jueves, 23 de octubre de 2014

Arrieros Somos y en Astudillo Nos Encontraremos - XV




UN ACERTIJO PELIAGUDO

 En el reino del Cerrato, mientras tanto, un puñado de personajes se había quedado solo en Astudillo. El resto de habitantes del reino habían emigrado, escapando de la peste. En el castillo de Astudillo sólo quedaban la reina Guadalupe, su hija la infanta Rosalinda, fray Malaquías (que disfrutaba como un niño ante el apocalíptico espectáculo), el aprendiz de mago (que todavía tenía que cumplir el encargo de la infanta), la arquera Gadea (que, como era fiel a su reina, se quedaría o iría allí donde se quedase o fuese su majestad), la campesina Maruja (que quería quedarse para poder ser la única que supiese lo que ocurría en la capital, para poder luego contárselo a la gente cuando volviera), el verdugo Bernabé (que sufría por haber raptado a la princesa Adelaida y ahora quería quedarse cerca de ella), el herrero Romero (que decidió quedarse con su amigo Bernabé, para ayudarle con su mal de amores), “Lepre” y la princesa Adelaida.
La princesa estaba ahora encerrada en una habitación, muy lujosa, pero con barrotes en la puerta y en la ventana. Era ahora una prisionera, encerrada en su habitación para que no pudiera escapar. Ya no tenía súbditos a los que calmar con su presencia, así que la reina Guadalupe había preferido mantenerla vigilada y controlada, convencida por su hija Rosalinda, que había pensado en todo.
- Mamá, si encerramos a Adelaida la tendremos mucho mejor controlada, ahora que somos muy pocos en el reino y que los alguaciles y los soldados se han ido – explicó la infanta a su madre, engatusándola. – Mientras no haya súbditos que la aclamen la princesa no sirve para nada, así que es mejor tenerla encerradita y vigilada hasta que la gente del pueblo vuelva, cuando se den cuenta de que no hay peste en el reino de Cerrato.
La reina Guadalupe estuvo de acuerdo y así lo hizo. En realidad Rosalinda lo que quería era tener bien controlada a Adelaida, a su merced, hasta que el aprendiz de mago tuviese a punto un nuevo veneno que no fallase, no como el otro, que justo había tenido el efecto contrario.
El aprendiz se pasó todo ese día enclaustrado en su torre, elaborando mil y una pociones, fabricándolas y cocinándolas, probándolas en ratas de laboratorio, pero ninguno de sus venenos funcionaba: uno hacía crecer el pelo fuerte y lustroso, otro eliminaba el sarro y las caries, otro devolvía la vista a los ratoncitos viejos y ciegos, otro hizo crecer los dientes a los desdentados.... pero ninguno cumplía el efecto principal de un veneno: matar.
El aprendiz de mago echaba mucho de menos a su maestro, y cada día deseaba que volviese cuanto antes o que nunca se hubiese ido.
Por su parte, los tres escuderos de Marfil recorrieron la carretera, sin intentar cruzar el puente al que conducía. Siguieron más al norte, por un camino de piedras que había entre las hierbas y matorrales del campo. Media milla al norte del puente, encontraron la barca que buscaban, con la que cruzar el río. La barca tenía un par de remos, y además había una gruesa y resistente cuerda puesta desde una orilla a otra, atada a unas rocas, muy tensa. Ya fuese usando los remos o la cuerda se podía cruzar el río con más o menos facilidad.
Los tres escuderos no encontraron a nadie vigilando la barca, como esperaban. Sin embargo, encontraron un pastor delante de la barca. El hombre, bajito y regordete, con boina y faja de color rojo, tenía una cesta llena de coles colgada del brazo, un oveja atada con un cordel sujeta con la otra mano y estaba acompañado por un lobo desnutrido, que jadeaba a su lado.
- Buenas tardes – saludó María,  amistosamente.
- Güeas tardes – contestó el pastor, con acento cerrado pero tono amable.
- ¿Va usted a cruzar? – preguntó María, señalando la barca.
- Eho iba a hacer.... – contestó el pastor, sin moverse, delante de la barca. Los tres escuderos esperaron que empezase a cruzar, pero el hombrecillo no se movió.
- ¿Tiene algún problema? – preguntó Darío, cauteloso.
- Psé.... – dijo el hombrecillo, de medio lado. – Enresulta que la barca está mu vieja y aguanta poco peso. Si monto con la cesta de coles ya no pué subir na’ más. Si monto con la oveja tengo que dejar lo demás aquí. Y si monto con el lobo, no pueo meter más peso en la barca – explicó el hombre, con su acento cerrado. – Pero es que si dejo a la oveja con las coles, me las come, y si dejo a la oveja con el lobo, me la devora. Y no sé cómo hacerlo....
- ¿Y tiene que pasar con todo al otro lado?
- Psé....
- ¿No puede dejar nada aquí? – preguntó María.
- ¡No! Las coles son pa’ mi madre, recién comprás en Marfil. La oveja es mía, y no la voy a ir dejando en cualquier lao. Y el lobo lo he criao desde pequeño, así qués como mi mascota: lo que pasa es que hemos pasao mucho hambre este último año, y seguro que me se come la oveja, aunque está muy bien adiestrao....
- Ya veo.... ¿Y si nos deja pasar a nosotros antes? – pidió Daría.
- ¡Yé! De eso na’.... Yo llegué antes y tengo preferencia.... – contestó el pastor, orgulloso.
- Ya, ya.... Pero si le ayudamos con su problema, quizá encontremos la solución antes y podremos pasar todos el río antes de que caiga la noche.
- Psé.... Ehoqués asín – reconoció el pastor.
Los tres escuderos se pusieron a pensar, mientras el pastor arrugaba la cara y se rascaba la calva debajo de la boina, un poco perdido al ver pensar tanto a otros.
- Está claro que el pastor tiene que cruzar siempre, si no los animales y la cesta no pueden usar los remos o agarrarse a la cuerda.... – dedujo Darío.
- Y si pasa con la cesta de coles el lobo se come a la oveja. Pero si pasa con el lobo, la oveja se comerá las coles.... – opinó María.
- Entonces está claro que tiene que pasar primero con la oveja – dijo Sergio, silencioso como siempre.
El pastor hizo caso de los escuderos y cruzó el río con su oveja, usando los remos. Una vez llegó a la orilla se bajó a tierra con la oveja.
- ¡¿Y ahora qué?! – preguntó desde el otro lado.
- Ahora, ahora.... – pensaba Darío.
- Ahora tendrá que volver a coger otra cosa – dijo María. – Por ejemplo, la cesta de coles.
- Pero si lleva la cesta de coles hasta allí y se vuelve a por el lobo, la oveja se comerá las coles – repuso Darío.
- Bueno, pues entonces que se venga a recoger al lobo – dijo María, sin perder el entusiasmo.
- Sí.... No – repuso Darío, negando con la cabeza. – Porque si lleva al lobo allí y vuelve a por las coles, el lobo se comerá mientras tanto a la oveja....
- ¡Vaya lío! – se quejó María.
- ¡Ahí, ahí está el poblema! – dijo el pastor desde la otra orilla.
- Que vuelva con la oveja.... – dijo Sergio.
- ¿Cómo?
- Que lleve lo que sea, pero que se traiga la oveja, para que no se coma las coles o se la coma el lobo.... – dijo Sergio, con su grave voz tranquila.
- ¡Claro! – salto María. – Si se lleva de allí a la oveja ya no hay problema....
- Probémoslo – dijo Darío.
Le dieron las instrucciones al pastor, haciendo que volviera él solo hasta la orilla en la que estaban ellos. El pastor volvió a irse con la cesta de coles, dejando al lobo solo con los tres escuderos. Al llegar al otro lado hicieron que el pastor dejara las coles y se trajera de nuevo a la oveja, dejando la cesta sola. Cuando volvió le dijeron que dejara a la oveja con ellos y se llevara al lobo. Llegó a la otra orilla y dejó al lobo con la cesta de coles, a la que el animal ni siquiera miró. El pastor volvió solo a recoger a la oveja, para hacer el último viaje.
- ¡Espere! Tenemos una cuerda en el equipaje – dijo Darío, mientras Sergio se quitaba el petate y sacaba una cuerda delgada de él. – Átela a la barca y así cuando llegue a la otra orilla con sus cosas nosotros podremos tirar de la cuerda y recuperar la barca, para poder cruzar.
- Eho está hecho.... – dijo el pastor, que cruzó con su oveja y llegó al otro lado con todas sus cosas. Dejó la barca libre y los tres niños tiraron de la cuerda para traerla de nuevo hasta su orilla. – ¡Mu agradecío, ¿eh?! ¡Buena suerte!
- ¡Gracias! – dijo María. Los tres niños recuperaron la barca mientras el pastor volvía a ponerse en marcha, con la cesta de coles colgada del brazo, tirando de la correa de la oveja y seguido del pacífico lobo.
Los tres escuderos pasaron fácilmente el río (primero fueron Sergio y María, la niña se quedó al otro lado mientras Sergio volvía remando a la primera orilla a buscar a Darío, y luego pasaron los dos chicos juntos) y siguieron su camino. Se les hizo de noche mientras caminaban por las carreteras del reino, vacías y desiertas. Pasaron cerca de Oros y Copas, desviándose de las ciudades para no tener líos con el toque de queda que estaban violando, y llegaron hasta la frontera, en la colina de Torre Marte. Allí no tuvieron ningún problema en pasar, ya que los monjes del monasterio de lo alto de la colina les dejaron cruzar sin ningún inconveniente.

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