TRES
ESCUDEROS
Mientras esto ocurría en
Astudillo, en Marfil, la capital del reino de Castillodenaipes, también cundía
el pánico, pero por otros motivos.
El día anterior, los reyes
Zósimo y Clotilde descubrieron que su amada hija Adelaida había desaparecido
durante la noche. Como no estaban acostumbrados a que la princesa saliera sin
permiso, los reyes se asustaron un poco y mandaron buscarla por la ciudad. Al
no encontrar rastro de ella por ninguna parte, se dieron cuenta de que se había
ido con sólo un vestido, dejando el armario lleno de ropa.
Los reyes no entendían
nada, hasta que se presentó ante ellos un guardia de la muralla. El hombre
estaba avergonzado y algo nervioso: informó a los reyes de que durante la
guardia de aquella noche alguien había entrado en la ciudad de madrugada, para
hacer algo en las cocinas. No recordaba
muy bien quién era el extranjero ni para qué había ido allí, porque reconocía
haber estado algo amodorrado, pero estaba completamente seguro de que al
marcharse se llevaba un bulto en el mulo, un saco lleno de algo.
Los reyes de Castillodenaipes
dieron la voz de alarma por todas las ciudades y pueblos de su
reino: al parecer Adelaida había sido raptada. No sabían quién podía haberlo
hecho, pero los alguaciles siguieron investigando para poder aclarar el
misterio.
La noticia se difundió por
todo el reino de Castillodenaipes por medio de pregoneros, que llegaron hasta
todos los rincones del país. De esta forma, un guardia fronterizo que había
cumplido el turno de noche en la puerta del norte, se presentó ante sus
majestades cuando se enteró de la noticia. Había visto cruzar la frontera la noche pasada a un
hombre con capucha, acompañado de un mulo que llevaba a
lomos un saco grande lleno de algo.
Ahora ya estaba claro que
los infames raptores habían sido súbditos del reino de Cerrato.
El rey Zósimo y la reina
Clotilde movilizaron a sus caballeros, para que fueran en misión guerrera a
rescatar a la princesa Adelaida al reino vecino.
Pero al día siguiente, las
noticias de que el reino de Cerrato estaba lleno de peste llegaron hasta Marfil,
justo antes de que el séquito de caballeros saliera al galope.
Nosotros sabemos que en el
Cerrato y en Astudillo no había ni rastro de peste, sabemos que todo había sido
un error, una equivocación. Sabemos que había cundido el pánico y que la
población había salido espantada como las ratas cuando se hunde el barco.
Pero los caballeros de
Castillodenaipes no lo sabían.
Así que ellos no quisieron
arriesgarse y se negaron a ir a rescatar a la princesa a un reino apestado.
Tenían miedo de contagiarse y morir de peste. Además, aseguraban que la
princesa podía haberse contagiado ya y que rescatarla sólo serviría para traer
la enfermedad a Castillodenaipes.
La gente en el reino del
rey Zósimo y la reina Clotilde también se asustó mucho. Los reyes decretaron un
toque de queda real, para evitar que el reino se despoblase como le había
pasado a Cerrato. Por este toque de queda, la gente no podía salir de sus
ciudades ni de sus pueblos, los puentes para cruzar el río estaban cerrados y
custodiados por soldados y las puertas norte y sur de la frontera se cerraron
también, guardadas por alguaciles y el ejército.
Pero había gente muy
valiente en el reino de Castillodenaipes. Y entre los más valientes del reino
había tres escuderos, tres niños que servían a tres caballeros en Marfil. Estos
tres escuderos iban a haber viajado con los caballeros hasta Astudillo aquel
mismo día, antes de saberse lo de la peste. Pero ahora se habían quedado en
Marfil, sin poder ir a buscar a la princesa, para rescatarla. Los tres querían
mucho a la princesa Adelaida, y sentían mucho no poder ir a salvarla, sabiendo
que la habían raptado para llevársela a un reino que estaba contagiado de
peste.
- Yo creo que deberíamos ir
a por ella, a pesar de la peste – dijo María, una de ellos. Era una niña bajita,
regordeta, de pelo marrón cortado a cazuela. Era muy alegre y vivaracha, no
paraba de hablar y siempre se estaba moviendo.
- Yo también quiero ir,
pero si los reyes han dicho que no nos movamos de Marfil.... les estaríamos
desobedeciendo.... – dijo otro de los escuderos, Darío, un chico mayor que
María, muy alto y muy delgado, de piel blanca y eterna cara de susto. Era un
chico serio, muy inteligente y precavido.
- Pero estamos hablando de
la princesa Adelaida.... – dijo María, con ganas, queriendo convencer a sus
amigos. – Tenemos que arriesgarnos por ella. Está allí presa, contra su
voluntad, sola.... ¿Tú qué opinas?
María se había vuelto hacia
el tercer escudero, un chico serio llamado Sergio. Era moreno, tanto de piel
como de pelo, que llevaba muy corto y pegado a la cabeza. Era un chico más bajo
que Darío, pero mucho más ancho. No
estaba gordo, pero estaba mazao:
tenía fuertes brazos, espalda ancha, buenas piernas para correr y un torso
poderoso. Era muy callado y muy noble.
- Yo haré lo que decidáis –
dijo, con su voz grave. – Iré con vosotros, hagáis lo que hagáis.
- ¿Y tú, Darío? ¿Sigues
pensando como un cobardica? – dijo
María, con intención.
- No soy un cobardica – dijo Darío, picado en su
amor propio. – Sólo digo que los reyes han prohibido salir de Marfil y cruzar
la frontera. ¿Cómo vamos a poder llegar hasta el reino de Cerrato?
- Podemos salir
descolgándonos por la muralla con una cuerda – opinó María.
- Y pasaremos por Torre
Marte para cruzar la frontera.... – propuso Sergio. – Los monjes seguro que nos
dejan....
Darío estaba pensativo,
mirando al suelo. Después levantó la cabeza y miró alternativamente a sus dos
amigos.
- No podremos pasar por los
puentes para cruzar el río, así que tendremos que pasarlos de otra forma. Sé
que hay una barca con una cuerda más al norte. No creo que esté vigilada:
podremos pasar por allí.
- Entonces, ¿vamos los
tres? – preguntó María.
Darío miró a Sergio, que
asintió en silencio.
- Claro que sí – dijo el
escudero alto y delgado.
Los tres escuderos se
descolgaron con una cuerda por la muralla, aquella misma tarde, cuando el toque
de queda real ya estaba implantado del todo. Como eran escuderos y niños, los
guardias no les hicieron mucho caso, y aprovecharon para saltar la muralla sin
que nadie los viera. Los tres llegaron abajo y corrieron hacia el norte, por la
carretera. El camino estaba vacío: todo el mundo en Castillodenaipes cumplía el
toque de queda real.
Todo el mundo, menos ellos
tres.
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