LA CORONA DEL REY
(el cuento de Sergio el escudero)
Había una vez un rey muy
bueno que vivía en un reino muy lejano. Era un rey muy mayor que necesitaba
gafas para leer de cerca, usaba bastón para caminar y era muy despistado.
Tan despistado era que no
era raro que se dejase olvidada la corona siempre en cualquier sitio: en la
mesa del comedor, en el trono, en el baño, en la silla del caballo y en la cama
al levantarse.
Pero hubo un día en que no
la encontró. El rey había perdido la corona, no se acordaba de dónde la había
dejado y lo malo es que no la encontraba, aunque registró todo el castillo.
Por eso el viejo rey
decidió salir a buscar su corona fuera del castillo, por el reino. Se puso las
gafas en la punta de la nariz, cogió su bastón y echó a andar.
Se encontró con un estanque,
donde nadaba un pato. Se agachó y le preguntó:
- Señor Pato, ¿habéis visto
por aquí mi corona?
El pato se sumergió y
revisó todo el estanque.
- No, lo siento majestad.
El viejo rey volvió a
caminar, hasta llegar al bosque. Allí se encontró con un zorro, al que
preguntó:
- Señor Zorro, ¿habéis
visto por aquí mi corona?
El zorro negó con la
cabeza.
- No, lo siento majestad.
El viejo rey echó a andar
otra vez, apoyándose en el bastón, adentrándose en el bosque. Vio un pajarito
posado en una rama y le preguntó:
- Señor Pájaro, ¿habéis
visto por aquí mi corona?
El pájaro remontó el vuelo
y sobrevoló el bosque por encima de los árboles.
- No, lo siento majestad.
El viejo rey siguió su
camino por el bosque, hasta que llegó a un río caudaloso. Se agachó para beber
un poco de agua y vio una piraña que lo miraba sumergida.
- Señora Piraña, ¿habéis
visto por aquí mi corona?
La piraña buceó por todo el
río, arriba y abajo, sin encontrar nada.
- No, lo siento majestad.
El viejo rey siguió el
curso del río, hasta llegar a la desembocadura. Se había hecho de noche y el
rey miró al cielo, donde habían salido las estrellas. Una de ellas brillaba
mucho más fuerte y mucho más cerca.
- Señora Estrella, ¿habéis
visto por aquí mi corona?
La estrella miró desde el
cielo en las cuatro direcciones.
- No, lo siento majestad.
El viejo rey siguió
caminando por la playa, hasta que llegó a una barca que estaba allí atada.
- Señora Barca, ¿habéis
visto por aquí mi corona?
La barca montó al viejo rey
y lo paseó por la costa, pero no vieron nada.
- No, lo siento majestad.
El Sol empezó
a asomar por el horizonte, allá a lo lejos y se hizo de día. El viejo rey vio
un gran carguero que se adentraba en mar abierto. Lo llamó con grandes voces y
le preguntó:
- Señor Carguero, ¿habéis
visto por aquí mi corona?
El carguero montó al viejo
rey encima y viajó por el océano, sin encontrar nada.
- No, lo siento majestad.
El carguero llegó a una
isla, en la que había una casa. El viejo rey se bajó en la playa y caminó
despacito, apoyado en su bastón hasta la casa.
- Señora Casa, ¿habéis
visto por aquí mi corona?
La casa abrió las persianas
y miró bien por toda la isla.
- No, lo siento majestad.
El viejo rey entró dentro
de la casa, para descansar, y allí encontró un niño.
- Niño, ¿has visto por aquí
mi corona?
- No, lo siento majestad.
Pero tengo en casa una caja muy grande: a lo mejor vuestra corona está dentro.
El viejo rey buscó dentro
de la caja pero no encontró su corona. Se sentó triste en una silla y se puso a
llorar, en silencio. El niño se puso triste al ver llorar al viejo rey, así que
buscó en la caja y sacó una gorra.
- Majestad, no es una
corona, pero os servirá para cubriros la cabeza.
El
viejo rey tomó de manos del niño la gorra y se la puso en la cabeza, sonriendo
contento y feliz.
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Las palabras en negrita indican las formas que se construyen con el papel al contar el cuento.
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