PALABRAS MÁGICAS
- VIII -
CRUZANDO BARENIBOMUR
-
Lamento las molestias que les he causado – dijo Drill, sincero, algo
avergonzado. – Ahora ya no sufrirán más por mi culpa. Podrán seguir su camino.
-
No se preocupe por nosotros. Espero que les vaya bien y no tengan problemas –
contestó la anciana, amablemente. La mujer rica y su criada le miraban con
leves sonrisas correctas, interesadas lo justo por él. El marido rico le miraba
con desprecio y cierto enfado.
Habían
salido del roquedal por un atajo que Benn conocía, más o menos a mitad de
camino del recorrido completo del sendero. Estaban en mitad de la pradera de
Darisedenalia, a tiro de piedra del camino para diligencias. En pocos minutos
volverían a él y podrían seguir el viaje cómodamente hasta Lendaxster.
Pero
no Drill. Estaba fuera de la diligencia, en el suelo, despidiéndose de sus
compañeros de viaje desde la puerta. Había pagado por el baúl que habían
utilizado para librarse de Tash Norrington (la mujer lo agradeció con un gesto
de cabeza y una sonrisa elegante y el marido había mirado hacia otro lado, con
la nariz en alto), las ropas y los libros de la mujer adinerada estaban
guardados y a buen recaudo en el compartimento trasero de la diligencia y Drill
había recogido de allí mismo su artilla, que ahora llevaba a la espalda. Había
sacado el hacha del hatillo y lo llevaba al cinto, por si acaso. Iba con todas
sus armas a mano.
-
Buen viaje les dé Sherpú – se despidió Drill.
-
Igualmente, señor Drill, así sea – dijo la anciana.
-
Cuide de su sombra, como suelen decir los suyos en este reino – contestó la
mujer rica. La criada se despidió con un asentimiento y el marido no hizo ni
dijo nada, ignorándole. Drill cerró la puerta y se giró al cochero, que estaba
a su lado.
-
Ahora, me voy – Drill le tendió la mano y los dos se estrecharon la muñeca. –
Ofrezco gratitud por todo, Benn, y te deseo mucha prosperidad. Tanta como te
mereces, muchacho.
-
Que Sherpú le dé buen viaje, señor Drill. Así sea – el chico parecía afectado,
por dejarle allí solo a su suerte. Sonrió, para darle ánimos, aunque había un
punto de tristeza en su sonrisa. Después se agachó para acariciarle la cabeza a
Ryngo, que se dejó hacer, y después
el muchacho montó en el pescante, apoyándose en la rueda delantera y saltando
hasta el asiento. Se peinó los rubios cabellos pasándose la mano por ellos,
miró a Drill de nuevo, se puso el canto de la mano en la cabeza, torpemente, y
después chasqueó las riendas. Los caballos se pusieron en marcha y la
diligencia fue arrastrada por ellos. Drill la vio irse.
Después
dejó la artilla en el suelo y sacó de ella el abrigo de paño, hecho una bola y
apretado para que cupiese. Se lo puso y después sacó el gorro gris de lana y
unos guantes de piel de conejo y se los puso. Eran mediados de enero y estaba
en medio del Invierno. En Barenibomur y Escaste haría mejor temperatura, pero
hasta que llegara más al sur tendría que soportar el frío de Darisedenalia. Se
inclinó y miró al zorrillo, que estaba sentado a sus pies, mirándole,
expectante.
-
Pongámonos en marcha, Ryngo. El viaje
todavía es largo y cuanto antes lo emprendamos más lejos nos alcanzarán las
lunas – dijo, parafraseando a Benn Carlton. Era un dicho muy bonito que le
había gustado y que empezó a usar desde entonces. Yo se lo he escuchado decir
bastantes veces cuando nos encontramos después.
Mi
antiguo yumón y su pequeño zorro
caminaron durante días por la pradera de Darisedenalia, buscando rodear las
Montañas Seden por el lado oriental. Drill cambió de planes, y en lugar de
cruzar al reino de Barenibomur en diligencia desde Lendaxster, tuvo que
improvisar y hacerlo caminando, sufriendo el frío del Invierno.
La
aparición de Norrington le había sorprendido y preocupado. Imaginaba que
estaría vivo en algún sitio, todavía tras él, pero no esperaba encontrárselo
tan de repente, tan cerca. Tenía que tener mucho cuidado con el joven
mercenario porque había demostrado ser muy competente y profesional, capaz de
dar con Drill en cualquier parte, de seguir su pista incansablemente y con
mucho éxito. Mi antiguo yumón caminó
hacia la frontera entre los dos reinos esperando haberlo perdido en la
distancia, al menos durante un tiempo, el suficiente para poder organizarse y
poder viajar más rápido hacia el sur.
A
Drill nunca le había importado dormir al raso y, a pesar de su artritis, no
sufría demasiado durmiendo en el suelo, en mitad del campo. El problema era el
frío: el Invierno acababa de comenzar en Ilhabwer y lo había hecho con fuerza. El
continente era fresco la mayor parte del año, pero sus temperaturas eran
soportables, en general, salvo los meses de enero, febrero y marzo: en
Invierno, en determinadas zonas, hacía mucho frío. Darisedenalia y Barenibomur
no eran de las más inclementes, pero no se podía dormir al aire libre. Drill
trató cada noche de encontrar algún lugar resguardado o de pasar la noche en
algún corral o pajar, pero las granjas por allí escaseaban. Era una zona poco
poblada.
Cuando
creyó que había alcanzado la frontera buscó por el horizonte algún puesto
fronterizo de los Caballeros de Alastair, pero no vio ninguno, así que siguió
su camino. Si alguna patrulla a caballo le encontraba le enseñaría su placa de
mercenario y no habría ningún problema. El caso es que continuó andando y al
cabo de tres días supuso que ya no se encontraría con ningún Caballero.
Se
acercó a un pequeño pueblo al pie de las Montañas Seden, donde compró fruta,
embutido, queso y un pan que le duró tres días. Además se orientó y se informó
del camino que debía tomar. Un pastor que cuidaba de un pequeño rebaño de
ovejas le acompañó hasta un pueblo vecino, donde pudo viajar unas leguas en el
carro de un curtidor, hasta una ciudad
mediana a orillas del lago Bomur, en la desembocadura del río Rojo. Cuando se
enteraron de que iba en camino al reino del sur, tanto el pastor como el
curtidor le hablaron de la guerra que parecía inevitable entre Barenibomur y
Escaste, por cuestiones de unos negocios y unos aranceles que uno de los dos
reinos había ignorado. Drill se dijo que debía tener cuidado a la hora de
cruzar la frontera de Escaste, si las relaciones entre los países estaban tan
tensas, al borde del conflicto armado.
En
Cared, la ciudad al borde del lago Bomur, mi antiguo yumón buscó una posada, para poder pasar la noche en una cama,
descansando bien. Ryngo y él no
estaban derrotados, habían hecho el camino con tranquilidad, vigilando la
retaguardia (por si aparecía Tash Norrington), pero sin preocupaciones. Sin
embargo, los dos agradecerían una noche en un colchón, arropados con mantas
limpias y con un fuego en el brasero o la chimenea. La habitación fue algo cara
(Cared es una ciudad “rica”) pero a Drill no le importó gastar el dinero.
Al
día siguiente buscó unas caballerizas y encontró unas en las que tenían burros:
mi antiguo yumón adoraba a esas
criaturas, que además se ajustaban a sus planes inmediatos. Con un burro
tardaría en llegar a las montañas Hartodhax mucho más que a caballo, pero el
mismo animal le serviría para cruzar las montañas, por la multitud de pasos y
caminos que había entre ellas, construidos por los mismísimos Elfos de Melnûn,
como dicen las leyendas.
-
Buenos días le dé Sherpú – saludó educadamente, acompañando las palabras con el
gesto de reverencia extendido por todo el continente.
-
Buenos días le dé a usted, sea – le saludó el caballerizo, imitando el gesto
con el canto de la mano en la cabeza. Era un hombre de unos cuarenta años y
Drill dijo que tenía cara de hombre práctico e inteligente. – ¿En qué puedo
ayudarle, dígame, se lo ruego?
-
Estoy buscando una montura – pidió Drill. – Me han dicho que vende usted burros
y eso es lo que necesito.
- Sea,
los arriendo – asintió el hombre. – Por aquí mucha gente los usa en el campo. ¿Para
qué lo quiere usted, dígame?
-
Lo necesito para viajar, si a bien tiene – explicó mi antiguo yumón. – Voy de camino a las montañas Hartodhax,
para cruzar a Escaste. Prefiero ir en burro, para poder cruzar los pasos
montañosos con él.
El
caballerizo gruñó antes de contestar.
-
Discúlpeme, se lo ruego, pero no puedo arrendarle uno de mis borricos si piensa
ir a Escaste – fue la firme respuesta. – Podría perderlo y quedarme sin él. No
es sólo la ganancia que hago con ellos, sea, es el cariño que les tengo,
atiéndame.
-
Pero yo pretendo volver una vez acabe el asunto que tengo que atender en
Escaste, digo wen – Drill sonó todo
lo convincente que pudo: al fin y al cabo ésa era su intención. – Sólo será
cuestión de unos meses, si todo sale bien.
- Sea,
si todo sale bien, eso dice usted – asintió con una mueca el caballerizo. –
Atiéndame, no me malinterprete, no es que no me fíe de un forastero. No piense
eso de mí, se lo ruego. Si viajase a otra parte negociaríamos el precio, sea,
el problema es Escaste.
-
¿Es por esos rumores de guerra que he escuchado por el camino desde que crucé
la frontera? – preguntó Drill.
-
No son rumores, señor, atiéndame. Los escasteños han entrado en nuestro reino
con pequeñas patrullas de soldados y han asaltado caravanas comerciales.
Atiéndame, la guerra ya está en marcha. Ellos han empezado la lucha y he oído
que nuestra majestad ya ha movilizado las tropas, empezando una leva adicional,
sea.
-
Discúlpeme, se lo ruego: no sabía que el conflicto era una realidad y no sólo
una amenaza – dijo Drill, pasándose la mano por los ojos, como gesto de
disculpa, muy común en el reino de Barenibomur.
-
No tiene por qué pedir perdón, se lo ruego – rechazó el caballerizo con un
gesto amable. – Solamente le cuento por qué no puedo arrendarle un borrico para
que viaje a Escaste.
Drill
se acarició el mentón barbado. Tenía que buscar una solución. Mientras tanto,
imagino a Ryngo observándole desde el
suelo, con una mirada inteligente muy poco común en los zorros.
-
Atiéndame, hagamos una cosa – propuso Drill al fin. – Quizá le parezca bien el
trato: yo le pago el doble de lo que usted cobra por arrendar uno de sus
burros, ¿sea? Al cabo de unos meses, cuando yo vuelva, le devuelvo su animal y
negociamos el precio de la devolución, la mitad o lo que usted quiera del
precio que yo le pago ahora – el caballerizo le escuchaba atentamente, con los
ojos semicerrados. – Si, Sherpú no lo quiera, yo no vuelvo a Cared, usted habrá
cobrado el doble de lo que suele cobrar, y podrá comprar otro burro, supongo,
¿no es así? No es mal trato, se lo ruego. Ni para usted ni para mí.
El
caballerizo todavía miró unos segundos más a Drill, pensándoselo, pero después
descruzó los brazos y sonrió amigablemente.
-
Parece que está decidido a ir a Escaste, pase lo que pase, no importa lo que yo
le diga – dijo. – Pero atiéndame, se lo ruego: tenga cuidado allí. Y cuide de
mi burro, porque aunque me pague lo suficiente como para comprarme otro y aun
así ganar dinero, sea, no me gustaría perderlo porque a usted le haya pasado
algo. Me cae usted simpático, Sherpú lo sabe.
-
Gratitud y prosperidad – dijo Drill, con su sonrisa infantil, estrechando la
muñeca que el caballerizo le tendía.
-
Vamos a elegirle una buena montura, sea – le dijo el caballerizo. Se adentraron
en los establos y pasaron un tiempo delante de varios corrales individuales,
donde había diferentes pollinos, todos muy bellos y bien cuidados.
Drill
eligió uno pequeño, acorde al tamaño de mi yumón.
Tenía buenas patas y buenos dientes y el caballerizo le prometió que era una
animal resistente que podía cargar con mucho peso. Drill pagó tres homilías por él, cargó su artilla en la
grupa, y se montó en el lomo del animal, sujetando el ronzal.
-
Atiéndame, quizá tarde pero le devolveré su burro – dijo Drill desde la
montura. – Es un animal magnífico.
-
Tenga mucho cuidado, señor, se lo ruego. No va a cruzar un territorio acogedor.
-
Gratitud y prosperidad – dijo mi yumón,
tocándose un par de veces la barbilla con la punta del pulgar.
-
Igual a usted, que Sherpú le dé buen viaje.
Drill
condujo al burro a la salida, caminando por la calle. El animal le obedeció sin
problemas, dejándose dirigir. Ryngo
trotaba por el suelo, al lado del burro, que parecía ignorarle.
A
paso de burro Drill tardó casi un mes y medio en rodear el lago Bomur, pero mi
antiguo yumón no tenía prisa y viajaba
cómodamente con el pollino, así que no se puso nervioso por la tranquilidad del
viaje. Ryngo a veces viajaba trotando
al lado de los cascos del burro y otras en el regazo de Drill, sobre el lomo de
la montura. El burro caminaba y trotaba con tanta seguridad y firmeza que el
zorro se sentía cómodo en lo alto de su lomo.
Serían
primeros de marzo cuando llegaron a la desembocadura del río Verde y lo
cruzaron un poco más arriba gracias a un puente de piedra muy ancho y
resistente: los cuatro ríos principales de Barenibomur tienen muchos y buenos
puentes para poder cruzarlos. Quedaban pocos días para el cumpleaños de mi
antiguo yumón y había pensado en
detenerse para “celebrarlo”, aunque fuese de manera humilde. Con una buena cena
caliente en una posada y una cama con un colchón le bastaba.
La
marcha siguió sin sobresaltos, con tranquilidad. El frío era palpable, aunque
no muy intenso, y arropado con su abrigo de paño y su gorro de lana mi yumón iba a gusto sobre el burro.
El
día anterior a su cumpleaños Drill detuvo el borrico en una aldea mediana, a
medio día de camino de la importante ciudad de Ire. Imaginó que en aquella
aldea habría una posada decente donde detenerse para celebrar su cumpleaños.
Preguntó por ella, la encontró, ató el burro en la puerta y entró a la
recepción, donde una mujer joven le atendió muy amablemente y le reservó una
habitación individual para aquella noche y la siguiente.
La
misma noche de su llegada estuvo en la taberna de la posada, cenando patatas
asadas rellenas de carne picada con especias, bebiendo una buena cerveza tibia
y fumando un cigarrillo. La taberna estaba bastante concurrida, aunque el
ambiente era festivo sin ser bullicioso ni molesto.
Por
eso la entrada de dos soldados cubiertos de armaduras no pasó desapercibida.
Los dos se acercaron a la barra y hablaron con el camarero y la camarera que la
atendían, en bajas voces. Los dos trabajadores se encogieron de hombros, con
caras de circunstancias y resignadas. Drill los observó detenidamente desde su
mesa.
Los
dos soldados se dieron la vuelta, dirigiéndose a los parroquianos y hablaron en
voz alta para que todo el mundo los oyera.
- Salud,
barenienses – comenzó el que tenía cara de ser mayor y más veterano. – Estamos
aquí por orden de su excelentísima y elevadísima majestad. Nos ha encomendado
la honrosa tarea de engrandecer sus ejércitos, mediante una leva obligatoria.
Todos los hombres mayores de dieciséis años y menores de sesenta deben
presentarse obligatoriamente en los cuarteles provisionales del ejército en Ire,
mañana a más tardar. No hay excepciones: allí se discriminarán a los heridos,
enfermos, inválidos y exentos de servir al reino. Pero todos debéis
presentaros, bajo pena de encarcelamiento y embargo de bienes para aquellos que
no lo hagan. Que Sherpú guarde al rey y nos guarde a todos.
- Sea....
-
Sea....
-
Sea....
Drill
miró alrededor, escuchando cómo los clientes contestaban a medias voces. Los
dos soldados deambularon entonces por las mesas y el local, atendiendo las
dudas de los clientes, que se ponían en pie y salían de la taberna con caras
apenadas, caras largas de miedo, caras fanáticas de gozo y alegría.
Drill
bebió de su cerveza mientras los dos soldados se acercaban a su mesa y se
quedaban plantados ante él. Mi antiguo yumón
los miró con curiosidad.
- Epa, soldados – los saludó, a la manera
del reino, poniéndose descuidadamente el canto de la mano en lo alto de la
cabeza, con el pulgar estirado en la frente. – Siéntense, se lo ruego. Les
convido a unas cervezas, si tienen permiso para beber....
-
Ofrecemos gratitud, pero no podemos beber mientras llevamos a cabo el
alistamiento – declinó el soldado más veterano (aunque, según les describió
Drill, el otro no era bisoño ni un novato). – Puede terminar su cena, antes de
prepararse para el viaje.
-
¿Disculpe? – Drill se inclinó sobre la mesa, hacia adelante, hacia sus
interlocutores. De verdad estaba sorprendido, sin entender del todo lo que le
querían decir. Según mi antiguo yumón,
Ryngo lo entendió mejor que él, pues
se puso a gruñir por debajo de la mesa.
-
Ya nos ha oído: mañana hay que estar en Ire – contestó el soldado, con soltura,
tranquilamente. – Todo el mundo.
-
Pero yo no soy ciudadano de Barenibomur.
-
¿Ah, no? – preguntó el otro soldado, con voz seca.
-
No. Sólo estoy aquí de paso. Soy mercenario.
-
Ya lo hemos supuesto – dijo con desdén el segundo soldado, el de las cicatrices
en la cara, señalando el colgante de hilo que Drill llevaba al cuello.
-
¿Puede mostrarme su placa de identificación? – pidió el primer soldado, con
delicadeza.
-
Por supuesto – contestó el mercenario, con tranquilidad. Sacó la placa de
arcilla reforzada con resina del bolsillo del abrigo y se la tendió al soldado.
-
Ciudadano de Ülsher, cómo no – dijo el soldado, después de leer la placa, con
una voz un poco hiriente. A Drill no le gustó. – ¿Entró en el país de forma
autorizada?
-
Claro que sí – dijo Drill, dudando nada más decirlo. Cayó en la cuenta de que
no había pasado ningún control fronterizo ni se había presentado ante ninguna
patrulla a caballo. No había constancia en los registros de los Caballeros de
Alastair de que hubiese entrado en el país. No sabía si aquello le traería
problemas.
-
Lo comprobaremos – dijo el primer soldado, y aunque seguía hablando con
amabilidad y sonriendo con una sonrisa franca y limpia, a Drill no le gustaba
nada. – Mientras lo hagamos no abandone el pueblo, se lo ruego: estamos en
guerra y cualquier movimiento extraño de un extranjero podría tomarse como una
acción de espionaje.
La
sonrisa del segundo soldado, el de las cicatrices en la cara, era como la de
los tiburones que rodeaban las Islas Tharmeìon en el mar Frío.
-
Sea – asintió Drill, sin tenerlas todas consigo.
Ryngo volvió a gruñir bajo
la mesa.
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