PALABRAS MÁGICAS
- XII -
“SABANADA”
Drill
notó que lo zarandeaban y se despertó, bruscamente. La cara de Carius Lynn
estaba a pocas pulgadas de la suya, en la oscuridad.
-
Ya es la hora, Bittor – dijo el “Perro”, asintiendo. Drill le contestó con otro
gesto de cabeza y Lynn se apartó, para despertar a otro compañero.
Era
noche cerrada y cuando se había ido a dormir sabía que lo despertarían en mitad
de la noche, a medio sueño. La tarde anterior les habían informado de que la
compañía Puño había sido seleccionada para una “sabanada”, como acción de
distracción, mientras otra de las compañías de veteranos, la compañía Hueso, se
encargaba del verdadero objetivo de aquella noche: asaltar un puesto fronterizo
en mitad de las montañas Hartodhax, para hacerse con él y usarlo de avanzada a
la hora de organizar incursiones en territorio de Escaste. Los de la compañía
Puño se encargarían de atraer el mayor número de soldados posibles, para dejar
el puesto fronterizo con menos efectivos. Para ello pensaban atacar un
campamento en el fondo de un valle, custodiado y lleno de soldados.
Drill
no me contó casi nada de la guerra, de las batallas y las acciones bélicas,
quiero decir. Pero la “sabanada” me la contó con todo lujo de detalles. Era una
noche que le atormentaba, y cuando acabe de contaros la historia veréis por
qué.
Una
“sabanada” es una acción de guerra nocturna llamada así porque los soldados se
envuelven en sábanas o en pedazos de ellas para realizar la incursión. Podréis
pensar que envolverse con sábanas de color blanco en mitad de la noche hace que
cualquiera pueda verlos más fácilmente, pero de eso se trata: de reconocer a
los compañeros en mitad de la lucha y de no confundirlos con el enemigo, al que
hay que acuchillar alegremente y sin descanso. Las “sabanadas” suelen ser
golpes de mano de corta duración, cinco o diez minutos como mucho. Se usan para
hacer mucho ruido, como distracción para otras acciones más importantes, pero también
para diezmar a compañías enemigas muy numerosas o como venganza por algún golpe
recibido anteriormente en alguna batalla o encontronazo. Por eso es importante
que los compañeros se reconozcan rápida y fácilmente en el barullo que se
provoca.
Los
soldados se colocan una armadura ligera pero resistente, de cuero, sobre el
cuerpo, para ir protegidos, y después se envuelven en sábanas o en trozos de
ellas, incluyendo brazos y piernas. Algunos se envuelven también la cabeza o se
hacen capuchas para ir cubiertos.
Aquella
noche de primeros de octubre, los miembros de la compañía Puño hicieron todo
eso: se pusieron sus armaduras de cuero, se envolvieron en sábanas y cogieron
sus armas, para salir en plena noche de cacería.
Sus
presas eran los soldados enemigos.
Drill
llevaba la espada decorada sin la funda y en la otra mano llevaba su cuchillo
afiladísimo (le habían confiscado el hacha al reclutarle, porque en el ejército
de Barenibomur había muchos soldados pero insuficientes armas para todos, así
que suponía que algún soldado inexperto estaría luchando en algún lugar del
reino con su excelente hacha: el cuchillo lo había podido conservar gracias a
llevarlo escondido en una bota).
La
“sabanada” serviría para crear revuelo en el campamento, para eliminar a unas
cuantas decenas de soldados escasteños y, sobre todo, para que grupos de
soldados del cercano puesto fronterizo bajaran al valle al escuchar la
algarabía, para ayudar a sus compañeros. Así el puesto quedaría prácticamente
desguarnecido, para que la compañía Hueso pudiera hacerse con él.
A
pesar de todos los detalles que me contó Drill (el camino hasta el campamento,
las resbaladizas rocas del suelo, la humedad de la noche en las plantas
empapando las sábanas que los cubrían, el frescor de la noche veraniega que los
hacía sentir escalofríos, las hogueras de guardia del campamento enemigo
brillando en la distancia entre los árboles y los arbustos, como indicador de
su destino....) voy a centrarme en lo que de verdad importa de aquella noche,
lo que de verdad marcó a mi antiguo yumón,
a pesar de haber realizado múltiples misiones como mercenario antes de aquella
noche.
La
sorpresa fue un éxito. Los soldados envueltos en sábanas entraron en el
campamento como un vendaval, sorprendiendo a los soldados de guardia y a los
que estaban dormidos. La pelea comenzó, bestia y brutal.
Drill
acuchilló allí y allá, más por salvar su vida que por verdadero odio hacia
aquellos enemigos o por devoción al reino de Barenibomur. Al final, mientras
estaba luchando, sólo importaba sobrevivir o dejarse matar.
Lo
impactante de aquella “sabanada” fue cuando Drill entró en una tienda de
campaña, en busca de enemigos, encontrándose con dos soldados con el uniforme
de Escaste. No los atacó ni les hizo nada, quedándose helado al verlos.
Eran
dos chiquillos, dos niños casi. Drill no les calculó más de quince años y
entonces tuvo la duda de si habría más soldados tan jóvenes en el campamento,
si en la vorágine de la lucha casi a oscuras habría matado a algún niño como
aquellos. Drill me dijo que tuvo que contener una arcada y yo le creo. Hay
veces que el trabajo de mercenario me ha hecho sentir lo mismo.
Uno
de los chiquillos desenvainó una espada corta, mientras otro se agachaba tras
el jergón, buscando una maza. Drill levantó la espada decorada y detuvo los
ataques del chiquillo, que aullaba en una mezcla de miedo y rabia. Con los
ataques del chico Drill reculó, saliendo de la tienda, acompañado por su
enemigo.
En
el exterior de la tienda, en medio del campamento en el que la “sabanada” estaba
concluyendo, Drill detuvo los otros tres ataques siguientes, sin dificultad.
Podría haber acabado con aquel chico enseguida, pero estaba bloqueado, sin
poder reaccionar más. El chico armado con la maza salió de la tienda en ese
momento.
Entonces
Quentin Rich llegó a su lado, corriendo, sin darse cuenta de que estaba
peleando contra dos chiquillos.
-
¡¡Vamos, Drill!! ¡¡Nos vamos de aquí!!
El
chico que estaba peleando contra Drill se giró y le clavo la espada en la
amplia barriga hasta la empuñadura. Quentin gritó, con su vozarrón de oso, y le
lanzó un mandoble al chico que le cruzó el pecho: la sangre regó a los dos
soldados veteranos. El chico, antes de caer al suelo y morir, todavía pudo
sacar su espada del cuerpo de Quentin y enterrarla de nuevo en él, esta vez en
el pecho.
El
ladrón volvió a gritar de dolor, cayendo al suelo, derrumbándose en realidad.
El chico de la maza cargó contra Drill, que gritaba, preso de la furia (mi
antiguo yumón asegura que sólo se dio
cuenta de que gritó como un demente tiempo después, cuando ya estuvo de vuelta
en su campamento). Detuvo su ataque, desvió la maza y estuvo a punto de
atravesarle con su espada decorada, pero en el último momento recapacitó y la
giró, golpeando al chiquillo con la empuñadura en la parte trasera de la
cabeza. El chiquillo cayó mareado al suelo y allí Drill le dio un par de
patadas, antes de recapacitar y calmarse.
Se
giró hacia Quentin, que se desangraba en el suelo. Drill sabía que sus
compañeros se estaban yendo, que si tardaba mucho en irse sería el último,
presa de las iras de los soldados escasteños que dejaban atrás. Pero no podía
irse dándole la espalda a Quentin Rich.
-
Qué mala suerte – dijo Quentin, con voz estrangulada, cuando Drill se agachó a
su lado. La espada seguía clavada en su pecho y las dos heridas que había
sufrido sangraban mucho, tintando la sábana blanca que lo cubría, haciendo que
se confundiera con el suelo oscuro, en medio de aquella oscuridad. Sus palabras
salían ahogadas, con sangre en la boca. – Ahora no podré ir contigo a Escaste,
en busca de la magia....
Drill
no pudo contestarle, no supo qué. Y creo que eso es lo que más le reconcome de
aquella noche.
-
Cuídate, Drill, si a bien tienes.... – dijo el gigantesco ladrón, antes de
expirar.
Una
figura blanca pasó corriendo por allí cerca, reconoció a Drill y cambió de
rumbo, acercándose a él. Era Bill “Broncas”, con la cara llena de sangre por
una brecha en la ceja. Vio a los dos amigos en el suelo, uno abrazando al otro,
y se hizo cargo de la situación inmediatamente. Agarró a Drill con la mano libre
(en la otra llevaba la espada) y tiró de él, con misericordia pero con firmeza.
-
¡¡Vamos, Bittor!! ¡¡No podemos hacer nada por Quentin, vamos!! ¡¡Salgamos de
aquí, te lo ruego!!
Drill
se dejó llevar y luego corrió al lado de su otro amigo, dejando a otro tendido
en la tierra oscura, enfriándose por momentos.
Antes
de salir corriendo con Bill “Broncas” mi antiguo yumón todavía tuvo tiempo de echar un vistazo a los dos chiquillos,
al muerto y al inconsciente. No había visto ira en aquellos dos chicos cuando
le atacaron. No era odio hacia el enemigo lo que les había empujado a atacarle
y a pelear contra él.
Era
miedo. Lo que había visto en los ojos de los chicos soldados era terror.
Abandonó
el campamento enemigo corriendo con Bill “Broncas” (al día siguiente supieron
que habían sido los últimos en salir de allí), pensando en ello. Aquella
revelación, junto con la muerte de su amigo Quentin Rich, hizo que se
decidiera.
Y
creo que lo cambió un poco para siempre.
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