UN MILAGRO
INESPERADO
Rosalinda levantó su copa de
vino para brindar también, pero sin perder de vista a Adelaida. Miraba con ojos
ansiosos a la princesa, deseando que bebiese el veneno que el aprendiz había
preparado.
- ¡Majestad! – gritó una
voz cascada, desde la puerta del Gran Salón. La gente de la fiesta detuvo el
brindis y se giró hacia la entrada. – Permitidme brindar con vosotros, linda
princesa, y así mi felicidad estará completa.
Todos los invitados
pudieron ver a la leprosa del pueblo, una mujer mayor muy enferma. Había sido
médico antes de enfermarse, una médico muy buena, que atendía con mucho ahínco
a los enfermos del reino. Tanta era su dedicación que acabó contagiándose de
lepra, lo que no le quitó las ganas de seguir siendo médico y ayudar a las
personas. Lo que pasaba era que la gente no quería ni acercarse a ella, ahora
que estaba contagiada y leprosa, así que la pobre mujer se pasaba la mayor
parte del tiempo sola. Entre su enfermedad y la discriminación que sufría, la
leprosa se había vuelto un poco loca y hacía cosas raras. Siempre iba con una
alpargata atada a una correa, arrastrándola allí por donde fuera: ella decía
que era su amigo y le llamaba Paco.
Mientras la leprosa se
acercaba a la mesa presidencial la gente de la fiesta se fue apartando,
haciéndole un pasillo. Todos la miraron con caras de asco y de repugnancia,
evitando tocarla. La leprosa no pareció darse cuenta, acercándose a la mesa con
soltura, sonriente y sin perder de vista a la princesa.
- “Lepre”, ¿qué haces aquí?
– preguntó la reina antes de que la leprosa llegase a la mesa.
- Nos hemos enterado de la
llegada de la princesa Adelaida al reino y Paco tenía muchas ganas de conocerla
– dijo la leprosa, sacudiendo la alpargata al final del cordel. – Se ha puesto
tan pesado que al final he tenido que traerle – sonrió divertida la leprosa,
llegando hasta la mesa. – ¡Uy! ¡Vino! Preferiría champán, pero nos
conformaremos....
“Lepre” había cogido la
copa de Adelaida, que había posado en la mesa frente a ella otra vez. La
princesa tomó otra copa que tenía al alcance y sonrió, levantándola.
El aprendiz de mago miró
con ojos asustados a la leprosa, mientras sostenía la copa con la poción. La
infanta Rosalinda se contuvo, para no ponerse en pie, mientras abría unos ojos
como platos y apretaba los dientes.
- Salud – dijo Adelaida.
- A la vuestra, princesa.
Que tengáis muchos hijos y no den guerra por las noches.... – deseó “Lepre”,
con seriedad. Entonces las dos bebieron el contenido de sus copas y el resto de
la gente de la fiesta las imitó.
Rosalinda y el aprendiz de
mago aguantaron la respiración.
- ¡Por la princesa! –
aclamaron los invitados, después del brindis. Después rompieron en aplausos.
“Lepre” también aplaudió, haciendo saltar uñas y trozos de piel. Después puso
cara rara, saboreando lo que tenía en la boca. Se pasó la lengua por los
dientes, con cara extraña, haciendo muecas.
- ¿Os encontráis bien? –
preguntó Adelaida, solícita.
- He comido patatas con
ali-oli, debe de ser eso.... – contestó la leprosa, sin parar de hacer gestos
con los labios y la lengua.
Entonces se inclinó,
tosiendo, con grandes arcadas. Se apoyó en las rodillas, sin soltar la correa
de la alpargata, mientras intentaba respirar, inclinada sobre sí misma.
- ¡Un médico! ¡Un médico,
por favor! – pidió Adelaida, poniéndose en pie, sufriendo al ver a la pobre mujer.
- Ella es médico.... – dijo
fray Malaquías.
- ¿Y no hay otro médico en
el salón? – dijo la princesa.
- “Lepre” es el único
médico de la villa – dijo la reina.
- ¿Sólo tenéis un médico?
- Son muy caros.... Hasta
que “Lepre” no se muera no podemos contratar a otro....
La pobre “Lepre” seguía
tosiendo, cada vez más fuerte y más dolorosamente. Al final se sacudió toda
entera, como si hubiese tenido un escalofrío muy fuerte, y cayó al suelo de
bruces, quedándose inmóvil.
- ¡¡La han envenenado!! –
chilló el aprendiz de mago, poniéndose de pie y señalándola, muy teatrero. La
gente del Gran Salón ahogó un suspiro, asustados.
Todos miraron a Adelaida,
entre asombrados y acusadores. Todos habían visto cómo la princesa había
brindado con la leprosa, que después había muerto envenenada. ¿Había sido
Adelaida? Nadie podía creerlo....
Entonces “Lepre” se levantó
de un salto, aturdida. Parpadeaba muy seguido, como si estuviese despistada.
Miraba alrededor, con cara de no saber muy bien dónde estaba. Parecía que se
acabara de despertar en ese momento.
- ¡Mirad su piel! – dijo
Maruja, señalando desde el medio de la gente.
Todo el mundo miró a
“Lepre” con atención. Su piel estaba rosada, sana. No tenía huellas de heridas,
llagas ni cicatrices. Tenía un aspecto normal, no el enfermizo que había lucido
antes. Su pelo estaba brillante y limpio, volvía a tener todas las uñas y sus
ojos brillaban con vida.
- ¡Se ha curado! – dijo
fray Malaquías, fuera de sí, con los ojos abiertos, sorprendido. El fraile se
había puesto de pie de repente, señalando a la ex-leprosa. – ¡Es un milagro!
¡¡Milagro!! ¡¡Milagro!!
El fraile estaba como loco.
Gritaba como un poseso y no dejaba de señalar a “Lepre” (que pronto tendría que
buscarse otro mote) y luego levantaba las manos al cielo.
- Un milagro....
- Ha sido un milagro....
- Es increíble....
- Jamás creí que
presenciaría un milagro....
- La princesa Adelaida la
ha curado....
- Ha hecho un milagro....
- ¿Quién? ¿Yo?
- ¡¡Milagro!! ¡¡Milagro!! –
volvió a gritar fray Malaquías, seguido por el resto de la gente de la fiesta.
Adelaida puso cara de no
entender nada, mientras todo el mundo la aclamaba.
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