UNA LISTA DE
COSAS
Mucho más adelante,
siguiendo por el pasillo y después de haber subido dos tramos de escaleras, los
tres escuderos vieron una puerta a la izquierda que tenía un crucifijo clavado.
Sabiendo que tenían que ir a la capilla, decidieron entrar en esa sala.
En efecto la capilla era
allí: era una sala pequeñita, con ocho o diez bancos de madera delante de un
altar pequeño, que estaba por delante de un crucifijo grande de madera, con la
imagen del Cristo clavado en él. Arrodillado delante de uno de los bancos había
un fraile, de espaldas a ellos, con las manos juntas, rezando hacia el altar.
Cuando cerraron la puerta, el fraile se dio la vuelta.
- ¡Alabados seáis! – dijo
el hombre, poniéndose de pie. – Acercaos, acercaos. Sentaos por aquí – dijo
señalándoles el banco detrás del que ocupaba él. Los tres niños obedecieron. –
Me alegro de que hayáis llegado hasta tan lejos. Estáis a punto de rescatar a
vuestra princesa, ¿eh? Bueno, eso no está tan mal como pudiese parecer a
primera vista.... – dijo el fraile, sonriendo con bondad – ....cuanto más
desorden, más revuelo. Cuanto más revuelo, más agitación. Cuanta más agitación,
más caos. Cuanto más caos, más cerca queda el Apocalipsis....
Los tres niños no sabían a
qué se refería el fraile, así que se quedaron sentados en silencio, mirando
alrededor, contemplando la capilla del castillo: era pequeña y bonita.
- Bueno, me presentaré: soy
fray Malaquías, el confesor de la reina. Soy fraile en el monasterio de Torre
Marte, pero mi compromiso con su majestad me permite vivir en el castillo. La
prueba que voy a poneros es de ingenio, cosa muy poco valorada en estos tiempos.
Mi apuesta es esta Biblia que tengo....
- Déjese de Biblias.... –
cortó María, sacudiendo una mano. – No la necesitamos, ya tenemos una Biblia
cada uno. Pero no nos vendría mal un carro.... ¿Tenéis carros en el castillo?
- Por supuesto que sí, en
las cuadras.
- Entonces consíganos un
carro de cuatro ruedas, cubierto, que sea cómodo – dijo María, resuelta. – Y
nosotros apostaremos una reliquia de San Vito que Darío tiene en muy alta
estima....
- ¡¡Eh!! – saltó Darío,
ofendido. – ¡Mi reliquia no!
- Vamos, hombre.... – pidió
María.
- Está bien.... Un carro
por mi reliquia de San Vito – aceptó el escudero.
- Muy bien. La apuesta está
hecha. Me juego un carro contra vuestra reliquia a que no sois capaces de decir
más animales mitológicos que yo.... – dijo fray Malaquías, con expresión
inocente.
- ¡Bah! Eso es muy fácil –
se envalentonó María.
- Yo soy capaz de deciros
cinco animales mitológicos – dijo fray Malaquías, siguiendo con su tono
ingenuo.
- Nosotros podemos decir
seis animales mitológicos – aseguró Darío.
- Muy bien.... – el fraile
hizo como que meditaba. – Yo diré ocho....
- Nosotros nueve.... – dijo
Darío, calculador.
- Uff.... – fingió el
fraile que se ponía nervioso. Se quedó un rato pensativo y dijo. – Venga, me
arriesgo con diez....
- ¡Quince! – saltó María,
animada, queriendo terminar con aquel regateo inacabable. Sus dos amigos se
volvieron hacia ella con susto.
- Muy bien.... – dijo el
padre Malaquías, sonriendo como un zorro astuto. Tenía a los tres escuderos
justo donde quería desde el principio. – Adelante con vuestras quince....
- Pero.... cómo....
- Habéis asegurado que sois
capaces de citar quince animales mitológicos.... veamos si es verdad y ganáis
la apuesta.... – dijo el fraile, con tono inocente y sereno, pero con una
sonrisa astuta y malintencionada.
- ¡Mira lo que has hecho,
María! – se quejó Darío.
- Vamos, hombre, no te
enfades.... No tengas miedo, que lo podemos conseguir.... – dijo la niña,
segura de sí misma, optimista. Miró fijamente al fraile y empezó a enumerar. –
A ver, quince animales mitológicos: el grifo, la esfinge, el basilisco, el ave
fénix.... la gárgola, el leviatán.... – María guardó silencio un par de
segundos, pensando. –....el centauro, el cíclope, la sirena.... – miró de
refilón a sus dos amigos, con una mirada de ayuda, nada tranquilizadora –....el
unicornio, Pegaso, el Minotauro, la Medusa, el can Cerbero....
La niña se quedó callada, a
falta solamente de uno. El fraile sonreía, superior, a punto de dar por
terminada la prueba. Pero entonces Sergio abrió los ojos como dos platos
enormes.
- ¡El dragón! ¡El dragón! –
dijo, contento y acelerado. Los tres amigos se pusieron a dar saltos y botes,
alegres y felices. El fraile bajó los hombros, hundido.
- Veo que sois gente
instruida – reconoció, demostrando que tenía buen perder. – Me encargaré de que
os preparen vuestro carro. Ahora seguid por aquí hasta la Sala del Trono –
explicó, empujando una pared, que se abrió como una puerta, demostrando que era
un pasadizo secreto. – Os espera su majestad la reina.
Los tres escuderos
asintieron, agradecidos, y empezaron a subir por la escalera de caracol
escondida tras la pared.
El fraile se quedó atrás,
en la capilla, pensativo. Aquellos escuderos eran muy buenos. ¿Podrían rescatar
a la princesa Adelaida? Parecía que sí.... ¿Y eso sería bueno para el reino o
malo? ¿Se acercarían al apocalipsis si la princesa era rescatada o era mejor
que se quedara prisionera en Astudillo?
Fray Malaquías no estaba
seguro, pero pensó que tendría que hacer algo para liar un poco más la cosa....
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