UNA CONFESIÓN
CONSPIRATIVA
- ¿Pero qué narices has
hecho? – dijo Rosalinda, zarandeando al aprendiz de mago, agarrándole por el
pecho de la túnica. – ¿No se supone que esa poción la mataría?
El pobre muchacho estaba
todo despeluchado y con las gafas deslizadas hasta la punta de la nariz,
asustado y confuso. Estaban los dos todavía en la mesa presidencial, pero nadie
les veía: todo el mundo en la fiesta aclamaba a la princesa Adelaida, que
además de la princesa deseada que todos habían esperado tener algún día, ahora
era además una heroína.
- Sí.... Eso.... eso
pensaba yo.... – dijo el aprendiz, tartamudeante. – Hice la poción
correctamente, estoy seguro....
Pero en realidad no estaba
totalmente seguro.
Rosalinda lo zarandeó un
poco más y salió del Gran Salón hecha un basilisco, enfurruñada y pisoteando el
suelo de piedra.
La fiesta duró hasta bien
entrada la noche. Todo el mundo estaba encantado con su nueva princesa: además
de ser una princesa de verdad, hecha y derecha, y de todas sus virtudes que ya
conocían, resultaba que hacía milagros. Estaban encantados con Adelaida.
Fray Malaquías salió del
Gran Salón después de la medianoche, cuando la fiesta ya había acabado y los
invitados se habían marchado. Sólo quedaban los criados que formaban las
cuadrillas de limpieza y Pichiglás, que buscaba por entre las mesas y sillas
volcadas la llave del candado con el que ataba el monociclo en los establos.
El fraile iba un poco
bebido, y bastante confuso. Estaba claro que si los milagros empezaban a
ocurrir, el apocalipsis no iba a suceder pronto. Una cosa contradecía a la
otra. Y el fraile no sabía cómo sentirse: alegre por la presencia de milagros
divinos (de la mano de la princesa) o triste porque su adorado apocalipsis no
iba a producirse. Era un dilema....
Fray Malaquías se encontró
de repente con la infanta Rosalinda, que estaba sentada en el suelo, en un
pasillo, abrazada a las rodillas y apoyada en la pared. Sollozaba, con la
cabeza escondida entre las piernas.
- ¿Qué os pasa, hija
mía....? – preguntó fray Malaquías, interesándose por la infanta. – ¿Hay algo
que os preocupa?
Rosalinda levantó la cabeza
y miró al fraile con ojos llorosos. Desesperada se agarró a los faldones de su
hábito y se puso a llorar de nuevo.
- ¡He pecado, padre! ¡He
pecado! – dijo, desconsolada.
- Bueno, majestad, eso
tiene fácil arreglo.... – dijo el fraile, sentándose en el suelo al lado de la
muchacha, medio borracho como estaba. – Yo os confesaré y os absolveré de vuestras
faltas....
- He intentado matar a la
princesa Adelaida, padre.... Dos veces.... – confesó Rosalinda, calmándose un
poco, dejando de llorar, pero con voz triste.
- Vaya.... bueno.... eso es
grave....
- Lo sé, padre.... Pero lo
más grave es que no lo he conseguido.... – dijo Rosalinda, con tristeza.
La muchacha le explicó al
fraile su envidia, su enfado, su malestar ante el deseo de la gente del reino
de tener una princesa, una princesa de verdad. Le contó cómo se sentía ella al
ver que no valía para ser princesa, que ella nunca podría serlo aunque lo
deseaba con todas sus fuerzas.
- La odio, padre.... La
odio, y sé que está mal, pero no puedo evitarlo....
- Bueno.... Viéndolo con
otra perspectiva.... no es tan malo lo que habéis hecho.... – dijo fray
Malaquías, bastante despejado de la borrachera que llevaba. Su inteligente
cerebro empezaba a maquinar.
- ¿Estáis seguro, padre? –
preguntó Rosalinda, dejándose convencer. – He querido matarla, y he dejado el encargo
en manos de otra gente.... ¿De verdad tengo salvación?
- Claro que sí, hija
mía.... – aseguró el fraile, con otro tono muy distinto al de antes. Ahora era
empalagoso, calculador. – Al fin y al cabo estáis defendiendo vuestra posición
en la corte ante una princesa extranjera.... Eso no es tan malo....
- Entonces.... ¿debo seguir
intentándolo? – preguntó Rosalinda, algo confundida, pero deseando que el
fraile le diera permiso.
- Claro que sí,
majestad.... – contestó fray Malaquías. – Con todas vuestras fuerzas. Pero,
pedid perdón al Señor por lo que estáis haciendo, ¿eh? Así Él estará convencido
de que os arrepentís, que lo hacéis porque no tenéis otro remedio....
- Muy bien, padre.
- Bueno. Pues yo te
absuelvo de todos tus pecados, pequeña – dijo el fraile, sonriendo como un
zorro astuto. – Pero, si quieres conseguir tu deseo y poder echar de aquí a la
princesa, tendréis que pensar algo que funcione, y no dejar tanta
responsabilidad en manos del aprendiz de mago....
El fraile sonreía, astuto. Había
comprendido de dónde había venido el supuesto “milagro” de la princesa
Adelaida. Y también se había dado cuenta de que, si al final conseguían acabar
con la princesa, quizá la guerra se desataría entre los reinos de
Castillodenaipes y de Cerrato. Una guerra era el comienzo perfecto para el
apocalipsis....
Fray Malaquías sonrió un
poco más, feliz. Parecía que al final iba a conseguir lo que quería.
- Tenéis razón, padre
Malaquías. Eso haré.... – dijo Rosalinda, convencida, y fray Malaquías sonrió
aún más. Parecía un zorro justo antes de entrar en un gallinero sin vigilancia.
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