PALABRAS MÁGICAS
- XIII -
DESERCIÓN
Sería
como una semana después de la “sabanada” cuando Drill y Bill “Broncas”
compartieron una nueva noche en el avistadero. Desde la incursión nocturna y la
toma del puesto fronterizo por la compañía Hueso habían tenido enfrentamientos
todos los días: los soldados escasteños habían sufrido muchas bajas durante la
“sabanada” y habían perdido sus instalaciones en el puesto fronterizo, así que
estaban rabiosos y no tenían lugar en el que quedarse. Los soldados barenienses
los hostigaron cada día, tratando de hacerles volver a su reino por los pasos
de montaña o de acabar con todos ellos.
Las
guardias en el avistadero eran importantes, pues el comandante Sandans temía
una incursión nocturna como la suya, en venganza, así que los avistaderos del
valle estaban siempre ocupados.
Bill
“Broncas” seguía leyendo su novela desencuadernada (a aquellas alturas del año
la estaba terminando y gracias a todas las guardias que hacía avanzaba mucho en
la lectura) y Drill se miraba las botas, desamparado. Ni siquiera Ryngo conseguía animarle: el zorrillo
tenía su cabeza apoyada en la pierna estirada de Drill y no dejaba de mirarle
directamente, pero el mercenario no le miraba a él.
Drill
suspiró y levantó la mirada. Ryngo se
incorporó, expectante ante la movilidad de su amigo. Bill “Broncas” no cambió
su postura, pero levantó los ojos de los papeles y miró a su amigo, también
expectante.
-
Se acabó – dijo Drill. Bill supo a lo que se refería, pero no dijo nada.
Supongo que sabría que Drill necesitaba decirlo y a él no le venía nada mal
escucharlo. – Lo dejo.
No
dijo nada más, pero Bill esperó con paciencia. Cuando mi antiguo yumón le miró a los ojos Bill asintió,
comprendiendo sus motivos y aceptándolos.
-
Bien....
Drill
suspiró una vez más, profundamente. Los ojos de Ryngo seguían mirándole, con veneración.
-
¿No vas a impedírmelo? – dijo Drill, con voz un poco sorprendida. – ¿O a
intentar disuadirme?
Bill
“Broncas” había vuelto a su lectura, con la mirada en las letras de la novela,
y sin dejar de leer se encogió de hombros, con una mueca de la cara. Negó
despacio con la cabeza.
-
No se me ocurriría. Ni tengo el derecho de hacerlo. ¿O prefieres que me
enfrentara a ti para impedírtelo?
-
Prefiero que no – Drill sonó divertido, con su sonrisa infantil en la cara. –
Tu espada es mortífera....
Bill
sonrió y levantó la mirada de las hojas sueltas, mirando a mi antiguo yumón.
-
La tuya también lo es, sea.
Drill
se encogió de hombros, un poco avergonzado, y Bill volvió a leer.
-
¿Cuándo vas a hacerlo? – preguntó Bill “Broncas”, al cabo de un rato, sin dejar
de mirar las hojas del libro, acabando de esa forma con el debate sobre si iba
o no a detener a su amigo o si tenía derecho a
hacerlo.
-
Ahora mismo – contestó Drill.
-
¿Y tus cosas?
-
Hace días preparé una mochila con lo necesario. Está escondida en el bosque, al
final de este valle – explicó Drill, con un tono de voz como de excusa. Bill
asintió, dándole la confianza que le faltaba: no tenía que excusarse. Era su
decisión y era un profesional. – Es la mochila de Quentin. La recogí de su
catre y la llené con mis cosas.
-
Buen homenaje – dijo el matón, y fue sincero, a pesar de que su voz sonaba casi
siempre socarrona.
Drill
se encogió otra vez de hombros. Se dio cuenta de que lo estaba haciendo mucho.
-
¿No quieres venir conmigo? – propuso. – ¿No quieres salir de aquí?
Bill
“Broncas” volvió a apartar sus ojos de la lectura, bajando el puñado de hojas
para poder ver bien a su amigo. Aquel gesto le demostró a Drill que lo que
venía era importante.
-
Voy a salir de aquí – dijo, sereno y firme. – Lo haré cuando acabe la guerra o
antes, en una caja de madera. Pero no voy a huir contigo. Me parece bien que tú
lo hagas, no pienses que te desprecio por ello. Sólo lamento que Quentin no
pueda acompañarte.
-
¿Por qué no vienes? ¿Por qué prefieres jugártela aquí?
Bill
arrugó la cara, antes de contestar: era una mueca reflexiva y de aceptación de
sí mismo.
-
Porque esto es lo que hago bien – dijo. – Mi viejo me enseñó una cosa, sólo una: averigua para qué has nacido y
hazlo. Hazlo bien – compuso una mueca de circunstancias antes de terminar. – A
mí se me da bien intimidar, asustar y pelear. Aquí puedo hacerlo. Si tengo
suerte volveré a Exonn vivo, para poder seguir haciéndolo allí como lo hacía
antes.
Drill
asintió lentamente, comprendiendo a su amigo, aunque no compartiera su idea de
quedarse en la guerra. Suspiró profundamente, antes de ponerse de pie en la
plataforma del avistadero. Ryngo también
se puso en pie, sobre sus cuatro patas.
-
Ofrezco gratitud y deseo prosperidad – dijo, tendiéndole la mano a Bill, que le
estrechó la muñeca. – Que Sherpú te guarde, amigo.
-
Que a ti te guarde el doble, Bittor – respondió Bill “Broncas”, con una sonrisa
de confianza dedicada a su amigo. – Si dentro de un tiempo, acabada la guerra,
pasas por Exonn, pregunta por mí en cualquier taberna. Si sigo vivo nos
encontraremos y te invitaré a una cerveza. – Después se volvió al zorrillo y le
acarició con cuidado en lo alto de la cabeza y el cuello. – Cuida de tu amo, Ryngo. Lo va a necesitar.
El
zorrillo lanzó un corto ladrido, en voz queda. Después Drill lo cogió y pasó
por encima de la baranda, apoyándose en la escalera de mano. Se detuvo en el
primer escalón y volvió a mirar a Bill, que había vuelto a su lectura.
-
¿Tardarás en dar la alarma?
-
¿Alarma? – soltó una risa el matasiete, sin dejar de leer. – Vete de una vez,
pendejo....
Sonreía
y Drill sonrió con él. Después bajó la escalera y se alejó del avistadero, sin
volver la vista atrás. Ryngo trotó a
su lado, sin perder el paso. Cruzaron el valle, escondidos entre el follaje.
Llegaron al escondite en el que Drill había dejado la antigua mochila de
Quentin Rich, la recogieron y siguieron su camino, cruzando las montañas, en
dirección a Escaste.
Ryngo y Drill tardaron ocho
días en cruzar las montañas Hartodhax, caminando sin prisas. Tomaron
precauciones durante todo el camino, porque aquella zona fronteriza estaba en
guerra. Podían encontrarse con soldados tanto de uno como de otro lado y
ninguno les acogería con amabilidad. Caminaron sobre todo de noche, con
cuidado, recorriendo pasos de montaña cuando estaban seguros de que no se
cruzarían con patrullas de soldados. A veces cruzaban los valles por abajo, a
cubierto gracias a los bosques o a los campos de maleza que los llenaban.
La
caminata fue tensa, claro, porque en todo momento Drill tenía el miedo de
cruzarse con alguna patrulla escasteña, pero además tenía la seguridad de que
el comandante Sandans mandaría a alguien en su busca, cuando supiese que había
desertado. Sabía que Bill no le iba a denunciar, pero a la mañana siguiente de
su huida, en toda la compañía se sabría que había desertado.
Drill
estaba decidido a ser el primero de la compañía Puño en lograrlo.
A
finales de octubre salieron de la cordillera, observando al fin las primeras
tierras llanas de Escaste. Otro par de días más tardaron en llegar a los pies
de las montañas y aquella noche durmieron entre unos arbolillos, disfrutando
del calor del reino del sur, a pesar de que octubre ya casi acababa y estaba a
punto de empezar la Tierra Marchita.
Al
día siguiente Drill despertó porque notó un pinchazo en el costado derecho.
Pensó que era Ryngo, tocándole con el
hocico, y no hizo ni caso. Pero cuando el pinchazo se repitió, un poco
doloroso, abrió los ojos.
Se
asustó, al ver a dos soldados con el uniforme de Escaste, apuntándole con sus
lanzas.
- No
te muevas ni una pulgada, te digo – uno le puso la punta de la lanza bajo la
barbilla mientras otro le sacaba la espada de la vaina y le cacheaba,
encontrando su cuchillo en la bota.
-
No soy peligroso – trató de razonar Drill. – Sólo soy un viajero que va al
bosque de Haan.
-
Un viajero, ¿eh? – sonrió socarrón el que le apuntaba con la lanza. El otro le
ayudó a levantarse, atándole las manos a la espalda. – Por eso vistes el
uniforme del ejército bareniense. ¿No serás más bien un espía, te digo?
Drill
se mordió el labio, insultándose mentalmente. Vestía como un soldado enemigo en
un territorio en guerra. Poco podía hacer para mejorar la situación y tratar de
convencer a esos patrulleros.
El
que llevaba sus armas recogió también la mochila de Quentin (donde iba la caja
de Karl Monto) y encabezó la marcha. El de la lanza se puso a su espalda y le
pinchó para que siguiera al primer soldado. Drill lo hizo, cabizbajo.
De Ryngo no había ni rastro por ninguna
parte.
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