PALABRAS MÁGICAS
- V -
CARROS Y DILIGENCIAS
Llegaron
al pequeño pueblo de Zurst aquella tarde, después de cruzar el bosque y salir
del valle a la llanura. Las montañas ya quedaban atrás y el vasto reino de Darisedenalia
se abría ante ellos.
En
Zurst Drill preguntó por el mejor lugar donde poder coger una diligencia que
cruzase el país. El tabernero que le había servido la cerveza se lo pensó un
momento y le acabó explicando que había una población un poco más grande a un
par de días de camino, hacia el sur. Allí creía que el mercenario podría
comprar un pasaje para una diligencia que lo llevaría a Epuqeraton.
Drill
agradeció la información y después la valoró en silencio. La gran ciudad de
Epuqeraton estaba relativamente cerca y desde allí todavía le quedaría un buen
recorrido hasta las montañas Seden. Pero era un comienzo.
Aquella
noche durmió en el pajar de unos granjeros (pagando un sermón por las molestias) y a la mañana siguiente consiguió viajar
en el carro lleno de hortalizas de un arriero que viajaba a Tedrum, el pueblo
grande donde podría coger la diligencia.
Durante
el viaje en carro Drill fue en la parte trasera, con las piernas colgando por
el borde, con Ryngo a su lado, aunque
el zorrillo de vez en cuando saltaba de la carreta y marchaba al trote al lado,
sin quedarse atrás. Después, cuando estaba cansado, Drill tenía que ayudarle a
subir de nuevo.
- Deberías
quedarte aquí arriba y descansar todo lo que puedas. Vamos a tratar de recorrer
Darisedenalia en diligencia y el viaje todavía es largo – le explicó al raposo
en un momento del viaje, cuando le subió después de que hubiese estado
corriendo un rato, durante el segundo día. – Después cruzaremos el reino
siguiente, Barenibomur, que es muy grande, y así podremos llegar a Escaste.
Allí es donde queremos ir: quizá encontremos a algún descendiente de los
poderosos Elfos de Melnûn que pueda ayudarnos con la fórmula mágica que abre
las puertas del Mausoleo de los Reyes. El viaje es muy largo: espero que
lleguemos a nuestro destino antes de las Calendas.
El
zorrillo le miraba mientras Drill le hablaba, con ojos atentos: en verdad
parecía que le escuchaba y le entendía. No llegué a ver al zorro en esta
actitud nunca, pero creo lo que mi yumón
me contó.
Al
cabo de tres días llegaron a Tedrum. Drill se despidió del arriero y le
agradeció el viaje y después fue en busca de la oficina de diligencias del
pueblo. Un hortelano cargado con una cesta de pimientos le indicó la cabaña que
hacía las veces de oficina y allí se fue mi antiguo yumón.
En
la oficina de diligencias le informaron de que aquella tarde salía una a
Epuqeraton. El viaje duraba dos días, haciendo noche en el mismo carruaje.
Además, la encargada de vender los pasajes también le informó de que en
Epuqeraton podría coger otra diligencia que le llevase hasta la costa, hasta
Lendaxster, cruzando todo el reino.
Drill
pensó que Lendaxster era un buen destino, ya que estaba cerca de la frontera
con Barenibomur. Una vez allí decidiría cómo seguir el viaje: seguramente
podría coger otra diligencia que marchase al sur. Así que mi antiguo yumón compró un pasaje doble, para los
dos viajes: primero hasta Epuqeraton y desde allí a Lendaxster.
Comió
en una pequeña taberna barata (los pasajes de las diligencias habían sido caros
y su reserva para gastos estaba menguando mucho) y a la hora de salida de la
diligencia estuvo puntual en la plaza.
El
conductor estaba en el pescante de una diligencia grande, tirada por seis
caballos ruanos. Era un coche alto y ancho, con espacio para los equipajes en
la parte trasera y en lo alto. No parecía haber más viajeros.
- Buenas
tardes.
-
Sherpú se las dé a usted – contestó el cochero.
-
Ésta es la diligencia que va a Epuqeraton, ¿verdad?
-
Así sea – contestó el hombre, con acento de la zona. – Ahora, necesito ver su
pasaje, si a bien tiene.
Mi yumón se lo mostró y el cochero pareció
conforme.
-
Sólo llevo esta pequeña artilla – se la dio, para que el conductor la colocara
y estibara en lo alto de la diligencia. La caja de Karl Monto iba bien guardada
en el bolsillo del muslo de los pantalones de pana de Drill. – Este zorrillo me
acompaña, ¿habrá algún problema?
-
Ninguno por mi parte – dijo el cochero, mirando al raposo con mirada
atravesada. – Ahora, eso tendrá que preguntárselo al resto de pasajeros: si no
tienen problema podrá viajar con usted dentro de la cabina, así sea. Pero si
alguno se queja....
-
No dará problemas, es muy bueno.
-
Así sea – concedió el cochero, y a Drill no le pareció muy convencido. – Ahora,
si ensucia el interior usted se encargará de limpiarlo y de dejarlo tal cual lo
va a encontrar.
- Wen a eso – asintió Drill.
Después
subió a la diligencia, seguido de Ryngo,
que lo hizo de un cómico y ágil salto. Dentro de la cabina había espacio para
unas ocho personas, pero sólo había un ocupante: un anciano de rostro arrugado,
pelo blanco y fino y ropas humildes estaba sentado en el banco orientado en el
sentido de la marcha.
-
Buenas tardes.
-
Buenas tardes le dé Sherpú – contestó el anciano, al estilo de la zona.
-
Espero que no le moleste viajar con mi mascota.... – indagó Drill.
-
Por mi parte no hay ningún problema – contestó el anciano. Ryngo, en el suelo de la cabina, se acercó a olisquear a su
compañero de viaje, que sonrió levemente (dejando ver una dentadura llena de
huecos) y se inclinó estirando la mano, para que el zorrillo pudiera olerle. El
raposo pareció convencido y se quedó al lado de Drill, tumbado y con la cabeza
sobre las patas delanteras.
Al
cabo de unos minutos, sin que hubiese llegado ningún viajero más, el cochero
hizo restallar las riendas y los caballos se pusieron en marcha, de camino a
Epuqeraton.
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