domingo, 30 de noviembre de 2014

Arrieros Somos y en Astudillo Nos Encontraremos (Extra)



LA CORONA DEL REY
(el cuento de Sergio el escudero)


Había una vez un rey muy bueno que vivía en un reino muy lejano. Era un rey muy mayor que necesitaba gafas para leer de cerca, usaba bastón para caminar y era muy despistado.
Tan despistado era que no era raro que se dejase olvidada la corona siempre en cualquier sitio: en la mesa del comedor, en el trono, en el baño, en la silla del caballo y en la cama al levantarse.
Pero hubo un día en que no la encontró. El rey había perdido la corona, no se acordaba de dónde la había dejado y lo malo es que no la encontraba, aunque registró todo el castillo.
Por eso el viejo rey decidió salir a buscar su corona fuera del castillo, por el reino. Se puso las gafas en la punta de la nariz, cogió su bastón y echó a andar.
Se encontró con un estanque, donde nadaba un pato. Se agachó y le preguntó:
- Señor Pato, ¿habéis visto por aquí mi corona?
El pato se sumergió y revisó todo el estanque.
- No, lo siento majestad.
El viejo rey volvió a caminar, hasta llegar al bosque. Allí se encontró con un zorro, al que preguntó:
- Señor Zorro, ¿habéis visto por aquí mi corona?
El zorro negó con la cabeza.
- No, lo siento majestad.
El viejo rey echó a andar otra vez, apoyándose en el bastón, adentrándose en el bosque. Vio un pajarito posado en una rama y le preguntó:
- Señor Pájaro, ¿habéis visto por aquí mi corona?
El pájaro remontó el vuelo y sobrevoló el bosque por encima de los árboles.
- No, lo siento majestad.
El viejo rey siguió su camino por el bosque, hasta que llegó a un río caudaloso. Se agachó para beber un poco de agua y vio una piraña que lo miraba sumergida.
- Señora Piraña, ¿habéis visto por aquí mi corona?
La piraña buceó por todo el río, arriba y abajo, sin encontrar nada.
- No, lo siento majestad.
El viejo rey siguió el curso del río, hasta llegar a la desembocadura. Se había hecho de noche y el rey miró al cielo, donde habían salido las estrellas. Una de ellas brillaba mucho más fuerte y mucho más cerca.
- Señora Estrella, ¿habéis visto por aquí mi corona?
La estrella miró desde el cielo en las cuatro direcciones.
- No, lo siento majestad.
El viejo rey siguió caminando por la playa, hasta que llegó a una barca que estaba allí atada.
- Señora Barca, ¿habéis visto por aquí mi corona?
La barca montó al viejo rey y lo paseó por la costa, pero no vieron nada.
- No, lo siento majestad.
El Sol empezó a asomar por el horizonte, allá a lo lejos y se hizo de día. El viejo rey vio un gran carguero que se adentraba en mar abierto. Lo llamó con grandes voces y le preguntó:
- Señor Carguero, ¿habéis visto por aquí mi corona?
El carguero montó al viejo rey encima y viajó por el océano, sin encontrar nada.
- No, lo siento majestad.
El carguero llegó a una isla, en la que había una casa. El viejo rey se bajó en la playa y caminó despacito, apoyado en su bastón hasta la casa.
- Señora Casa, ¿habéis visto por aquí mi corona?
La casa abrió las persianas y miró bien por toda la isla.
- No, lo siento majestad.
El viejo rey entró dentro de la casa, para descansar, y allí encontró un niño.
- Niño, ¿has visto por aquí mi corona?
- No, lo siento majestad. Pero tengo en casa una caja muy grande: a lo mejor vuestra corona está dentro.
El viejo rey buscó dentro de la caja pero no encontró su corona. Se sentó triste en una silla y se puso a llorar, en silencio. El niño se puso triste al ver llorar al viejo rey, así que buscó en la caja y sacó una gorra.
- Majestad, no es una corona, pero os servirá para cubriros la cabeza.
El viejo rey tomó de manos del niño la gorra y se la puso en la cabeza, sonriendo contento y feliz.


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Las palabras en negrita indican las formas que se construyen con el papel al contar el cuento.

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