jueves, 9 de octubre de 2014

Arrieros Somos y en Astudillo Nos Encontraremos - XI


UN MILAGRO INESPERADO

Rosalinda levantó su copa de vino para brindar también, pero sin perder de vista a Adelaida. Miraba con ojos ansiosos a la princesa, deseando que bebiese el veneno que el aprendiz había preparado.
- ¡Majestad! – gritó una voz cascada, desde la puerta del Gran Salón. La gente de la fiesta detuvo el brindis y se giró hacia la entrada. – Permitidme brindar con vosotros, linda princesa, y así mi felicidad estará completa.
Todos los invitados pudieron ver a la leprosa del pueblo, una mujer mayor muy enferma. Había sido médico antes de enfermarse, una médico muy buena, que atendía con mucho ahínco a los enfermos del reino. Tanta era su dedicación que acabó contagiándose de lepra, lo que no le quitó las ganas de seguir siendo médico y ayudar a las personas. Lo que pasaba era que la gente no quería ni acercarse a ella, ahora que estaba contagiada y leprosa, así que la pobre mujer se pasaba la mayor parte del tiempo sola. Entre su enfermedad y la discriminación que sufría, la leprosa se había vuelto un poco loca y hacía cosas raras. Siempre iba con una alpargata atada a una correa, arrastrándola allí por donde fuera: ella decía que era su amigo y le llamaba Paco.
Mientras la leprosa se acercaba a la mesa presidencial la gente de la fiesta se fue apartando, haciéndole un pasillo. Todos la miraron con caras de asco y de repugnancia, evitando tocarla. La leprosa no pareció darse cuenta, acercándose a la mesa con soltura, sonriente y sin perder de vista a la princesa.
- “Lepre”, ¿qué haces aquí? – preguntó la reina antes de que la leprosa llegase a la mesa.
- Nos hemos enterado de la llegada de la princesa Adelaida al reino y Paco tenía muchas ganas de conocerla – dijo la leprosa, sacudiendo la alpargata al final del cordel. – Se ha puesto tan pesado que al final he tenido que traerle – sonrió divertida la leprosa, llegando hasta la mesa. – ¡Uy! ¡Vino! Preferiría champán, pero nos conformaremos....
“Lepre” había cogido la copa de Adelaida, que había posado en la mesa frente a ella otra vez. La princesa tomó otra copa que tenía al alcance y sonrió, levantándola.
El aprendiz de mago miró con ojos asustados a la leprosa, mientras sostenía la copa con la poción. La infanta Rosalinda se contuvo, para no ponerse en pie, mientras abría unos ojos como platos y apretaba los dientes.
- Salud – dijo Adelaida.
- A la vuestra, princesa. Que tengáis muchos hijos y no den guerra por las noches.... – deseó “Lepre”, con seriedad. Entonces las dos bebieron el contenido de sus copas y el resto de la gente de la fiesta las imitó.
Rosalinda y el aprendiz de mago aguantaron la respiración.
- ¡Por la princesa! – aclamaron los invitados, después del brindis. Después rompieron en aplausos. “Lepre” también aplaudió, haciendo saltar uñas y trozos de piel. Después puso cara rara, saboreando lo que tenía en la boca. Se pasó la lengua por los dientes, con cara extraña, haciendo muecas.
- ¿Os encontráis bien? – preguntó Adelaida, solícita.
- He comido patatas con ali-oli, debe de ser eso.... – contestó la leprosa, sin parar de hacer gestos con los labios y la lengua.
Entonces se inclinó, tosiendo, con grandes arcadas. Se apoyó en las rodillas, sin soltar la correa de la alpargata, mientras intentaba respirar, inclinada sobre sí misma.
- ¡Un médico! ¡Un médico, por favor! – pidió Adelaida, poniéndose en pie, sufriendo al ver a la pobre mujer.
- Ella es médico.... – dijo fray Malaquías.
- ¿Y no hay otro médico en el salón? – dijo la princesa.
- “Lepre” es el único médico de la villa – dijo la reina.
- ¿Sólo tenéis un médico?
- Son muy caros.... Hasta que “Lepre” no se muera no podemos contratar a otro....
La pobre “Lepre” seguía tosiendo, cada vez más fuerte y más dolorosamente. Al final se sacudió toda entera, como si hubiese tenido un escalofrío muy fuerte, y cayó al suelo de bruces, quedándose inmóvil.
- ¡¡La han envenenado!! – chilló el aprendiz de mago, poniéndose de pie y señalándola, muy teatrero. La gente del Gran Salón ahogó un suspiro, asustados.
Todos miraron a Adelaida, entre asombrados y acusadores. Todos habían visto cómo la princesa había brindado con la leprosa, que después había muerto envenenada. ¿Había sido Adelaida? Nadie podía creerlo....
Entonces “Lepre” se levantó de un salto, aturdida. Parpadeaba muy seguido, como si estuviese despistada. Miraba alrededor, con cara de no saber muy bien dónde estaba. Parecía que se acabara de despertar en ese momento.
- ¡Mirad su piel! – dijo Maruja, señalando desde el medio de la gente.
Todo el mundo miró a “Lepre” con atención. Su piel estaba rosada, sana. No tenía huellas de heridas, llagas ni cicatrices. Tenía un aspecto normal, no el enfermizo que había lucido antes. Su pelo estaba brillante y limpio, volvía a tener todas las uñas y sus ojos brillaban con vida.
- ¡Se ha curado! – dijo fray Malaquías, fuera de sí, con los ojos abiertos, sorprendido. El fraile se había puesto de pie de repente, señalando a la ex-leprosa. – ¡Es un milagro! ¡¡Milagro!! ¡¡Milagro!!
El fraile estaba como loco. Gritaba como un poseso y no dejaba de señalar a “Lepre” (que pronto tendría que buscarse otro mote) y luego levantaba las manos al cielo.
- Un milagro....
- Ha sido un milagro....
- Es increíble....
- Jamás creí que presenciaría un milagro....
- La princesa Adelaida la ha curado....
- Ha hecho un milagro....
- ¿Quién? ¿Yo?
- ¡¡Milagro!! ¡¡Milagro!! – volvió a gritar fray Malaquías, seguido por el resto de la gente de la fiesta.
Adelaida puso cara de no entender nada, mientras todo el mundo la aclamaba.


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