PALABRAS MÁGICAS
- VI -
CRUZANDO DARISEDENALIA
El
viaje transcurrió sin dificultades, fue cómodo y rápido. El anciano que viajó
con Drill era alguien callado y tranquilo, con quien mi antiguo yumón compartió tan solo tres o cuatro
conversaciones a lo largo del recorrido, siempre amables y serenas.
Al
llegar a Epuqeraton los dos se despidieron agradablemente, deseándose buenos
deseos. La diligencia de mi yumón
salía al poco rato, así que Drill se limitó a quedarse por allí cerca,
comprando un par de melocotones en un puesto en la calle y comiéndolos con
ganas mientras veía a la gente pasar por las calles.
Epuqeraton
era una ciudad grande, no tan elegante como Vuidake, pero igualmente rica. La
diligencia salía desde un barrio humilde, pero si se comparaba con algún barrio
humilde de las ciudades de Ülsher o Barenibomur, parecía la capital del
continente, tal era su elegancia.
Drill
hacía mucho tiempo que no la visitaba, pero como tenía poco tiempo hasta que
saliera su siguiente diligencia, no quiso arriesgarse y postergar la visita
para otra ocasión.
Ryngo no se movió de sus
pies y tan sólo se puso en marcha cuando mi antiguo yumón se separó del poyete que había adosado a una fachada y caminó
entre la gente, para acercarse a la zona de salida de diligencias.
En
una plaza amplia había un montón de dársena de roca alicatada con finos y
pequeños azulejos, de diferentes colores. La compañía con la que viajaba Drill
usaba el amarillo y el azul, a rayas, así que se dirigió directamente a la
dársena forrada con azulejitos de esos colores. Allí esperaban ya cuatro
pasajeros, con aspecto de gente de buena posición: vestían buenas ropas y
estaban acompañados de grandes y abundantes equipajes. Imagino que a su lado Drill
parecería casi un vagabundo, con su ropa mediocre y su sencilla artilla colgada
del hombro. Se puso al final de la fila y esperó, sin hacer caso a las miradas
curiosas que le dedicaban sus futuros compañeros de viaje y la gente que
esperaba en otras dársenas.
Al
cabo de un rato una diligencia de color rojo, de las mismas medidas que la que
le había llevado hasta allí, también con seis caballos de tiro, entró en la
plaza. Se coló entre las diferentes dársenas y acabó deteniéndose en la rayada
azul y amarilla.
-
¡¡Soooo!! – tiró de las riendas el conductor. Era un chico joven, rubio y de
piel clara, evidentemente natural del país. Cuando hubo refrenado a los
caballos saltó del pescante, apoyándose con una sola mano, y ya en el suelo se
dirigió a los viajeros. – ¡Viajeros a Lendaxster y poblaciones anteriores! ¡Sus
pasajes, si a bien tienen!
Todos
los viajeros mostraron sus pasajes y el conductor se aseguró de que todos eran
correctos. Después miró la gran cantidad de maletas y equipaje que llevaban y
soltó un silbido, rascándose la rubia cabellera.
-
Ahora, van ustedes bien surtidos – bromeó, con tono alegre y Drill cree que
aquello fue lo que hizo que se ganara la simpatía del pasaje, a pesar de lo
ordinario que pudiera parecerles a los viajeros más elegantes.
-
Tranquilo, te echaré una mano – se ofreció mi antiguo yumón.
- Y
yo se lo agradeceré, así sea – dijo el muchacho, sincero. – Ahora, no tiene que
molestarse: no quiero que se haga daño por mi culpa....
-
No te preocupes – dijo Drill, tomando la primera maleta y tendiéndosela al
muchacho. Era una valija grande y panzuda e imagino que el joven conductor se
quedó asombrado ante la fuerza de mi yumón:
Drill parecía viejo y desvalido, pequeño y débil, pero en realidad sus músculos
eran de acero.
Entre
los dos (Drill en el suelo y el conductor en lo alto de la diligencia) pronto
subieron todas las maletas y bultos, salvo un gran baúl: para subir aquello el
chico tuvo que bajar al suelo y sumar sus brazos a los de Drill para levantarlo
hasta el techo de la diligencia.
-
Gratitud y prosperidad, como suele decirse – dijo el conductor, sudando pero
sonriente, cuando acabaron de estibar los equipajes.
-
Ofrezco y deseo igual, así sea – asintió mi antiguo yumón, seguro que con su sonrisa infantil. – Tengo que pedirte un
favor: este pequeño zorro viaja conmigo y espero que no haya ningún problema
si....
-
Después de haberme ayudado a cargar todo esto no voy a ponerle pegas – sonrió
el conductor. – Ahora, si algún pasajero se molesta, hágamelo saber y subiremos
a su zorro al pescante: puedo atarle allí para que esté seguro y viajará
conmigo. No me molestará.
-
Gracias – contestó Drill, tocándose la barbilla con la punta del dedo pulgar. –
¿Cuál es tu nombre, si a bien tienes?
-
Soy Benn Carlton – dijo el joven conductor, extendiendo la mano.
-
Bittor Drill – contestó mi yumón, estrechando
la muñeca del joven.
-
Un placer, señor mercenario – dijo el chico, con una sonrisa franca. – Ahora,
si a bien tiene, monte en la diligencia. El viaje es largo y cuanto antes lo
emprendamos más lejos nos alcanzarán las lunas.
- Wen a eso – dijo mi antiguo yumón, apoyándose en el pedal y entrando
en la diligencia. Ryngo saltó y subió
tras él.
El
joven conductor revisó de un vistazo todos los equipajes, asegurándose de que
estaban bien amarrados, se acomodó en el pescante, se puso un sombrero de ala
ancha y plana y restalló las riendas, haciendo que los caballos se pusieran en
marcha. Dirigió la diligencia por las calles de Epuqeraton, saliendo de la
ciudad hacia el este.
Drill
se sentó en el asiento, de espaldas a la marcha de la diligencia. Delante de él
iban sentadas dos mujeres y un hombre, todos elegantes y con finas ropas,
mirando curiosos y con un punto de asco al mercenario y al zorro.
-
¿Les importa que el animal viaje con nosotros? – preguntó mi antiguo yumón. – No les molestará, pero si
ustedes no quieren que viaje aquí se lo diré al conductor. El animal tendrá que
viajar atado en el pescante....
El
hombre elegante (que Drill descubriría más adelante que era un hacendado que
viajaba con su joven mujer y una criada todavía más joven) abrió la boca para
contestar. ¿Qué iba a decir? Sería muy injusto suponer que iba a echar a Ryngo de la cabina (aunque yo creo que eso era justo
lo que iba a hacer) pero eso nunca lo sabremos, porque en ese momento intervino
la otra viajera, que iba sentada en el mismo banco que Drill, apoyada en el
otro costado de la diligencia.
-
¡¡Oh, no!! ¡Pobre criatura! ¿Cómo íbamos a dejar que semejante animalillo
viajara ahí fuera, con el riesgo de caer y hacerse daño? – la anciana, que
vestía bien pero con ropas nada exageradas, miró inteligentemente a mi antiguo yumón mientras sonreía con picardía.
Después se giró a los otros viajeros, los de enfrente. – ¿Verdad que puede
quedarse con nosotros?
-
Desde luego, desde luego – asintió el hombre rico, aunque su tono de voz no
parecía tan seguro ni tan cómodo. – Asegúrese de que el animal se comporta y no
habrá problemas....
-
Gracias – dijo Drill, tocándose la barbilla. Después se volvió a la mujer
anciana y repitió el gesto, adornándolo con su sonrisa infantil (estoy segura).
Ryngo seguía en el suelo de
la cabina, a los pies de Drill, mirando a los humanos que le rodeaban, no sé si
entendiendo todo lo que se decía, pero al menos sabía que lo que se estaba
hablando le incumbía a él. Cuando vio que los humanos ya no le miraban y que mi
antiguo yumón le acariciaba en el
lomo, se enroscó en sus pies y se quedó allí tranquilo.
-
Es su mascota, ¿verdad? – preguntó la anciana matrona, dirigiéndose a Drill.
Éste asintió. – ¿Desde hace mucho tiempo?
-
No, lo cierto es que no – reconoció Drill. – Lleva conmigo poco más de dos
meses, si a bien tiene.
-
Parecen muy unidos....
-
Es extraño, no deja de ser un zorro salvaje, pero parece encontrarse a gusto
viajando conmigo – explicó el mercenario. – Es indómito, pero sabe cómo
sobrevivir en la civilización de los seres humanos....
-
Es usted mercenario, ¿así sea? – inquirió la anciana y como Drill no tenía por
qué ocultar su identidad asintió, lentamente. – ¿Y está en medio de una misión?
-
Así sea – dijo Drill: el acento y la manera de hablar de Darisedenalia ya se le
había pegado.
-
Espero que no sea algo criminal, lo que debe hacer.... – sugirió la amable
mujer, y Drill se limitó a no contestar. Incluso creo que sonreiría a la mujer
con aquella mueca suya, sin decir nada. La anciana comprendió la respuesta sin
palabras (o se quedó con la duda, sólo Sherpú sabe) y volvió a mirar a Ryngo, señalándole. – ¿Le gusta la
cecina?
Drill
se inclinó hacia adelante y miró a sus pies, divertido. Ryngo levantó la mirada y la intercambió con mi antiguo yumón.
-
Nunca le he visto comerla, pero imagino que no pondrá pegas – dijo, con tono
bromista. – Pruebe, si a bien tiene.
La
anciana sacó un paquete de papel encerado del bolso de viaje que llevaba en el
regazo y sacó una tira de brillante cecina de caballo. Se inclinó un poco hacia
adelante, sonriendo, acercándole la carne al zorrillo. Éste vaciló, mirando la
cecina y después a Drill, que no se movió, sólo le mantuvo la mirada y la sonrisa
a su acompañante peludo. Ryngo acabó
por ponerse de pie sobre sus cuatro patas, se adelantó hacia la cecina y la
atrapó entre sus dientes, volviendo atrás, a la seguridad de los pies cruzados
de Drill. La anciana rio con un curioso cloqueo, alborozada.
-
Es cecina de Epuqeraton – explicó, todavía alegre. – A mi hermano le gusta
mucho y siempre que vengo le compro un poco. En realidad es el único “vicio”
que tiene, el pobre....
Ryngo ronchaba la dura
carne, tratando de hacer más pequeña la larga tira, para poder tragarla. Drill
se palmeó los muslos, el zorrillo lo miró, y después dio un brinco, saltando al
regazo de mi antiguo yumón. Se
acomodó allí y, más plácidamente, fue desligando las hebras de la carne y
tragándolas con deleite.
El
hombre adinerado del asiento de enfrente miraba con cierto disgusto al zorro y
la mujer con el vestido que no bajaba de los cien sermones (Drill me dijo que creía que era su mujer) lo observaba
con algo de asco. Sin embargo, la mujer más joven (una niña, en realidad, según
las palabras de Drill) y de ropas algo más humildes (pero igualmente finas y de
buen sastre) lo miraba sonriente y con curiosidad.
Ryngo, ajeno a toda la
atención que atraía, siguió comiendo la cecina que la amable anciana le había
regalado.
Días
después, mientras seguían de viaje, Drill despertó por un bache grande, que
sacudió toda la diligencia. Las dos mujeres jóvenes lanzaron sendos gritos de
susto y el hombre adinerado soltó un exabrupto nada adecuado a una persona de
sus modales y su posición.
-
Menudo salto.... – comentó la mujer anciana.
Durante
el largo viaje (enero ya estaba mediado) los pasajeros habían intercambiado diversas
conversaciones. El hombre adinerado hablaba siempre con superioridad, con un
cierto dominio torpe de todos los temas. A mí me hubiese molestado esa actitud,
pero a Drill le divertía y no se la tomaba muy en serio. La mujer del hombre
rico habló en contadísimas ocasiones, con algo de soberbia también, pero menos
evidente: sus opiniones solían ser más reservadas. La criada no abrió la boca
ni una sola vez, sumisa.
En
cambio, la anciana compañera de banco de Drill era muy dicharachera, y aunque
mi antiguo yumón prefería hablar
poco, se entretuvo con las historias de la anciana y con las conversaciones que
compartieron.
Por
su parte, Ryngo se mantuvo silencioso
y tranquilo durante todas las leguas que recorrieron.
Drill
se incorporó en el asiento, haciendo que Ryngo
se despertara en su regazo, adoptando una posición de alerta. El mercenario
cogió al zorrillo con delicadeza y lo colocó sobre el asiento. Luego se puso en
pie, apoyándose contra el costado de la cabina.
- Ryngo, quieto, si a bien tienes – dijo.
Después abrió la portilla de cristal de la ventanilla (cerrada durante todo el
viaje, porque el frío del exterior era cortante) y se asomó mirando hacia
arriba y hacia adelante. – ¡Benn! ¡¿Por qué vamos tan rápido?!
La
diligencia marchaba muy rápido, volando casi sobre el camino de tierra. El
bache anterior se había debido a un agujero que había en la cuneta, donde la
diligencia se había desviado a pesar de la conducción del joven rubio, debido a
la gran velocidad.
-
¡¡No me gusta nada el aspecto de ese tipo que nos sigue!! – contestó el joven
cochero, por encima del hombro, sin descuidar su mirada del camino, para evitar
un accidente. – ¡¡Ha empezado a seguirnos hace unas leguas y ahí sigue!! ¡¡No
me fío!!
Drill
miró hacia atrás pero no vio nada, así que volvió a meterse dentro de la cabina
y cerró el cristal de la ventanilla.
-
Voy un momento con el conductor – dijo, mirando a sus compañeros de viaje. – ¿Podría
ocuparse de Ryngo mientras estoy
fuera, si a bien tiene? – añadió dirigiéndose a la amable anciana.
-
Así sea – asintió ella, con energía.
-
Pórtate bien. Enseguida vuelvo – dijo Drill, inclinándose hacia el zorrillo.
Éste le miró fijamente, sin moverse, manteniendo sus ojos brillantes como
cubiertos de aceite en los ojos de Drill. Mi antiguo yumón me dijo que al zorrillo sólo le faltó asentir.
Drill
abrió la puerta de la diligencia, haciendo que un viento helado se colase
dentro. Salió de la cabina, apoyándose en el estribo que había bajo la puerta
para facilitar la subida y la bajada. Agarrándose como pudo al costado de la
diligencia cerró la puerta y después se apoyó en una moldura del costado para
subir con ciertas penurias al pescante.
-
¡¿Qué hace aquí arriba?! – se sorprendió el joven cochero, ayudándole a subir,
sujetando las riendas con una mano y agarrando por la espalda del chaleco de
borreguillo a mi antiguo yumón. –
¡¡Está usted chiflado, así sea!!
- ¡Sólo
quería echar un vistazo a nuestro perseguidor! – contestó Drill, venciendo la
fuerza del viento. La diligencia marchaba a toda velocidad y los seis caballos
(cambiados la noche anterior en una parada de postas) corrían con mucha
energía. Se notaba que estaban frescos.
Drill
se agarró a la barra de metal que rodeaba todo el techo de la diligencia y se
puso de rodillas en el pescante, mirando hacia atrás. Desde allí arriba pudo
ver sin problemas al jinete que recorría el mismo camino que ellos. Era un tipo
enorme, cubierto con una piel de oso. Cabalgaba un buen caballo de batalla, de
gran anchura y altura, la necesaria para cargar con un jinete tan corpulento.
-
¡¿Tienes un ojolejos?! – le preguntó a Benn. Drill me reconoció después que en
ese momento se llamó estúpido, recordando que él tenía un buen ojolejos en
Dsuepu y que lo había dejado allí olvidado al iniciar su misión.
-
¡¡Sí!! ¡¡Ahí, en el compartimento!! – indicó Benn Carlton. Drill buscó donde le
había indicado el joven cochero, un compartimento bajo el pescante, con una
puerta corredera de madera. Entre diversos objetos (incluyendo una daga, un par
de libros, unos guantes de cuero y un viejo cojín de cuero relleno de plumas)
el mercenario encontró un cilindro de latón, que estaba frío como un carámbano
de hielo. Lo tomó y se lo puso bajo la ceja, mirando hacia el camino que
dejaban detrás. La diligencia se meneaba y bamboleaba mucho, debido a la
velocidad que trataba de mantener el joven Benn, así que a mi yumón le costó mantener firme el ojolejos.
Se agarró con la mano izquierda en la barra de metal del techo y miró con el
ojolejos en la mano derecha, compensando los movimientos de la diligencia.
El
jinete llenó todo el círculo del visor, viéndose muy nítidamente. Drill contuvo
el aliento, al reconocerlo.
- Vrinden.... – maldijo, asombrado. El
jinete que seguía la diligencia era Tash Norrington.
¡No! ¡No puede acabar así de repente! ¡Vamos, sube la continuación, ja ja!
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