.
-
Hola Bittor. ¿Qué tal?
-
Bien, bien.... He venido a despedirme.
-
¿Te vas? – Jordan se sorprendió al instante, poniéndose en pie.
-
Tengo que hacerlo, así sea. Tengo que seguir con mi misión.
-
Ya, claro.... – aceptó el niño, pero estaba claro que estaba disgustado.
-
Volveré a verte, lo prometo. Cuando acabe lo que tengo que hacer en Escaste
supongo que volveré a subir por aquí, así que podría pasar a veros.
-
¡¡Sí!! Te recibiremos con los brazos abiertos.
Jordan
sonreía contento ante la posibilidad de reencontrarse con Drill unos meses
después y le abrazó con alegría y con cariño. Mi antiguo yumón le devolvió el abrazo, cómodo.
-
Ahora, ¿y el zorrillo?
Los
dos humanos se habían separado y miraban al animalillo. El zorro se había
sacudido el agua del pelaje y los miraba con atención, pegado a los tobillos de
ambos.
-
Puede quedarse aquí contigo, si quiere....
-
¡¡Bien!! – Jordan saltó de alegría. Drill se agachó a acariciar el pelaje
húmedo del animal, con un nudo en la garganta. Se puso en pie, le dio un toque
amistoso a Jordan en el hombro y siguió su camino por el sendero de tierra, el
que atravesaba el bosque y salía a la llanura, hasta el pueblo.
Cuando
escuchó un trotecillo a su lado miró hacia abajo y vio al zorrillo caminando a
su lado, indiferente.
-
¿No te quieres quedar aquí? – Drill se dirigió al zorro, hablándole como lo
había hecho mientras recorrían juntos el paso de montaña. Se agachó a su lado y
miró a Jordan, que los contemplaba con cara triste desde unos metros de
distancia.
El
zorrillo se dejó acariciar y después miró hacia adelante, con indiferencia.
Estaba claro que quería acompañar a mi viejo yumón.
-
Así sea – comprendió Drill, volviendo a acariciar al raposo. – Pero deberías
despedirte de Jordan: ha sido un gran amigo y nos ha tratado muy bien.
El
zorrillo miró a Drill y después miró a Jordan. Mi antiguo yumón juró mientras me contaba esta parte que el zorro parecía
comprender perfectamente lo que pasaba y lo que le estaba diciendo. Y yo le creo.
El
raposo se dio la vuelta, trotó hasta Jordan, se detuvo a su lado y le lamió el
tobillo. El niño se agachó y abrazó al animal, que se dejó hacer, mientras le
daba algún lengüetazo en la cara.
-
Adiós, amigo – se despidió Jordan, dejándolo libre. El zorro lo miró durante un
par de segundos más y después volvió con Drill. Éste se despidió de lejos de
Jordan, alzando la mano, y después siguió su camino, adentrándose en el bosque.
Mientras
cruzaban entre las hayas y los castaños, Drill observó al zorro, que trotaba y
caminaba cerca de él, sin darle importancia a la extraña situación. Drill me
confesó que aquella compañía le alegraba mucho: pensaba hacer el viaje solo,
así que el zorrillo era un compañero estupendo.
Se
descolgó la artilla del hombro y, sin dejar de andar, rebuscó en su interior,
entre todas sus cosas, hasta dar con lo que quería. Sacó el collar de cuero que
le había regalado Jordan y lo sostuvo en la palma de la mano, observándolo con
cariño.
-
Espera. Quieto – dijo, deteniéndose y apoyando la rodilla en el suelo (la
artritis le mandó un aviso de dolor, que mi yumón
trató de mitigar con una mueca). El zorrillo se detuvo y volvió sobre sus
pasos, parándose al lado del mercenario. Éste le puso el collar de cuero suave
en torno al cuello, con cuidado, sin apretarlo mucho. Después se quedó
arrodillado (aunque dolía) al lado del animal.
A
aquel collar le faltaba un nombre.
Un
nombre: elegir uno adecuado sería muy difícil. Mi yumón siempre había sido un hombre muy práctico, así que se dijo
que el primero que se le ocurriera que le pareciera adecuado sería el elegido.
Dar más vueltas sólo serviría para volverse loco y acabar por desechar todas
las opciones.
Miró
al zorrillo durante unos segundos, pensando. La primera idea no le gustó, el
segundo nombre era bonito pero no le convenció. El tercero le hizo sonreír, con
aquella mueca extraña que sólo él llamaba sonrisa. Aquella era una buena señal.
- Ryngo – dijo, con voz queda. El zorrillo
alzó las orejas y miró atentamente al mercenario. Después lanzó un corto
ladrido, quizá de conformidad.
Aquello
le valió a mi antiguo yumón. Se puso
en pie, con gesto de dolor por sus rodillas, y siguió caminando por entre los
árboles.
- Ryngo, aquí – ordenó.
El
raposo trotó y marchó al lado del mercenario.
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